—Gracias por haber venido. Debo decir que esperaba una tranquila cena familiar, de manera que esto es una sorpresa muy agradable.
Mira fijamente a Mia, que sonríe radiante y le saluda discretamente. Christian mueve la cabeza con simulada exasperación y prosigue.
—A Ros y a mí… —hace un gesto hacia la mujer pelirroja que está de pie junto a una rubia menuda y vivaz—… nos fue ayer de muy poco.
Ah, es Ros, la mujer que trabaja con él. Ella sonríe y alza la copa hacia él.
—Así que me hace especialmente feliz estar aquí hoy para compartir con todos vosotros una magnífica noticia. Esta preciosa mujer —baja la mirada hacia mí—, la señorita Anastasia Rose Steele, ha aceptado ser mi esposa, y quería que todos vosotros fuerais los primeros en saberlo.
¡Se produce una reacción de asombro general, vítores ocasionales, y luego una ronda de aplausos! Dios… esto está pasando realmente de verdad. Creo que me he puesto del color del vestido de Kate. Christian me coge la barbilla, alza mi boca hasta sus labios y me da un beso fugaz.
—Pronto serás mía.
—Ya lo soy —susurro.
—Legalmente —musita, y me sonríe con aire malicioso.
Lily, que está al lado de Mia, parece alicaída; por la expresión que pone, Gretchen parece haberse tragado algo muy desagradable y amargo. Paseo la vista con cierta ansiedad entre la multitud congregada y localizo a Elena. Tiene la boca abierta. Está atónita… horrorizada incluso, y al verla tan estupefacta, no puedo evitar una intensa satisfacción. Al fin y al cabo, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
Carrick y Grace interrumpen mis malévolos pensamientos, e inmediatamente todos los Grey empiezan a abrazarme y a besarme, uno detrás de otro.
—Oh, Ana… estoy tan encantada de que vayas a formar parte de la familia —dice Grace muy emocionada—. El cambio que ha dado Christian… Ahora es… feliz. Te lo agradezco tanto.
Incómoda ante tal efusividad, yo me sonrojo, pero en el fondo estoy muy contenta.
—¿Dónde está el anillo? —exclama Mia cuando me abraza.
—Eh…
¡El anillo! Vaya. Ni siquiera había pensado en el anillo. Miro de reojo a Christian.
—Lo escogeremos juntos —dice Christian, fulminando a su hermana con la mirada.
—¡Ay, no me mires así, Grey! —le reprocha ella, y luego le abraza—. Estoy muy emocionada por ti, Christian —dice.
Ella es la única persona a la que no intimida su expresión colérica. A mí me hace temblar… bueno, solía hacerlo.
—¿Cuándo os casaréis? ¿Habéis fijado la fecha? —le pregunta radiante a Christian.
Él niega con la cabeza, con evidente exasperación.
—No tengo ni idea, y no lo hemos decidido. Todavía tenemos que hablarlo Ana y yo —dice, irritado.
—Espero que celebréis una gran boda… aquí.
Sonríe con entusiasmo, sin hacer el menor caso del tono cáustico de su hermano.
—Lo más probable es que mañana nos escapemos a Las Vegas —le replica él, y recibe a cambio un mohín lastimero, típico de Mia Grey.
Christian pone los ojos en blanco y se vuelve hacia Elliot, que le da su segundo gran abrazo en solo dos días.
—Así se hace, hermano —dice palmeándole la espalda.
La reacción de toda la sala es abrumadora, y pasan unos minutos hasta que consigo reunirme de nuevo con Christian, que se acerca ahora al doctor Flynn. Por lo visto Elena ha desaparecido, y Gretchen sigue sirviendo champán con gesto arisco.
Al lado del doctor Flynn hay una joven muy atractiva, con una melena larga y oscura, casi azabache, un escote muy llamativo y unos ojos almendrados preciosos.
—Christian —dice Flynn tendiéndole la mano, y él la estrecha encantado.
—John. Rhian.
Besa a la mujer morena en la mejilla. Es menuda y muy linda.
—Estoy encantado de que sigas entre nosotros, Christian. Mi mujer estaría muy apenada y aburrida, sin ti.
Christian sonríe.
—¡John! —le reprocha Rhian, ante el regocijo de Christian.
—Rhian, esta es Anastasia, mi prometida. Ana, esta es la esposa de John.
—Encantada de conocer a la mujer que finalmente ha conquistado el corazón de Christian —dice Rhian con amabilidad.
—Gracias —musito yo, nuevamente apurada.
—Esta sí que ha sido una buena bolea, Christian —comenta el doctor Flynn meneando la cabeza, como si no diera crédito. Christian frunce el ceño.
—Tú y tus metáforas de críquet, John. —Rhian pone los ojos en blanco—. Felicidades a los dos, y feliz cumpleaños, Christian. Qué regalo tan maravilloso —me dice con una gran sonrisa.
No tenía ni idea de que el doctor Flynn fuera a estar aquí, ni tampoco Elena. Me ha cogido desprevenida, y me devano los sesos pensando si tengo algo que preguntarle al doctor, aunque no creo que una fiesta de cumpleaños sea el lugar adecuado para una consulta psiquiátrica.
Charlamos durante unos minutos. Rhian es un ama de casa con dos hijos pequeños. Deduzco que ella es la razón de que el doctor Flynn ejerza en Estados Unidos.
—Ella está bien, Christian, responde bien al tratamiento. Dentro de un par de semanas la incorporaremos a un programa para pacientes externos.
El doctor Flynn y Christian están hablando en voz baja, pero no puedo evitar escucharles y desatender a Rhian con cierta descortesía.
—Y ahora mismo vivo entre fiestas infantiles y pañales…
—Eso debe de robarte mucho tiempo.
Me sonrojo y me concentro nuevamente en Rhian, que ríe con amabilidad. Sé que Christian y Flynn están hablando de Leila.
—Pídele una cosa de mi parte —murmura Christian.
—¿Y tú a qué te dedicas, Anastasia?
—Ana, por favor. Trabajo en una editorial.
Christian y el doctor Flynn bajan más la voz; es muy frustrante. Pero se callan en cuanto se les acercan las dos mujeres a las que no conocía de antes: Ros y Gwen, la vivaz rubita a la que Christian presenta como la compañera de Ros.
Esta es encantadora, y no tardo en descubrir que vive prácticamente enfrente del Escala. Se dedica a elogiar la destreza de Christian como piloto. Era la primera vez que volaba en el
Charlie Tango
, y dice que no dudaría en volver a hacerlo. Es una de las pocas mujeres que he conocido que no está fascinada por él… bueno, el motivo es obvio.
Gwen es risueña y tiene un sentido del humor irónico, y Christian parece extraordinariamente cómodo con ambas. Las conoce bien. No hablan de trabajo, pero me doy cuenta de que Ros es una mujer inteligente que no tiene problemas para seguirle el ritmo. También posee una fantástica risa ronca de fumadora empedernida.
Grace interrumpe nuestra placentera conversación para informar a todo el mundo de que en la cocina de los Grey están sirviendo el bufet en que consistirá la cena. Los invitados empiezan a dirigirse hacia la parte de atrás de la casa.
Mia me para en el pasillo. Con su vestido de encaje rosa pálido y sus altísimos tacones, se planta frente a mí como un fantástico árbol navideño. Sostiene dos copas de cóctel.
—Ana —sisea con complicidad.
Yo miro de reojo a Christian, que me deja como diciendo «Que tengas suerte, yo no puedo con ella», y entramos juntas en el salón.
—Toma —dice con aire travieso—. Es un martini de limón, especialidad de mi padre… mucho más bueno que el champán.
Me ofrece una copa y me observa con ansiedad mientras doy un sorbo para probarlo.
—Mmm… delicioso. Aunque un poco fuerte.
¿Qué pretende? ¿Intenta emborracharme?
—Ana, necesito un consejo. Y no se lo puedo pedir a Lily: ella es muy crítica con todo. —Mia pone los ojos en blanco y luego me sonríe—. Tiene muchos celos de ti. Creo que esperaba que un día Christian y ella acabarían juntos.
Mia se echa a reír ante tal absurdo, y yo tiemblo por dentro.
Eso es algo con lo que tendré que lidiar durante mucho tiempo: que otras mujeres deseen a mi hombre. Aparto esa idea inoportuna de mi mente, y me evado centrándome en el tema que ahora nos ocupa. Bebo otro sorbo de martini.
—Intentaré ayudarte. Adelante.
—Ya sabes que Ethan y yo nos conocimos hace poco, gracias a ti.
Me sonríe radiante.
—Sí.
¿Adónde demonios quiere ir a parar?
—Ana… él no quiere salir conmigo —confiesa con un mohín.
—Oh.
Parpadeo extrañada, y pienso: A lo mejor él no está tan encaprichado contigo.
—Mira, no es exactamente así. Él no quiere salir conmigo porque su hermana está saliendo con mi hermano. ¿Sabes?, Ethan considera que todo esto es un poco… incestuoso. Pero yo sé que le gusto. ¿Qué puedo hacer?
—Ah, ya entiendo —musito, intentando ganar algo de tiempo. ¿Qué puedo decir?—. ¿No podéis plantearos ser amigos y daros un poco de tiempo? Quiero decir que acabas de conocerle.
Ella arquea una ceja.
—Mira, ya sé que yo acabo de conocer a Christian, pero… —Frunzo el ceño sin saber qué decir—. Mia, esto tenéis que solucionarlo Ethan y tú, juntos. Yo lo intentaría por la vía de la amistad.
Mia esboza una amplia sonrisa.
—Esa mirada la has aprendido de Christian.
Me ruborizo.
—Si quieres un consejo, pregúntale a Kate. Ella debe de saber algo más sobre los sentimientos de su hermano.
—¿Tú crees?
—Sí —digo con una sonrisa alentadora.
—Fantástico. Gracias, Ana.
Me da otro abrazo y sale corriendo hacia la puerta con aire excitado —e impresionante, dados los tacones que lleva—, sin duda para ir a incordiar a Kate. Bebo otro sorbo de martini, y me dispongo a seguirla, cuando me paro en seco.
Elena entra en la sala con paso muy decidido y expresión tensa y colérica. Cierra la puerta con cuidado y me dirige una mirada amenazadora.
Oh, no.
—Ana —dice con una sonrisa desdeñosa.
Ligeramente mareada después de dos copas de champán y del cóctel letal que llevo en la mano, hago acopio de toda la serenidad de que dispongo. Tengo la sensación de que la sangre ha dejado de circular por mis venas, pero recurro tanto a mi subconsciente como a la diosa que llevo dentro para aparentar tanta tranquilidad e indiferencia como puedo.
—Elena —digo con un hilo de voz, firme pese a la sequedad de mi boca.
¿Por qué me trastorna tanto esta mujer? ¿Y ahora qué quiere?
—Te daría mis felicitaciones más sinceras, pero me parece que no sería apropiado.
Y clava en mí sus penetrantes ojos azules, fríos y llenos de odio.
—Yo no necesito ni deseo tus felicitaciones, Elena. Me sorprende y me decepciona que estés aquí.
Ella arquea una ceja. Creo que parece impresionada.
—No había pensado en ti como en una adversaria digna, Anastasia. Pero siempre me sorprendes.
—Yo no he pensado en ti en absoluto —miento fríamente. Christian estaría orgulloso—. Y ahora, si me disculpas, tengo cosas mucho mejores que hacer en lugar de perder el tiempo contigo.
—No tan deprisa, niñita —sisea, y se apoya en la puerta para bloquearme el paso—. ¿Qué demonios te crees que haces aceptando casarte con Christian? Si has pensado durante un minuto siquiera que puedes hacerle feliz, estás muy equivocada.
—Lo que yo haya consentido hacer o no con Christian no es problema tuyo.
Sonrío dulcemente con sarcasmo. Ella me ignora.
—Él tiene necesidades… necesidades que tú no puedes satisfacer en lo más mínimo —replica con arrogancia.
—¿Qué sabes tú de sus necesidades? —replico. Una sensación de indignación arde en mis entrañas y una descarga de adrenalina recorre mi cuerpo. ¿Cómo se atreve esta bruja asquerosa a sermonearme?—. No eres más que una pederasta enfermiza, y si de mí dependiera te arrojaría al séptimo círculo del infierno y me marcharía tranquilamente. Ahora apártate… ¿o voy a tener que obligarte?
—Estás cometiendo un grave error en este asunto. —Agita frente a mí un largo y esbelto dedo con una manicura perfecta—. ¿Cómo te atreves a juzgar nuestro estilo de vida? Tú no sabes nada, y no tienes ni idea de dónde te estás metiendo. Y si crees que él será feliz con una insulsa cazafortunas como tú…
¡Ya basta! Le tiro a la cara el resto del martini de limón, dejándola empapada.
—¡No te atrevas a decirme tú dónde me estoy metiendo! —le grito—. ¿Cuándo aprenderás que eso no es asunto tuyo?
Me mira horrorizada con la boca abierta y se limpia la bebida pegajosa de la cara. Creo que está a punto de abalanzarse sobre mí, pero de pronto se queda paralizada cuando se abre la puerta.
Christian aparece en el umbral. Tarda una fracción de segundo en hacerse cargo de la situación: yo, pálida y temblorosa; ella, empapada y lívida. Su hermoso rostro se ensombrece, crispado por la rabia, y se coloca entre ambas.
—¿Qué coño estás haciendo, Elena? —dice en un tono glacial y amenazador.
Ella levanta la vista hacia él y parpadea.
—Ella no es buena para ti, Christian —susurra.
—¿Qué? —grita él, y ambas nos sobresaltamos.
No le veo la cara, pero todo su cuerpo está tenso e irradia animosidad.
—¿Tú cómo coño sabes lo que es bueno para mí?
—Tú tienes necesidades, Christian —dice ella en un tono más suave.
—Ya te lo he dicho: esto no es asunto tuyo, joder —ruge.
Oh, no… El furioso Christian ha asomado su no tan espantoso rostro. Va a oírle todo el mundo.
—¿De qué va esto? —Christian se queda callado un momento, fulminándola con la mirada—. ¿Piensas que eres tú? ¿Tú? ¿Crees que tú eres la persona adecuada para mí? —dice en un tono más bajo, pero impregnado de desdén, y de pronto siento deseos de marcharme de aquí. No quiero presenciar este enfrentamiento íntimo. Pero estoy paralizada: mis extremidades se niegan a moverse.
Elena traga saliva y parece como si se obligara a erguirse. Su postura cambia de forma sutil y se convierte en autoritaria. Da un paso hacia él.
—Yo fui lo mejor que te pasó en la vida —masculla con arrogancia—. Mírate ahora. Uno de los empresarios más ricos y triunfadores de Estados Unidos, equilibrado, emprendedor… Tú no necesitas nada. Eres el amo de tu mundo.
Él retrocede como si le hubieran golpeado, y la mira atónito y enfurecido.
—Aquello te encantaba, Christian, no intentes engañarte a ti mismo. Tenías una tendencia autodestructiva de la cual te salvé yo, te salvé de acabar en la cárcel. Créeme, nene, hubieras acabado allí. Yo te enseñé todo lo que sabes, todo lo que necesitas.
Christian se pone pálido, mirándola horrorizado, y cuando habla lo hace con voz queda y escéptica.