Authors: Noah Gordon
Les dijo a Joshua y a Hattie que su madre conocía muchos sitios fantásticos a lo largo del río para ir a pescar, y los invitó a visitar la granja de los Cole para jugar con los corderos. Luego se despidió de ellos y de la abuela. Rachel lo acompañó hasta la puerta.
—Tienes unos hijos maravillosos.
—¿Verdad que si?
—Lamento lo de tu esposo, Rachel.
—Gracias, Chamán.
—Y te deseo mucha suerte en tu próximo matrimonio.
Rachel pareció sorprendida.
—¿Qué próximo matrimonio? -preguntó, en el momento en que su madre bajaba la escalera.
Lillian pasó por el vestíbulo en silencio, pero el rubor de sus mejillas fue como un anuncio.
—Te han informado mal. No tengo planes de matrimonio -respondió Rachel en tono áspero y suficientemente alto para que su madre la oyera. Cuando se despidió de Chamán, estaba pálida.
Esa tarde, mientras regresaba a su casa montando a Boss, divisó una solitaria figura femenina que caminaba lentamente, y al acercarse reconoció la bata azul. Rachel llevaba zapatos resistentes y un viejo sombrero para protegerse la cara del sol. El la llamó, y ella se volvió y lo saludó serenamente.
—¿Puedo caminar contigo?
—Por favor.
Chamán bajó de un salto y caminó delante del caballo.
—No sé qué pretende mi madre contándote que voy a casarme. El primo de Joe ha mostrado cierto interés, pero no vamos a casarnos.
Creo que mi madre me está empujando a los brazos de él porque desea ansiosamente que los niños vuelvan a tener un padre adecuado.
—Parece que hay una conspiración materna. La mía no me contó que habías regresado, y estoy seguro de que lo hizo adrede.
—Es ofensivo que hayan actuado de ese modo -dijo Rachel, y él vio que tenía los ojos llenos de lágrimas-. Piensan que somos tontos. Soy consciente de que tengo un hijo y una hija que necesitan un padre judío. Y sin duda lo último que te interesa a ti es una mujer judía con dos criaturas, que además lleva luto.
El le sonrió.
—Son dos niños hermosos. Y tienen una madre hermosa. Pero es verdad, yo ya no soy un quinceañero encaprichado.
—Pensé en ti muy a menudo después de casarme. Y lamenté que te sintieras herido.
—Lo superé muy pronto.
—Eramos dos criaturas que nos sentimos muy unidos en una época difícil. Yo le temía al matrimonio, y tú eras un amigo fantástico -le sonrió-. Y cuando eras un niño dijiste que matarías al maestro para protegerme. Ahora somos adultos y le has salvado la vida a mi hijo.
—Le puso una mano en el brazo-. Espero que siempre seamos amigos leales. Mientras vivamos, Chamán.
El se aclaró la garganta.
—Oh, sé que lo seremos -dijo con torpeza.
Durante un rato caminaron en silencio, y luego Chamán le preguntó si quería montar a caballo.
—No, prefiero seguir caminando.
—Bien, entonces montaré yo, porque tengo mucho que hacer antes de la hora de la cena. Buenas tardes, Rachel.
—Buenas tardes, Chamán -respondió ella.
Chamán volvió a montar y se alejó, y ella siguió caminando sendero abajo, detrás de él, con paso resuelto.
Pensó que era una mujer fuerte y práctica que tenía el valor de afrontar las cosas como eran, y decidió aprender de ella. Necesitaba la compañía de una mujer. Fue a visitar a Roberta Williams, que padecía "problemas femeninos" y había empezado a beber en exceso. Mientras apartaba la vista del maniquí de las nalgas de marfil, le preguntó a Roberta por su hija y se enteró de que Lucille se había casado con un empleado de correos hacía tres años, y que vivía en Davenport.
—Tiene una criatura cada año. Nunca viene a verme a menos que necesite dinero -le confió Roberta.
Chamán le dejó un frasco de tónico.
Precisamente en el momento de mayor insatisfacción, al llegar a la calle Main fue saludado por Tobías Barr, que iba sentado en su calesa con dos mujeres. Una de ellas era su menuda y rubia esposa, Frances, y la otra la sobrina de Frances, que había llegado de St. Louis para visitarlos. Evelyn Flagg tenía dieciocho años, era más alta que Frances Barr, pero tan rubia como ella, y poseía el perfil femenino más perfecto que Chamán había visto jamás.
—Le estamos mostrando la ciudad a Evie, pensamos que le gustaría ver Holden's Crossing -anunció el doctor Barr-. ¿Has leído Romeo y Julieta, Chamán?
—Si, desde luego.
—Bien, has dicho que cuando conoces una obra te encanta verla representada. Esta semana en Rock Island hay una compañía de teatro, y estamos reuniendo un grupo para ir a verla. ¿Querrás venir con nosotros?
—Me encantaría -afirmó Chamán y le sonrió a Evelyn, que correspondió con una sonrisa deslumbrante.
—Entonces primero tomaremos una cena ligera en casa, a las cinco en punto -especificó Frances Barr.
Se compró una camisa blanca y una corbata de lazo negra, y releyó la obra. Los Barr también invitaron a Julius Barton y a su esposa Rose.
Evelyn llevaba un vestido azul que combinaba muy bien con su pelo rubio. Durante un momento Chamán hizo un esfuerzo por recordar dónde había visto últimamente aquel color azul, y por fin se dio cuenta de que era el mismo de la bata de Rachel Geiger.
La idea que Frances Barr tenía de una cena ligera incluía seis platos.
A Chamán le resultó difícil mantener una conversación con Evelyn.
Cuando él le hacía una pregunta, ella solía contestar con una sonrisa nerviosa y asintiendo o negando con la cabeza. Habló por propia iniciativa en dos ocasiones, una para decirle a su tía que la comida era excelente, y otra mientras comían el postre, para confiarle a Chamán que adoraba los melocotones y las peras, y que tenía la suerte de que maduraban en diferentes épocas, y así no se veía obligada a elegir entre ambos.
El teatro estaba lleno a rebosar y la noche era calurosa como sólo podía serlo una noche de finales del verano. Llegaron momentos antes de que se alzara el telón, porque los seis platos les habían llevado tiempo.
Tobías Barr había comprado las entradas pensando en las necesidades de Chamán. Se sentaron en la zona central de la tercera fila, y apenas habían terminado de acomodarse cuando los actores comenzaron la representación. Chamán miró la obra con unos prismáticos que le permitieron leer el movimiento de los labios perfectamente, y disfrutó. Durante el primer intervalo acompañó al doctor Barr y al doctor Barton fuera de la sala, y mientras hacían cola para usar el retrete que había detrás del teatro coincidieron en que la representación era interesante.
El doctor Barton pensaba que tal vez la actriz que interpretaba a Julieta estaba embarazada. El doctor Barr opinó que Romeo llevaba un braguero debajo de las mallas.
Chamán se había concentrado en los labios de los actores, pero durante el segundo acto observó a Julieta y vio que la suposición del doctor Barton no tenía fundamento. De todos modos, no cabía duda de que Romeo llevaba braguero.
Al final del segundo acto se abrieron las puertas dejando paso a una agradable brisa, y se encendieron las luces. El y Evelyn se quedaron en los asientos e intentaron conversar. Ella dijo que en St. Louis iba al teatro con frecuencia.
—Me parece de lo más inspirador asistir a las obras, ¿a ti no?
—Si, pero voy al teatro en contadas ocasiones -comentó él, distraído.
Curiosamente, Chamán se sentía observado. Con sus prismáticos observó a la gente de los palcos de la izquierda del escenario, y luego los de la derecha. En el segundo palco, a la derecha, vio a Lillian Geiger y a Rachel. Lillian llevaba puesto un vestido de hilo de color castaño con enormes mangas acampanadas de encaje. Rachel estaba sentada debajo de una mpara, lo que la obligaba a espantar con la mano las mariposas que revoloteaban alrededor de la luz, pero le daba a Chamán la posibilidad de examinarla más detenidamente. Llevaba el pelo pulcramente peinado hacia atrás en un brillante moño. Lucía un vestido negro que parecía de seda; Chamán se preguntó cuándo dejaría de llevar luto en público. El vestido no tenía cuello, para aliviar el calor, y era de mangas cortas y ahuecadas. Estudió sus brazos redondos y sus pechos generosos, volviendo siempre a su rostro. Mientras él la estaba mirando, Rachel dejó de hablar con su madre y miró hacia abajo, donde él estaba sentado. Durante un intenso momento observó cómo la miraba a través de los prismáticos, y finalmente apartó la vista, mientras los acomodadores apagaban las lámparas.
El tercer acto pareció interminable. En el momento en que Romeo le decía a Mercucio: "¡Valor, hombre! La herida no será de importancia", se dio cuenta de que Evelyn Flagg intentaba decirle algo. Sintió su ligero y cálido aliento en la oreja mientras ella susurraba, al tiempo que Mercucio respondía: "No; no es tan profunda como un pozo, ni tan ancha como un portal de iglesia; pero basta; producirá su efecto".
Apartó los prismáticos de sus ojos y se volvió hacia la muchachita que estaba sentada a su lado en la oscuridad, desconcertado al pensar que niños tan pequeños como Joshua y Hattie Regensberg podían recordar el principio de la lectura de los labios, y ella no.
—No te oigo.
No estaba acostumbrado a susurrar. Sin duda su voz sonó muy alta, porque el hombre que estaba delante mismo de él, en la segunda fila, se volvió y lo mlró fijamente.
—Discúlpeme -musitó Chamán.
Deseó con toda el alma que esta vez su voz hubiera sonado más suave, y volvió a acercar los prismáticos a sus ojos.
La pesca
Chamán sentía curiosidad por saber qué era lo que permitía a hombres como su padre y George Cliburne dar la espalda a la violencia, mientras otros no podían hacerlo. Sólo unos pocos días después de la sesión de teatro se encontró viajando otra vez a Rock Island, en esta ocasión para hablar con Cliburne sobre pacifismo. Apenas podía creer en la revelación del diario de su padre de que Cliburne era el hombre frío y valeroso que le había llevado esclavos fugitivos y luego los había recogido para conducirlos a otro escondite. El regordete y calvo comerciante de forrajes no tenía aspecto de héroe, ni parecía el tipo de persona que arriesgaría todo por alguien que actuaba en contra de la ley.
Chamán sentía una gran admiración por ese secreto ser inflexible que habitaba el blando cuerpo de tendero de Cliburne.
Cliburne asintió cuando Chamán le planteó su solicitud en la tienda de forrajes.
—Bien, puedes plantearme preguntas sobre el pacifismo y conversaremos, pero supongo que te resultará útil empezar a leer algo sobre el tema -dijo, y le comunicó a su empleado que volvería enseguida. Chamán lo siguió hasta su casa, y poco después Cliburne había seleccionado varios libros y un opúsculo de su biblioteca-. Tal vez, en algún momento, quieras asistir a una Reunión de los Amigos.
En su fuero interno Chamán dudaba de que alguna vez quisiera hacerlo, pero le dio las gracias a Cliburne y regresó a casa con los libros.
Resultaron más bien decepcionantes, porque en su mayor parte hablaban del cuaquerismo. La Sociedad de los Amigos había sido fundada en Inglaterra en el siglo XVII por un hombre llamado George Fox, que creía que "la Luz Interior del Señor" moraba en el corazón de las gentes sencillas. Según los libros de Cliburne, los cuáqueros se ayudaban mutuamente llevando una vida sencilla de amor y amistad. No eran partidarios de credos y dogmas, consideraban la vida como algo sacramental y no observaban una liturgia especial. No tenían clérigos sino que pensaban que los seglares podían recibir al Espíritu Santo, y era fundamental para su religión que rechazaran la guerra y trabajaran en favor de la paz.
Los Amigos eran perseguidos en Inglaterra, y su nombre originalmente era un insulto. Al ser llevado ante un juez, Fox le dijo "tiemblo ante la palabra del Señor", y el juez le llamó "cuáquero". William Penn fundó su colonia en Pensilvania como un refugio para los Amigos ingleses perseguidos, y durante tres cuartos de siglo Pensilvania no tuvo ejército y sólo contó con unos pocos policías.
Chamán se preguntó cómo se las habrían arreglado para ocuparse de los borrachos. Cuando dejó a un lado los libros de Cliburne, tampoco había aprendido mucho sobre el pacifismo ni había sido iluminado por la Luz Interior.
Septiembre se anunció caluroso, pero fue despejado y fresco, y en sus visitas domiciliarias Chamán prefería seguir los senderos que bordeaban el río siempre que le resultaba posible, disfrutando del brillo del sol sobre las aguas en movimiento, y de la esbelta belleza de las aves zancudas, ahora menos numerosas porque muchas ya habían emigrado hacia el sur.
Una tarde cabalgaba lentamente de regreso a casa cuando vio tres figuras conocidas, sentadas bajo un árbol a la orilla del río. Rachel estaba quitando el anzuelo a una presa mientras su hijo sostenía la caña de pescar, y cuando ella dejó caer el aleteante pescado en el agua, Chamán vio la expresión de Hattie y notó que estaba enfadada por algo. Se desvió del camino, en dirección a ellos.
—Hola a todos.
—¡Hola!-exclamó Hattie.
—No nos deja quedarnos con ningún pescado -le informó Joshua.
—Me juego cualquier cosa a que eran bagres -dijo Chamán, y sonrió.
A Rachel nunca le habían permitido llevar bagres a su casa porque no eran kosher, carecían de escamas. El sabía que para un niño lo mejor de la pesca era ver que su familia se comía lo que él había capturado-. Voy todos los días a casa de Jack Damon, porque se encuentra mal. Bueno, ¿conoces ese sitio en que el río traza una curva brusca, cerca de su casa?
Rachel le sonrió.
—¿Ese recodo en el que hay montones de rocas?
—Exacto. El otro día vi algunos chicos que cogían unas hermosas percas más allá de las rocas.
—Te agradezco la información. Mañana los llevaré allí.
Notó que la sonrisa de la pequeña era muy parecida a la de Rachel.
—Bueno, me alegro de veros.
—¡Me alegro de verte!-repuso Hattie.
El los saludó con la mano e hizo girar el caballo.
—Chamán. -Rachel se acercó a él y lo miró-. Si mañana hacia el mediodia vas a casa de Jack Damon, ven a compartir la comida con nosotros.
—Bueno, lo intentaré -respondió.
Al día siguiente, después de aliviar la laboriosa respiración de Jack Damon, cabalgó hasta el recodo del río y enseguida vio la calesa marrón de Lillian y la yegua torda atada a la sombra, sobre la abundante hierba.
Rachel y los niños habían estado pescando cerca de las rocas, y Joshua cogió a Chamán de la mano y lo condujo hasta donde seis percas negras, del tamaño ideal para comerlas, nadaban en un bajío sombreado, con un sedal ensartado en las agallas y atado a la rama de un árbol.