Chamán (82 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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Una mañana de mediados de marzo, Billy Edwards estaba haciendo maniobras con un carro cargado de troncos, intentando que girara la yunta de bueyes que le habían alquilado al joven Mueller. Alden se encontraba detrás del carro, apoyado en su bastón y gritándole instrucciones al atónito Edwards.

—¡Hazlos retroceder, muchacho! ¡Hazlos retroceder!

Billy obedeció. Era lógico suponer que, desde el momento en que le ordenaba que hiciera retroceder el carro, el anciano se había apartado.

Un año antes, Alden podría haber dirigido la operación fácilmente y sin problemas, pero ahora, aunque su mente le decía que se apartara del camino, su enfermedad no permitía que el mensaje pasara a sus piernas con la rapidez suficiente. Un tronco que sobresalía del carro lo golpeó en el costado derecho del pecho con la fuerza de un ariete, arrojándolo a bastante distancia, y quedó tendido sobre el barro lleno de nieve. Billy irrumpió en el dispensario mientras Chamán examinaba a una embarazada llamada Molly Thornwell, que había soportado una larga travesía desde Maine.

—Es Alden. Creo que lo he matado -declaró Billy.

Llevaron a Alden a la casa y lo colocaron sobre la mesa de la cocina.

Chamán le cortó la ropa y lo examinó cuidadosamente.

Con cara pálida, Alex había salido de su habitación y se las había arreglado para bajar la escalera. Miró a Chamán con expresión interrogadora.

—Tiene varias costillas rotas. No podemos atenderlo si se queda en su cabaña. Voy a instalarlo en la habitación de huéspedes, y yo volveré a dormir en nuestra habitación contigo.

Alex asintió. Se apartó y vio cómo Chamán y Billy llevaban a Alden a la planta alta y lo metían en la cama.

Un rato más tarde, Alex tuvo por fin la oportunidad de prestarle sus oídos a Chamán. Escuchó atentamente los sonidos del pecho de Alden e informó a Chamán de lo que oía.

—¿Se pondrá bien?

—No lo sé -respondió Chamán-. Parece que los pulmones no han sufrido daño. Unas costillas rotas pueden ser bien toleradas por una persona fuerte y saludable. Pero a la edad de él, y con los problemas de su enfermedad…

Alex asintió.

—Yo me quedaré a su lado y lo cuidaré.

—¿Estás seguro? Puedo pedirle a la madre Miriam que me envíe unas enfermeras.

—Por favor, me gustaría hacerlo -le insistió Alex-. Tengo un montón de tiempo.

Así que además de los pacientes que depositaban su confianza en Chamán, éste tenía dos miembros de su propia casa que lo necesitaban.

Aunque era un médico sensible, descubrió que cuidar a los seres queridos no era lo mismo que cuidar a otros pacientes. Existía una urgencia especial con respecto a la responsabilidad y la preocupación cotidianas.

Cuando volvía a casa a toda prisa, al final de la jornada, las sombras parecían más largas y oscuras.

Pero había momentos deliciosos. Una tarde tuvo la dicha de que Joshua y Hattie fueran solos a visitarlo. Era la primera vez que recorrían el Camino Largo sin compañía, y se mostraron solemnes y serios cuando le preguntaron a Chamán si podía disponer de un rato para jugar. Se sintió feliz y honrado de salir a pasear con ellos por el bosque durante una hora. Descubrieron las primeras flores y las huellas de un venado.

Alden tenía fuertes dolores. Chamán le dio morfina, pero la droga preferida de Alden era la que se destilaba a partir de cereales.

—De acuerdo, dale whisky -le dijo a Alex-, pero con moderación. ¿Comprendido?

Alex asintió e hizo lo que Chamán le indicaba. La habitación llegó a tener el olor a whisky característico de Alden, pero el anciano sólo podía beber cincuenta centímetros cúbicos al mediodía y la misma cantidad por la noche.

A veces Sarah y Lillian sustituían a Alex en la tarea de cuidar a Alden. Una noche Chamán ocupó el puesto; se sentó junto a la cama del anciano a leer una publicación de medicina que le había llegado desde Cincinnati. Alden estaba inquieto; dormía y se despertaba agitado.

Cuando estaba semidormido, refunfuñaba y conversaba con personas invisibles, revivía conversaciones sobre la granja, con Doug Penfield, maldecía a los depredadores que atacaban a los corderos. Chaman estudió el rostro viejo y arrugado, los ojos cansados, la enorme nariz roja con sus fosas peludas, y pensó en el Alden que había visto por primera vez, un hombre fuerte y capaz, el ex luchador de ferias que había enseñado a los niños Cole a usar los puños.

Alden fue serenándose y durmió profundamente durante un rato.

Chamán aprovechó para leer un artículo sobre fracturas infantiles.

Cuando empezaba a leer otro sobre cataratas, levantó la vista y vio que Alden lo miraba serenamente, con la expresión despejada de un breve momento de lucidez.

—Mi intención no era que él te matara. Sólo pensé que te daría un susto -dijo Alden.

70

Un viaje a Nauvoo

Al compartir de nuevo la habitación, Chamán y Alex se sentían niños de nuevo. Aún en la cama pero despierto, un amanecer Alex encendió la lámpara y le describió a su hermano los sonidos de la primavera que empezaba a desatarse: la explosión exuberante del canto de los pájaros, la tintineante impaciencia de los arroyos que comenzaban a precipitarse en dirección al mar, el rugido estrepitoso del río, el estallido chirriante de los enormes bloques de hielo que chocaban entre si. Pero Chamán no estaba de humor para contemplar la naturaleza.

En lugar de eso, reflexionó sobre la naturaleza del ser humano. Recordó cosas y añadió la suma de los acontecimientos que de pronto podían relacionarse de forma significativa. más de una vez se levantó en plena noche de la cama y caminó silenciosamente por la casa para consultar el diario de su padre.

Y atendía a Alden con un cuidado especial y una especie de ternura fascinada, una vigilancia nueva y fría. A veces miraba al anciano como si lo estuviera viendo por primera vez.

Alden seguía sumido en un semisueño inquieto. Pero una noche, cuando Alex le colocó el estetoscopio, abrió los ojos desorbitada mente.

—Oigo un ruido nuevo…, como si cogieras dos mechones de pelo y los frotaras entre los dedos.

Chamán asintió.

—Eso se llama estertor.

—¿Y qué significa?

—Que algo no va bien en sus pulmones.

El 9 de abril, Sarah Cole y Lucian Blackmer se casaron en la Primera Iglesia Baptista de Holden's Crossing. La ceremonia fue oficiada por el reverendo Gregory Bushman, cuyo púlpito de Davenport ocuparía Lucian. Sarah se puso su mejor vestido gris, que Lillian había alegrado agregándole un cuello y unos puños de encaje blanco que Rachel había terminado de hacer el día anterior.

El señor Bushman habló muy bien, evidentemente encantado de casar a un pastor y hermano en Cristo. Alex le informó a Chamán de que Lucian pronunciaba su promesa solemne en el tono confiado de un pastor, y Sarah pronunciaba la suya en voz suave y trémula. Cuando concluyó la ceremonia y ambos se volvieron, Chamán vio que su madre sonreía debajo del corto velo.

Después del servicio, los feligreses se trasladaron a casa de los Cole.

Casi todos los asistentes a la reunión llegaron con una fuente tapada pero Sarah y Alma Schroeder habían cocinado, y Lillian había horneado diversos platos durante toda la semana. La gente no paraba de comer y Sarah estaba radiante de alegría.

—Hemos agotado todos los jamones y embutidos de la despensa. Esta primavera vaís a tener que hacer otra matanza -le dijo a Doug.

—Será un placer, señora Blackmer -respondió Doug en actitud galante, y fue la primera persona que la llamó por ese nombre.

Cuando se fue el último invitado, Sarah cogió la maleta y besó a sus hijos. Lucian la llevó en su calesa hasta la casa parroquial, que abandonarían pocos días después para trasladarse a Davenport.

Un rato más tarde, Alex abrió el armario del vestíbulo y cogió la pierna postiza. Se la ató sin pedir ayuda. Chamán se sentó en su estudio a leer algunas publicaciones médicas. Alex pasaba cada minuto aproximadamente junto a la puerta abierta mientras recorría el pasillo arriba y abajo con paso vacilante. Chamán podía sentir el impacto de la pierna postiza que se elevaba demasiado y luego descendía, e imaginaba el dolor que cada paso le producía a su hermano.

Cuando entró en el dormitorio, Alex ya se había quedado dormido El calcetín y el zapato aún estaban en la pierna, y ésta se encontraba en el suelo, junto al zapato derecho de Alex, como si ése fuera su sitio habitual.

A la mañana siguiente, Alex se puso la pierna postiza para ir a la iglesia, como regalo de bodas para Sarah. Los hermanos nunca asistían a la iglesia, pero su madre les había pedido que ese domingo estuvieran presentes como parte de la ceremonia de la boda, y no le quitó los ojos de encima a su primogénito, que avanzaba por la nave hasta el banco de la primera fila que pertenecía a la familia del pastor. Alex se apoyaba en un bastón de fresno que Rob J. guardaba para prestar a sus pacientes. A veces arrastraba la pierna postiza, otras la levantaba demasiado. Pero no se tambaleó ni se cayó, y avanzó a ritmo regular hasta llegar junto a Sarah.

Ella se sentó entre sus dos hijos y observó a su nuevo esposo, que dirigía a los fieles en las oraciones. Cuando llegó el momento del sermón, el pastor comenzó dando las gracias a aquellos que se habían sumado a la celebración de sus nupcias. Dijo que Dios lo había llevado hasta Holden's Crossing y que ahora Dios lo conducía a otro sitio y daba las gracias a todos aquellos que habían contribuido a que su ministerio significara tanto para él.

En el momento en que se disponía a mencionar el nombre de algunas personas que lo habían ayudado a realizar la obra del Señor, una serie de sonidos empezaron a entrar por las ventanas entreabiertas de la iglesia. Primero se oyeron unos débiles vitores que enseguida se hicíeron más audibles. Una mujer chilló y luego hubo varios gritos roncos.

En la calle alguien lanzó un disparo.

De súbito se abrió la puerta de la iglesia y entró Paul Williams. Echó a correr por la nave central hasta llegar junto al pastor, a quien le susurró algo en tono apremiante.

—Hermanos y hermanas-anunció Lucian. Al parecer tenía problemas para articular las palabras-. En Rock Island se ha recibido un telegrama… Robert E. Lee rindió su ejército al general Grant en el día de ayer.

Un murmullo invadió toda la iglesia. Algunos se pusieron de pie.

Chamán vio que su hermano se echaba hacia atrás en el banco, con los ojos cerrados.

—¿Qué significa, Chamán? -preguntó su madre.

—Significa que por fin todo ha terminado, mamá -le informó Chamán.

Durante los cuatro días siguientes, Chamán tuvo la impresión de que la gente estaba borracha de paz y esperanza. Incluso los enfermos graves sonreían y decían que habían llegado mejores tiempos, y había entusiasmo y risas, y también pesar porque todos conocían a alguien que no había regresado.

Aquel jueves, cuando regresó de hacer su ronda de visitas, encontró a Alex rebosante de optimismo y al mismo tiempo nervioso, porque Alden mostraba unos síntomas que lo desconcertaban. El anciano tenía los ojos abiertos y estaba consciente. Pero Alex comentó que los estertores se percibían con más claridad.

—Y me parece que tiene fiebre.

—¿Tienes hambre, Alden? -le preguntó Alex.

Alden lo miró fijamente pero no respondió. Chamán le había indicado a Alex que incorporara al anciano y le dieron un poco de caldo, pero resultó difícil debido a que el temblor se había acentuado. Llevaban varios días dándole únicamente gachas, porque Chamán temía que aspirara los alimentos en sus pulmones.

En realidad Chamán podía darle pocos medicamentos que le hicieran bien. Colocó trementina en un cubo de agua hirviendo y cubrió el cubo y la cara de Alden con una manta. Alden aspiró el vapor durante un buen rato y acabó tosiendo tanto que Chamán retiró el cubo y no volvió a intentar el tratamiento nunca más.

El agridulce júbilo de aquella semana se convirtió en horror el viernes por la noche, cuando Chamán recorrió la calle Main. Su primera impresión fue que corría la noticia de una horrible catástrofe. La gente se reunía en pequeños grupos y hablaba. Vio que Anna Wiley lloraba reclinada contra una columna del porche de su pensión. Simeon Cowan, el esposo de Dorothy Burnham Cowan, estaba sentado en su carretón con los ojos entrecerrados y los labios apretados entre su dedo indice y su gordo pulgar.

—¿Qué ocurre? -le preguntó Chamán a Simeon.

Estaba seguro de que la paz había concluido.

—Abraham Lincoln ha muerto. Anoche un fanático le disparó en un teatro de Washington.

Chamán se negó a aceptar semejante noticia, pero desmontó y recibió la confirmación de varias personas. Aunque nadie conocía los detalles, era evidente que la noticia era cierta, y Chamán regresó a casa y se la comunicó a Alex.

—El vicepresidente ocupará su lugar -anticipó Alex.

—Sin duda Andrew Johnson ya ha prestado juramento.

Se quedaron sentados en la sala durante un rato, en silencio.

—¡Pobre país! -dijo Chamán finalmente.

Era como si Estados Unidos fuera un paciente que había luchado arduamente y durante mucho tiempo para sobrevivir a la más terrible delas plagas, y ahora cayera estrepitosamente por un acantilado.

Fueron tiempos de tristeza. Cuando hacia sus visitas domiciliarias, Chamán sólo veía rostros sombríos. Todas las tardes sonaba la campana de la iglesia. Un día Chamán ayudó a Alex a montar y Alex salió a cabalgar; era la primera vez que montaba desde que se produjera su captura. Al regresar le contó a Chamán que el tañido de las campanas llegaba hasta el final de la pradera, y su sonido era triste y solitario. Sentado junto a la cama de Alden después de la medianoche, Chamán levantó la vista de la lectura y vio que el anciano lo miraba fijamente.

—¿Quieres algo, Alden?

El viejo sacudió la cabeza de forma casi imperceptible.

Chamán se inclinó sobre él.

—Alden, ¿recuerdas aquella vez en que mi padre salía del granero y alguien le disparó a la cabeza, y tú fuiste a registrar el bosque y no en contraste a nadie?

Alden no parpadeó.

—Tú disparaste a mi padre con el rifle.

Alden se pasó la lengua por los labios.

—Disparé para no darle…, para asustarlo…

—¿Quieres agua?

En lugar de responder, Alden preguntó:

—¿Cómo llegaste a saberlo?

—Mientras dormías dijiste algo que me ayudó a entender un montón de cosas. Lo mismo que cuando me animaste a que fuera a Chicago para buscar a David Goodnow. Sabías que él estaba absolutamente loco, y que no hablaba. Y que yo no me enteraría de nada.

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