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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (22 page)

BOOK: Césares
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Mientras, Augusto seguía esforzándose en la promoción pública de sus nietos, acumulando sobre sus personas y, en especial, sobre el mayor de ambos, Cayo, honores, privilegios y magistraturas. Cayo César emprendía un largo viaje que, desde el Danubio y los Balcanes, lo llevó hasta Oriente, donde fue presentado ante provincias y ejércitos como presunto heredero de Augusto, mientras Tiberio permanecía en Rodas frente a un incierto destino. Ocho años pasó Tiberio lejos de Roma, hasta que el
princeps
, con el consentimiento de Cayo, le permitió regresar en 2 d.C., aunque sólo como ciudadano particular, apartado de los honores y del poder y enfrentado a un porvenir oscuro y precario. Ni siquiera la muerte, el mismo año, del menor de los nietos de Augusto, Lucio, torció la voluntad del
princeps
. Pero, una vez más, la fortuna iba a venir en ayuda de Tiberio, al tiempo que asestaba otro duro mazazo sobre Augusto. Cayo, el nieto superviviente, tras una satisfactoria misión diplomática en Partia y cuando dirigía una operación militar en Armenia, recibió una herida que acabaría poco después con su vida, el 21 de febrero del año 4 d.C.

Todavía le quedaba a Augusto un descendiente varón. En el año 12 a.C., recién muerto Agripa, Julia había dado a luz un hijo, que fue llamado Marco Agripa en honor al padre, y que es comúnmente conocido, por las circunstancias de su nacimiento, como Agripa Póstumo. Tenía, pues, a la sazón dieciséis años, pero se trataba al parecer de un niño inmaduro, incapaz de asumir responsabilidades serias. No obstante, Augusto aún podía abrigar esperanzas de descendencia de su sangre gracias a su nieta Agripina, la hija de Agripa y Julia, nacida el año 14 a.C. Los lazos matrimoniales, una vez más, estrecharían el círculo de la familia imperial. Cuando Augusto tomó a Livia por esposa, ella estaba encinta de Druso, hermano, pues, de Tiberio. Educado en la casa del
princeps
, había sido un joven enormemente popular. Excelente comandante, luchó en los Alpes y en Germania, y Augusto consideró durante un tiempo la posibilidad de nombrarlo su sucesor. Se había casado con Antonia la Menor, hija de Marco Antonio y de la hermana de Augusto, Octavia, y tuvo dos hijos: Germánico, el mayor, y Claudio, el futuro emperador. Pero una caída de caballo acabó con su vida en el año 9 a.C. Germánico había heredado las cualidades del padre: apuesto y valeroso, le resultaba fácil atraer las simpatías de su entorno. Augusto, tras la muerte de Cayo César, pensó en casarlo con Agripina. Pero era todavía demasiado joven para hacer recaer sobre su persona la responsabilidad de llevar sobre sus hombros el peso del incipiente principado, en caso de muerte repentina de Augusto, que ya tenía sesenta y cinco años de edad. Por ello, y a despecho de sus sentimientos, recurrió de nuevo a Tiberio, otra vez como solución de compromiso, puesto que si bien lo adoptó, hizo lo propio con el hermano superviviente de Cayo y Lucio,Agripa Póstumo.Todavía más: Tiberio, aunque ya padre de un hijo, al que llamó Druso en honor de su hermano muerto, se vio obligado a adoptar a su vez a su sobrino Germánico, que al año siguiente, efectivamente, desposó a Agripina.

Agripina sería la única hija de Agripa y Julia que escapara al trágico destino que se cebó, uno a uno, en sus cuatro hermanos. Póstumo, aunque también adoptado por Augusto, no había recibido los honores y privilegios de sus hermanos. El historiador Tácito culpa a Livia de esta posposición, al asumir, en los últimos diez años de vida de Augusto, un papel clave que iba a utilizar en beneficio de su hijo Tiberio. Pero también es cierto que Póstumo, como hijo adoptivo de Augusto, pero aún inmaduro, se convirtió a su pesar en polo de atracción de intereses y ambiciones que podían estorbar el pacífico traspaso de poderes a la muerte del
princeps
. No sabemos la parte de verdad que hay en los rumores que corrían sobre su carácter altivo y depravado, sus problemas personales y mentales, su brutalidad y violencia. En cualquier caso, Augusto, fríamente como en tantas otras ocasiones, decidió eliminarlo políticamente, y lo desterró, después de anular la adopción, a Planasia, un islote cercano a la isla de Elba, bajo vigilancia militar. La mano de Livia habría sido decisiva en la manipulación descarada de su anciano marido, al decir de Tácito. Hay quien ve en este destierro la drástica reacción de Livia contra los simpatizantes del clan de los julios, que apoyaban la sucesión de Póstumo, como nieto directo de Augusto, frente a los Claudios, representados por Livia y su hijo Tiberio. La hipótesis es verosímil si tenemos en cuenta el destierro, poco después, de la hermana de Póstumo, la joven Julia, en pos del triste destino de su madre. No sabemos mucho de las circunstancias que causaron su desgracia. La condena fue por adulterio y el lugar del destierro Trimerus, un islote de la costa de Apulia, donde pasó el resto de sus días, hasta su muerte en el año 28. La acusación fue, como para su madre, de adulterio e inmoralidad. Augusto fue tremendamente severo con su nieta, hasta el punto de ordenar demoler su residencia en Roma y prohibir que sus cenizas, cuando muriera, fueran depositadas en su mausoleo. Según Suetonio, incluso «le prohibió reconocer y criar al niño que dio a luz poco tiempo después de su destierro». Estas desgracias familiares golpearon duramente al
princeps
. Cuenta Suetonio que «cuando hablaban en su presencia de Póstumo o de alguna de las Julias, exclamaba siempre suspirando: "Dichoso el que vive y muere sin esposa y sin hijos"; y llamaba siempre a los suyos sus tres tumores o sus tres cánceres». Puede que también Julia hubiese concentrado en torno a su persona a un grupo de intrigantes, que Augusto consideró que podían amenazar su obra. Con su marido, Emilio Paulo, y su supuesto amante, junio Silano, también arrastró en su caída a otros personajes, como el poeta Ovidio, desterrado a una lejana localidad del mar Negro.

Ya no le quedaban a Tiberio ni a su ambiciosa madre estorbos de la
gens Iulia
que pudieran entorpecer el camino de los Claudios hacia el poder. En el año 13, Tiberio, con la prórroga de los poderes tribunicios y el otorgamiento de un
imperium
proconsulare
maius
semejante al de Augusto, adquiría una posición prácticamente inexpugnable. Apenas le quedaban ya a Augusto unos meses de vida, en los que, de hacer caso a las fuentes, Livia habría representado un papel central y siniestro. Temerosa de que el
princeps
volviera sobre sus pasos, privando a Tiberio de sus privilegios, habría provocado el desenlace fatal, envenenando los frutos que todavía quedaban en una higuera bajo la cual Augusto tenía la costumbre de tumbarse y coger los higos con su propia mano. Unos días antes había acompañado a Tiberio, que partía para hacerse cargo del ejército estacionado de Iliria, a Benevento, pero al sentirse mal durante el trayecto, pidió ser llevado a su finca de Nola, en la bahía de Nápoles. El fallecimiento tuvo lugar el 19 de agosto del año 14 d.C. Augusto conservó la lucidez hasta los últimos momentos, afrontando la muerte con serenidad. Así relata Suetonio sus últimas horas:

El día de su muerte… pidió un espejo y se hizo arreglar el cabello para disimular el enflaquecimiento del rostro. Cuando entraron sus amigos, les dijo: «¿Os parece que he representado bien esta farsa de la vida?». Y añadió luego en griego la sentencia con que terminan las comedias: «Si os ha gustado, batid palmas y aplaudid al autor». Mandó después retirarse a todos… y expiró de súbito entre los brazos de Livia, diciéndole: «Livia, vive y recuerda nuestra misión; adiós». Su muerte fue tranquila y como siempre la había deseado.

Sus prudentes medidas habían dejado resuelta la transmisión del poder, y el Senado se vio frente a un hecho irrevocable, que sólo el propio Tiberio habría podido modificar. El 17 de septiembre, el Senado, en sesión solemne, tras decidir la inclusión de Augusto entre los dioses, transmitía a Tiberio todos los poderes. Se había asegurado así la continuidad y, de un caudillaje excepcional, se había desarrollado como orden estatal una nueva forma de monarquía: el principado.

La nueva administración Imperial

L
a restauración de la
res publica
puso a Augusto ante una contradicción: la necesidad de devolver al Senado, con su prestigio secular, sus poderes constitucionales, y la exigencia de convertirlo al mismo tiempo en instrumento a su servicio. Augusto no podía prescindir del orden senatorial como guardián de la legitimidad del poder, ni de la experiencia de sus miembros para la ingente tarea de administración del imperio. Así, abrió a sus miembros la participación en el gobierno, a título individual, haciendo depender carrera y fortunas de las relaciones personales con el
princeps
. Un cuerpo político, que, como asamblea, había dirigido el Estado, quedó relegado de este modo a cantera de provisión de los altos cargos administrativos del imperio. Pero conservó, al menos, su espíritu de cuerpo y un significado real en la gestión del Estado, aunque subordinado de hecho a la voluntad del
princeps
.

El Senado al que Augusto devolvió la
res publica
en el año 27 a.C. poco tenía en común con la vieja asamblea republicana. En los horrores de las guerras civiles, habían desaparecido muchos representantes de la
nobilitas
tradicional, y los escaños de la cámara fueron llenados con gente nueva, procedente de la aristocracia municipal italiana y de los defensores y colaboradores del régimen. La lista de senadores, que Augusto revisó tres veces a lo largo de su gobierno, significó prácticamente una nueva constitución del Senado, que quedó fijado en seiscientos miembros. Una serie de medidas trataron de incrementar el prestigio económico y social del orden: elevación del censo mínimo exigido a los senadores de cuatrocientos mil a un millón de sestercios, magnífica ocasión, por otra parte, de ganarse la devoción de senadores empobrecidos, con ayudas económicas; la concesión del derecho a usar el
latus clavus
, la ancha franja de púrpura en la toga, como distintivo del estamento, y, sobre todo, medidas morales, destinadas, mediante una legislación reaccionaria, a devolver al Senado las virtudes que habían marcado tradicionalmente la pauta ética de la sociedad romana. Los ideales propagados por esta legislación, especialmente dirigida contra el adulterio, el divorcio, la soltería y el control de natalidad en los estamentos dirigentes, apenas podían tener éxito en una sociedad que marchaba desde muchas generaciones atrás por el camino contrario, y su fracaso como instrumento de planificación social fue una prueba de las contradicciones en las que habría de debatirse, a lo largo del principado, el estamento superior de la sociedad romana, contradicciones que eran, en buena parte, consecuencia directa del propio régimen. Augusto nunca pudo escapar, por necesidad política o por convicción interna, a una obsesiva preocupación por la legitimación de su poder, que sólo el Senado podía otorgar. Y con ello perpetuó durante siglos la grotesca ficción de un poder ilegítimo, apoyado de facto en el control del ejército, que, no obstante, se veía necesitado, a cada cambio de su titular, de obtener la legitimación del estamento senatorial. El Senado aceptó el juego y, aunque sus miembros hubieron de pagar este dudoso honor con sangre y humillaciones, jamás renunciaron como corporación a proclamarse fuente de legalidad.

Al lado de los senadores, también el segundo estamento privilegiado de la sociedad romana, el orden ecuestre, fue llamado a participar en las tareas públicas. Los caballeros constituían una fuerza económica y social, que el fundador del principado creyó conveniente reorganizar para su mejor control y para su utilización al servicio del Estado. Augusto convirtió el orden ecuestre en una corporación, en la que incluyó a unos cinco mil miembros, con carácter vitalicio, y atribuyó a estos caballeros un buen número de funciones en la recién creada administración del imperio. Continuaron abiertos para los caballeros muchos de los puestos de oficiales en el ejército, pero también la dirección de nuevos cuerpos de elite creados por el
princeps
(prefecturas). En la administración civil, se confió a los caballeros una serie de encargos (
procuratelas
) que, aumentados continuamente en número e importancia, terminaron por ser competencia exclusiva del estamento. Estos encargos, en un principio, estaban en relación con el patrimonio del
princeps
, pero luego se extendieron también a los bienes públicos. De este modo, los
procuratores
recorrieron un camino que los transformó, de simples empleados privados del emperador, en funcionarios del Estado.

Las líneas maestras de la administración imperial significaron, pues, un compromiso entre las formas de gobierno republicanas y la sustancia monárquica del principado, compromiso fuertemente desequilibrado a favor del portador del poder real, el emperador. En general, la política administrativa de Augusto se fundó en el debilitamiento de las magistraturas republicanas y en la simultánea creación de una administración paralela, confiada cada vez más al orden ecuestre. Las magistraturas no fueron abolidas, pero perdieron en gran medida su valor político: se trató de una restauración del orden conservador y aristocrático del Estado, al servicio del
princeps
. Aunque los magistrados continuaron siendo elegidos por las asambleas
populares
, fueron, de hecho, propuestos por el emperador a través de diversos expedientes. Al debilitamiento de las magistraturas correspondió como contrapeso el desarrollo de un sistema de administración, prácticamente inexistente en época republicana, para Roma, Italia y las provincias, fundado sobre una burocracia de servicio, en la que a cada clase o estamento le fueron confiadas unas tareas precisas.

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