Ese día, cuando los Danzarines Rostro que lo vigilaban le dijeron que se tendiera en una mesa diferente, no se molestó en disimular una amplia sonrisa. Parecía que sus sonrisas les ponían muy nerviosos.
Vladimir no cooperaba para complacer a Khrone, pero sentía una gran curiosidad por acceder a los recuerdos del barón Harkonnen histórico. Estaba seguro de que de ellos podía sacar muchas ideas excelentes para divertirse. Por desgracia, el hecho de que quisiera recuperar sus recuerdos, sumado al perverso placer que sentía con el dolor que le infligían, era un impedimento.
Mientras esperaba, miró aquella cámara carcelaria con paredes de piedra del castillo restaurado, imaginando cómo fue en la antigüedad. Seguramente los Atreides la hicieron soleada y luminosa, aunque quién sabe si algún duque olvidado no la había usado para torturar a Harkonnen cautivos.
Sí, Vladimir podía imaginar los instrumentos que utilizaban.
Sondas electrónicas que penetraban en los cuerpos vivos, instrumentos perforadores que buscaban y destruían órganos específicos. Arcaicos, anticuados y efectivos…
Cuando Khrone entró en la sala, su rostro normalmente plácido mostraba pequeñas señales de tensión en torno a los ojos y la boca.
—En nuestra última sesión estuviste a punto de morir. Demasiado estrés cerebral. Tendré que calibrar mejor tus límites.
—Oh, debió de ser terrible para ti —dijo el joven con sarcasmo, y suspiró con exageración—. Si para restaurar mis recuerdos se necesita tanto dolor como para matarme, todos tus esfuerzos habrían sido en vano. ¿Qué hacemos, eh? ¿Qué hacemos?
El Danzarín Rostro se inclinó sobre él.
—Lo verás enseguida.
Vladimir oyó sonido de maquinaria, algo que claqueteaba y llegaba sobre ruedas a la habitación. Se acercó hacia su cabeza por detrás, pero permaneció fuera de su campo de visión. La expectación y el miedo eran deliciosos. ¿Qué haría Khrone diferente esta vez?
Por el sonido, seguramente la máquina estaba justo detrás, pero no se detuvo. Vladimir volvió la cabeza a un lado y a otro y vio una cámara cilíndrica con gruesas paredes que lo engullía, como una ballena. Era como una tubería muy grande o una unidad médica de diagnóstico. O un ataúd.
Vladimir sintió un ramalazo de placer mientras trataba de adivinar qué sería aquello. ¡Una caja de Agonía de cuerpo entero! Los Danzarines Rostro debían de haberla construido especialmente para que él viviera una experiencia más íntima. El joven sonrió, pero no preguntó para no estropear la sorpresa. Desde fuera, Khrone observaba con una expresión ininteligible mientras la mesa entera entraba en la cámara. Los feos observadores de parches también estaban allí, pero nadie hablaba.
La tapa del extremo de la máquina se cerró y se selló con un siseo. Vladimir notó que los oídos se le taponaban por el cambio en la presión. La voz de Khrone le llegó a través de un sistema de megafonía con sonido metálico.
—Estás a punto de experimentar una variante de los procesos utilizados por los antiguos maestros tleilaxu para desarrollar a sus mentat torcidos.
—Ah, en una ocasión tuve a un mentat torcido. —Vladimir rió con una genuina falta de miedo—. ¿Me vas a explicar cómo funciona el aparato o prefieres que lo pruebe directamente?
En el interior del cilindro la iluminación se apagó y lo dejó en una completa oscuridad. ¡Sí, aquello era distinto!
—¿Crees que me da miedo la oscuridad? —gritó, pero las paredes del cilindro estaban revestidas con una sustancia que absorbía los sonidos y se tragaba incluso el susurro de un eco. Vladimir no veía nada.
A su alrededor percibía un leve zumbido, y la sensación de ingravidez era cada vez más acusada. La mesa de debajo de su cuerpo desapareció; ya no la sentía contra su espalda. Estaba en un campo suspensor que lo mantenía perfectamente equilibrado e inmóvil; no veía ni sentía nada. Allí dentro la temperatura era perfecta, no hacía ni frío ni calor. Y entonces también desapareció el leve zumbido, y se hizo un silencio tan absoluto que solo quedó el ligero pitido de sus oídos, y después ni eso.
—¡Qué aburrimiento! ¿Cuándo va a empezar?
La oscuridad se prolongó, acompañada del silencio, su compañero. Vladimir no sentía nada, no podía moverse.
El joven hizo un sonido algo rudo.
—¡Esto es ridículo! —Khrone todavía no comprendía los entresijos del sadismo—. Juegas con mi cuerpo para llegar a mi mente y con mi mente para llegar a mi cuerpo, retuerces, contorsionas. ¿Es eso todo lo que tienes?
Diez minutos más tarde —¿o sería una hora?— seguía sin recibir respuesta.
—¿Khrone?
No pasaba nada. Estaba bastante cómodo, desprovisto de cualquier sensación.
—¡Estoy listo! ¡Pórtate lo peor que sepas!
Khrone no contestó. No hubo dolor. Nada. Debían de estar tratando de llevar su expectación a niveles febriles. Se humedeció los labios. Sí, seguro que empezarían enseguida.
Pero Khrone lo dejó en aquel aislamiento e ingravidez durante una eternidad.
Vladimir trataba de aferrarse al recuerdo de sensaciones anteriores, pero se escabullían y se desvanecían en su mente. En un esfuerzo por recuperar su pensamiento, siguió una senda mental y se vio transportado por un conducto neural a lo más profundo de su cerebro, a un dominio de oscuridad total. Las experiencias que buscaba eran como cabezas de alfiler de luz allí delante, y él nadaba tratando de alcanzarlas. Pero ellas eran más rápidas y no podía atraparlas.
Pasó otra eternidad.
¿Horas? ¿Días?
No sentía nada. Absolutamente nada. Vladimir no quería estar allí. Quería salir a la luz de la vida de ghola que tenía antes de que empezara aquello. Pero no podía. ¡Era una trampa!
Con el tiempo, gritó. Al principio, solo fue para hacer ruido, para perturbar aquel vacío palpitante. Luego gritó de verdad. Y una vez empezó ya no pudo parar.
Y aun así, el silencio continuaba. Vladimir forcejeaba, se debatía, pero el campo le impedía moverse. No podía respirar. No podía oír.
¿Le habrían cegado los Danzarines Rostro de algún modo? ¿Le habrían dejado sordo?
Vladimir se mojó, y por unos instantes aquella sensación fue una revelación, pero se desvaneció enseguida. Y quedó solo en la oscuridad, vacía, silenciosa. Necesitaba sensaciones, estímulos, dolor, interacción, placer. ¡Lo que fuera!
Finalmente, notó un cambio gradual a su alrededor. Luz, sonidos, olores inexistentes que empezaban a penetrar y llenaban gradualmente el universo estigio, convirtiéndolo en algo distinto.
Incluso el destello más ínfimo era como una explosión. Con este catalizador, los sentidos se desbordaron en su mente consciente e inconsciente, llenando cada cavidad. Y el dolor, un dolor mental que hacía que se sintiera como si la cabeza le fuera a estallar.
Volvió a gritar. Esta vez el dolor no le produjo ninguna semblanza de placer.
La vida entera del barón Vladimir Harkonnen penetró en el cuerpo del ghola con la sutileza de una avalancha. Recuperó cada pensamiento y cada experiencia, todo hasta el momento de su primera muerte en Arrakis. Vio a la pequeña Alia clavándole una aguja envenenada, el gom jabbar…
Su universo interior se expandió y volvió a oír voces. Ahora estaba fuera de la cámara, le habían sacado de aquella especie de ataúd.
El barón se sentó con indignación, complacido y sorprendido al notar aquel cuerpo más joven. Parecía algo rechoncho por un exceso de caprichos, pero estaba lejos del abotagamiento y la debilidad de la enfermedad que Mohiam le había causado. Se miró a sí mismo, sonrió a los Danzarines Rostro.
—¡Aja! Lo primero que quiero es un buen guardarropa. Y luego quiero ver a ese mocoso Atreides que habéis creado para mí.
Khrone se acercó, con expresión inquisitiva.
—¿Tenéis acceso a todos vuestros recuerdos, barón?
—¡Por supuesto! El barón Harkonnen ha vuelto. —Deambuló por su pensamiento, reafirmándose al ver todas las cosas que había logrado en su gloriosa vida original. Estaba encantado de volver a ser él mismo.
Pero en lo más profundo de su cerebro, acechando en el fondo de su mente, intuía que algo iba mal, algo que escapaba a su control.
Una presencia no deseada se había unido a él en su mente, haciendo autoestop con sus recuerdos.
Hola, abuelo,
dijo la voz de una niña. Y rió tontamente.
La cabeza del barón se sacudió. ¿De dónde había salido aquello? No la veía.
¿Me has añorado, abuelo?
—¿Dónde estás?
Donde no me puedas perder. Ahora siempre estaré contigo. Igual que hacías tú conmigo, siempre acosándome, apareciéndote en visiones, negándote a darme reposo.
La risita de la niña se volvió más aguda.
Ahora me toca a mí.
Era la Abominación, la hermana de Paul.
—¿Alia? ¡No, no! —Su mente debía de estar jugándole una mala pasada. Se clavó los dedos en la sien, pero la voz estaba dentro, no podía llegar a ella. Con el tiempo, se iría.
Yo no contaría con eso, abuelo. He venido para quedarme.
Por muy altruista que diga ser, toda civilización tiene sus métodos para interrogar y torturar a los prisioneros, así como elaborados sistemas para justificar tales actos.
De un informe Bene Gesserit
Aunque genéticamente era idéntico a los otros siete gholas de la primera hornada, al Waff número 1 no le gustaba ser tan bajo, pequeño y débil. Su cuerpo acelerado había alcanzado la madurez en menos de cuatro años, pero él quería ser lo bastante fuerte para escapar de aquel encierro enloquecedor.
Mientras miraba a través del reluciente campo que los mantenía encerrados, Waff hervía de rabia contra Uxtal y sus ayudantes de laboratorio. Igual que sus siete compañeros. El tleilaxu perdido era como un guardián nervioso, y los reunía y los aguijoneaba continuamente. Los ocho Waffs lo detestaban.
El número 1 se imaginaba clavando sus dientes en el cuello de Uxtal y sintiendo la sangre caliente en su boca. Sin embargo, ahora el investigador y sus ayudantes eran más cautos. Los hermanos gholas no tendrían que haberles atacado cuando lo hicieron, no estaban preparados. Había sido un error táctico. Pero claro, hacía un año eran muchísimo más jóvenes.
A salvo del otro lado del campo energético de confinamiento, con frecuencia Uxtal les daba sermones sobre su Gran Creencia en los que insinuaba que los tleilaxu originales eran criminales y herejes. Y sin embargo, todos los Waffs sabían que quería algo de ellos. Desesperadamente. Eran lo bastante listos para comprender que no eran más que peones.
Con frecuencia, Ingva, la ajada Honorada Matre, hablaba con Uxtal de la melange como si no creyera o no le importara que la oyeran. Quería saber cuándo iban a revelar su secreto los niños.
Waff no era consciente de que tuviera ningún secreto. No recordaba ninguno.
—Se imitan y se miran en los otros —le decía Uxtal a Ingva—. Les he oído hablar simultáneamente y proferir los mismos sonidos, los mismos movimientos. Según parece, los gholas de los otros grupos están creciendo aún más deprisa.
—¿Cuándo podremos empezar? —Ingva se acercó peligrosamente y el pequeño investigador pareció violentarse—. Estoy dispuesta a amenazarte o tentarte con una experiencia sexual que iría más allá de tus fantasías más increíbles.
Uxtal se encogió y cuando contestó la voz se le quebró del miedo.
—Sí, estos ocho están todo lo listos que podrían estar. No tiene sentido esperar más.
—Son prescindibles —dijo Ingva.
—No exactamente. La siguiente hornada es seis meses más joven, y los otros han salido de los tanques más recientemente. Un total de veinticuatro, de diferentes edades. Aun así, si nos vemos obligados a matar a estos ocho, pronto habrá otros. Podemos intentarlo todas las veces que haga falta. —Tragó con dificultad—. Es de esperar que haya errores.
—No, no lo es. —Ingva desactivó el campo de fuerza y se relamió. Ella y Uxtal penetraron en la cámara protegida mientras los ayudantes montaban guardia en el exterior. Los ocho gholas se agruparon y retrocedieron. Hasta entonces no habían sabido que había tantos gholas Waff criándose en otros lugares del edificio.
Uxtal dedicó a los gholas acelerados una forzada sonrisa de ánimo que no convenció a ninguno.
—Venid con nosotros. Hay algo que debemos enseñaros.
—¿Y si nos negamos? —preguntó el Waff número 3.
Ingva rió entre dientes.
—Entonces os llevaremos a rastras… inconscientes, si hace falta.
Uxtal trató de engatusarlos.
—Al fin descubriréis por qué estáis aquí, por qué os hemos creado y qué tenéis que nosotros necesitamos.
El Waff 1 vaciló, miró a sus hermanos idénticos. Era una tentación que no podían resistir. Aunque habían recibido una inducción educativa forzada, aunque les habían dado unos antecedentes inexplicables como base para «algo», los gholas necesitaban desesperadamente comprender.
—Yo voy —dijo el Waff 1, y de hecho cogió a Uxtal de la mano, como un niño obediente. El nervioso investigador dio un respingo ante el contacto, pero salió con ellos de la cámara. Los Waffs del 2 al 8 los siguieron.
Entraron en un laboratorio cerrado y Uxtal hizo desfilar a los gholas ante un espectáculo: varios maestros tleilaxu conectados a tubos y diferentes instrumentos. La baba les resbalaba por sus barbillas grises. Unas máquinas cubrían sus genitales, bombeando, ordeñándolos, llenando unas botellas translúcidas. Todas las víctimas tenían un desagradable parecido con los Waffs, solo que eran mayores.
Uxtal esperó mientras los niños asimilaban lo que estaban viendo.
—Vosotros erais esto. Todos.
El Waff número 1 alzó el mentón con cierto orgullo.
—¿Éramos maestros tleilaxu?
—Y ahora debéis recordar lo que erais. Junto con todo lo demás.
—¡Que se pongan en fila! —ordenó Ingva. Uxtal le pasó el Waff con brusquedad a un ayudante y esperó hasta que todos estuvieron delante.
Andando a un lado y a otro ante las copias idénticas, como un comandante de caricatura, Uxtal dio explicaciones y exigió.
—Los antiguos maestros tleilaxu sabían cómo manufacturar melange utilizando tanques axlotl. Vosotros tenéis el secreto. Está enterrado en vuestro interior. —Hizo una pausa y unió las manos a la espalda.
—No tenemos nuestros recuerdos —dijo uno de los Waffs.
—Entonces encontradlos. Si recordáis, os dejaremos vivir.