Cazadores de Dune (47 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cazadores de Dune
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—¡A los tópteros! —Doria vio que se habían alejado demasiado por las dunas. Los vehículos aéreos estaban algo lejos.

El pánico se adueñó de las hermanas más novatas. Algunas corrieron, escurriéndose por las arenas sueltas de las dunas. Soltaron sus instrumentos y gráficos. Una de las hermanas envió un mensaje urgente a Central.

Ya ves adonde te ha llevado tu estúpido plan,
dijo Bellonda.
Si no me hubieras matado, yo habría estado alerta. Jamás habría dejado que esto pasara.

—¡Cállate!

Los gusanos acechan. Tú me acechaste a mí y ahora ellos te acechan.

Una de las hermanas gritó, luego otra. Cada vez había más gusanos que se elevaban sobre las dunas y se acercaban. Varias valquirias se unieron, tratando de luchar contra lo imposible.

Doria miraba, con los ojos muy abiertos. Cada una de las criaturas medía al menos veinte metros y se movía a una velocidad increíble.

—¡Marchaos! ¡Volved a vuestro desierto!

Tú no eres Sheeana. Los gusanos no te obedecerán.

Los gusanos saltaron, entre el destello de sus dientes de cristal, y sus bocas cogieron arena y hermanas, y las arrojaron al horno de sus gaznates.

¡Idiota!,
exclamó su Bellonda-interior.
Me has matado otra vez.

Una fracción de segundo más tarde, un gusano se elevó en el aire y se lanzó sobre Doria, y se la tragó de un solo bocado. Por fin, la voz fastidiosa de su interior calló.

68

La magia de nuestro Dios es nuestro único puente.

De las escrituras sufí-zensuníes, catecismo de la Gran Creencia

A pesar del temor constante, Uxtal seguía trabajando con los numerosos gholas de Waff, y lo hacía lo bastante bien para seguir con vida. Las Honoradas Matres veían progresos. Tres años antes, había decantado a los primeros ocho gholas idénticos del maestro tleilaxu. Y, con el desarrollo corporal acelerado, aquellos niños grises aparentaban más del doble de la edad que tenían.

Mientras los veía jugar, a Uxtal le parecieron bastante atractivos, con aquel aspecto encanijado que te desarmaba, las narices puntiagudas, los dientes afilados. Tras una rápida imprimación educativa, habían aprendido a hablar en solo unos meses, y aun así parecían algo salvajes y se mantenían unidos en su mundo particular, sin interactuar apenas con sus guardianes.

Uxtal los estimularía como considerara necesario. Aquellos gholas eran como pequeñas bombas de relojería de información, y tenía que encontrar la forma de detonarlas. Ya no pensaba, ni le importaban, los dos primeros gholas que había creado. Khrone se los había llevado a Dan hacía mucho tiempo. ¡Con viento fresco!

Sin embargo, aquella prole estaba bajo su control. Waff era uno de los viejos maestros herejes, y estaba listo para el readoctrinamiento. Ciertamente, Dios había dado un buen rodeo para mostrarle a Uxtal cuál era su verdadero destino. Los navegadores, desesperados por conseguir especia, creían que él era un instrumento, que estaba haciendo lo que ellos querían. En cambio, a él le daba igual si los navegadores extraían algún provecho de aquello, o si la Madre Superiora se quedaba con todo. Él no veía nada de todo aquello.

Ahora estoy haciendo un trabajo sagrado,
pensó.
Eso es lo que importa.

Según las escrituras más sagradas, el profeta —mucho antes de reencarnarse como Dios Emperador— pasó ocho días en el desierto, donde recibió unas extraordinarias revelaciones. Fueron momentos de prueba y tribulación, como los que padecieron los tleilaxu perdidos durante la Dispersión, como la dura prueba que él mismo estaba pasando. En sus momentos más oscuros, el profeta había recibido la información que necesitaba, igual que le había pasado a él. Iba por el buen camino.

Aunque el pequeño investigador no había sido nombrado maestro oficialmente, él consideraba que lo era por defecto. ¿Quién había con una posición de poder mayor que la suya? ¿Quién tenía más autoridad, más conocimientos genéticos? Una vez aprendiera los secretos que guardaban las mentes de aquellos Waffs, superaría a cualquiera de los ancianos tleilaxu perdidos o de los antiguos maestros de Bandalong. Lo tendría todo (incluso si el navegador y las Honoradas Matres se lo quitaban).

Uxtal inició el proceso de romper la cáscara de los ocho gholas idénticos en cuanto pudieron hablar y pensar. Si fracasaba, siempre podía probar con los ocho siguientes, que ya se habían desarrollado en los tanques. Los guardaría en reserva, junto con las posteriores hornadas. Seguro que alguno de los Waffs revelaría sus secretos.

En unos pocos años, los cuerpos en rápido crecimiento de los ocho primeros alcanzarían la madurez física. Y sí, aunque eran muy monos, Uxtal los veía principalmente como carne criada con un propósito específico, como los sligs de la granja que Gaxhar tenía allí al lado.

Por el momento, los ocho gholas de Waff andaban correteando en el interior de un cercado electrónico. Los niños acelerados querían salir, y cada uno de ellos tenía una mente pequeña y brillante. Los Waffs tanteaban el campo reluciente con los dedos para ver cómo funcionaba y cómo podían desactivarlo. Si les daba tiempo, Uxtal estaba convencido de que lo lograrían. Rara vez hablaban si no era entre ellos, y Uxtal sabía lo diabólicamente inteligentes que podían ser.

Pero él lo era más.

Interesante, porque entre ellos veía disensión y competencia, pero muy poca cooperación. Los Waffs peleaban por los juguetes, la comida, por el lugar donde sentarse, y todo con muy pocas palabras. ¿Sería telepatía? Qué interesante. Quizá tendría que diseccionar a alguno.

Discutían incluso cuando se encaramaban unos encima de otros para ver si podían saltar por encima del campo de fuerza, porque todos querían ser el que estaba arriba. Eran idénticos, y sin embargo no confiaban los unos en los otros. Si conseguía enfrentarlos, Uxtal estaba seguro de que podría aplicar la presión justa para obtener la información que necesitaba.

Uno de los niños trastabilló en el borde de una rampa resbaladiza y cayó al suelo. Se puso a llorar, sujetándose el brazo, que parecía roto, o cuanto menos muy magullado. Para tenerlos controlados, Uxtal les había marcado un pequeño número en la muñeca izquierda. Aquel era el número 5. Aunque el crío lloriqueaba, sus hermanos gemelos no le hicieron caso.

Uxtal dijo a dos de sus ayudantes de laboratorio que abrieran el campo de fuerza para poder entrar. Le disgustaba e impacientaba tener que dispensarles asistencia médica innecesariamente; quizá sería más fácil controlarlos si se limitaba a tenerlos atados a unas mesas, como sus predecesores donantes de esperma.

La vieja Ingva estaba allí, como siempre, vigilando, mirando de reojo, haciendo sentir su presencia amenazadora en silencio. Uxtal intentó concentrarse en sus obligaciones más inmediatas. Se arrodilló y trató de examinar el brazo del número 5 para ver si era grave. El Waff se apartó bruscamente y no dejó que se acercara.

De pronto, los otros siete Waffs formaron un círculo alrededor del investigador. Cuando se acercaron, Uxtal pudo oler su aliento agrio. Algo no iba bien.

—¡Apartaos! —ladró tratando de intimidarlos. Lo rodeaban por todos lados, y tuvo la inquietante sensación de que le habían engañado para que entrara.

Los ocho Waffs se abalanzaron sobre él enseñando sus dientes afilados, mordieron y arañaron su piel y sus ropas. Él se debatía, dando golpes, pidiendo ayuda a gritos a sus ayudantes, tratando de quitarse de encima a los pequeños gholas. No eran más que críos, y sin embargo habían formado un grupo mortífero. ¿Actuarían en grupo como las abejas en un panal, como hacían los Danzarines Rostro? Incluso el niño que supuestamente estaba herido se metió en la refriega, porque lo del «brazo herido» no había sido más que una treta.

Afortunadamente, los Waffs aún no eran fuertes, y pronto estuvieron todos por los suelos. Los inquietos ayudantes de laboratorio ayudaron a Uxtal a mantenerlos a raya mientras lo sacaban del interior del campo.

Uxtal trató de recuperar la compostura y miró a su alrededor buscando a quién culpar, sudando, con la respiración agitada. Sus heridas eran poco importantes, apenas unos rasguños y moretones, pero le asustaba pensar que le habían cogido por sorpresa.

De nuevo en su corralito, los gholas idénticos se pusieron a corretear frenéticamente de frustración. Finalmente, guardaron silencio y se fueron a diferentes partes del recinto a jugar, como si nada hubiera pasado.

—Los hombres deben hacer el trabajo de Dios —se recordó Uxtal a sí mismo, pensando en el catecismo de la Gran Creencia. La próxima vez iría con más cuidado con esos pequeños monstruos.

69

¿Es suficiente con encontrar un hogar, o hemos de crearlo nosotros? Si al menos lográramos decidirnos, tanto me da que sea lo uno o lo otro.

S
UPERVISORA
MAYOR
G
ARIMI
, diario personal

Otro salto a ciegas por el tejido espacial. El
Ítaca
emergió sano y salvo, tras haber seguido un rumbo aleatorio marcado por los caprichos de la presciencia. Con Duncan ante los mandos, la no-nave se dirigió hacia un planeta luminoso y de aspecto agradable. Un nuevo mundo. Él y Teg habían hablado sobre el rumbo a seguir, sobre lo prudente de hacer un nuevo viaje a pesar de que sus perseguidores no habían vuelto a encontrarles… y entre los dos llevaron a la enorme nave a aquel lugar.

Incluso de lejos el planeta parecía prometer, y a bordo el entusiasmo se extendió entre los refugiados. Al fin, después de casi dos décadas de vagar sin un rumbo fijo, tres años después de haber encontrado el no-planeta muerto, ¿podrían por fin descansar y recuperarse en aquel planeta? ¿Un nuevo hogar?

—Parece perfecto. —Sheeana dejó a un lado el sumario con los datos del escáner. Miró a Duncan y a Teg—. Vuestro instinto nos ha guiado.

Garimi, que estaba con ellos en el puente de navegación, miraba con nerviosismo las masas de tierra, los océanos, las nubes.

—A menos que sea otro mundo azotado por una epidemia.

Duncan meneó la cabeza.

—Ya hemos empezado a detectar transmisiones procedentes de pequeñas ciudades, de modo que hay una población activa. La mayoría de continentes tienen masa forestal y son fértiles. La temperatura está dentro de los límites de la habitabilidad. Capacidad atmosférica, humedad, vegetación… Quizá es uno de los mundos que se establecieron durante la Dispersión, hace mucho tiempo. Muchos grupos se perdieron y desaparecieron en el vacío.

Los ojos de Garimi destellaron.

—Tenemos que investigar. Este podría ser un buen lugar para poner las nuevas bases de nuestra Hermandad.

Duncan era más práctico.

—Si otra cosa no, sería bueno que renováramos el suministro de aire y agua de la nave. Nuestros almacenes y los sistemas de reciclaje no durarán para siempre y nuestra población aumenta gradualmente.

—Convocaré una reunión general —espetó Garimi—. Aquí hay mucho más en juego que solo reabastecer nuestros depósitos. ¿Y si la gente que vive ahí abajo nos recibe bien? ¿Y si es un lugar apropiado para asentarnos? —Miró a su alrededor—. Al menos algunos.

—Entonces tenemos una importante decisión ante nosotros.

— o O o —

Aunque todos los adultos que viajaban a bordo asistieron, la inmensa sala de reuniones del
Ítaca
parecía vacía. Miles Teg estaba recostado en su asiento, en una de las butacas más bajas de la grada, y cambiaba sus largas piernas de posición continuamente. Aunque escucharía el debate con atención, esperaba no tener que hacer muchos comentarios. Él siempre se había sometido a los dictados de las Bene Gesserit, aunque en aquellos momentos no estaba seguro de quién dictaría qué.

Un joven tomó asiento junto a Teg, el ghola de Thufir Hawat.

Aquel niño de doce años y expresión ceñuda no solía apartarse de su camino para estar con el Bashar, pero Teg sabía que lo observaba con atención, casi como si fuera un héroe. Y con frecuencia estudiaba los detalles de su carrera militar en los archivos.

Teg le saludó con el gesto. Aquel era el leal maestro de armas y guerrero-mentat que había servido al viejo duque Atreides, luego al duque Leto y finalmente a Paul, antes de ser capturado por los Harkonnen. Teg sentía que tenía muchas cosas en común con aquel genio curtido en combate. Algún día, cuando el ghola de Thufir Hawat hubiera recuperado sus recuerdos, tendrían mucho de que hablar, de comandante a comandante.

Thufir se inclinó hacia delante, reunió el valor y susurró:

—Hace tiempo que quería hablarle, bashar Teg. Sobre la revuelta de Cerbol y la batalla de Ponciard. Las tácticas que empleó fueron de lo más inusuales. Jamás habría imaginado que pudieran funcionar, y sin embargo lo hicieron.

Teg sonrió al recordar.

—No habrían funcionado con ninguna otra persona. Del mismo modo que las Bene Gesserit utilizan la Missionaria Protectiva para plantar la semilla del fervor religioso, mis soldados crearon un mito en torno a mis capacidades. Me convertí en un personaje sobrehumano, y eso sugestionó e intimidó a mis oponentes más de lo que habrían hecho los soldados o las armas. En realidad hice bien poco en esas batallas.

—No estoy de acuerdo, señor. Para que vuestra reputación se convirtiera en un arma tan poderosa primero os la tuvisteis que ganar.

Teg sonrió y confesó que el mito que había en torno a su persona era cierto con tono bajo, casi triste.

—Oh, desde luego que me la gané. —Y le explicó al joven fascinado cómo había evitado una masacre en Andioyu, una confrontación contra los reductos desesperados de un ejército que perdía y que sin duda habría acabado con la muerte de todos ellos y el asesinato de decenas de miles de civiles. Aquel día había muchas cosas en juego…

—Y entonces murió usted en Rakis combatiendo a las Honoradas Matres.

—En realidad, morí en Rakis para provocar a las Honoradas Matres, como parte de un plan más amplio de las Bene Gesserit. Yo desempeñé mi papel para que Duncan Idaho y Sheeana pudieran escapar. Pero después de mi muerte, las hermanas me trajeron de vuelta porque consideraban que mis capacidades de mentat y mis experiencias no tenían precio… como las tuyas. Por eso nos recuperaron.

Thufir estaba totalmente absorto en sus palabras.

—He leído la historia de mi vida y estoy seguro de que puedo aprender mucho de usted, Bashar.

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