Authors: Jude Watson
—¿Alguna vez has usado una pistola láser, Astri? —preguntó Qui-Gon con amabilidad.
—No puede ser tan difícil —dijo Astri—. Apuntas y disparas. Tan fácil como cocinar.
Habiendo visto su cocina, Qui-Gon no estaba seguro de si debía fiarse de la puntería de Astri.
—Te daré una clase dentro de un momento —dijo a la chica—. ¿Y tú, Didi? ¿Tienes un arma?
—¿Lo dices en serio? —Didi negó con la cabeza—. Ni siquiera me gusta que Astri lleve una. ¿Cómo crees que he conseguido mantenerme al margen de los problemas todos estos años?
—Tenemos que hablar con vosotros dos seriamente —dijo Qui-Gon—. Tenéis que decirnos la verdad. Vuestra seguridad depende de ello.
—Pero si dijiste que aquí estábamos seguros —dijo Didi nervioso.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—No, no dije eso. Esto sólo nos proporcionaba tiempo. Y me temo que el tiempo se ha acabado.
—¿Qué queréis saber? —preguntó Astri.
Qui-Gon se volvió hacia Didi.
—Fligh robó dos datapad. Creemos que uno de ellos es la clave de vuestro problema. Debió de darte uno a ti, Didi. ¿Te dejó un maletín, una caja o algo así? ¿Pudo esconder algo mientras tú le dabas la espalda?
—Jamás le hubiera dado la espalda a Fligh —dijo Didi—. Ya me has preguntado por eso, amigo mío. Te vuelvo a decir lo mismo. Fligh no me dio nada.
Obi-Wan percibió cierto rubor en las mejillas de Astri.
—¿Y tú, Astri? —preguntó.
Ella miró a su padre.
—Bueno. Algunas veces utilizaba a Fligh para algo más que para barrer.
—¿Utilizabas a Fligh? —preguntó Didi, incrédulo—. ¿Después de haberme dicho que no me relacionara con él?
Astri parecía incómoda.
—Me había gastado mucho dinero en la cafetería y no teníamos clientes suficientes. Si hubiéramos tenido que cerrar no me lo habrías perdonado jamás. Yo sabía que Fligh iba por el Senado, así que le pagaba para que me dijera qué senadores iban a dar cenas importantes. Así tendría ventaja para poder hacerme con el encargo. No hace mucho, Fligh me trajo dos informaciones importantes: una, que era probable que en breve alguien diera una fiesta de despedida a la senadora S'orn; y dos, que Jenna Zan Arbor iba a dar una cena. Le pagué por ambas informaciones.
—¿Le pagaste por la información? ¡Ja! —exclamó Didi—. ¡Así que no soy el único de la familia que manipula un poco la verdad!
—No es momento para reprochar cosas a Astri —dijo Qui-Gon con firmeza.
—¡Pero si no es un reproche! ¡Es una felicitación! —insistió Didi.
Las mejillas de Astri estaban rojas.
—Bueno, pues el caso es que Fligh me dio un datapad para que se lo guardara. Me dijo que acababa de intercambiarlo. Yo estaba haciendo algo, así que lo guardé en uno de los hornos. El horno estaba roto —añadió ella rápidamente—. Para deciros la verdad, me olvidé del datapad hasta la noche en que nos fuimos.
—¿Y dónde está ahora? —preguntó Qui-Gon apremiante.
—Aquí—dijo Astri—. Me lo traje. Mi datapad estaba roto, así que pensé que podía utilizar éste.
Ella se acercó a una mesa y cogió un datapad que entregó a Qui-Gon.
—Todavía no he visto lo que contiene.
Qui-Gon accedió rápidamente a los archivos del datapad. Un extraño código apareció en la pantalla.
—Los archivos están codificados —musitó.
—Deben de ser de Jenna Zan Arbor —dijo Obi-Wan, mirando por encima de su hombro—. Probablemente sean fórmulas.
—Sí. Voy a enviárselas a Tahl. Ella se lo dará a nuestros expertos en códigos —Qui-Gon transfirió los archivos a su intercomunicador y llamó a Tahl.
—Claro, mándamelos —dijo Tahl—. Me pondré a ello enseguida, y en cuanto lo descifre te lo envío.
—Es alta prioridad —dijo Qui-Gon. Luego desactivó la conexión—. No podemos esperar. Tengo varios sitios en mente, contactos que podrían esconderos —dijo a Didi y a Astri.
—No me importará irme de aquí —dijo Astri estremeciéndose—. Es terriblemente solitario. Sólo nosotros y el viento soplando. La cuidadora nos dijo que no hay nadie por aquí en esta época del año. Al principio pensamos que eso sería una ventaja.
Obi-Wan y Qui-Gon se quedaron congelados.
—¿Cuidadora? —preguntó Qui-Gon.
—Estaba aquí cuando llegamos —dijo Didi—. Relájate, Qui-Gon. Por lo menos tiene cien años.
—¿Dónde está? —preguntó Qui-Gon llevando la mano al sable láser.
Astri parecía atónita.
—Nos trae provisiones una vez al día. Ahora no está.
La sensación de incomodidad de Qui-Gon se convirtió en alerta.
Simultáneamente, los dos Jedi encendieron sus sables láser.
—Volvamos al crucero —dijo Qui-Gon.
—Pero nuestras cosas... —comenzó a decir Astri.
—Dejadlas.
Fueron hacia la puerta, pero era demasiado tarde. En ese momento, las persianas de duracero de las ventanas bajaron estruendosamente y se escuchó el seco chasquido de los cerrojos activándose por toda la casa. El cálido escondite se había convertido en una prisión.
Estaban atrapados. Y Qui-Gon estaba convencido de que la cazarrecompensas estaba con ellos en la casa.
—¿Qué ocurre? —susurró Didi.
—¿Dónde está el panel de iluminación? —le preguntó Qui-Gon a Didi.
—Ahí —Didi señaló a un panel instalado en una mesa.
Qui-Gon se acercó y apagó todas las luces. La oscuridad cayó como un velo. Obi-Wan no veía nada, pero esperó, sabiendo que sus ojos se adaptarían.
—Recuerda cómo luchaba la última vez, padawan —dijo Qui-Gon en un murmullo—. Su estrategia es atacar a los que defendemos para mantenernos ocupados. Ten en cuenta que irá a por ellos primero. Mira sus hombros para saber en qué dirección se moverá.
—Tengo el datapad, Qui-Gon —susurró Astri—. Está en mi túnica.
—Guárdalo —respondió Qui-Gon en voz baja—. Ya no lo necesitamos, pero es nuestra garantía de seguridad. Mientras la cazarrecompensas piense que podemos decirle dónde está, no nos matará.
—Ah, qué tranquilizador —dijo Didi. Su voz rezumaba miedo.
—Quedaos entre nosotros —les ordenó Qui-Gon a Didi y a Astri—. No podremos protegeros si os dispersáis. Vamos a cortar los escudos de las ventanas.
Avanzaron con Astri y Didi entre ellos. La visión de Obi-Wan ya se había adaptado y miraba alrededor esperando que alguna sombra se moviera y se materializara en la cazarrecompensas.
Pero no estaba preparado para un ataque tan veloz. El látigo láser salió de la nada, dibujando una espiral en el aire hacia Astri. Qui-Gon saltó hacia delante, atacando con el sable láser, que interceptó el látigo. Un zumbido estruendoso surgió del choque.
El látigo se replegó y volvió a golpear, esta vez hacia Didi. Obi-Wan estaba preparado y asestó una estocada de izquierda a derecha. El látigo se enredó en el sable láser y echó humo antes de soltarse y volver hacia atrás. El sable láser no lo cortó.
Ahora podía verla. O al menos podía ver su silueta. No le veía los ojos. Iba completamente vestida de negro y era difícil seguir sus movimientos. Sólo el tenue brillo de sus botas y de su armadura le advertían adonde se dirigía. Era totalmente silenciosa.
El látigo se desplegó de nuevo, bailando sobre sus cabezas como si estuviera vivo. Qui-Gon y Obi-Wan no paraban de mover sus sables láser, girándolos sobre sus cabezas para rechazar el látigo letal. El Maestro Jedi no paraba de avanzar.
De repente, Astri comenzó a disparar con su pistola láser. Sus disparos se dispersaron, agujereando las ventanas de duracero, rebotaron y regresaron hacia ellos. Obi-Wan y Qui-Gon tuvieron que apresurarse para rechazarlos. Mientras tanto, el látigo volvió a desplegarse y le quitó la pistola láser a Astri de las manos. Cayó al suelo.
Qui-Gon y Obi-Wan siguieron avanzando hacia las ventanas. La cazarrecompensas se dio cuenta de sus intenciones y saltó hacia delante, dando una fugaz voltereta hacia ellos. Su movimiento acabó en una patada rápida, lo suficiente como para golpear a Astri en las costillas. Se escuchó un sonido metálico cuando la suela de su bota chocó contra la túnica de Astri. Obi-Wan vio el gesto en el rostro de la cazarrecompensas. Se había dado cuenta de que la chica tenía el datapad.
Qui-Gon empujó a Astri tras él y lanzó un ataque hacia la cazarrecompensas. Ella seguía moviendo el látigo a una velocidad abrumadora. De repente, saltó hacia atrás rápidamente y escapó del Jedi. Seguía estando entre ellos y las ventanas. En un rápido cambio de estrategia, Qui-Gon empujó a Astri y a Didi para que subieran por la rampa.
—Corred —les ordenó.
La cazarrecompensas seguía saltando con la intención de poner distancia entre ella y los Jedi. Situarse y volver a dar la vuelta para enfrentarse a ellos iba a llevarle tiempo.
—Corre, padawan —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan subió corriendo la rampa y adivinó lo que Qui-Gon estaba pensando. Si podían llegar a las ventanas de arriba, podrían cortar el duracero. Y desde allí sería un salto sencillo hasta la plataforma de aterrizaje. Escuchó a Qui-Gon subiendo por la rampa tras él.
Cuando llegaron al nivel superior, su agudo sentido del oído les advirtió que la cazarrecompensas les perseguía a la carrera. Rápidamente, Qui-Gon abrió una cómoda que tenía varios compartimentos pegados a la pared de las ventanas.
—No salgáis hasta que venga a buscaros —dijo a Didi y a Astri, metiéndoles en los compartimentos.
Cerró las puertas tras ellos e indicó a Obi-Wan que comenzara a cortar las ventanas bloqueadas por el duracero. Luego se apresuró al encuentro de la cazarrecompensas, mientras ésta subía por la rampa curvada. Ella apareció al cabo de un segundo, pero, en lugar de enfrentarse a Qui-Gon, saltó por el aire, se agarró al sistema de las tuberías de conducción que iban por el techo y empleó la inercia para pasar por encima de la cabeza del Maestro Jedi, directa hacia Obi-Wan.
Obi-Wan dio una patada para girar y enfrentarse al ataque. Estaba en una posición difícil porque acababa de comenzar a cortar el duracero con su sable láser. Sintió las afiladas puntas del látigo rozándole la pierna al girarse. El dolor le atravesó, pero siguió moviéndose, alzando el sable láser para rechazar el fugaz látigo.
Sin tener que defender a Astri y a Didi, los Jedi podían atacar con mayor libertad. Se acercaron a la cazarrecompensas como si fueran uno, con los sables láser girando y cortando el aire, y anticipando los movimientos de la mujer y del sinuoso y letal látigo.
Obi-Wan recordó que Qui-Gon le había dicho que vigilara los hombros de la cazarrecompensas. Sus pies eran rápidos, pero tenía tendencia a delatar sus movimientos.
Comenzó a retirarse, pero el látigo no dejó de moverse. El resplandor de los sables láser y el látigo les permitió ver en el rostro de la mujer una expresión de profunda ira. Era obvio que nunca se había enfrentado a dos Jedi como ellos.
Cuando llegó al borde de la rampa, Obi-Wan realizó un movimiento intrépido. Imitó lo que había hecho ella antes y saltó para agarrarse a las tuberías de conducción del techo. Cuando el látigo se desenrolló y se curvó alrededor de él, saltó sobre ella con ambos pies.
La cazarrecompensas gritó sorprendida mientras daba un gran salto por encima de la rampa. Aterrizó con un ruido sordo y siguió rodando por la pasarela. Intentó agarrarse para detener la caída, pero el suelo de piedra pulida estaba resbaladizo. Se le torció la pierna y se dio con la cabeza en la pared de piedra con otro ruido sordo.
Se quedó inmóvil.
—Corre, padawan —Qui-Gon se acercó a las ventanas. Obi-Wan y él cortaron el duracero. El material cedió, dejando un agujero que bastaba para que pudieran salir.
Qui-Gon abrió las puertas de los compartimentos. Obi-Wan ayudó rápidamente a Didi y a Astri a llegar a la ventana.
—Tú coge a Astri —le dijo Qui-Gon—. Yo llevaré a Didi.
Sin detenerse a responder, Obi-Wan cogió a la esbelta Astri en brazos. Qui-Gon cogió al rollizo Didi con la misma facilidad. Luego saltaron y aterrizaron suavemente en el suelo del exterior.
Qui-Gon se metió en el asiento del conductor del crucero y encendió el motor. Se encendieron los pilotos rojos de alarma y no hubo respuesta.
—Lo ha manipulado —dijo conciso.
—Intentémoslo con el nuestro —sugirió Didi, apresurándose hacia su vehículo.
Le siguieron, pero a Qui-Gon y a Obi-Wan no les sorprendió que el crucero de Didi tampoco funcionara.
—Ella tiene que tener un vehículo por aquí. Si pudiéramos... —comenzó a decir Qui-Gon, pero sus palabras fueron silenciadas por un grito estridente, casi animal.
Por un momento, la luz quedó bloqueada mientras la cazarrecompensas saltaba desde la ventana. Sus labios se curvaban en una sonrisa burlona.
Aterrizó sobre una pierna, chasqueando el látigo, y fue directamente a por Obi-Wan.
Qui-Gon se abalanzó para colocarse entre Obi-Wan y la cazarrecompensas mientras Didi y Astri retrocedían para apartarse. Obi-Wan aprovechó el momento para echar una rápida ojeada a la ladera de la montaña. Era vital que encontraran algún tipo de transporte. Tenían que sacar de allí a Astri y a Didi, aunque Qui-Gon y él tuvieran que quedarse en tierra distrayendo a la cazarrecompensas mientras ellos despegaban.
Al principio no pudo distinguir nada. La nieve era sumamente espesa y cegadoramente blanca, y estaba salpicada de rocas y peñascos. El sol se reflejaba en la nieve y le dañaba los ojos.
Apenas contaba con unos segundos. Obi-Wan invocó a la Fuerza, conectándose con todo lo que veía, desde las escarpadas cumbres y las rocas hasta la fría y densa capa de nieve.
Lo único que vio fue una pequeña irregularidad en la superficie nevada, a unos cientos de metros por debajo de él. Pero atrajo su atención. Era un crucero pequeño. Aunque era blanco y estaba hundido en la nieve, podía distinguir la silueta.
—Allí abajo —dijo Obi-Wan a Didi y a Astri, mientras el sable láser de Qui-Gon se enredaba con el látigo de la cazarrecompensas—. Junto a esas rocas.
—Ya lo veo —dijo Astri.
—Id allí —les apremió Obi-Wan, dándose la vuelta para cubrir el flanco de Qui-Gon—. ¡No nos esperéis!
Didi y Astri saltaron de la plataforma de aterrizaje hacia la nieve y se hundieron hasta las rodillas. Se abrieron paso a empujones, avanzando lentamente por la ladera de la colina. Los montones de nieve se alternaban con los parches de hielo, pero siguieron aproximándose al crucero.