Caza letal (4 page)

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Authors: Jude Watson

BOOK: Caza letal
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Qui-Gon se levantó.

—Quizá tengamos que volver a preguntarte más cosas.

—Siempre estoy aquí —dijo Fligh. Luego señaló la cafetería desierta y el zumo de muja—. ¿Dónde, si no, encontraría tanta diversión?

Dado que se encontraban en el edificio del Senado, Qui-Gon decidió que la siguiente parada tenía que ser el despacho de la senadora Uta S'orn.

La antecámara estaba vacía, por lo que Qui-Gon llamó a la puerta interior.

—¿Telissa? —la puerta se abrió de repente. Apareció una belascana con las manos en las caderas y con el tradicional tocado de joyas belascano. Tenía una expresión irritada—. Ay, perdón. Creía que era mi ayudante —les miró de arriba a abajo con los brillantes ojos y su gesto cambió—. Ah, Jedi. Disculpen mi brusquedad.

—¿Podríamos tener una conversación con usted? —preguntó Qui-Gon.

—Estoy muy ocupada..., pero de acuerdo. Pasen —la senadora S'orn se dio la vuelta y entró en su despacho. Les indicó que tomaran asiento en dos sillones frente a su escritorio.

Qui-Gon se sentó y comenzó a hablar.

—Va a dimitir la semana que viene, senadora S'orn.

Ella se quedó boquiabierta.

—Pero ¿cómo lo saben?

—El rumor está en la calle —dijo Qui-Gon—. Ya está a la venta. No sé si ya ha sido comprado, pero seguro que alguien lo hará pronto. Eso no podemos impedirlo.

La senadora S'orn se llevó las manos a la cabeza.

—Mi datapad. Me lo robaron en la comisaría del Senado. Tenía el anuncio de mi dimisión.

Obi-Wan miró a Qui-Gon. Era obvio que Fligh les había mentido al contarles cómo había obtenido la información.

Ella alzó la cabeza.

—Qué desastre. Voy a realizar una propuesta de ley dentro de dos días. Si esto se sabe antes de tiempo, no tendré ningún apoyo.

—¿Vio a alguien que pudiera habérselo robado? —preguntó Qui-Gon.

Ella negó con la cabeza.

—La gente que está siempre en el Senado —entrelazó los dedos y agachó la cabeza pensativa. Luego alzó la mirada y colocó las manos sobre la mesa—. Decidido. Anunciaré mi dimisión de inmediato. Después atraeré a mis seguidores diciéndoles que tienen que ayudarme con mi legado. Así me aprovecharé de sus simpatías —tamborileó con los dedos en la mesa mientras calculaba su estrategia. Su mente parecía estar en otra parte. Comentó ausente—: Gracias por contármelo.

Qui-Gon se levantó.

—Gracias por su tiempo.

Ella no se despidió ni les prestó más atención. Su mente estaba centrada en la resolución de su problema. Obi-Wan siguió a Qui-Gon hasta la puerta.

—¿Por qué no le has preguntado por Didi? —preguntó a Qui-Gon.

—Porque no me habría llevado a ninguna parte. Aunque hubiera puesto precio a la cabeza de Didi, jamás lo admitiría —dijo Qui-Gon—. Y no sé cómo habría podido seguir el rastro de su datapad hasta Didi. ¿Tú sí?

—Sólo en caso de que haya mentido —dijo Obi-Wan al cabo de un segundo—. Si vio a Fligh robándolo, sería fácil seguirlo hasta Didi. ¿Pero por qué iba a ir a por Didi en lugar de ir a por Fligh?

Obi-Wan lo pensó un poco más. Se sintió en desventaja. Qui-Gon parecía tener un conocimiento de los corazones y las mentes de las personas que Obi-Wan no poseía.

—Aun así, la preocupación de la senadora S'orn me ha parecido sincera —dijo lentamente—. No ha sido muy educada, ni siquiera amable, pero no es mala. Es sólo que está muy ocupada.

—La típica senadora —dijo Qui-Gon con una media sonrisa.

—Pareció sorprenderle que la información se supiera —dijo Obi-Wan.

—Sí, así es —murmuró Qui-Gon—. A menos que sea muy buena actriz. Pero la verdad es que parecía realmente afectada.

—¿Por qué nos contó Fligh que un ayudante había cogido el informe de dimisión de la basura? —dijo Obi-Wan—. Es obvio que mentía.

—No dijo eso exactamente, padawan —dijo Qui-Gon—. Sólo comentó que ésa era una posible forma de obtener esa información. No, Fligh robó el datapad, pero jamás lo admitiría ante nosotros.

—Esto es como un callejón sin salida —dijo Obi-Wan para concluir—. La senadora S'orn no tiene pinta de asesina.

Había entusiasmo en la mirada de Qui-Gon.

—Dime, padawan. ¿Qué pinta tiene un asesino?

Capítulo 6

Las anchas puertas de la salida sur del Senado estaban abarrotadas de seres que entraban y salían del edificio. Todos iban con prisa a alguna parte, algunos hablaban por sus intercomunicadores y otros tenían una expresión apresurada y preocupada.

—Ahora tenemos que encontrar la Taberna Esplendor —dijo Obi-Wan.

—Sé dónde está —respondió Qui-Gon, girando a la izquierda e internándose en un estrecho callejón.

Obi-Wan apretó el paso.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó con curiosidad.

—Porque he estado alguna vez —respondió Qui-Gon—. Es donde se hacen los contactos del mercado negro. Si necesitas armas o deslizadores modificados ilegalmente, o si quieres apostar, vas al Esplendor. A veces, en algunas misiones, necesitas ayuda de las peores fuentes, no sólo de las mejores.

Qui-Gon le llevó a una zona que él no había visto antes, en un nivel inferior muy cercano a la superficie del planeta. Si a Obi-Wan le hubieran pedido una descripción de Coruscant, él habría hablado de un mundo resplandeciente, plateado y blanco, con amplias pasarelas y avenidas espaciales en las que relucían las ágiles naves. Apenas conocía el otro Coruscant, el que se ocultaba debajo de los niveles del Senado y de las preciosas casas de los niveles superiores. Ese Coruscant estaba compuesto de callejones estrechos y callejuelas atestadas de sombras oscuras y criaturas furtivas que se ocultaban al ver a los Jedi. En los portales y en los puestos de comida había gente apostando en juegos de azar. Las armas se colocaban en las mesas como advertencia para los tramposos.

Qui-Gon se detuvo frente a un edificio de metal con el techo a medio derruir. Un viejo letrero colgado de la fachada se iluminaba de vez en cuando con un chirrido, y se reflejaba en el metal de la pared. Tenía bastantes letras fundidas, así que decía: "ES DOR".

Las ventanas estaban cerradas y apenas llegaba un hilo de luz desde el interior.

—Ya hemos llegado —dijo Qui-Gon.

—¿Es aquí? —Obi-Wan contempló el edificio indeciso—. La verdad es que no hace honor a su nombre.

—No te preocupes. Es peor de lo que parece.

Qui-Gon empujó la puerta. Inmediatamente, un estruendo les llegó desde el interior. La música procedía de una radio situada en un rincón. Gran cantidad de clientes bebía, comía y jugaba en las mesas. Una ruleta giraba en la barra y un montón de clientes se apiñaban alrededor con las manos llenas de créditos, apostando por el resultado. Cuando se detuvo, uno de ellos aulló triunfante mientras otros dos se enzarzaban en una pelea. Un cuarto individuo se alejó con el rostro crispado por la desesperación.

Qui-Gon se abrió paso hasta el camarero imbatiano, que casi daba con la cabeza en el techo, y cuyas largas orejas le colgaban hasta los hombros. Ante la mirada de los Jedi, el imbatiano alargó una de sus enormes manazas y golpeó accidentalmente a un cliente que estaba intentando llamar su atención moviendo los brazos. El cliente se cayó de la silla y se dio contra el suelo con una expresión atónita en el rostro. Otro cliente pasó por encima de él y le quitó el sitio en la barra.

Obi-Wan se dio cuenta sobresaltado de que la cafetería de Didi no albergaba lo peor de la galaxia, como él pensaba. No sabía quién era el dueño del Esplendor, pero, fuera quien fuese, era obvio que no le importaban nada quiénes fueran sus clientes.

Qui-Gon se abrió un hueco al final de la barra. No le hizo ninguna señal al camarero, pero el imbatiano se acercó a él, agachó la gigantesca cabeza y escuchó al Maestro Jedi con atención.

Después, con un leve movimiento de los ojos, señaló a un oscuro rincón.

Qui-Gon se lo indicó a Obi-Wan, y ambos se dirigieron hacia allí.

Helb era un neimoidiano. En vez de estar tomando una de las grandes jarras de cerveza que consumían la mayoría de los clientes, sostenía una pequeña taza de té casi oculta en sus grandes manos de uñas afiladas. A pesar de que los neimoidianos solían llevar las mejores galas que pudieran permitirse, Helb vestía un sencillo unimono gris con dos pistolas láser en las caderas. Estaba apoyado contra la pared y contemplaba a la multitud con sus astutos ojos de color naranja.

Qui-Gon se sentó en la mesa frente a él. Obi-Wan hizo lo mismo.

Helb les contempló con admiración.

—Qué sorpresa ver Jedi en un sitio como éste.

—Sólo hemos venido a buscar información —dijo Qui-Gon.

—Ésa es probablemente la única cosa que no tengo a la venta —dijo Helb.

—No pasa nada, yo tampoco la iba a comprar —dijo Qui-Gon.

El Maestro Jedi se quedó en silencio, esperando. Obi-Wan no pudo dejar de maravillarse una vez más con la cantidad de cosas que Qui-Gon podía comunicar con sus silencios.

Helb dejó escapar un silbido que parecía ser la risa neimoidiana.

—Tenéis suerte. Hoy estoy de buen humor. Acabo de ganar una partida de sabacc. Si no fuera por eso, estaríais hablando con la pared.

Qui-Gon no mordió el anzuelo.

—Alguien ha puesto precio a la cabeza de Didi Oddo. Y él se pregunta si los Tecnosaqueadores están disgustados con él por algo.

Helb volvió a reírse.

—Yo sí que estoy disgustado con él. Me ganó una partida de sabacc el otro día. Por eso estoy tan contento de haber ganado hoy.

Qui-Gon asintió. Helb dio un sorbo al té.

—Lo que tampoco significa que quiera matarlo —prosiguió Helb—. Si yo tuviera que ir a por alguien, sería a por su amigo.

—¿Por qué? —preguntó Qui-Gon.

—Porque debe una interesante suma de dinero a los Tecnosaqueadores —respondió Helb—. No estamos hablando de las ganancias de una mera partida de sabacc, sino de un montón de favores que le hemos hecho y que no nos ha compensado. ¿Por qué iba yo a ir a por Didi?

—Porque sabes que si acabas con Fligh jamás recuperarás tu dinero —dijo Qui-Gon.

Helb rió.

—¡Pero si no lo voy a recuperar de todas maneras!

—Fligh sabe que vuestro grupo se ha trasladado a Vandor-3 —dijo Qui-Gon—. Si le matas, la información no saldrá a la luz.

Helb negó con la cabeza, sonriendo.

—Se lo dije a Fligh porque quería que se supiera. Sabía que no se lo vendería a la policía. Sólo a aquellos que necesiten piezas o deslizadores robados baratos. ¿De qué otra forma puedo conseguir clientes? Y hablando de todo un poco, si el Templo necesita algo...

—No, gracias —dijo Qui-Gon, levantándose.

—No te preocupes por Didi —dijo Helb—. Ése siempre cae de pie. Y si ves a Fligh, dile que estoy buscándolo. ¡Eso debería asustarle! —siseando divertido, Helb volvió a concentrarse en su té.

Qui-Gon se dirigió a la puerta. Obi-Wan comenzó a seguirle, pero notó que alguien le miraba. Un anciano arrugado envuelto en una andrajosa capa estaba sentado en una de las mesas, moviendo las piezas de un tablero con sus sucios dedos. Sus ojos se posaron de nuevo en el tablero, mientras Obi-Wan lo contemplaba. El viejo le sonaba de algo, pero no sabía de qué.

Alcanzó a Qui-Gon en la puerta, pero algo le hizo girarse. El anciano avanzaba hacia la parte trasera del garito. Al principio caminaba trabajosamente entre la gente, pero, de repente, aceleró el paso al cruzar por delante de los que estaban en la barra. Era complicado no perderlo de vista entre el gentío, pero Obi-Wan se concentró, buscando el movimiento.

Vio una capa caer al suelo. Y luego otra. Nadie se dio cuenta.

Las ventanas de la parte trasera estaban cerradas. Una de ellas estaba más rota que la otra, y el cristal tenía una grieta que dejaba pasar una ligera corriente.

El anciano tambaleante había desaparecido. Una mujer alta vestida con una túnica oscura se separó de la multitud y se dirigió hacia la parte trasera.

—Es ella —jadeó Obi-Wan. Miró a Qui-Gon—. Está aquí.

Qui-Gon se giró. Ambos vieron cómo la mujer vestida de negro se elevaba para deslizarse por la estrecha apertura de la ventana. Su cuerpo pareció comprimirse.

Qui-Gon salió de un salto por la puerta principal con Obi-Wan pisándole los talones. Bajaron corriendo por un estrecho callejón repleto de cubos de basura de duracero, sobre los que tuvieron que saltar y correr.

La basura se aplastaba bajo sus botas, impidiéndoles avanzar rápidamente. Intentaron no hundirse y corrieron sobre las tapas de los cubos hacia la parte de atrás del callejón. Cuando llegaron al final, saltaron al suelo.

Ella desapareció, doblando una esquina a lo lejos.

Qui-Gon apretó el paso y Obi-Wan aceleró para alcanzarle. Su Maestro era un corredor excelente y dio la vuelta a la esquina antes de que él llegara.

Obi-Wan se esforzó al límite, corriendo tras Qui-Gon. La pregunta, si llegaban a alcanzar a la cazarrecompensas, era ¿qué iban a hacer con ella? El último interrogatorio no había sido demasiado productivo.

Al girar la esquina, vio que Qui-Gon se había rendido. El callejón se ensanchaba formando una placita de la que partían otras seis calles.

—Se ha ido —dijo Qui-Gon.

—Si es que era ella —dijo Obi-Wan—. Ahora no sé qué pensar. Vi a un viejo y de repente se convirtió en una mujer joven.

—Tus ojos no te engañaron, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. Sólo un sorrusiano hubiera sido capaz de colarse por esa grieta. La pregunta es ¿qué estaba haciendo allí? ¿Ha sido una coincidencia o nos está siguiendo?

Capítulo 7

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Astri mientras Qui-Gon y Obi-Wan entraban en la cafetería de Didi. Se limpió las manos manchadas de harina con un trapo—. Perdonadme, ha sonado un poco mal. Sabes que siempre eres bienvenido, Qui-Gon, pero es que ahora es un mal momento.

—No te preocupes, Astri, no hemos venido a comer —le dijo Qui-Gon.

—Jenna Zan Arbor llegará con su grupo en cualquier momento —dijo Astri distraída—. Uno de los camareros no se ha presentado todavía. No he terminado los pasteles de banja, el agua de los fideos pashi no quiere hervir y la salsa me ha salido demasiado picante.

—Pues huele de maravilla —dijo Obi-Wan amablemente.

—Gracias. ¡Ojalá les pudiera servir los olores! ¿Qué aspecto tiene el sitio? Se suponía que Fligh iba a venir a barrer, pero no ha aparecido, esa comadreja. Después de todo lo que Didi ha hecho por él.

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