Authors: Jude Watson
—Sé dónde se aloja. En un hostal que no está muy lejos —dijo Didi rápidamente—. Podríais ir ahora mismo. Es un favor mínimo para un Jedi. No tardaréis ni cinco minutos. Le resultará facilísimo a alguien tan sabio y tan fuerte como tú. Ella no podrá hacer caso omiso de un Jedi. Sabes cuánto te aprecio, Qui-Gon. Jamás te pondría en peligro. Tu vida ha de ser larga porque yo te valoro mucho.
A Qui-Gon le brillaron los ojos.
—Ya, ya. Mi vida ha de ser larga porque te conviene, Didi.
—¡Ja! Y además eres listo. La sabiduría Jedi siempre puede conmigo. Pues claro que no lo digo sólo por mí —dijo Didi apresuradamente—. Hay muchos que dependen de ti. Como tu padawan. ¿No es así, Obi-Wan?
A Obi-Wan no parecía gustarle que Didi le incluyera en la conversación.
—Perdóname, Didi —dijo—, pero si eres tan inocente, ¿por qué no vas tú mismo a ver a la cazarrecompensas? Pídele que te haga un escáner de retina o enséñale tu documentación. Podrías aclarar el tema en cuestión de segundos.
—Sería un buen plan si yo no fuera tan cobarde —dijo a Obi-Wan con seriedad. Luego se volvió hacia Qui-Gon—. Ya ves cómo te adora. Igual que yo. Cuestionas el afecto que te tengo, y eso me duele —Didi se secó los ojos secos con un pañuelo que cogió de un montón en el escritorio.
—Vale, Didi —dijo Qui-Gon divertido—. Déjate de escenitas. Iré a ver a la cazarrecompensas.
Didi sonrió.
—Se hospeda en el Hostal Aterrizajes Suaves, que está situado en el tercer Cuadrante del Senado, en la calle Cuarto de Luna.
—Volveremos enseguida —dijo Qui-Gon—. Intenta no meterte en más problemas mientras tanto.
—Me quedaré aquí y seré muy bueno —le garantizó Didi.
Los Jedi se abrieron paso por el atestado café y salieron a la calle.
—No lo entiendo —comentó Obi-Wan en cuanto salieron—. ¿Por qué te fías de él? ¿Qué pasa si Didi cometió un delito y te está utilizando para quitarse de encima a esa mujer? Su historia no tiene mucho sentido. Los cazarrecompensas pueden carecer de principios, pero rara vez cometen errores. ¿Por qué has aceptado?
—Puede que tú no te fíes de Didi, pero yo jamás le he visto mentir —respondió Qui-Gon tranquilamente—. Y tiene razón cuando dice que conoce a todos los criminales de Coruscant, pero él no es uno de ellos.
—Maestro, no me corresponde cuestionar tus decisiones —dijo Obi-Wan—, pero me parece que nos estamos metiendo en algo que podría ser peligroso, y no es un problema que concierna a los Jedi. Estamos hablando de un hombre que trata con criminales y demás escoria galáctica para obtener información que posteriormente vende al mejor postor. Si vives en ese tipo de mundo, te mereces todo lo que te pase.
—Puede que tengas razón —dijo Qui-Gon.
—No entiendo por qué le ayudas —dijo Obi-Wan frustrado.
Qui-Gon dudó un instante.
—Porque es mi amigo.
—Este sitio no me sugiere aterrizajes suaves —comentó Obi-Wan, mirando receloso el Hostal Aterrizajes Suaves—. Parece más bien un aterrizaje forzoso a gran escala.
—He visto muchos sitios como éste —dijo Qui-Gon—. Lo frecuentan viajeros espaciales que buscan unas horas de sueño. No está preparado para la comodidad.
El edificio estaba construido a base de escombros, láminas de duracero y tuberías de conducción que envolvían el inmueble como si lo estuvieran ahogando hasta la muerte. Toda la estructura estaba inclinada y daba la impresión de que un empujoncito podría derribarla. Las escaleras subían hasta una puerta desvencijada de duracero y estaban repletas de rebosantes cubos de basura.
—Bueno —dijo Qui-Gon pensativo—. Vamos a acabar con esto de una vez.
Subieron los escalones y pulsaron el botón del intercomunicador de acceso. Una voz resonó en un altavoz incrustado junto al dintel.
—¿Na hti vel?
—Venimos a visitar a un huésped —dijo Qui-Gon.
La puerta se abrió. Una pequeña togoriana asomó la cabeza.
—Estamos buscando a una mujer —dijo Qui-Gon—. Es una humanoide y lleva una armadura reforzada de plastoide...
—Tercera planta. Habitación Dos —la togoriana regresó a su habitación.
—¿Cómo se llama?
La togoriana no se dio la vuelta.
—¿Y qué más da? Paga por adelantado.
Qui-Gon arqueó una ceja mirando a Obi-Wan. Era evidente que la seguridad no era una prioridad en el Hostal Aterrizajes Suaves.
Subieron rápidamente las rechinantes escaleras hasta el tercer piso. Qui-Gon llamó a la puerta número dos. No hubo respuesta.
—Soy Qui-Gon Jinn, Caballero Jedi —exclamó el Maestro Jedi—. No queremos hacerle daño, sólo formularle unas preguntas. Pido, por favor, permiso para entrar.
No hubo respuesta, pero, tras un momento, la puerta se abrió. Lo único que percibió Obi-Wan fue un ligero movimiento cerca del suelo. La puerta se había abierto sola. La habitación estaba a oscuras y no se veía a nadie. Sintió el peligro acercándose hacia él como las grietas del transpariacero roto.
Qui-Gon también percibió el peligro, pero se adentró con valentía en la habitación sin desenfundar su sable láser. Obi-Wan hizo lo mismo.
El Maestro Jedi fue directamente a la ventana. Subió la persiana y la pálida luz amarilla se coló en la estancia.
La cazarrecompensas estaba sentada en un taburete, mirándoles y de espaldas a la pared. Su cráneo afeitado reflejaba la luz y brillaba como la luna. Contemplaba a sus visitantes sin mostrar interés. Bajo la armadura de plastoide y las botas altas, se percibía una constitución atlética y fuerte. Cuando se levantó, comprobaron que era casi tan alta como Qui-Gon.
—Venimos en nombre de Didi Oddo —dijo Qui-Gon amablemente—. Usted está intentando capturarlo, pero él no ha hecho nada malo. Le solicita que revise su información o contacte con el Gobierno o la entidad que la haya contratado. Está seguro de que se ha equivocado de persona. ¿Lo hará?
La cazarrecompensas no dijo nada. Miraba fijamente a Qui-Gon, pero sus ojos carecían de expresión.
—Didi Oddo tiene una cafetería —dijo Qui-Gon—. No es un criminal. Rara vez sale de Coruscant.
Silencio.
—Si me permite ver la orden de búsqueda, podríamos aclarar el asunto inmediatamente —dijo Qui-Gon—. Y nosotros nos marcharemos.
Más silencio. Obi-Wan se obligó a sí mismo a permanecer quieto. Sabía que no debía hacer movimientos falsos. Era un duelo de voluntades. Qui-Gon estaba tranquilo y mostraba su habitual expresión amable. No iba a demostrar a la cazarrecompensas que le estaba intimidando con su silencio. Nadie intimidaba a Qui-Gon.
—Me veo obligado a insistir —dijo Qui-Gon, endureciendo el tono un poco—. Si ha habido un error, deberíamos comprobarlo de inmediato. Supongo que estará de acuerdo conmigo.
Pero la cazarrecompensas seguía sin responder. Parecía aburrida. O quizá dormía con los ojos abiertos...
El movimiento vino de ninguna parte y le cogió por sorpresa. Él había estado observando la cara de la mujer para intentar adivinar lo que iba a hacer. Ella apenas movió un músculo, pero, con un ligero desplazamiento de sus dedos, el látigo chasqueó en el aire con la afilada punta dirigiéndose al rostro de Obi-Wan.
El chico retrocedió, pero el látigo dio varias vueltas alrededor de su cabeza y se estrechó mientras Obi-Wan se llevaba las manos al cuello.
Los extraordinariamente rápidos reflejos de Qui-Gon estaban más agudizados que los de su padawan. Su sable láser se activó como un rayo y dio un salto hacia el látigo para cortarlo.
Pero los ágiles dedos de la cazarrecompensas volvieron a tirar, y el látigo soltó el cuello del chico. La mujer escapó del alcance del sable láser y rozó la hoja de Qui-Gon.
La cazarrecompensas se puso en pie. El látigo chasqueó de nuevo y esta vez se enrolló en los tobillos del chico mientras éste se adelantaba para atacar.
El padawan tropezó y cayó sobre una mano. La cara le quemaba. Odiaba ser torpe. Era la segunda vez que la cazarrecompensas le sorprendía. La furia le nubló la vista un momento. El joven se esforzó por concentrarse en la calma que necesitaba para el combate.
El látigo se replegó. De repente, brilló con roja intensidad en la penumbra de la habitación. Había activado el modo láser.
El sable de Qui-Gon se enredó con el látigo. Los dos láseres echaron humo. A pesar de estar enredado con el arma Jedi, la cazarrecompensas consiguió que la punta del látigo hiriera a Qui-Gon en el brazo. El Maestro Jedi se vio obligado a retirarse y atacar a su oponente desde otro lado.
Obi-Wan se abalanzó para ayudarle, agachándose para poder asestar un revés a la mujer con el sable láser. Ella saltó tres veces hacia atrás para evitarle y, de repente, se echó al suelo y rodó hasta la ventana. Sus movimientos eran fluidos, como si no tuviera huesos. Obi-Wan no había visto nunca semejante habilidad acrobática.
La ventana estaba abierta unos pocos centímetros. Para sorpresa de Obi-Wan, la cazarrecompensas se despojó de la armadura y se deslizó por el estrecho hueco como si estuviera hecha de agua, luego tiró de la armadura tras ella, y de repente ya no estaba.
Qui-Gon desactivó el sable láser y se quedó mirando el lugar que había ocupado la cazarrecompensas.
—Una oponente formidable.
—¿Cómo ha hecho eso? —preguntó Obi-Wan.
—Al menos ahora ya sabemos de dónde es —dijo Qui-Gon, guardando el sable láser—. Del planeta Sorrus. Los sorrusianos tienen una estructura ósea que puede comprimirse, lo que les permite colarse por espacios estrechos. Es increíblemente flexible. Por no mencionar lo buena que es con el látigo.
Obi-Wan se tocó el cuello.
—Desde luego, sabe usarlo.
—Nunca había visto ese arma —murmuró Qui-Gon—. Tiene dos modos, y uno es el láser. Y era extraordinariamente rápida, padawan. No te preocupes. Tus reflejos mejorarán cuando aprendas a controlar mejor la Fuerza.
—Tú ya te estabas moviendo cuando yo me estaba ahogando —dijo Obi-Wan con tristeza.
—Me esperaba lo del látigo —dijo Qui-Gon—. Didi nos lo contó. No aparté la vista de su muñeca. La próxima vez tú harás lo mismo.
Qui-Gon se miró el hombro. Obi-Wan vio que tenía la túnica rasgada. Los jirones estaban empapados de sangre.
—¡Estás herido!
—Me dio con la punta. Un poco de bacta y estaré bien. Ven, padawan. Vamos a darle la mala noticia a Didi —Qui-Gon sonrió mientras se retiraba los jirones de la herida—. No creo que esta cazarrecompensas quiera marcharse.
—¡Te ha herido! —gritó Didi en cuanto vio a Qui-Gon—. ¡No puedo creerlo! —se llevó las manos a la boca—. Eso significa que es realmente peligrosa. ¡Mi problema es mayor de lo que pensaba!
—Olvida tus problemas un momento. Necesitamos agua para limpiar la herida —le dijo Obi-Wan bruscamente.
—Claro, claro, permitidme que os ayude. Tengo un equipo médico por aquí... —Didi comenzó a revolver el escritorio, tirando tarjetas de datos, recibos, latas y cajas.
—No te preocupes. Obi-Wan, ve a buscar tu botiquín —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan lo encontró rápidamente. Didi trajo una palangana con agua. Obi-Wan se puso manos a la obra, pero Didi le indicó que se apartara.
Obi-Wan vio cómo Didi cortaba la túnica y limpiaba cuidadosamente la herida, asegurándose de que no quedara ni un resto de suciedad o de tejido en la carne rasgada. Sus regordetes dedos eran sorprendentemente delicados. Trabajaba con rapidez y seguridad, sin dudar ni un momento. Obi-Wan no pudo evitar admirar su habilidad. No se hubiera sorprendido si Didi se hubiera mostrado un tanto reacio o le hubiera dado asco la sangre.
Didi le echó bacta en la herida y después, con gran suavidad, la envolvió con una venda limpia.
—Gracias —dijo Qui-Gon—. No hubiera podido pedir mejores cuidados.
—Necesitarás una túnica limpia —dijo Obi-Wan.
—Puedo ir a por una... —comenzó a decir Didi.
—Espera un poco —Qui-Gon contempló ceñudo a Didi—. Esta cazarrecompensas no va a rendirse. O es muy cabezota, o realmente tiene una orden de caza y captura.
—Imposible —dijo Didi, negando con la cabeza.
—O quizá no haya orden de búsqueda y simplemente hay alguien que quiere hacer daño a Didi —señaló Obi-Wan—. Los cazarrecompensas suelen aceptar encargos privados.
Didi se giró y miró a Obi-Wan, boquiabierto.
—Oh, no digas eso, Obi-Wan. Eso es todavía peor. Significaría que alguien le ha puesto precio a mi cabeza.
Obi-Wan se sorprendió al ver a Didi palidecer.
—No quería asustarte.
—Ya lo sé, querido chico —dijo Didi—. Es muy amable por tu parte, pero me has asustado. ¿Por qué iba a hacer eso alguien? No tengo enemigos. Sólo amigos.
—Obi-Wan, tienes razón —dijo Qui-Gon pensativo—. Tendríamos que haberlo pensado antes. Es lógico, considerando la actitud de la cazarrecompensas y la forma en la que Didi se gana la vida.
—¿Sirviendo comida y bebida? —preguntó Didi atónito—. Admito que a más de uno le ha sentado mal la cena, pero yo no he envenenado a nadie. Al menos, no a propósito.
—No estoy hablando de tus dudosas habilidades como cocinero —dijo Qui-Gon a Didi—. Hablo de tus actividades secundarias. Traficas con información. Información que puede beneficiar o perjudicar tanto a los criminales como a las fuerzas de seguridad y a los miembros del Senado. ¿Y si sabes algo que alguien no quiere que se sepa?
—¿Y qué podría ser? —preguntó Didi—. Yo no sé nada.
—Seguro que sí —insistió Qui-Gon—. Lo que pasa es que no sabes lo que es.
—¿Como puedo saber algo sin saberlo? —exclamó Didi con frustración—. Y yo os pregunto, ¿acaso merezco la pena de muerte? Yo oigo algo y se lo cuento a otra persona por un pequeño beneficio, ¿y por eso voy a morir? ¿Es eso justo?
Didi hubiera proseguido, pero Qui-Gon le hizo callar con un gesto de impaciencia.
—Vamos a ver si podemos averiguarlo. Si supiéramos quién ha contratado a la cazarrecompensas, podríamos comenzar a investigar. Voy a llamar a Tahl.
Didi se derrumbó en una silla. Obi-Wan se acercó a Qui-Gon.
—¿Vas a utilizar los recursos del Templo para esto? —le preguntó en voz baja.
—Tahl también es amiga de Didi —dijo Qui-Gon activando el intercomunicador—. Seguro que quiere ayudar.
Unos segundos después, Obi-Wan escuchó la voz de Tahl en el intercomunicador. Cuando Qui-Gon le puso al día sobre la situación, ella preguntó.
—¿Didi está en peligro? Por supuesto que quiero ayudar.