Authors: Jude Watson
—Sé que la cazarrecompensas es sorrusiana —dijo Qui-Gon—. No dijo nada. Es más o menos de mi tamaño y muy musculosa. Lleva una armadura de plastoide y la cabeza rapada.
—Sé quién es —dijo Tahl—, pero no sé cómo se llama. Nadie lo sabe. Hemos recibido informes un tanto alarmantes, así que Yoda me pidió que hiciera un seguimiento de los movimientos de esa cazarrecompensas. Es difícil porque tiende a esfumarse. No sabía que estuviera en Coruscant. No trabaja para Gobiernos, sólo para individuos muy ricos. Se ganó su reputación con una serie de asesinatos de encargo. Algunas de sus víctimas eran personalidades políticas y financieras.
—En otras palabras —dijo Qui-Gon sombrío—, es capaz de pasar por encima de medidas de alta seguridad.
—Exactamente. Y se dice que aceptará cualquier misión si el precio la satisface. Es muy buena, Qui-Gon. Muy peligrosa.
Se oyó un lamento procedente del escritorio.
Tahl soltó una carcajada.
—Te he oído, Didi. No te preocupes. Con Qui-Gon ayudándote, todo saldrá bien. Qui-Gon, sé que os veré pronto a Obi-Wan y a ti. Yoda os espera.
La voz de Tahl sonó cálida al dirigirse a Didi. Obi-Wan no lo entendía. Era evidente que no estaba captando los encantos que Didi tenía para los Jedi.
Qui-Gon cortó la comunicación.
—La situación se pone interesante —comentó.
—Yo no emplearía esa palabra —dijo Didi en tono quejumbroso—. Terrible, quizá. Horrorosa, injusta, desesperada...
—La cuestión es —interrumpió Qui-Gon ignorando a Didi— ¿por qué iba a dignarse una asesina tan solicitada a ocuparse de un gorrón de baja estofa como Didi?
Didi se enderezó en el asiento.
—¿De baja estofa? Un momento. Disiento de esa descripción. ¿No has notado que hemos pintado los marcos de las ventanas? Y lo de gorrón...
—Didi, concéntrate —le interrumpió Qui-Gon—. ¡Piensa!
—No es lo que se me da mejor —dijo Didi—, pero lo intentaré. La información ha sido un poco escasa últimamente. Y he estado muy ocupado con la cafetería. A Astri no le gusta mi... ocupación alternativa, así que tengo que ser cuidadoso. Pero hay un par de cosas que me contó no hace mucho Fligh, uno de mis informadores. Pero ninguna parece especialmente relevante. Ni siquiera sabía a quién vendérselas...
—¿Qué son? —preguntó Qui-Gon con impaciencia.
Didi alzó un dedo regordete.
—La primera es que la senadora Uta S'orn del planeta Belasco va a dimitir —se detuvo un segundo—. Y los Tecnosaqueadores van a trasladar su cuartel a Vandor-3.
Obi-Wan miró a Qui-Gon.
—¿Los Tecnosaqueadores?
—Traficantes del mercado negro. Comercian con naves y armas —explicó Qui-Gon.
—¿Pero qué más le da a la banda que yo conozca su nueva ubicación? —preguntó Didi—. Saben que no se lo vendería a la policía. Yo mismo he recurrido a sus servicios para encontrar piezas para mi mini-crucero —cuando Qui-Gon arqueó una ceja, Didi se apresuró a añadir—. ¡Bueno, es lo más barato! No es ilegal. Técnicamente.
—¿Ni siquiera si las piezas son robadas? —preguntó Qui-Gon.
—¡No sé si son robadas! —insistió Didi—. ¿Para qué voy a preguntar? Sé que yo no las he robado.
—¿Y la senadora S'orn? —preguntó Qui-Gon.
Didi se encogió de hombros.
—No pertenece a ningún comité importante ni está planeando una guerra. No es más que un cotilleo. Iba a llamar a unos cuantos periodistas. Sé que uno de ellos pagaría unos cuantos créditos. Tendré que acordarme de reñir a Fligh. Por lo visto ha vendido la misma información más de una vez. Os garantizo que todo esto son informaciones rutinarias. Nada por lo que asesinar a alguien. Sobre todo a mí.
—De eso no estamos seguros —dijo Qui-Gon pensativo—. Tendremos que investigar ambos temas.
¿Por qué nosotros?
, pensó Obi-Wan. Ya le habían hecho un favor a Didi. ¿Por qué quería Qui-Gon involucrarse todavía más?
La puerta se abrió y una chica entró a toda prisa en la habitación. Llevaba un gorro de cocinero del que se escapaban unos ricitos negros que le rodeaban las orejas y el cuello. También llevaba un delantal que le llegaba hasta los pies, blanco como la nieve excepto por una gran mancha de un rojo brillante. Al caminar fue dejando huellas harinosas en el suelo. La muchacha sujetaba una cacerola llena de sopa, de la que procedía la mancha del delantal.
Le alargó una cuchara a Obi-Wan.
—¿Te importaría probar esto?
Obi-Wan miró a Qui-Gon, recordando su advertencia de no probar la comida.
—No seas tímido. Toma —le acercó aún más la cuchara.
Obi-Wan no tenía elección. Un tanto reacio, se tragó la cucharada de sopa. Un líquido suave y sabroso le bajó por la garganta.
—Delicioso —dijo sorprendido.
—¿De verdad? —dijeron la chica y Didi al unísono, también sorprendidos.
—De verdad —le dijo Obi-Wan.
Ella se giró hacia Qui-Gon.
—¡Qui-Gon! Didi me dijo que habías venido. Qué alegría verte —colocó la cacerola en el escritorio, derramando un poco del contenido. Limpió la mancha con una esquina del delantal y tiró al suelo una pila de láminas reciclables—. Vaya.
Didi miró a Qui-Gon con una expresión de advertencia que la chica no percibió.
—Es sólo una visita de cortesía —respondió Qui-Gon—. Tienes razón, Astri. Llevaba mucho tiempo sin venir a ver a tu padre.
—¿Te has fijado en las reformas? —preguntó Astri—. Lo pinté todo yo misma. Fue difícil convencer a mi padre de que había que acicalar el sitio.
—No quiero asustar a los clientes habituales —dijo Didi.
—Ojalá eso fuera posible —gruñó Astri.
—No sé qué tenía de malo mi comida —prosiguió Didi—. Nadie se quejó nunca.
—Claro —dijo Astri alegremente—. Estaban muy ocupados vomitando. Mientras tanto, he decidido que tenemos que invertir en servilletas nuevas y manteles para las mesas...
—Manteles ¿para qué? ¿Para que se pongan perdidos?
Astri se volvió hacia Qui-Gon y extendió las manos.
—¿Entiendes mi problema? Yo quiero mejorar el sitio y él no hace más que quejarse. No para de acoger a la peor clientela de la galaxia. Me prometió dejar de comprar y vender información, pero no puede evitar seguir alimentándoles. ¿Cómo puedo atraer a mejores clientes si el local sigue lleno de mafiosos?
—A todo el mundo le gusta comer con mafiosos —comentó Didi—. Es el condimento secreto.
—Yo me ocuparé de los condimentos, si no te importa —dijo Astri con decisión—. Acabo de conseguir un trato importante, padre. Podría ser nuestra gran oportunidad. Dentro de poco se celebrará una conferencia médica en el Senado, y vendrán científicos de toda la galaxia. Adivina quién ha reservado la cafetería para una cena íntima.
—¿El Canciller? —sugirió Didi.
—No te pases —dijo Astri con una mueca—. ¡Jenna Zan Arbor!
Obi-Wan había oído hablar de Jenna Zan Arbor. Años atrás, cuando era una joven científica, alcanzó la fama inventando una vacuna para un planeta amenazado por un letal virus del espacio. Posteriormente centró sus actividades en ayudar a planetas con un nivel tecnológico bajo. Su último proyecto era triplicar el suministro de alimentos del planeta Melasaton, que sufría una ola de hambre.
—¿Quién? —preguntó Didi.
—¡Jenna Zan Arbor! —gritó Astri—. ¡Ha reservado toda la cafetería para su fiesta!
—¿Y has dicho elegante? —preguntó Didi—. Eso sí que suena caro.
—Por favor... no... lo estropees —dijo Astri entre dientes. Luego cogió la sopa y salió de la habitación con los ricitos flotando, el delantal ondeando y la sopa derramándose por el suelo.
—¿A que es maravillosa? —suspiró Didi—. Pero me va a llevar a la bancarrota.
—Le prometiste no volver a traficar con información —dijo Qui-Gon.
—Bueno, sí, eso creo. Pero ¿qué puedo hacer si alguien me susurra algo de vez en cuando a cambio de unos créditos o un almuerzo?
—Quizá lo mejor sea que Didi desaparezca un tiempo —sugirió Obi-Wan—. Que se vaya a un planeta en el que no le encuentre la cazarrecompensas.
—¡Qué buena idea! —dijo Didi alegremente—. ¡Escapar es mi estilo! —entonces frunció el ceño—. Pero no me gusta la idea de abandonar a Astri.
—Por supuesto —asintió Qui-Gon.
—Se gastará todo mi dinero —dijo Didi.
Qui-Gon suspiró.
—No creo que sea buena idea que huyas, Didi. La cazarrecompensas es, sin duda alguna, una rastreadora experta. Y lo mejor es que nos enfrentemos al problema aquí y ahora. Obi-Wan y yo llevaremos a cabo una investigación.
—¡Pero si tenemos que volver al Templo! —protestó Obi-Wan—. Tahl dijo que Yoda nos estaba esperando.
—Aún nos quedan unas cuantas horas —dijo Qui-Gon—. Llamaré a Yoda por el camino y le diré que nos retrasaremos un poco. Lo entenderá. Es muy...
—...amigo de Didi —terminó Obi-Wan.
A Qui-Gon le brillaron los ojos al sonreír.
—Además, así podrás ver el lado más sórdido de Coruscant.
—Justo lo que siempre he querido —masculló Obi-Wan.
—¡Y cuando volváis, os invitaré a una deliciosa cena! —exclamó Didi.
Obi-Wan parecía indeciso.
—Mientras no la cocines tú —dijo.
Tras obtener una minuciosa descripción de Fligh, el informador de Didi, Qui-Gon y Obi-Wan volvieron al Senado.
—Preguntad por ahí —les había dicho Didi—. Todo el mundo conoce a Fligh.
Se abrieron paso por la entrada principal del Senado circular. La gran cantidad de seres que lo abarrotaban contrastaba con la tranquilidad del entorno, creando una sensación de caos controlado. Obi-Wan sufrió los empujones y las sacudidas de los funcionarios y los trabajadores de varias razas. Las cámaras flotantes zumbaban sobre sus cabezas, dirigiéndose al enorme anfiteatro interior para grabar las sesiones. Los guardias vestidos de uniforme azul marino marchaban de un lado a otro con aplomo.
Había pequeñas cafeterías en los huecos de la fachada exterior, algunas más llenas que otras. Qui-Gon se detuvo a preguntar en varias, y luego ambos siguieron avanzando.
—Didi tiene razón —dijo a Obi-Wan—. Todo el mundo conoce a Fligh. Lo que pasa es que no saben dónde está.
Acabaron encontrándole en una de las pequeñas cafeterías. Estaba desierta. Ya había pasado la hora del almuerzo y había comenzado la sesión del Senado.
Fligh estaba sentado en una mesa pequeña, agarrado a un vaso de zumo de muja. Era una criatura larguirucha, de rostro alargado, orejas de soplillo y un ojo verde artificial.
Qui-Gon y Obi-Wan se sentaron en la misma mesa.
—Nos envía Didi —dijo Qui-Gon.
Fligh parecía sorprendido. Se chupó los labios.
—No sabía que los Jedi traficaran con información. ¿Compráis, vendéis o intercambiáis?
—No hemos venido a hacer un trato —dijo Qui-Gon—. Necesitamos que nos digas cómo averiguaste las dos piezas de información que le vendiste a Didi hace poco.
Fligh envolvió el vaso con sus largos y huesudos dedos y les miró con expresión astuta.
—¿Y por qué os lo iba a decir? ¿Qué gano yo a cambio?
—Estarías ayudando a Didi —dijo Qui-Gon—. Está en peligro. Y si decidieras no ayudarle, yo no estaría contento —Qui-Gon miró fijamente a los ojos de Fligh.
El informador se atragantó con el zumo de muja y se echó a reír nervioso.
—¡Eres amigo de Didi! ¡Yo soy amigo de Didi! ¡Todos somos amigos! ¡Claro que sí! Por supuesto que quiero que estés contento. Te diré todo lo que quieras saber. ¿Puedo añadir que soy muy servicial y discreto? Y generoso. ¿Os apetecen unos zumos de muja? Por desgracia, actualmente no tengo créditos, pero podría pedirlos por vosotros.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—Sólo cuéntanos lo que queremos saber, Fligh. ¿Cómo supiste lo de los Tecnosaqueadores?
Fligh se encogió de hombros.
—Es fácil. Si presta atención, se pueden oír cosas. Eso es todo.
—¿Así que simplemente lo oíste por ahí? —preguntó Qui-Gon.
—Ya veo que eres meticuloso con los detalles —dijo Fligh, apoyándose en el respaldo y soltando una risita—. Vale, vale. Se lo oí decir a su representante en Coruscant. Helb es el que comercia con el equipo técnico robado. Se le puede encontrar en la Taberna Esplendor, él lleva los tratos. Solía estar en el Café de Didi, pero la encantadora Astri se ocupó de él. Una pena... Didi siempre me invitaba a zumos —Fligh suspiró.
—¿Y la información sobre la senadora S'orn? —preguntó Qui-Gon.
—Tengo que proteger mis fuentes, ¿sabes? —exclamó Fligh.
Qui-Gon le miró con dureza. No tenía que hacer nada más. El cobarde de Fligh reculó inmediatamente.
—Vale, vale. Ya veo que vais a hacerme hablar. Llegó a mi poder un informe confidencial redactado por S'orn en persona en el que anunciaba su dimisión. No se hará público hasta la semana que viene. Evidentemente, no podía desperdiciar semejante hallazgo.
—¿Y cómo conseguiste ese informe? —preguntó Qui-Gon.
—¿Cómo se entera uno de las cosas? Las cosas pasan. Una lámina reciclable se cae a la papelera, alguien la recoge, la pasa por ahí... —Fligh se encogió de hombros—. Es la forma que tiene uno de trabajar. Un poquito aquí, otro poco allá. Un favor por aquí, un intercambio por allá, y ya está —se volvió hacia Obi-Wan—. ¿Te gusta mi ojo?
La repentina pregunta cogió por sorpresa a Obi-Wan.
—¿Cuál? —preguntó educadamente.
—¡El verde, cuál va a ser! —dijo Fligh señalándoselo—. Perdí el mío en un pequeño altercado con unos hutts. ¿A que es una preciosidad?
—Es muy bonito —dijo Obi-Wan.
—No está mal —dijo Qui-Gon cuando Fligh se volvió para mirarle.
—¿Lo veis? Ahí está. Un intercambio. Un poco de información por aquí, otro poco por allá y consigo un ojo. ¿Cómo, si no, iba uno a sobrevivir en Coruscant?
—Por ejemplo, consiguiendo un empleo —señaló Qui-Gon.
—Podría, si fuera diferente —admitió Fligh—, pero no lo es —volvió a encogerse de hombros—. Yo lo hago lo mejor que puedo. Llevo solo desde que era pequeño y aprendí a sobrevivir. Didi es mi amigo. Ha hecho mucho por mí. También le tengo mucho cariño a Astri. Lamento que tenga problemas. Intentaré ayudar, Jedi. Lo prometo.
—Creo que es mejor que te mantengas al margen —dijo Qui-Gon con amabilidad. El tono de Fligh sonaba sincero—. No sabemos en lo que nos estamos metiendo.
—Entonces llamadme cuando me necesitéis. Haré lo que esté en mi mano, que, como podréis adivinar, no es mucho —Fligh soltó una risilla—. Pero ahí está.