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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (53 page)

BOOK: Categoría 7
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Diez minutos más tarde, con la gabardina sobre el brazo, el maletín con el ordenador colgando de su hombro y el equipaje de mano a sus pies, Kate se asomó por la puerta de la sala de conferencias, esperando a que Jake se diera la vuelta y la viera. Cuando terminó la llamada y la miró, la expresión de su rostro era una mezcla curiosa de alivio e irritación. Había un atisbo de sonrisa, lo que hizo que ella frunciera el ceño.

—¿Qué ocurre?

—Carter ha muerto.

Por un momento, lo único que Kate pudo hacer fue parpadear. Había tenido que asumir tantas muertes en los últimos meses que no sentía emoción alguna. Su primer pensamiento fue que ahora no tendría que salir de la ciudad.

—¿Qué ha sucedido? —Entró en la habitación, dejó caer su gabardina en el respaldo de una silla y colocó el maletín sobre la mesa.

—Hace alrededor de una hora, su esposa fue a verlo. Con un par de tijeras que había ocultado de alguna manera cortó todos los tubos que quedaban a su alcance. Sólo había llegado a cortar unos cuantos cuando la descubrieron, pero creo que alguien la agarró por detrás y ella aferró un cable y… —frunció el ceño—. Cortó lo suficiente del aislamiento hasta llegar a la electricidad.

Kate volvió a parpadear.

—¿Entonces está muerta? ¿Y él también?

—Asados. Literalmente. Un agente del FBI y una enfermera también resultaron gravemente heridos.

Ambos permanecieron quietos durante un minuto, con la mirada perdida.

—Creía que el lugar estaba vigilado más férreamente que las puertas del infierno. ¿Cómo pudo entrar con unas tijeras? —preguntó Kate, pero inmediatamente alzó las manos—. No me respondas, aunque puedas. No me importa. Está muerto.

Pasó un minuto, y Jake se aclaró la garganta.

—¿Y ahora qué?

Kate dudó.

—¿Se ha cancelado nuestro viaje?

—Sí.

Sus miradas se cruzaron.

—¿Qué te parece si vamos a comer? —preguntó ella con lentitud.

—Tendrán que traernos la comida.

Ambos se quedaron petrificados cuando oyeron una voz familiar por detrás de la puerta al abrirse. Un momento más tarde, apareció el rostro lampiño y serio de Tom Taylor. Ni ella ni Jake dijeron una palabra mientras Tom entraba y cerraba la puerta a su paso.

Al mirarlos, sus ojos fueron tan inexpresivos como siempre.

—¿Qué? ¿Han pasado varios meses y no os alegráis de verme?

—Has acertado. —Kate intentó sonreír pero no pudo.

Ignorando su comentario, Tom depositó su maletín sobre la mesa, se sentó y sacó el ordenador.

—Sentaos. El asunto es ecoterrorismo, concretamente contaminación. Más específicamente la deliberada contaminación de los océanos, la mutación genética de ciertas especies. Lo que necesito de vosotros dos es un curso acelerado en convección termosalina. —Miró a Kate—. Yo pago la comida. Sugiero que no pidamos sushi.

Nota del autor (Bill Evans)

Aquellos que se convierten en meteorólogos suelen decir que un acontecimiento climático que les impactó es la razón por la que se han dedicado a esta disciplina, y yo no soy distinto en eso. Habiendo crecido en Misisipí, mi vida cambió para siempre en 1969 cuando el huracán
Camilla
, que causó una tremenda pérdida de vidas y daños materiales en mi tierra natal, cambió el modo que yo tenía de ver el mundo hasta aquel momento.

Cuando me trasladé a Nueva York en 1989, observé todos los edificios sobre la línea costera y pensé, morbosamente: «Vaya sitio para ser azotado por un huracán». Y así comenzó este proyecto.

En 1997, siendo anfitrión del Congreso Meteorológico de las Bahamas, asistí a la exposición del gran especialista, el doctor Nicholas Kock, profesor de geología en la Universidad de Nueva York. El doctor Kock presentó una electrizante ponencia sobre los grandes huracanes del Noroeste y lo que sucedería si un huracán afectara a Nueva York hoy en día. Cada setenta años un huracán de importancia ha golpeado a la ciudad de Nueva York con resultados devastadores. La isla Hog, situada al sur de la playa Roosevelt, al sureste de Manhattan, desapareció de la faz de la tierra en medio de la noche, durante un huracán. El último gran huracán que afectó a Nueva York fue posteriormente denominado
El Expreso de Long Island
. Esa tormenta destruyó gran parte de Long Island, Connecticut y Nueva Inglaterra. Eso sucedió en 1938 —hace casi setenta años—, y ahora estamos muy próximos a su aniversario.

En el Noreste, una generación entera ha nacido y crecido sin experimentar la devastación de un huracán de ninguna categoría. Mientras paseaba por las calles de Nueva York, me di cuenta de que allí la gente no tenía ni idea de lo que sucedería si un huracán impactara de forma directa sobre la ciudad. Cuando pregunté, la abrumadora mayoría de los habitantes respondieron que buscarían refugio en el metro en caso de un huracán. ¿El metro? Obviamente, la gente no es capaz de comprender lo que un huracán haría con la ciudad, y mucho menos qué es lo que deberían hacer en semejante supuesto, aun habiendo visto la devastación causada por grandes huracanes en los últimos años.

Además, la zona donde se asienta Nueva York es muy diferente a la de la costa del golfo de México en los Estados Unidos. La ciudad está en un área que forma un ángulo recto constituido por la costa de Nueva Jersey, que va de norte a sur, y Long Island, que se extiende de este a oeste. Puesto que los huracanes giran en sentido contrario a las agujas del reloj, el agua se acumularía directamente en los cinco distritos de la ciudad a un ritmo impresionante, mucho más rápido que en cualquier otra región del país. Por si fuera poco, la tierra bajo el océano Atlántico en esta zona es pedregosa, no arenosa como en la costa del Golfo, y se eleva en dirección a Nueva York. Por ello, en el Noroeste, una tormenta de categoría 2 se transforma en 3 con facilidad, una de 3 en 4, y así sucesivamente…

Esa información me resultó tan abrumadora que quise escribir un libro sobre el asunto. Decidí recoger esos datos y escribir lo que, en principio, pensé sería un libro científico sobre un huracán que afectara a Nueva York: cuáles serían las pérdidas, datos estimativos de daños y destrucción. Después de todo, ya había sucedido con anterioridad, y en cuestiones climáticas, la historia siempre se repite.

En primer lugar, me dirigí con mi investigación a mis jefes de la WABC-TV, y los convencí para realizar un programa especial de media hora sobre lo que sucedería si un huracán de categoría 3 azotara Nueva York. Ese especial y una serie dedicada a otros fenómenos climáticos son emitidos ahora durante todo el año.

Pero yo creía que esa gran historia sobre un huracán cayendo sobre la ciudad de Nueva York debía ser contada, así que seguí presentando mi idea sobre un libro científico a todo aquel que quería escucharme. Afortunadamente para mí, hubo oídos atentos. Mientras buscaba consejo en amigos y conocidos del ámbito científico, la televisión y la industria editorial, mi libro científico comenzó a transformarse. Un día, almorzando con Jeffrey Linz, el gran crítico cinematográfico y amigo personal, con quien he jugado al softball en Central Park durante veinte años, éste me dijo: «¿Por qué motivo querrías escribir un libro científico cuando el relato de un huracán que afectara a Nueva York sería una gran película? ¡Escribe el guión!». Entonces, accedí en parte. Cambié mi primitiva idea de un libro científico por la de una novela, y no un guión. ¡Gracias por el consejo, Jeff!

Después vino el 11 de septiembre. Ese momento cambió al mundo. Inmediatamente archivé la idea del libro. ¿Un desastre más cayendo sobre Nueva York? ¡Ni pensarlo! La historia durmió una breve siesta hasta la primavera de 2003 cuando volví a la carga, en busca de alguien que me ayudara a escribir y a publicar este libro. La temporada de huracanes había sido relativamente tranquila hasta ese momento, pero la temperatura de los mares estaba aumentando, y parecía que, a medida que pasaba el tiempo, íbamos a ser testigos de un aumento de las tormentas —lo que el Centro de Huracanes definió como «periodo, en varias décadas, de actividades tormentosas más altas de lo normal»—. Desde entonces, cada año que «uno de las grandes» esquiva la ciudad de Nueva York significa que estamos un año más cerca.

A principios de 2004, mientras me encontraba participando en un torneo benéfico de golf en el Innes Arden Country Club en Old Grennwich, Connecticut, tuve el placer de encontrarme con Jeff McGovern. Jeff, un gran tipo y un gran jugador de golf con un gran «pasado», se interesó por la idea de mi libro y de un modo fortuito me presentó a Marianna Jameson, mi coautora.

Ahora sé lo que deben de haber experimentado los hermanos Wright. Después de trabajar tan duramente tanto tiempo, ahora mi proyecto finalmente ha despegado y emprendido el vuelo.

Bill Evans

Agradecimientos (Bill Evans)

Siempre me pareció que tenía una gran historia que contar porque a todos a los que les pedía consejo así lo afirmaban. Nadie me dijo nunca que me diera por vencido. Pero ¿pensarían que un meteorólogo como yo, que predice el tiempo, no tenía la menor idea de cómo contar una historia? Me ha llevado una década completar este proyecto, y jamás podría haberlo concluido sin los buenos consejos de gente maravillosa como Bob Miller en Hyperion, Rich Mallock y Rene Simkowitz en Hearts, y William Pecover (sir William), el magnate editorial británico. Han sido gentiles y generosos con su tiempo, especialmente sir William (con quien compartimos numerosas botellas de vino tinto), y cada uno de ellos estuvo dispuesto a presentarme a otros que podían ayudarme con mi proyecto. Estoy profundamente agradecido a todos ellos por su apoyo en esta aventura, a pesar de no haber publicado nunca una sola palabra.

También quiero dar las gracias a todos aquellos con quienes he pasado tantos años conversando sobre este libro, por sus consejos —Bryan Norcross, los doctores Max Mayfield, Bob Sheets y Nicolas Koch—. Gracias también a la oficina del alcalde Michael Bloomberg y al Departamento de Emergencias y Defensa Civil de Nueva York, especialmente al secretario de prensa Jarrod Bernstein y al encargado de prensa Andrew Troisi. Sus sugerencias han sido muy valiosas, sobre todo en el momento de calcular hasta qué punto se inundaría la ciudad de Nueva York si fuese azotada por un huracán, quién debería ser evacuado y adónde deberían dirigirse. Ha resultado enormemente tranquilizador saber lo bien preparadas que están ambas instituciones para responder al infierno que se desataría en la ciudad si una catástrofe semejante tuviera lugar. Gracias también a Ellen Schubert y al enérgico personal del UBS por darme a conocer el enorme parqué de la bolsa mercantil de Stamford, Connecticut, para que pudiéramos aprender cómo se negocian las acciones.

También deseo mostrar mi agradecimiento a Tom Doherty Associates por tener las agallas de aceptar a un escritor novel. Melissa Ann Singer ha sido fabulosa, y el personal y el departamento de ventas me han brindado todo su apoyo, lo cual es fantástico para alguien en mi posición.

Quiero dar las gracias de todo corazón a mi coautora, Marianna Jameson. Si no fuera por ella, este libro nunca habría sido escrito. La primera vez, cuando la conocí, hablamos del tiempo durante varios días. Compartimos el mismo entusiasmo por la meteorología y el mismo sentido del humor. Al ver nuestras conversaciones convertirse en texto, no pude creer lo que estaba leyendo. Cuando alguien es meteorólogo como yo, mira los datos del clima día y noche y sueña con transformar esos hermosos fenómenos en palabras seductoras. Marianna captó mis ideas, las completó con furiosos huracanes, devastadores tornados, lluvias torrenciales, tormentas masivas, vientos furibundos, soles abrasadores y cielos azules. Ella ha escrito con tanta convicción que puedo sentir la lluvia y el viento sobre mi rostro. Es el clima puesto en palabras. Ella hace eso y, además, cuenta una historia fantástica.

Asimismo, quiero mostrar mi agradecimiento a James Howard y Verna Evans, mis abuelos, que me educaron para que fuera lo que quisiera ser. También me enseñaron a recordar que primero debo dar gracias a Dios diariamente por vivir la vida que ha planeado para mí y por el clima que creó. Y, por último, mi más profundo agradecimiento a las personas más importantes de mi vida, mi familia. Tengo una esposa inteligente y hermosa y cuatro hijos maravillosos. Dana, mi mujer, no sólo ha resultado ser un apoyo constante, sino que además lee unos 175 libros por semana, por lo que también representa para mí una fabulosa fuente de datos.

Bill Evans

Stamford, Connecticut

Verano de 2007

Nota de la autora y agradecimientos (Marianna Jameson)

La cronología de mi participación en este proyecto es diferente a la de Bill, en parte porque comenzó con una conversación en la que nada tuve que ver. Y donde, de hecho, tampoco estuvo Bill. Mi buen amigo Brian Mitchell se encontró con un conocido suyo, Jeff McGovern, una noche en que su tren llegaba a la estación Grand Central, y su conversación tomó un rumbo que yo llamaría afortunado. Jeff mencionó que tenía un conocido que quería escribir una novela; y Brian hizo referencia a que él tenía una amiga novelista. Así pues, mi primer agradecimiento debe dirigirse a estos dos hombres, cuya conversación accidental dio lugar a la colaboración literaria entre Bill y yo.

Nuestra presentación tuvo lugar por teléfono. Debo admitir que tenía mis dudas en trabajar con una celebridad, pero la calidez de Bill, su personalidad sencilla y su modo flexible de entender la vida fueron más de lo que había esperado encontrar. Nos caímos bien de entrada, dándonos cuenta de que teníamos el mismo sentido del humor. También compartíamos la fascinación por la mecánica y los misterios del clima, el interés en la tecnología punta y la predilección por las novelas de suspense. Vaya mi más profundo agradecimiento a Bill por sumarme a este proyecto, que ha dado como resultado lo que siempre fue un sueño suyo largamente acariciado, y que, para ser honesta, ha sido una gran diversión para mí.

Decididos a que este proyecto funcionara, comenzamos a trabajar. Gracias a la creatividad, apoyo, aliento y firme sentido comercial de nuestra agente literaria, Coleen O'Shea de la Agencia Literaria Allen O'Shea, dimos forma y pulimos nuestro relato hasta que estuvo listo para ver la luz. Llegó, empaquetado y sellado al escritorio de Coleen la primera semana de agosto de 2005, cuando nosotros, al igual que el resto del mundo, vimos cómo el huracán
Katrina
convertía en realidad las pesadillas de tanta gente. Estuvimos de acuerdo, sin necesidad de discutir que retrasaríamos la publicación del manuscrito hasta que descendieran las aguas y el horror inicial comenzara a disiparse de la conciencia nacional.

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