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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (46 page)

BOOK: Categoría 7
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Mientras la gente se sentaba a la mesa o se recostaba contra las paredes, la conversación era casi inexistente. Tom se dirigió a la cabecera de la mesa.

—Gracias a todos por venir tan pronto —dijo con su habitual tono neutro y duro a la vez—. Sé que todos han sido informados sobre el P—3 de camuflaje electrónico que explotó minutos después de establecer contacto con la torre de Filadelfia. Hemos confirmado que antes de la explosión emitió una descarga de láser de uno punto cero, cuatro, cero, cinco milímetros de frecuencia de onda, con una duración de quince segundos que fue dirigida hacia la superficie del océano. Todavía no hemos determinado si fue un accidente o un acto deliberado, ni hemos determinado cuál era el objetivo, en caso de que fuera un acto premeditado. Sabemos que el aparato era un avión de investigación propiedad de la Fundación para la Recuperación del Medio Ambiente, dirigida por Carter Thompson como fachada para sus investigaciones sobre control climático. Agentes del FBI han ido a casa de Thompson esta mañana con una orden de registro y para interrogarlo. Minutos después de su llegada, sufrió un ataque cardíaco y un grave accidente cerebral. Todavía está vivo y aparentemente consciente, pero ha sufrido parálisis motriz y es incapaz de hablar. Está en el hospital regional, y los agentes lo están controlando tan de cerca como los médicos. Davis Lee Longstreet, que administraba una de las compañías de Carter y posiblemente estuviera al tanto del trabajo de la fundación, fue hallado en su apartamento de Nueva York hace unas horas. Aparentemente, se suicidó ingiriendo una sobredosis de medicamentos.

Kate no pudo reprimir un grito horrorizado antes de taparse la boca con la mano. Tom hizo una pausa y la miró.

—Mis condolencias, señorita Sherman. —Miró a su alrededor—. Esto nos deja con un huracán de categoría 5 a menos de trescientos kilómetros de la costa de Estados Unidos.

Todos guardaron silencio mientras Tom examinaba sus notas.

—Estamos razonablemente seguros de que ha habido injerencias externas, de carácter humano, en la tormenta, en, al menos, las últimas noventa y seis horas. Éstas han consistido en descargas de energía de uno punto cero, cuatro, cinco milímetros de frecuencia de onda de láser dirigidos al ojo del huracán. Cada uno de los episodios fue seguido de una intensificación de la tormenta. —Se sentó en su silla y miró, con aire indiferente, a todos en la habitación—. Carter Thompson trabajó para la Agencia Central de Inteligencia a fines de los sesenta y principios de los setenta como investigador meteorológico, al igual que Richard Carlisle, que fue asesinado hace aproximadamente unas cuarenta y ocho horas. El proyecto en el que se encontraban trabajando se ocupaba de la creación e intensificación de tormentas huracanadas, y tuvieron éxito al crear o aumentar la intensidad de ocho tifones en el Pacífico durante el verano de 1971, incluyendo dos que excedieron los límites inferiores de una designación de categoría 5. I ras ese éxito, un comité del Congreso los recompensó eliminando los fondos del programa y Carter se quedó sin trabajo. Uno de los miembros de aquel comité era Winslow Benson. Recientes informes de inteligencia indican que Carter Thompson estaba obsesionado con el presidente y que tenía, además, ambiciones presidenciales propias. Basándonos en eso y otros informes, hemos determinado, con una alta probabilidad, que Thompson es responsable de la intensificación de
Simone
y que el objetivo más probable de la tormenta es la zona noreste, previsiblemente la ciudad de Nueva York, en donde el presidente iba a dar un discurso dentro de tres días. En este momento, todo indica que esta tormenta continuará creciendo y avanzando hacia el noroeste, es decir, hacia Nueva York.

Se frotó concienzudamente la oreja. Aquel gesto provocó un hormigueo en las manos de Jake y estuvo tentado a darle un golpe. Aquel cretino estaba jugando a hacerse el duro.

—Uno de los problemas es que no sabemos cuántos aviones poseía Thompson. Si hay otros aparatos equipados para continuar con esta operación, la tormenta podría volver a intensificarse. Además, las compañías de Carter cuentan con una pequeña constelación de satélites de observación y comunicación en órbitas de baja altitud. Por lo que sabemos, podrían contar con la misma tecnología instalada en uno o más de ellos. No lo sabremos hasta que hablemos con el personal de Hyderabad, que es donde estaba su centro de operaciones.

—¿Cuál es la situación allí?

—Estamos intentando llegar sin ser vistos. Lo último que queremos es que los hindúes pongan sus manos sobre algo antes de que lleguemos nosotros. —Tom deslizó su mirada por la habitación, deteniéndose en cada uno—. El director nacional de Inteligencia quiere tomar la ofensiva en esto, lo que significa que debemos impedir otra intensificación. Creo que todos somos conscientes de que debe ser evitada a toda costa. Aunque el huracán no sobrepasara la categoría 5, si llega a Nueva York, el impacto de
Katrina
parecerá un día en un parque de atracciones.

—No hay nada superior a la categoría 5 —interrumpió Kate.

Tom apenas la miró.

—Ahora sí. Razón por la que me gustaría considerar algunos escenarios alternativos.

Todos permanecieron en silencio.

—¿Alternativas respecto a qué? —preguntó por fin Kate.

El agente se volvió a mirarla.

—Alternativas a un aumento de intensidad, señorita Sherman. —Luego se dirigió a Jake.

«Fantástico». Jake sintió que su ánimo decaía.

—Doctor Baxter, ¿qué se puede hacer para detener una tormenta como
Simone
?

—Nada —respondió Jake sin emoción—. Me refiero a que el hombre no puede hacer nada. Se ha intentado en el pasado, como echar aceite vegetal sobre la superficie del océano, o sembrando las tormentas, pero nada ha funcionado. El fenómeno natural que puede disminuir una tormenta es un frente de dirección contraria o un dramático cambio en la temperatura. Por ejemplo, si chocara con una zona de aire o agua fría, podría debilitarse, pero tendría que ser un área enorme. De otro modo, dividiría la tormenta en varias tormentas menores.

Tom se volvió a uno de los oficiales de la Armada.

—¿Podemos hacer algo así? ¿Podemos enfriar parte del océano?

El oficial ni siquiera parpadeó.

—No, señor.

Tom entrecerró los ojos.

—¿Quiere decirme que no pueden, comandante, o le da la impresión a usted de que no podemos? ¿Ha existido algún intento o se ha encargado algún estudio en ese sentido?

—No conozco ni estudios ni intento alguno, y es algo más que una impresión —respondió el comandante, apretando las mandíbulas más que antes—. Y a pesar de que dicha operación fuera una posibilidad teórica, existirían problemas logísticos. No contamos con un navío y una tripulación para sacrificar, colocándola en el camino de la tormenta. Tanto si la operación funciona como si no, sería una misión suicida para todo el personal a bordo. Además, sin haber realizado estudios previos, no sabemos qué refrigerante sería el adecuado. Una vez que ese asunto fuera decidido, tendríamos que asegurarnos de que hubiera una cantidad suficiente disponible para llevar a cabo semejante operación, y después tendríamos que fabricar el equipo para dispersarlo.

Tom se volvió a Jake.

—¿Funcionaría una bomba? ¿Podríamos bombardear la tormenta?

Jake negó con la cabeza.

—La cantidad de energía producida por un huracán de categoría 5 es inmensa. Podría suministrar suficiente energía para mantener la Costa Este iluminada durante un periodo de tiempo muy largo, si pudiéramos almacenarla. Para contrarrestar ese tipo de energía se necesitaría un explosivo atómico enorme, mayor de lo que nunca se haya fabricado, y es probable que no funcionara. Además de las obvias consecuencias para el medio ambiente y las personas.

Todos en la habitación guardaron silencio, y tras unos minutos, Jake se aclaró la garganta. Todos los ojos se posaron en él, y tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse atrás.

—¿Alguna otra cosa que añadir a la discusión? —preguntó Tom.

«Aquí se acaba mi carrera». Jake tragó saliva.

—Tengo una idea que quizás valga la pena intentar.

—Oigámosla —respondió Tom.

—Es un recurso extremo.

—No lo dudo.

Jake lo miró a los ojos.

—Durante años, los láseres fueron utilizados para dispersar la niebla durante los aterrizajes y despegues de los aviones. Hace poco que han dejado de usarse porque los nuevos generadores de calor en las cabinas los han vuelto obsoletos, pero es una tecnología probada. Ciertos láseres pueden generar suficiente calor como para evaporar las nieblas cálidas, que no es otra cosa que vapor de agua, de forma casi instantánea. Y lo que las torres de convección de un huracán absorben es vapor de agua. Si pudiéramos dirigir los láseres al ojo de la tormenta de forma lateral hacia las paredes y a muy baja altitud —próximos al nivel del mar— tal vez conseguiríamos interrumpir y debilitar el ciclo de convección. —Ninguno de los presentes dijo nada ni lo miró a los ojos, excepto Kate y Tom.

—Necesitaríamos muchos láseres —se oyó una voz al otro extremo de la mesa.

—O unos cuantos muy poderosos —rectificó Jake.

Tom lo miró, frunciendo confundido el ceño.

—Si los láseres evaporan el agua, entonces, ¿por qué Thompson utilizó láser para intensificar las tormentas?

—Lo que hizo fue como echar un cubo de gasolina en una hoguera —contestó Jake—. Disparó el láser hacia la parte superior del centro de la tormenta, en donde todo el calor latente en la columna de vapor de agua ya estaba siendo liberado en forma de energía. El golpe de calor de su láser aceleró ese proceso, creando una succión vertical en la columna de aire que ya se elevaba por el ojo. El ciclo de convección se expandió de forma dramática haciendo que la tormenta se volviera más alta, ancha y rápida. Lo que sugiero es que intentemos cortar la circulación en la base de la columna de aire, lo suficiente para desestabilizar la tormenta.

Tom lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Estás pensando en láseres instalado en aviones que volarían atravesando la tormenta, o en barcos?

—No he pensado en ello, la idea se me acaba de ocurrir. Pero ésa es una decisión que escapa a mi área de conocimiento —dijo Jake, encogiéndose de hombros.

Tom miró a un oficial escéptico con el uniforme azul de la Fuerza Aérea.

—¿Qué opina, mayor?

—Un avión no puede atravesar un huracán. Se necesitaría un aparato especial con soportes. Y no tenemos ninguno instalado con láser. Tampoco los tiene la Armada.

—¿Tenemos
algo
que pueda ser desplegado en esas condiciones? ¿ANT?

El comandante de la Armada parecía incómodo.

—Bueno, señor, los Peregrinos llevan láser, pero todavía están en fase experimental…

—Tendrían que ser lo suficientemente grandes y pesados para operar en el vórtice —interrumpió Jake—. ¿Con qué tipo de motor cuentan?

El oficial lo miró brevemente.

—Tiene un motor de cohete que lo eleva hasta la altitud y velocidad deseadas y luego se desprende. Los soportes se hacen cargo desde ese momento —explicó lentamente, con tono condescendiente.

Con el rabillo del ojo vio que Kate le entregaba un pedazo de papel.

«¿Quieres evaporar un huracán usando LÁSERES? Has leído demasiada ciencia ficción. A propósito, ¿qué son los ANT?».

«Aeronaves No Tripuladas. Aviones robot», escribió y le devolvió el papel.

—¿Qué tipo de láser? ¿De qué alcance? ¿Qué tamaño tienen? —exigió saber Tom.

—Ciento veinte kilos con una velocidad máxima de casi mil kilómetros por hora y un alcance de mil seiscientos kilómetros. Puede permanecer en el aire durante tres horas, pero no funciona tan bien como los otros cuando hay turbulencias.

—¿Y cuáles son los que funcionan?

—Los Depredadores, pero no tienen láser.

—Entonces no perdamos el tiempo con ellos. ¿Qué tipo de láser llevan los Peregrinos? ¿Pueden funcionar de la forma que ha descrito el doctor Baxter?

—Los láseres son infrarrojos, del mismo alcance y frecuencia de onda que los utilizados para intensificar la tormenta. Lo que ha sido sugerido podría estar dentro de su capacidad operativa —dijo fríamente el comandante—. El Peregrino realiza tareas de reconocimiento a distancia. Misiones de búsqueda y destrucción.

—No sea modesto, comandante —replicó Tom—. ¿Pueden esos láseres ocuparse de esta tormenta?

—Los láseres son muy poderosos, señor, con un radio de alcance medio y están diseñados para destruir material u otras sustancias sobrecalentándolos. Han provocado el estallido de tanques blindados en las pruebas de campo.

Jake percibió que Kate se estremecía.

—¿En cuánto tiempo?

—Menos de diez minutos.

Tom se volvió hacia Jake.

—Todo lo que necesitas es algo para producir suficiente calor para evaporar el vapor en la base de la tormenta, ¿verdad?

—Bueno, no demasiado, porque si no estaríamos ayudando a intensificar la tormenta.

—Entonces ¿absorber aire caliente y seco tendría el mismo efecto que absorber aire caliente y húmedo? —preguntó Tom irritado.

—No, un huracán necesita humedad, porque es allí donde se encuentra la energía —intervino Kate.

—Entonces enviamos unos cuantos aviones robot para cargarse la base de la tormenta, secándola. ¿Qué pasa después? —quiso saber Tom.

—En teoría, el centro de la tormenta se desintegraría y se fragmentaría. Pero podría volver a reconstituirse —explicó ella.

Tom se encogió de hombros.

—Entonces la seguiremos atacando hasta asegurarnos que no suceda.

—Me gustaría señalar que si los rayos son dirigidos hacia la atmósfera en vez de a un objetivo sólido…

Tom la interrumpió.

—Una atmósfera tan densa tiene que atenuar de modo significativo el rayo. Y en todo caso, no habrá otras naves al otro lado de la tormenta. ¿Estoy en lo cierto, comandante?

—Sí, señor.

Kate pareció encogerse en su silla. Jake apartó la vista.

—Dígame cuántos Peregrinos tenemos en la Costa Este —exigió Tom.

—Treinta.

Tom enarcó una ceja.

—¿Treinta? ¿Y dónde se encuentran?

—Frente a la costa de Nueva Jersey, en el
William J. Clinton.

Jake se enderezó en su silla al oír el nombre del último de los portaaviones de nueva generación y energía nuclear. Era más grande que cualquier otro que estuviese en activo, y con tecnología más avanzada.

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