—¿Quieres que me quede aquí con él? —preguntó Tamalane.
—Tú eres su sanguijuela. Streggi no lo llevará a ningún lugar sin tu conocimiento. El quiere a Duncan como su Maestro de Armas. Asegúrate de que acepta el confinamiento de Duncan en la nave. Bell, cualquier dato sobre armas que solicite Duncan… tiene prioridad absoluta. ¿Algún comentario?
No hubo comentarios. Pensamientos acerca de las consecuencias sí, pero la decisión en la actitud de Odrade era infecciosa.
Volviendo a sentarse, Odrade cerró los ojos y aguardó hasta que el silencio le dijo que estaba sola. Los com-ojos seguían observando, por supuesto.
Saben que estoy agotada. ¿Quién no lo estaría bajo estas circunstancias? ¡Otras tres Hermanas muertas por esos monstruos! ¡Bashar! ¡Tienen que sentir nuestro látigo y conocer la lección!
Cuando oyó a Streggi llegar con Teg, Odrade abrió los ojos. Streggi lo llevaba de la mano, pero había algo en ellos que indicaba que no se trataba de un adulto conduciendo a un niño. Los movimientos de Teg indicaban que le concedía a Streggi permiso para tratarlo de esa forma. Habría que advertirle a ella.
Tam les seguía, y se dirigió a una silla cerca de las ventanas que estaban directamente debajo del busto de Chenoeh. ¿Una posición significativa? Tam hacía cosas extrañas últimamente.
—¿Deseáis que me quede, Madre Superiora? —Streggi soltó la mano de Teg y aguardó cerca de la puerta.
—Siéntate allí al lado de Tam. Escucha y no interrumpas. Debes saber lo que se va a requerir de ti.
Teg se dejó caer en la silla recientemente ocupada por Dortujla.
—Supongo que esto es un consejo de guerra.
Hay un adulto tras esta voz infantil.
—Todavía no te pregunto tu plan —dijo Odrade.
—Bien. Lo inesperado toma más tiempo, y puede que no sea capaz de decirte lo que pretendo hasta el momento mismo de la acción.
—Te hemos estado observando con Duncan. ¿Por qué estás interesado en las naves de la Dispersión?
—Las naves de largo alcance poseen una apariencia distintiva. Las vi en el campo de Gammu.
Teg se reclinó en su asiento y se dejó hundir en él, contento de la brusquedad que notaba en la actitud de Odrade. ¡Decisiones! No largas deliberaciones. Eso encajaba con sus necesidades.
No deben saber el alcance total de mis habilidades. Todavía no.
—¿Camuflarás una fuerza de ataque?
Bellonda cruzó la puerta de la estancia en el momento en que Odrade estaba hablando, y gruñó una objeción mientras se sentaba:
—¡Imposible! Tendrán códigos de reconocimiento y señales secretas para…
—Déjame a mí decidir eso, Bell, o retírame del mando.
—¡Esto es cosa del Consejo! —dijo Bellonda—. Tú no puedes…
—¿Mentat? —La miró intensamente, con el Bashar brotando en sus ojos.
Cuando ella calló al fin, dijo:
—¡No cuestiones mi lealtad! ¡Si tienes que debilitarme, sustitúyeme!
—Déjale decir lo que tenga que decir. —Esa era Tam, desde su posición debajo del busto de Chenoeh—. Este no es el primer Consejo donde el Bashar es considerado como nuestro igual.
Bellonda bajó su barbilla una fracción de milímetro.
Teg dijo a Odrade:
—Evitar la guerra es un asunto de inteligencia… la unión de la variedad y el poder intelectual.
¡Arrojándonos a la cara nuestra propia jerga!
Odrade oyó al Mentat en su voz, y obviamente Bellonda también debía oírlo. Inteligencia e inteligencia: la visión desdoblada. Sin ello, la guerra ocurría a menudo como un accidente.
El Bashar permanecía sentado en silencio, dejando que hirvieran aquello en el caldo de sus propias observaciones históricas. El ansia del conflicto penetraba mucho más profundamente que la consciencia. El Tirano había tenido razón. La humanidad actuaba como «un animal». Las fuerzas que impulsaban a ese gran animal colectivo retrocedían hasta los días tribales y más allá aún, como hacían tantas otras fuerzas a las cuales respondían los humanos sin pensar.
Mezcla los genes.
Expande el liebensraum para tus propios reproductores.
Cosecha las energías de los otros: recoge esclavos, peones, sirvientes, siervos, mercados, trabajadores… Los términos eran a menudo intercambiables.
Odrade se dio cuenta de lo que estaba haciendo. El conocimiento absorbido de la Hermandad ayudaba a hacer de él el incomparable Bashar Mentat. Mantenía esas cosas como instintos. El consumo de energía conducía a la violencia de la guerra. Esto era descrito como «codicia, miedo (de que otros tomaran tus reservas), hambre de poder», y así y así en fútiles análisis. Odrade los había oído incluso de Bellonda, que obviamente no estaba aceptando bien que un
subordinado
tuviera que recordarles lo que ya sabían.
—El Tirano lo sabía —dijo Teg—. Duncan lo cita. «La guerra es un esquema de comportamiento que tiene sus raíces en los seres unicelulares de los mares primigenios. Come todo lo que toques o ello te comerá a ti.»
—¿Qué es lo que propones? —Bellonda, casi restallante.
—Una finta en Gammu, luego golpear su base en Conexión. Para eso necesitamos observaciones de primera mano. —Miró fijamente a Odrade.
¡Lo sabe!
El pensamiento llameó en la mente de Odrade.
—¿Crees que tus estudios sobre Conexión cuando era una base de la Cofradía siguen siendo aún exactos? —preguntó Bellonda.
—No han tenido tiempo de cambiar mucho el lugar de lo que tengo almacenado aquí. —Se golpeó la frente, en una extraña parodia del gesto de la Hermandad.
—Englobamiento —dijo Odrade.
Bellonda la miró secamente.
—¡El coste!
—Perderlo todo es más costoso —dijo Teg.
—Los sensores del Pliegue espacial no tienen que ser grandes —dijo Odrade—. ¿Puede ajustarlos Duncan para crear una explosión Holzmann al contacto?
—Las explosiones deberían ser visibles y proporcionarnos una trayectoria. —Teg se echó hacia atrás en su asiento y miró a una zona indefinida en la pared de atrás de Odrade.
¿Lo aceptarían? No se atrevía a asustarlas con otro despliegue de talentos salvajes. ¡Si Bell supiera que podía ver las no-naves!
—¡Hazlo! —dijo Odrade—. Tú tienes el mando. Úsalo. Hubo una clara sensación de ahogadas risas de Taraza en las Otras Memorias.
¡Dale rienda suelta! ¡Así es como yo conseguí una tan gran reputación!
—Una cosa —dijo Bellonda. Miró a Odrade—. ¿Vas a ser tú su espía?
—¿Qué otra persona puede ir allí y transmitir observaciones?
—¡Estarán monitorizando todos los medios de transmisión!
—¿Incluso el que dice a nuestra no-nave que está aguardando que no hemos sido traicionadas? —preguntó Odrade.
—Un mensaje cifrado oculto en la transmisión —dijo Teg—. Duncan ha ideado un sistema de cifra que tomará meses descifrar, aunque dudamos que detecten su presencia.
—Es una locura —murmuró Bellonda.
—Conocí a un comandante militar de las Honoradas Matres en Gammu —dijo Teg—. Negligente cuando llegaba a detalles importantes. Creo que confían demasiado en sí mismos.
Bellonda se lo quedó mirando fijamente, y fue el Bashar quien le devolvió la mirada a través de los inocentes ojos de un niño.
—Abandonad toda cordura, vosotros que entráis ahí —dijo Teg.
—¡Salid de aquí, todos! —ordenó Odrade—. Tenéis trabajo que hacer. Y, Miles…
Este ya se había levantado de su silla, pero se detuvo allí, aguardando como siempre había hecho cuando la Madre tenía que decirle algo importante.
—¿Te refieres a la locura de los acontecimientos dramáticos que siempre amplifica la guerra?
—¿Qué otra cosa? ¡Seguro que no pensarás que me refiero a tu Hermandad!
—Duncan juega a veces a estos juegos.
—No deseo vernos atrapados por la locura de las Honoradas Matres —dijo Teg—. Es algo contagioso, ¿sabes?
—Han intentado controlar el impulso sexual —dijo Odrade—. Eso siempre las hace huir de ti.
—Locura desbocada —admitió él. Se inclinó contra la mesa, su barbilla apenas por encima de su superficie—. Algo condujo a esas mujeres de vuelta aquí. Duncan tiene razón. Están buscando algo y huyendo al mismo tiempo.
—Tienes noventa días estándar para prepararte —dijo ella—. Ni un día más.
Cuando estuvo a solas, Odrade se sintió casi extraña. Su propia visión de conjunto le decía que las guerras siempre eran aborreciblemente similares. La mayor parte de ellas completamente innecesarias en su conjunto, como decía Teg. Los motivos se hallaban ocultos bajo sistemas de enmascaramiento, transferidos y traducidos a explicaciones racionales que ocultaban fuerzas más profundas.
¿Qué es 1o que me oculto de mí misma?
La lección de los tres mil quinientos años del Tirano estaba ahí en su consciencia. Los jóvenes sufrieron de la forma más brutal… muriendo o viéndose convertidos en unos tullidos para el resto de sus penosas vidas. También sufrieron dolores mentales. Heridas subjetivas, llevadas silenciosamente, pero no por ello menos debilitantes. Qué fácil resultaba pensar en las muchas cosas más bien ordinarias que se hubieran podido hacer para escapar de todo aquello. Unas mentes llenas de
si tan solo
y
si hubiera podido
.
—
Si tan sólo no me hubiera metido en aquel lugar. Si tan sólo no hubiera ido a orinar justo entonces. ¿Soy uno de esos viejos y poderosos que crean esas lamentables estupideces?
Este (sabía Odrade) era exactamente el hilo de pensamiento al que Teg la había dirigido. ¡Deliberadamente! ¡Maldita fuera su madre! Casi había hecho una Hermana de él.
Pero yo no soy una de esas que se quedan en un lugar seguro de mando desde donde puedo lanzar mis órdenes con un peligro mínimo para mí. Debo ir a Conexión. ¿Y a quién me atreveré a llevar conmigo?
Ese era otro elemento del silencioso mensaje del Bashar. El había arriesgado su propia carne en la batalla. Pero incluso allí, sus capacidades Mentat le decían dónde el impacto de su gesto valía la pena de correr el riesgo.
Se sintió terriblemente cínica cuando esos pensamientos acudieron a su cabeza. Fue necesario recordarse a sí misma el enemigo, la hosca adicción a la cual se oponía ahora la Hermandad.
¡Una cantidad controlada de masacre posee un efecto saludable sobre los supervivientes!
Qué horrible parodia de la Bene Gesserit. Se sintió casi explosiva ante aquel pensamiento.
¿Debo enviar a alguna otra a Conexión en mi lugar? Todo el mundo lo comprendería. «Pero por la gracia de mi cobardía, debo ir.»
¡
Oh, ser una superviviente!
Y qué a menudo traducían los humanos cobardía por sagacidad.
«¡Fui demasiado lista para jugar su estúpido juego!»
Y a veces podía ser cierto.
Pero estamos comprometidas.
Casi la única gracia salvable que poseían aquellas estupideces periódicas, pensó, era una cierta gracia de estilo demostrada por algunos participantes. Unas pocas figuras militares habían observado esto y lo habían practicado a lo largo de los eones. Teg era uno de ellos. Tenía estilo. Una vez más, se volvió cínica. Las masas que creían en sus historias decían: «¿Teg? ¡Dioses! ¡Eso sí era un hombre!» ¿Pero cuánto de ese hombre permanecía en este cuerpo inmaduro?
¿Podía seguir viviendo de acuerdo con su mitología? Pero su auténtica fuerza residía en otro reino. Es sabio a nuestra manera.
Advirtiéndome acerca del contagio del poder sexual. ¡La locura de las Honoradas Matres!
No importaba su número abrumador, seguían siendo como un niño arrojando un barco de juguete a un fuerte remolino. ¿Y qué iban a poder decir cuando se produjera el desastre? «¡Oh, mami! ¡Esa mala agua oscura se llevó mi juguete!» Estaban ya desesperadas, exactamente como decía Teg, y ocultando algo, ocultándolo incluso de sí mismas. ¡Qué enorme palanca daba eso a la Bene Gesserit! Las Honoradas Matres luchando por el dominio ahí afuera en la Dispersión, y luego siendo echadas a un lado. Eso era lo que las había traído hasta aquí, y no deseaban enfrentarse a su fracaso.
Teg lo sabía también. Siempre soberbio leyendo las evidencias, adivinando las auténticas intenciones, viendo debajo de las máscaras.
Deposita su confianza en la gente.
Vio que esto estaba también en su silencioso mensaje a ella.
Él sabe lo que voy a hacer. ¡Ha visto a Murbella, y lo sabe!
Ish yara al-ahdab hadbat-u.
(Un jorobado no ve su propia joroba: Dicho popular).
Comentario Bene Gesserit: La joroba puede verse con ayuda de espejos, pero los espejos muestran toda la persona.
El Bashar Teg
Había una debilidad en la Bene Gesserit que Odrade sabía que toda la Hermandad iba a reconocer muy pronto. No representaba ningún consuelo el haberla visto primero.
¡Negar nuestro más profundo recurso cuando más lo necesitamos!
Las Dispersiones habían ido más allá de la habilidad de los humanos de reunir las experiencias en forma manejable.
Solamente podemos extraer lo esencial, y eso es un asunto de juicio.
Datos vitales solían permanecer latentes en grandes y pequeños acontecimientos, acumulaciones llamadas instinto. Así que finalmente era eso… debían volver a caer en el conocimiento no expresado.
En esta época, la palabra «refugiados» adquiría el color de su significado preespacial. Los pequeños grupos de Reverendas Madres enviadas fuera por la Hermandad tenían algo en común con las antiguas escenas de eternos desplazados recorriendo carreteras olvidadas, con sus miserables pertenencias atadas en jirones de ropas, o metidas en cochecillos de niños y carretones de juguete, o apiladas sobre decrépitos vehículos, restos de humanidad aferrándose a lo poco que les quedaba, rostros blancos por la desesperanza o enrojecidos por la desesperación.
Así es como repetimos la historia, y la repetimos, y la repetimos.
Mientras entraba en el tubo poco antes de la comida, los pensamientos de Odrade se centraron en sus Dispersas Hermanas: refugiadas políticas, refugiadas económicas, refugiadas antes de la batalla.
¿Es ésta tu Senda de Oro, Tirano?
Visiones de sus Dispersas atormentaban a Odrade cuando entró en el Comedor Reservado de Central, un lugar donde sólo podían penetrar las Reverendas Madres. Ellas mismas se servían allí en el autoservicio.