Casa capitular Dune (25 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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No era suficiente buscar algo «natural». No. «Noble Salvaje.» Había visto multitud de ellos a lo largo de su vida. Los hilos que tiraban de ellos eran completamente visibles para una Bene Gesserit.

Odrade pulsó la llamada de la puerta del tubo y aguardó. Un zumbido le indicó que estaba en servicio. Se volvió y miró hacia atrás, hacia la habitación donde las postulantes estaban dando los primeros pasos en su sendero.
Son tan preciosas.

Sintió a la supervisora dentro de ella. Fuerte hoy. Era una fuerza que ella a veces desobedecía o evitaba. La supervisora decía: «Fortalece tus talentos. No fluyas blanda con la corriente. ¡Nada! Úsalo o piérdelo.»

Con una jadeante sensación cercana al pánico, se dio cuenta de que apenas había retenido su humanidad, que había estado a punto de perderla.

¡He estado intentando pensar demasiado duro como una Honorada Matre! Manipulando y maniobrando a todo el que me era posible. ¡Y todo en nombre de la supervivencia de la Bene Gesserit!

Bell decía que no había límites más allá de los cuales la Hermandad se negara a ir para preservar a la Bene Gesserit. Había una pequeña parte de verdad en su jactancia, pero era la verdad de todas las jactancias. Había por supuesto cosas que una Reverenda Madre no haría para salvar a la Hermandad.

No bloquearíamos la Senda de Oro del Tirano.

La supervivencia de la humanidad tomaba precedencia sobre la supervivencia de la Hermandad.
O de otro modo nuestro Grial de madurez humana carecería de sentido.

Pero oh, los peligros del liderazgo en una especie tan ansiosa de que se le diga lo que debe hacer. Cuán poco sabían de lo que creaban con sus demandas. Los líderes cometían errores. Y esos errores, amplificados por los números que les seguían sin ser cuestionados, avanzaban inevitablemente hacia grandes desastres.

Comportamiento de lemming.

Era cierto que sus Hermanas la observaban cuidadosamente. Todos los gobiernos necesitaban permanecer bajo sospecha durante su época de poder, incluido el de la propia Hermandad.
¡No confíes en el gobierno! ¡Ni siquiera en el mío!

En este mismo momento me están observando. Muy poco escapa a mis Hermanas. Sabrán mi plan a su debido tiempo.

Requería una constante limpieza mental enfrentarse al hecho de su gran poder sobre la Hermandad.
No busco este poder. Fue arrojado sobre mí.
Y pensó:
El poder atrae a lo corruptible. Sospecha de todo el que lo busque.
Sabía que las posibilidades de que esa gente fuera susceptible a la corrupción o casi abocada a ella eran grandes.

Odrade tomó nota mental de escribir y trasmitir un memorándum Coda a los Archivos. (¡Dejemos que Bell lo sude!): «Debemos garantizar el poder sobre nuestros asuntos únicamente a aquellos que se muestran reluctantes a sujetarlo y solamente bajo condiciones que incrementen la reluctancia.»

¡Una perfecta descripción de la Bene Gesserit!

—¿Te encuentras bien, Dar? —Era la voz de Bellonda desde la puerta del tubo al lado de Odrade—. Pareces… extraña.

—Simplemente estaba pensando en algo que tengo que hacer. ¿Sales?

Bellonda la observó con una escrutadora atención mientras intercambiaban sus lugares. El campo del tubo capturó a Odrade y la arrastró fuera de aquella mirada interrogadora.

Odrade emergió al corredor que conducía a su cuarto de trabajo.

No sujetas fieramente tu humanidad; la observas con ojo benévolo.

Muchas cosas que había hecho encajaban con los estándares de la supervisora, pero había fuerzas en las experiencias de la Bene Gesserit que la empujaban más y más lejos de la piedra imán central de la humanidad.

Odrade entró en su cuarto de trabajo y vio su mesa apilada con cosas que sus ayudantes creían que solamente ella podía resolver.

Piedra imán. El alma llamándola. Supervisora, Alma, una sensación de equilibrio.
Siempre había algo que juzgaba lo que ella hacía, fuera lo que fuese.

Política,
recordó mientras se sentaba a su mesa y se preparaba a enfrentarse a sus responsabilidades. Tam y Bell la habían oído claramente el otro día, pero tan sólo tenían una muy vaga idea de lo que podían preguntar para saber más. Estaban preocupadas y cada vez más vigilantes.
Como debe ser.

Casi cualquier tema tenía elementos políticos, pensó. A medida que eran purificadas las emociones, las fuerzas políticas avanzaban más y más a un primer término. Esto ponía una etiqueta de
¡mentira!
a esa vieja estupidez acerca de «separación de iglesia y estado». Nada más susceptible de calor emocional que la religión.

No es extraño que desconfiemos de las emociones.

No todas las emociones, por supuesto. Solamente aquellas a las que no puedes escapar en momentos de necesidad: amor, odio. Permite un poco de cólera algunas veces, pero mantenla atada corta. Esa era la creencia de la Hermandad. ¡Una absoluta estupidez!

La Senda de Oro del Tirano hacía su error intolerable. La Senda de Oro dejaba a la Bene Gesserit en unas perpetuas aguas estancadas. ¡No puedes administrar el Infinito!

La pregunta recurrente de Bell no tenía respuesta.

—¿Qué es lo que quiere que hagamos realmente? —
¿Hacia qué acciones está manipulándonos? (¡Como nosotras manipulamos a los demás!)

¿Por qué busco significados allá donde no hay ninguno? ¿Seguirías un camino que sabes que no conduce a ninguna parte?

¡La Senda de Oro! Un camino trazado en la imaginación.
¡El Infinito no está en ninguna parte!
Y la mente finita se desengañaba. Era aquí donde los Mentats encontraban
proyecciones
mutables, produciendo siempre más preguntas que respuestas. Era el vacío grial de aquellos que, con la nariz pegada a un círculo infinito, buscaban «la respuesta a todas las cosas».

Buscando a su propio tipo de dios.

Halló difícil censurarlos. La mente retrocedía frente al infinito. ¡El Vacío! Los alquimistas de todas las épocas eran como harapientos buscadores inclinados sobre sus fardos, diciendo:

—Tiene que haber orden aquí, en algún lugar. Si sigo buscando, estoy seguro de que lo encontraré.

Y durante todo el tiempo, el único orden era el orden que ellos mismos creaban.

¡Ahhh, Tirano! Compañero bromista. Tú lo viste. Dijiste:

«Crearé el orden para que vosotros lo sigáis. Este es el sendero. ¿Lo veis? ¡No! No miréis hacia ahí. Ese es el camino del Emperador-Sin-Ropas (una desnudez evidente tan sólo a los niños y a los locos). Mantened vuestra atención hacia donde yo la dirijo. Esta es mi Senda de Oro. ¿No creéis que es un hermoso nombre? Aquí está todo lo que existe y todo lo que llegará a existir nunca.»

Tirano, no eras más que otro payaso. Señalándonos ese interminable reciclado de células de esa perdida y solitaria bola de suciedad en nuestro pasado común.

Tú sabías que el universo humano nunca podría ser más que comunidades y débil pegamento para mantenerlas unidas cuando nos Dispersamos. Una tradición de origen común tan lejos en nuestro pasado que las imágenes de ella llevadas por los descendientes están en su mayor parte distorsionadas. Las Reverendas Madres llevan el original, pero nosotras no podemos forzarlo a la gente que no lo desea. ¿Lo ves, Tirano? Te oímos: «¡Dejad que vengan preguntando! Entonces, y sólo entonces…»

¡Y fue por eso por lo que nos conservaste, maldito bastardo Atreides! Es por eso por lo que tenemos que ponernos a la obra.

Pese al peligro para su sentido de la humanidad, sabía que seguiría insinuándose en las formas de actuar de las Honoradas Matres.
Tengo que pensar como ellas piensan.

El problema de los cazadores: predador y presa lo comparten. No se trata de una aguja en un pajar. Es más bien una cuestión de seguir el rastro por un terreno cubierto con lo familiar y lo no familiar. Las supercherías Bene Gesserit aseguraban que lo familiar causara a las Honoradas Matres al menos tantas dificultades como lo no familiar.

¿Pero qué han hecho ellas por nosotras?

La comunicación interplanetaria trabajaba para los cazados. Limitada durante milenios por la economía. No había mucha, excepto entre la Gente Importante y los Comerciantes. Importante significaba lo que siempre había significado: ricos, poderosos; banqueros, oficiales, mensajeros. «Importante» etiquetaba muchas categorías… negociadores, artistas, personal médico, técnicos hábiles, espías, y otros especialistas. No era muy distinto de todos modos de los días de los Maestros Masones en la Vieja Tierra. Principalmente se trataba de una diferencia de número, calidad y sofisticación. Los límites eran para algunos tan transparentes como siempre lo habían sido.

Consideraba importante revisar ocasionalmente aquello. Buscando imperfecciones.

La gran masa de la humanidad atada a los planetas hablaba del «silencio del espacio», dando a entender que no podían permitirse el coste de un tal viaje o comunicación. La mayor parte de la gente sabía que las noticias que recibían a través de esta barrera estaban gobernadas por intereses especiales. Siempre había sido así.

En un planeta, el terreno y el evitar las radiaciones detectables dictaban los sistemas de comunicaciones utilizados: tubos, mensajeros, líneas de luz, impulsos nerviosos y muchas otras permutaciones. El secreto y la codificación eran importantes, no sólo entre los planetas sino en ellos.

Odrade veía esto como un sistema que las Honoradas Matres podían interceptar si encontraban un punto de entrada. Los cazadores tenían que empezar descifrando el sistema, pero luego: ¿dónde se originaba el rastro a la Casa Capitular?

No-naves imposibles de rastrear, máquinas ixianas, y Navegantes de la Cofradía… todo contribuía al manto de silencio que se extendía entre los planetas excepto para unos pocos privilegiados. ¡No des a los cazadores puntos de partida!

Fue una sorpresa, pues, cuando una envejecida Reverenda Madre de un planeta de castigo Bene Gesserit apareció en el cuarto de trabajo de la Madre Superiora poco después de la pausa de la comida. Archivos la identificó:
Nombre, Dortujla. Enviada a una condena especial hacía años por una infracción imperdonable.
Las Memorias decían que se había tratado de un asunto amoroso de algún tipo. Odrade no inquirió detalles. Algunos de ellos fueron ofrecidos, de todos modos. (¡Bellonda interfiriendo de nuevo!) Había habido una tormenta emocional en el momento del destierro de Dortujla, observó Odrade. Su amante había efectuado inútiles intentos por impedir la separación.

Odrade apeló a las habladurías acerca de la desgracia de Dortujla. «¡El crimen de Jessica!» Llegó información muy valiosa vía habladurías. ¿Era el demonio el que había empujado a Dortujla? No importaba. No por el momento. Lo más importante era:
¿Por qué está ahora aquí? ¿Por qué se ha arriesgado a un viaje que puede conducir a las cazadoras hasta nosotras?

Odrade se lo preguntó a Streggi cuando ésta anunció la llegada. Streggi no lo sabía.

—Dice que lo que debe revelar es sólo para vuestros oídos, Madre Superiora.

—¿Sólo para mis oídos? —Odrade casi lanzó una risita. Nada más inapropiado que aquella expresión, teniendo en cuenta la constante monitorización (vigilancia era un término mejor) a la que era sometida, con cualquier acción de la Madre Superiora constantemente grabada por una serie de hermanas para quienes la palabra «cualquier» llevaba implícita una intensidad que pocas personas fuera de la Bene Gesserit sospechaban que fuera posible. «Metavigilancia» era la etiqueta aceptada. ¡Sin intrusiones físicas, sin embargo!

—Nada debe obstaculizar a la Madre Superiora en sus funciones esenciales. Ninguna irritación excepto aquellas empleadas para mantenerla alerta.

—¿No ha dicho esa Dortujla por qué está aquí?

—Las que me dijeron que os interrumpiera, Madre Superiora, dijeron que creían que debíais recibirla.

Odrade frunció los labios. El hecho de que la Reverenda Madre exiliada hubiera penetrado hasta tan lejos despertó su curiosidad. Una Reverenda Madre persistente podía cruzar las barreras ordinarias, pero estas barreras no eran ordinarias. Las razones de Dortujla por venir hasta allí ya habían sido dichas. Otras las habían escuchado y la habían dejado pasar. Era evidente que Dortujla no había confiado en los ardides Bene Gesserit para persuadir a sus Hermanas. Eso hubiera traído un inmediato rechazo. ¡No había tiempo para tales estupideces! Así que había seguido la cadena de mando. Su acción hablaba de una cuidadosa misión, un mensaje dentro de cualquiera que fuese el mensaje que traía.

—Hazla entrar.

Dortujla había envejecido tranquilamente en su remoto planeta. Revelaba sus años principalmente en las ligeras arrugas en torno a su boca. La capucha de su túnica ocultaba su pelo, pero los ojos que observaban desde aquel marco eran brillantes y alertas.

—¿Por qué estás aquí? —El tono de Odrade decía: «Será mejor para ti que se trate de algo realmente importante.»

La historia de Dortujla fue concisa y directa. Ella y tres Reverendas Madres asociadas habían hablado con una banda de Futars de la Dispersión. El puesto de Dortujla había sido descubierto, y se le pidió que transmitiera un mensaje a la Casa Capitular. Dortujla había filtrado la petición a través de una Decidora de Verdad, dijo, recordando a la Madre Superiora que incluso en los planetas remotos podía encontrarse
algo
de talento. Juzgando que el mensaje era honesto, y de acuerdo con sus Hermanas, Dortujla había actuado con rapidez, aunque por supuesto sin olvidar la cautela.

—Fui despachada en nuestra propia no-nave. —Esa fue la forma cómo lo dijo. La nave, explicó, era pequeña, del tipo contrabandista—. Una sola persona puede manejarla.

El núcleo del mensaje era fascinante. Los Futars deseaban aliarse con las Reverendas Madres en oposición a las Honoradas Matres. De cuántas fuerzas disponían esos Futars era algo difícil de decir, afirmó Dortujla.

—Se negaron a decírmelo cuando se lo pregunté.

Odrade había oído muchas historias acerca de los Futars. ¿Matadores de Honoradas Matres? Había razones para creerlo, pero las hazañas de los Futars eran confusas, especialmente en los relatos procedentes de Gammu.

—¿Cuántos había en aquel grupo?

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