Gibbo es un queridísimo amigo mío que adora las matemáticas, en parte porque es la única materia en la que le va bien… ¡Y le pirra jugar al Mastermind! Un juego en que debes adivinar cuatro números al azar y yo debo decir si entre los cuatro que he elegido yo y los cuatro que me dice él hay alguna coincidencia, es decir, si acierta algún número aunque no esté en el lugar adecuado, o si ha acertado tanto el número como la posición. En pocas palabras…, ¡un buen quebradero de cabeza! Es evidente por qué después uno se vuelve loco y ve a otras personas a su lado, ¡porque son como a ti te gustaría ser!
Yo creo que las matemáticas sirven para comprobar si gastas demasiado; si puedes gastar más aún y, por encima de todo…, ¡si puedes comprarte o no un móvil determinado! Y, en mi caso, a ver quién tiene ganas ahora de hacer cálculos… Al contrario, mejor no hacerlos. Tengo que bloquear la tarjeta. Lo sé porque esto mismo le sucedió ya a mi madre y mi padre lo convirtió en un conflicto internacional, en el sentido de que con su teléfono, de contrato, podían llamar incluso al extranjero. En mi caso no pueden ir más allá de Florencia… ¡Me quedaban cinco euros! ¡Acababa de grabar su número de móvil cuando me lo robaron! ¡Ahora entiendo lo que debo pensar de Massi: que el tipo trae mala suerte! O, peor aún, ¡que con él habría sufrido! Hubiera sido demasiado feliz, con lo cual me habría acabado trayendo mala suerte y no me habría hecho feliz. Eso me trae a la memoria dos nombres, pero ésa es también otra historia.
Me siento a mi escritorio, abro de inmediato mi Mac y entro en el Messenger. ¡Estaba segura! Sabía que estaría conectada. Escribo rápidamente y Alis me responde al instante.
«¿Todo ok? ¿Qué has hecho?».
«¡Drama y felicidad! —le contesto—. Por un lado, he conocido al hombre de mi vida. ¡Por otro, lo he perdido a él y al móvil!».
«Vaya, ¿te ha dado un beso y al mismo tiempo te ha birlado el móvil?».
«No me ha dado un beso».
«Ah, ¿entonces sólo te ha mangado el móvil?».
«No ha sido él…».
«Pero ¿quién es ese tipo?».
«Me ha puesto música…».
En fin, que nos escribimos así durante un rato hasta que mi madre entra sin llamar antes a la puerta.
—¡Carolina! ¿Aún estás despierta? ¡Mañana hay colegio!
Apago el ordenador al vuelo.
—He mandado los deberes a Clod, el resumen de la película que nos han hecho ver esta mañana en la sala de proyecciones,
La gran guerra
de Monicelli, ésa en la que salen Sordi y Gassman, ella no tenía ganas de hacerlo… ¡A mí, en cambio, me ha gustado mucho!
Salto sobre la cama y, con una única zambullida, me meto bajo las sábanas. Mi madre se acerca y me arropa.
—Entiendo, pero así no aprende nada y, además, no veo por qué tenemos que pagar esas facturas de la luz a causa de su ignorancia…, ¡la verdad es que no lo entiendo!
Estoy segura de que esa reflexión es de mi padre, traducida de manera más dulce y afable por mi madre. Que después, de hecho, me sonríe. Lo ha dicho por decir, el pensamiento no es suyo, salta a la vista. Luego me acaricia con esa dulzura que sólo puede venir de ella, que no me molesta y que me hace sentir amada y segura.
—Que duermas bien, cariño…
Y, mientras sonrío, me quedo dormida.
Ahora no recuerdo muy bien lo que he soñado, sólo sé que cuando me despierto por la mañana en un instante todo me resulta claro. Llego al colegio y la primera hora pasa volando, como si nada, en parte porque ese día no me preguntan en clase, ni tampoco a Clod, de modo que no tengo que soplarle las respuestas. Alis no ha venido, no he entendido muy bien por qué motivo, ¡Me lo podría haber dicho! Hablamos de todo anoche y no me dijo que no pensaba venir. Bah, no hay quien la entienda. Mientras sigo absorta en mis reflexiones, suena la campana, fin de la primera hora… Y aquí está. Alis entra en clase sonriendo, lleva una camisa de lino de varios colores con algún dibujo transparente, una falda larga y unas botas oscuras, blandas, de esas que se deslizan por el tobillo. Me mira y esboza una sonrisa. Más que mi mejor amiga, parece una modelo desfilando entre los pupitres.
—Pero bueno, ¿cómo te has vestido?
Pasa junto a mi mesa.
—Hoy quería hacerme un homenaje… Lo necesitaba de verdad… —Y me sonríe. Un poco triste, un poco melancólica, con esa mirada que está siempre velada por cierta carencia de amor. Quizá se deba a que sus padres viven separados, a que no tiene un hermano, a su hermana mayor, a la que echa de menos. Me lo dice a diario: «Tú sí que tienes suerte, en tu casa hay mucho amor…».
Y yo le devuelvo la sonrisa y no consigo responderle, como mucho, «pues sí». No puedo contarle que mi padre está siempre enfadado con todo el mundo, que mi madre a veces está demasiado cansada como para bromear, que mi hermana, en cambio, me lleva la contraria y que el único al que quiero de verdad es a R. J., ¡que, por otra parte, nunca está en casa! Nos abrazamos y noto que trajina a mis espaldas… Me aparto sorprendida.
—Eh, ¿qué estás haciendo?
—Nada. —Se ruboriza un poco, pero a continuación sonríe y vuelve a mostrar su alegría habitual—. ¡Me estaba quitando el reloj!
Y acto seguido se precipita hacia su pupitre, que está al fondo de la clase, justo en el momento en que entra el profe Leone.
—Veamos, ¿podéis volver cada uno a vuestro sitio?
La clase se reorganiza lentamente y, poco a poco, todos regresan a sus asientos. El profe mira alrededor, así, para que nos preocupemos un poco, a continuación levanta del suelo una bolsa vieja, lisa y desgastada, la abre, saca un libro y empieza su explicación.
—Vamos a ver, lo que os voy a contar puede pareceros un cuento chino, pero es historia…, historia, ¿me entendéis? La historia de cómo una tierra se convirtió en un mito de libertad y de crueldad al mismo tiempo, de cómo el oro causó una fiebre generalizada y de cómo se llevó a cabo la famosa conquista del Oeste.
Y lo que nos cuenta el profe me gusta. Me subyuga incluso, y creo que es importante que ese hombre, Toro Sentado, del que nos está hablando, tuviese el valor de hacer todo lo que hizo. ¡Y que su nombre figure en la historia! Ahora está en los libros, hasta el punto de que nosotros, y todos los de antes y los que vendrán después, hablaremos de él.
—¡No tuvo miedo! Tuvo el valor suficiente para proteger sus tierras.
Apoyo la cara entre las manos con los codos bien asentados en el pupitre. El profe Leone me gusta mucho. Quiero decir, que me gusta cómo explica las cosas. Se nota que le apasiona lo que hace. No se aburre, podría ser un buen actor, sí, un actor de teatro, pese a que no puede decirse que yo haya visto tantos. Lo que más me gusta es que cuando retoma su relato lo hace siempre con una gran precisión, vuelve a empezar desde el punto justo en que lo ha dejado sin confundirse. Igual que en esa serie que me encantaba, «Perdidos», es decir, al inicio de cada episodio hacían un breve resumen y a continuación, seguían con la historia, jamás se te escapaba nada. No como mi madre, cuando yo era pequeña. Todas las noches me contaba un cuento para ayudarme a conciliar el sueño: el que más me gustaba era el de Brunella y Biondina. Pues bien, ella decía que estas dos niñas, un poco hadas, un poco brujas, habían existido de verdad, ¡Y a mí me cautivaba su historia! El problema era que cuando, algunos días más tarde, le preguntaba de nuevo por ella…, bueno, siempre sucedía algo raro: «Pero, mamá, la que perdía las llaves de casa no era Brunella, sino Biondina…», o «No, mamá, era a Biondina a quien invitaban a la fiesta del príncipe…». En fin, que había hechos que no acababan de encajar. De forma que las posibilidades eran dos: o la historia de Brunella y de Biondina se la había inventado mi madre, y cuando las cosas no son reales uno puede confundirse fácilmente, o era todo cierto y mi madre no tenía, lo que se dice, una gran memoria. Una cosa era cierta: fuera como fuese, la culpa la tenía mi madre. Sólo que cuando se lo decía ella esbozaba una sonrisa y me acariciaba la mejilla y tenía siempre la contestación a punto: «Ah, ¿no era así? En ese caso, lo pensaré… Y ahora, a dormir, que Morfeo te espera para abrazarte». Y me tapaba con la sábana y me la alisaba bajo la barbilla. Yo la miraba mientras abandonaba la habitación con una única duda en la cabeza: ¿cómo será ese tal Morfeo? ¿Seguro que es un tipo como Dios manda? ¿Qué sueño me pondrá esta noche? Como si se tratara de DVD que introducía en mi lector. ¿Y si me pone una pesadilla? En ese caso, no debe de ser una buena persona.
En un instante vuelvo a la realidad. Justo mientras el profe Leone sigue con su historia sobre el Oeste oigo el timbre de un móvil Dios mío, ¿quién será el idiota que ha olvidado apagarlo? O, al menos, de ponerlo en modo silencio o vibración. Dejarlo encendido e incluso con el timbre eso sí que no, ¿eh? De eso nada. Qué extraño. Ese timbre era el mío. A propósito, en cuanto salga tengo que ir a una tienda de teléfonos para que me den la nueva tarjeta SIM. Nada. El teléfono sigue sonando.
—¡Ya está bien! —El profe golpea la mesa con el puño cerrado—. ¿Queréis apagar ese teléfono?
Todos se vuelven hacia mí. Y me escrutan. Sííí… Si fuese el mío… Me lo robaron ayer. Lo raro es que el sonido procede de mi pupitre. Y continúa. Miro debajo. Nada. ¿No será que se le ha caído a alguien y que ha ido a parar justo debajo de mi mesa? Bah… Nada, sigue sonando.
—¡Ya está bien! ¡¿Carolina?! ¡Bolla! —Me llama por mi apellido. Se está enfadando de verdad.
—Pero, profe, yo…
Y justo cuando estoy a punto de decirlo caigo en la cuenta. Miro dentro de la bolsa, la que antes tenía sobre la mesa, a mis espaldas, justo cuando Alis me abrazo, cuando se estaba quitando el reloj… Y de repente lo veo. Ahí está. ¡El Nokia 6500 Slide! ¡No me lo puedo creer! Entonces… ¿Lo había dejado en la bolsa? Cuando lo cojo entiendo lo que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. ¡Todavía tiene la película de plástico sobre la pantalla! ¡Es nuevo! ¡Me lo ha comprado ella, Alis! Me vuelvo y veo que me sonríe. Apaga el móvil que tiene sobre las piernas y se lo mete en el bolsillo. Y luego vuelve a adoptar una postura normal, como si nada hubiera pasado. Yo cabeceo mientras la miro, ella me sonríe. A continuación me vuelvo hacia él.
—Disculpe, profe, había olvidado que lo había dejado encendido, era mi madre… Al final me ha mandado un mensaje… No puede pasar a recogerme por el colegio.
El profe Leone abre los brazos y se encoge de hombros.
—Pero si vives a tres manzanas de aquí…
—Sí, pero tenían que ir a casa de mi abuela porque como luego se van, mi madre me pidió que la acompañase y, dado que todavía no saben qué hacer porque mi abuelo no quiere ir con ella, querría verla y entonces…
—Vale, vale. Está bien, está bien, basta. —El profe Leone se rinde—. De lo contrario, al final tendré que hablar de un libro nuevo, un libro escrito a propósito para esta clase,
¡La odisea de Carolina!
Todos rompen a reír, celebrando extrañamente la ocurrencia del profe… Claro, este año tenemos el examen! ¡¿A ver quién es el guapo que piensa que no es conveniente reírse de todas las estupideces que diga?!
Pongo el móvil en silencio y simulo escuchar la explicación. En realidad me importa un comino lo que sucede en ese momento en el Oeste, porque, a fin de cuentas, lo pasado pasado está, esto es, ¡ya está escrito! De manera que quito la película de la pantalla escondiéndome detrás de Pratesi, que está bien oronda. Nada que ver con Clod, desde luego, ¡pero es en todo caso una discreta cobertura!
Lo examino con detenimiento. No me lo puedo creer, ha comprado el mismo que tenía, ¡y lo ha programado justo con la misma melodía de antes! ¡Alis es superenrollada! ¿Dónde encuentro yo a otra como ella? Es un cielo. Quiero decir que nunca se jacta de nada. Necesita afecto, eso sí, y lo demuestra exigiendo mil atenciones en todo momento, pero lo hace a su manera, sin exagerar. Y, además, trata de pensar también en ti, y lo hace como si fuese la cosa más sencilla y natural del mundo, para después acabar en ese gran cesto donde todo se confunde y en el que lo mío es también tuyo. Ese cesto se llama amistad. Oh, sé que cuando digo estas cosas soy un poco… ¿patética? ¡Pero es que la sorpresa del móvil me ha emocionado! ¿Qué puedo hacer? Os lo juro, estoy tan emocionada que parezco estúpida, y eso que emocionarse no tiene nada de malo. Lo sé. ¡Alguien que se emociona no debe ser a la fuerza estúpido! Al contrario… Es más estúpido el que no se emociona cuando le ocurren estas cosas. Bueno, creo que me estoy embarullando con este tema, pero lo más absurdo es que, de improviso, me llega un mensaje: «¡Vaya ridículo has hecho con el profe!».
Es Clod, que, como no podía ser menos, no se ha enterado de nada. Aunque la verdad es que a ella no le dije anoche que me habían robado el teléfono, pero si ahora me ha escrito… En ese caso…, ¡en ese caso dentro debe de estar también mi tarjeta! ¡Sí, es mi número! Alis es increíble. No logro entender cómo lo ha conseguido. No es fácil obtener la tarjeta, no digamos la de otra persona, ¡imposible! Pero en el recreo me lo explica todo. Apenas bajamos al patio, me abalanzo sobre ella.
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Eres una tía genial! ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has logrado hacerte con la tarjeta SIM de mi número?
—Fui a Telefonissimo, al que está debajo de mi casa, le di mi documento de identidad y le expliqué tu historia, el robo del móvil y todo lo demás…
—¿Y ellos?
—Me creyeron.
—¿En serio?
—¡Claro! Fueron muy comprensivos, basta con tener una madre como la mía.
—Ya…
Pensad que la madre de Alis se pasa casi todo el día cambiándose de ropa porque debe ir siempre a la moda, compite con sus amigas y quiere siempre y de inmediato lo mejor de cada cosa, ¡incluso en cuestión de hijos debe superar a todo el mundo! Y ese hecho pesa muchísimo sobre Alis. Su madre, en lugar de darle los buenos días, la saluda así: «¿Sabes que la hija de Ambretta, Valentina, ha hecho esto y esto otro? ¿Y sabes que la hija de Eliana, Francesca, ha hecho esto y esto otro?… ¡E imagínate que la hija de Virginia, Stefania, ha hecho esto y esto otro…!». Sin embargo, todavía no ha entendido que es precisamente por eso que Alis, al final, siempre hace esto… ¡y aquello! Alis sonríe y se encoge de hombros.
—En fin, comprendieron perfectamente que si no me daban tu nueva SIM no compraría el Nokia 6500…
Por un instante me ruborizo. Recuerdo muy bien el precio de ese móvil. Mis padres ahorraron para poder comprármelo e incluso llevaron mi viejo Nokia 90 a un centro de reciclaje. Bueno…, de una manera o de otra, ahora lo tengo de nuevo y, eufórica por haber recuperado el Nokia, le cuento a Clod y a Alis toda la historia de Massi, el CD que me regaló, el paseo, el helado y todo lo demás.