Campeones de la Fuerza (35 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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—¿Lanzaderas de ataque? —repitió—. Probablemente sean de la clase gamma... A primera vista parece que no tengan nada de espectacular, pero su blindaje es muy resistente y están tan bien armadas que cada una vale por diez de nuestros cazas espaciales. Podrían resultarnos muy útiles en la batalla. Daala sólo puede atacarnos con un Destructor Estelar, pero aun así su capacidad destructiva es bastante superior a la potencia de fuego combinada de las corbetas y el
Yavaris
.

El jefe del pelotón bajó la mirada hacia la lista de equipo que estaba desfilando por su pantalla de datos.

—Tal como me temía, señor —dijo—. Son modelos bastante antiguos. Necesitan un androide piloto para llevar a cabo maniobras complicadas, especialmente en este entorno gravitatorio. Claro que si estableciéramos una conexión con los distintos sistemas de navegación, entonces probablemente podríamos utilizar un solo androide...

Cetrespeó cruzó corriendo el umbral de la sala de operaciones en ese mismo instante acompañado por un estruendo de pisadas metálicas y zumbido de servomotores. y dejó escapar un ruidoso suspiro de alivio.

—¡Ah, están aquí! —exclamó—. Por fin he conseguido encontrarles...

Wedge, Qwi y todos los técnicos y soldados se volvieron hacia el androide dorado.

Cetrespeó movía los brazos de un lado a otro con una mezcla de abatimiento y desesperación mientras subía lentamente por la empinada rampa que llevaba al hangar de mantenimiento excavado en la roca.

—No entiendo por qué todo el mundo insiste en tratarme como si fuese una especie de..., de objeto de su propiedad —dijo.

Chewbacca gruñó una seca réplica, y Cetrespeó volvió rápidamente la cabeza hacia él.

—Eso no tiene nada que ver con lo que estaba diciendo. De hecho, yo...

Chewbacca alzó en vilo al androide dorado y lo colocó en la rampa de entrada de una lanzadera de asalto de la clase gamma. Los esclavos wookies que acababan de ser liberados y un grupo de comandos de la Nueva República estaban subiendo a las cinco lanzaderas blindadas estacionadas en el hangar. Cada nave había sido mantenida en perfecto estado gracias al esfuerzo incesante de las cuadrillas de esclavos wookies.

Una serie de golpes ahogados resonó de repente encima de sus cabezas, y las vibraciones de los haces destructores surgidos de las baterías turboláser del
Gorgona
recorrieron todo el asteroide. Chewbacca y los otros wookies lanzaron un coro de aullidos hacia el techo, y los sonidos bestiales que brotaron de sus gargantas ahogaron el retumbar del ataque. Hilillos de polvo desprendido de las paredes de roca empezaron a esparcirse sobre el suelo.

—Sigo creyendo que voy a lamentar esto —dijo Cetrespeó—. No he sido diseñado para esta clase de trabajos. Puedo comunicarme con otros ordenadores tácticos y coordinar vuestras trayectorias de vuelo, cierto, pero eso de encomendarme la fijación de la estrategia global...

Chewbacca no le hizo ningún caso y trepó a la cabina del vehículo. El androide dorado vio que todas sus protestas y argumentos eran inútiles, y empezó a subir por la rampa que llevaba a la lanzadera de asalto.

—De todas maneras, yo siempre estoy dispuesto a ayudar cuando se me necesita...

Los otros wookies, el viejo y maltrecho Nawruun incluido, se instalaron en los puestos de los artilleros y se dispusieron a destruir cazas TIE.

Chewbacca se dejó caer en el puesto de pilotaje de la lanzadera de asalto, que resultaba demasiado pequeño para su corpachón de wookie, e hizo que Cetrespeó ocupara el asiento del copiloto a su lado.

—Oh, está bien —dijo Cetrespeó, y empezó a inspeccionar el ordenador intentando decidir cuál sería la mejor manera de comunicarse con él.

Los ecos de nuevas explosiones provocadas por el ataque del
Gorgona
hicieron vibrar los gruesos muros del hangar, pero los sonidos no tardaron en quedar ahogados por el rugido ronroneante de los motores que hicieron elevarse las lanzaderas sobre sus haces repulsores.

Chewbacca alzó su nave potentemente armada del suelo y la fue dirigiendo a lo largo del pasillo de lanzamiento. Los campos de retención atmosférica se cerraron detrás de ellos una fracción de segundo antes de que las gruesas compuertas del hangar se abrieran al espacio como una gigantesca boca vertical.

Cetrespeó se conectó con los ordenadores de guía y la programación direccional de las cinco lanzaderas de asalto. Vehículos idénticos volaban detrás de ellos en una apretada formación, incrementando su velocidad a cada momento que pasaba.

—Vaya, esto resulta muy emocionante —comentó Cetrespeó.

Chewbacca manipuló los controles hasta que la lanzadera salió disparada como un proyectil por el hueco de las puertas del hangar y empezó a alejarse del escudo protector de la Instalación.

Enjambres de cazas espaciales brotaban de los hangares de las corbetas corellianas por encima de sus cabezas. La fragata
Yavaris
continuaba disparando contra el Destructor Estelar mientras Daala seguía descargando un diluvio de andanadas turboláser sobre la Instalación de las Fauces. Escuadrones de cazas TIE surgían de los hangares inferiores del
Gorgona
y se dispersaban por el espacio, moviéndose tan deprisa como un banco de minocks asustados huyendo de una caverna.

Chewbacca activó sus sistemas de armamento y Cetrespeó se conectó a las pautas de ataque preprogramadas. Las cinco lanzaderas de asalto de la Instalación de las Fauces se lanzaron hacia el corazón de la feroz batalla que estaba empezando a expandirse por el espacio.

—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó.

31

Leia fue a responder a la llamada en la puerta de los aposentos que ocupaba en el complejo reconstruido del Palacio Imperial y vio que era noche cerrada. Durante un momento sintió un escalofrío de excitación y placer al pensar que Han quizá ya hubiese regresado de Kessel, pero cuando se frotó los ojos para despabilarse y abrió la puerta vio a su hermano Luke delante del umbral. Leia quedó tan asombrada que tardó un momento en reaccionar, pero enseguida se lanzó sobre él para abrazarle.

—¡Luke! —exclamó—. ¿Cuándo has llegado a Coruscant?

Vio por el rabillo del ojo a un joven que permanecía inmóvil a un lado entre las sombras del pasillo. Leia reconoció la despeinada cabellera oscura de Kyp Durron, y vio que sus ojos estaban hundidos en las cuencas y que rehuía su mirada. Kyp Durron ya no era el adolescente nervioso y temerario que Han había rescatado de las minas de especia de Kessel.

—Oh... Kyp —dijo Leia con voz átona y desprovista de toda emoción.

Ver al joven hizo que se sintiera repentinamente incómoda. Kyp se había hecho muy amigo de Han y había sido su compañero durante grandes aventuras..., pero también había sucumbido al lado oscuro, había dejado paralizado a Luke, había matado a millones de personas y se había vuelto contra Han.

El rostro y los ojos de Kyp parecían haber envejecido mucho, como si estuviera agotado por todos los traumas que había soportado..., y causado. Leia sólo había visto unos ojos parecidos en una ocasión, y había sido en el rostro de su hermano cuando Luke tuvo que enfrentarse a la revelación de que Darth Vader era su padre. Pero Kyp había atravesado un infierno tan terrible como el de Luke.

Un diminuto androide mensajero pasó a toda velocidad por el pasillo, envuelto en el parpadeo de las luces rojas que advertían a quien pudiera encontrarse con él que debía dejarle paso libre, y se alejó velozmente para cumplir con alguna misión urgente que no podía esperar.

Leia se dio cuenta de que no estaba siendo muy educada y se ruborizó.

—Entrad, por favor.

Winter salió de la habitación de atrás y fue hacia ellos, deslizándose sobre sus pies descalzos sin hacer ningún ruido. Sólo llevaba un holgado camisón de dormir, pero parecía estar preparada para entrar en acción apenas sospechara que algún peligro podía amenazar a los niños. Winter inclinó la cabeza en un ceremonioso gesto de bienvenida cuando vio a Luke.

—Saludos, Maestro Skywalker —dijo.

Luke sonrió y le devolvió la inclinación de cabeza.

—Hola, Winter.

Winter retrocedió rápidamente hacia la habitación de la que acababa de salir.

—Voy a ver qué tal están los niños —murmuró, y se esfumó sin darles ocasión de decir ni una sola palabra.

La mirada de Leia fue de Luke a Kyp, y mientras les contemplaba sintió el peso de un gran cansancio agazapado detrás de sus ojos y dentro de su cabeza. Había confiado en demasiadas bebidas estimulantes, y había dedicado demasiado tiempo a las negociaciones con otros miembros del Consejo y demasiado poco al reposo.

Luke cerró la puerta a su espalda después de que él y Kyp entraran en la sala. Leia se acordó de las muchas horas que su hermano había pasado en aquella sala, adiestrándola e intentando dejar en libertad su potencial Jedi: pero presentía que lo que le había traído hasta allí tan avanzada la noche era algo mucho más ominoso.

—¿Está Han aquí? —balbuceó Kyp mientras recorría la sala con la mirada.

Leia se dio cuenta de que todavía llevaba la capa negra que Han le había regalado. Pero el nuevo Kyp parecía haberla convertido en un símbolo que le recordaba aquello en que podía llegar a convertirse, pues llevaba un mono de vuelo de color claro debajo de la capa.

—Ha ido a Kessel con Lando —dijo Leia, y una sonrisa llena de cansancio intentó subirle las comisuras de los labios—. Lando quiere probar suerte con las minas de especia.

Kyp frunció el ceño y pareció un poco preocupado. Luke se sentó en uno de los almohadones auto amoldables, se inclinó hacia adelante mientras entrelazaba los dedos y clavó sus ojos penetrantes y pensativos en el rostro de Leia.

—Necesitamos tu ayuda, Leia —dijo.

—Sí, ya me lo había imaginado —respondió Leia con una sombra de ironía en el tono—. Haré cuanto esté en mis manos para ayudaros, por supuesto. ¿Qué necesitáis exactamente?

—Kyp y yo hemos... hecho las paces. Su potencial es tan enorme que puede llegar a convertirse en el más grande de todos los Jedi a los que estoy adiestrando, pero hay una cosa que debe hacer antes de que pueda considerarle totalmente absuelto.

Leia tragó saliva. Ya estaba empezando a temer lo que podía decirle su hermano.

—¿Y en qué consiste esa cosa que debe hacer? —preguntó.

Luke no se inmutó.

—El
Triturador de Soles
debe ser destruido —dijo—. Toda la Nueva República lo sabe, pero es Kyp quien debe hacerlo.

Leia se limitó a parpadear, incapaz de decir nada.

—Sí, pero... Bueno, ¿cómo puede destruirlo? —preguntó por fin—. Por lo que sabemos, el
Triturador de Soles
es indestructible. Ya lo dejamos caer en el núcleo de un gigante gaseoso, pero Kyp... —Leia volvió la mirada hacia el joven—. Bien, el caso es que Kyp consiguió sacarlo de allí. Supongo que ni siquiera haberlo arrojado al centro de un sol habría supuesto una gran diferencia, ¿verdad?

Kyp meneó la cabeza.

—No —dijo—. Podría haberlo sacado de allí con idéntica facilidad.

Leia miró a Luke sin entender nada, y extendió las manos hacia él.

—Bueno, ¿entonces qué...? —preguntó.

—Kyp y yo llevaremos el
Triturador de Soles
hasta las Fauces —la interrumpió Luke—. Kyp conectará el piloto automático y lo dejará caer dentro de uno de los agujeros negros. Con armadura cuántica o sin ella, el
Triturador de Soles
nunca volverá a salir de allí... No existe ninguna forma más segura de eliminar algo de este universo.

Kyp pareció animarse un poco.

—Sé que el
Triturador de Soles
debe de estar fuera del alcance del Imperio y de la Nueva República. Yo... La doctora Xux ya no conserva ningún recuerdo que le indique cómo podría llegar a reconstruirlo. La galaxia nunca tendrá que volver a temer una amenaza semejante.

Su cuerpo se envaró y alzó el mentón mientras sus ojos volvían a cobrar vida. La culpabilidad y el dolor fueron sustituidos por el brillo del orgullo y la decisión.

Luke puso la mano sobre el antebrazo del joven, y Kyp se calló y permitió que Luke siguiera hablando.

—Ya sé que te han nombrado Jefe de Estado, Leia —dijo—. Puedes conseguir que se haga de esa manera. —Se inclinó hacia adelante, y cuando volvió a hablarle su voz estaba impregnada de la energía juvenil llena de idealismo que Leia había percibido en él años antes—. Sabes que tengo razón, Leia.

Leia meneó la cabeza. Ya estaba empezando a temer la enorme batalla diplomática a la que tendría que enfrentarse apenas expusiera la ridícula petición que acababa de hacerle Luke.

—Habrá muchas discusiones. La gran mayoría de miembros del Consejo se negarán a permitir que Kyp vuelva a acercarse al
Triturador de Soles
. ¿Qué va a impedirle largarse con él para recorrer la galaxia y hacer estallar más sistemas estelares? ¿Pueden correr ese riesgo, Luke? ¿Podemos correrlo?

—Tendrán que correr ese riesgo —dijo Luke—. Debe hacerse, y yo estaré allí con él.

Leia se mordió el labio. Su hermano podía llegar a ser tan terriblemente convincente cuando quería... Leia le conocía lo bastante bien como para comprender que si accedía a su petición no lo haría meramente debido a un temor supersticioso a lo que pudieran hacer los Jedi, y se dijo que confiaba en que Luke sería capaz de cumplir su promesa.

—¿Sabes qué me estás pidiendo que haga? —preguntó, y su voz sonó débil y casi suplicante.

—Es una prueba a la que Kyp debe someterse, Leia, igual que nosotros tuvimos que enfrentarnos a nuestro padre. Dile al Consejo que si consigue superarla con éxito, Kyp Durron podría convertirse en el Caballero Jedi más poderoso de esta generación.

Leia dejó escapar un suspiro y se puso en pie.

—Muy bien. Lo intentaré, pero...

—El intentarlo no existe —la interrumpió Kyp—. Hazlo, o no lo hagas. —Después permitió que sus labios se curvaran en una sonrisa melancólica y movió la mano señalando a Luke—. Bueno, al menos eso es lo que él dice siempre...

32

Han Solo apretó los dientes hasta hacerlos rechinar mientras tiraba de los controles del
Halcón
. El carguero ligero modificado salió disparado hacia arriba y viró en un apretado rizo que invirtió su curso anterior. El destello cegador del superláser de la
Estrella de la Muerte
se fue desvaneciendo poco a poco hasta convertirse en un hilo luminoso, y los cascotes en que se había convertido la luna de Kessel salieron despedidos en todas direcciones, formando una nube que se fue expandiendo rápidamente.

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