Campeones de la Fuerza (18 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Un sargento de las tropas de asalto trepó a su carlinga llevando consigo armamento extra, aparatos de interrogatorio y equipo para la recogida de datos.

—¡Eh, usted! —gritó Furgan—. Meta todo eso en el compartimiento de carga... Voy a acompañarle.

El sargento volvió hacia él la lisa e inescrutable superficie de su visor ocular y le contempló en silencio durante un momento.

—¿Tiene algo que objetar a esa orden, sargento? —preguntó Furgan.

—No, señor —respondió el sargento, y las palabras surgieron de la rejilla de su casco acompañadas por un leve crujido de estática.

El sargento de las tropas de asalto sacó metódicamente todo el equipo y lo metió en un compartimiento inferior.

Furgan se instaló en el segundo asiento, se puso el arnés de seguridad y después se envolvió el cuerpo en dos capas de malla protectora para asegurarse de que llegaría a la superficie de Anoth sano y salvo. No quería tener que hacer su entrada triunfal en la fortaleza rebelde conquistada cojeando. Una vez hubo terminado de protegerse, esperó impacientemente a que el resto del contingente de soldados completara sus preparativos, subiera a sus transportes de asalto y cerrara las escotillas.

Cuando el suelo del hangar de lanzamiento cayó bajo sus pies tan repentinamente como si fuese una trampilla, Furgan se agarró a los brazos de su asiento y dejó escapar un chillido. Los transportes se sumergieron en la atmósfera que los aguardaba, descendiendo tan bruscamente como si fueran proyectiles de gran calibre. El MT-AT vibró y se bamboleó como si estuviera sufriendo los impactos de toda una batería de cañones láser a pesar de la protección que le ofrecía el grueso capullo de envoltura. Furgan intentó reprimir su grito de pánico, pero no lo consiguió.

El piloto sentado a su lado no abrió la boca.

Winter, la sirviente personal de Leia, echó un vistazo al cronómetro en la fortaleza de Anoth y contempló al bebé de cabellos oscuros que reía y agitaba los puñitos. Ya iba siendo hora de acostar al pequeño Anakin.

El planeta triple de Anoth tenía su propio y nada usual ciclo de días, noches y crepúsculos, pero Winter insistía en que sus cronómetros funcionaran según el tiempo estándar de Coruscant. Las tenues capas de atmósfera del exterior rara vez quedaban iluminadas con algo más que un matiz púrpura oscuro surcado por franjas amarillas cuando las tremendas descargas eléctricas se abrían paso a través del espacio.

El planetoide era un mundo de tormentas, y toda su superficie estaba cubierta por pináculos de piedra que parecían catedrales titánicas y que se alzaban hasta llegar al límite del débil campo gravitatorio de Anoth. Estaba lleno de cavernas producidas por miles de inclusiones geológicas que habían desgastado la roca, volatilizándola poco a poco durante siglos de tensiones planetarias. Las enormes torres rocosas proporcionaban un escondite excelentemente protegido.

Winter cogió al bebé en brazos y lo acunó sobre su cadera mientras se adentraba en el complejo. El dormitorio de Anakin estaba muy bien iluminado, y había sido decorado con relajantes tonos pastel. Una música tintineante hacía vibrar la atmósfera, y la alegre melodía se mezclaba con el suave susurro del viento y el delicado correr del agua.

Un androide de energía GNK de forma rectangular que parecía una gran caja estaba cargando las baterías de los juguetes autoconscientes de Anakin, yendo con andares contoneantes de un acumulador a otro en un continuo ir y venir por la habitación.

—Gracias —dijo Winter por pura fuerza de la costumbre, aunque la programación interactiva del androide era prácticamente inexistente.

El androide emitió una respuesta a medio camino entre un balbuceo y un burbujeo, y salió de la habitación moviéndose lentamente sobre sus piernas provistas de articulaciones tipo acordeón.

—Buenas noches, amo Anakin —dijo el androide cuidador que había estado esperando pacientemente en los alojamientos de Anakin.

El androide TDL era un modelo de protocolo mejorado, y había sido programado para llevar a cabo casi todas las funciones necesarias en el cuidado de un niño pequeño. Los modelos TDL habían sido vendidos por toda la galaxia como androides niñera para políticos ocupados, personal militar espacial e incluso contrabandistas que tenían niños y no disponían de mucho tiempo libre para estar a su lado.

El androide TDL era de color plateado, y todos los ángulos y salientes de su estructura habían sido meticulosamente redondeados y camuflados. Las niñeras y las madres solían enfrentarse a circunstancias en las que se necesitaba un número de manos superior al habitual, y los androides niñera TDL tenían cuatro brazos plenamente funcionales recubiertos de cálida carne sintética —al igual que el torso— para que el bebé sostenido en sus brazos robóticos se sintiera más cómodo y protegido.

Anakin lanzó un gritito de placer al ver al androide, y después pronunció una palabra que se parecía bastante a su nombre. Winter dio unas suaves palmaditas en la espalda del bebé y se despidió de él.

—¿Tiene alguna preferencia especial dentro de la amplia selección de canciones de cuna y música para conciliar el sueño a la que puedo acceder, ama Winter? —preguntó el androide.

—Escoge al azar —respondió Winter—. Quiero volver a la sala de operaciones. Tengo una sensación extraña esta noche, como si algo no anduviera bien...

—Como usted quiera, ama Winter —dijo el androide niñera mientras acunaba al pequeño Anakin en sus brazos—. Da las buenas noches, Anakin.

El androide alzó la regordeta mano de Anakin y la movió en un gesto de despedida como si el niño fuese una marioneta.

Winter llegó a la puerta de la sala de operaciones una fracción de segundo antes de que las alarmas del sistema detector de intrusiones empezaran a sonar. Entró corriendo en el centro de control y recorrió con la mirada las enormes pantallas que mostraban imágenes exteriores del paisaje inhóspito y desnudo.

Varios objetos de grandes dimensiones aparecieron de repente y bajaron a toda velocidad hacia la superficie moviéndose muy cerca los unos de los otros, y una serie de estallidos sónicos atravesó la tenue atmósfera con un rugido atronador. Winter vio cómo el último de un grupo de proyectiles chocaba con la base de una columna de roca cercana.

Winter activó los sistemas de defensa automatizados y cerró las gigantescas puertas blindadas que protegían la entrada a la caverna-hangar. Los dos paneles metálicos se unieron con un golpe sordo y una vibración que Winter pudo percibir a través de la roca.

Vio movimiento debajo de ella justo en el límite del alcance de las cámaras. Un instante después una pata metálica muy larga se dobló por una articulación titánica, y un pie erizado de garras chocó con las rocas creando tracción mediante remaches explosivos. La gigantesca máquina siguió moviéndose y acabó desapareciendo detrás de un promontorio.

Winter aumentó la sensibilidad del circuito de recepción auditiva y escuchó los gemidos chirriantes de las poleas, los motores y la maquinaria en acción, y el estruendo metálico de las orugas.

Manipuló velozmente los controles y contempló la imagen transmitida por otro conjunto de cámaras sensoras especiales instaladas en un pináculo lejano. Lo que vio hizo que Winter dejara escapar un jadeo de asombro y miedo, algo que para ella era una reacción realmente extremada teniendo en cuenta su impasible falta de emociones habitual.

Las masas humeantes de los módulos protectores de reentrada yacían esparcidas sobre el paisaje. Los cascarones metálicos se habían resquebrajado como huevos negros de enormes alimañas y habían dejado en libertad monstruosidades mecánicas, revelando unas máquinas de ocho patas que parecían arañas gigantes.

Cada pata erizada de articulaciones se movía a lo largo de un eje distinto mientras los pies provistos de garras ayudaban al cuerpo elipsoidal a desplazarse sobre el escarpado terreno, encontrando agarraderos en la roca y escalando poco a poco el picacho dentro del que se ocultaban Winter y Anakin.

Ocho vehículos-araña imperiales treparon por el pináculo de piedra disparando deslumbrantes haces de energía verdosa contra los gruesos muros de la fortaleza, buscando afanosamente una forma de entrar en ella.

13

Los estudiantes Jedi se habían reunido en la sala de guerra abandonada y llena de polvo del Gran Templo. Habían escogido aquella estancia pensando que era el lugar más adecuado para planear su batalla contra Exar Kun.

La sala de guerra instalada en el tercer nivel de la pirámide escalonada había sido utilizada en el pasado por la Alianza Rebelde como centro de control de su base secreta; y era allí donde el general Jan Dodonna, el genio de la estrategia, había planeado el ataque contra la primera
Estrella de la Muerte
.

Cilghal y los demás habían sacado una gran parte de la basura y suciedad que se había ido acumulando en la sala durante la década transcurrida desde que los rebeldes abandonaron la base. Luces de muchos colores parpadeaban en los paneles de control de las pocas redes de sensores que todavía funcionaban, y las placas visoras cubiertas de polvo y las pantallas de transpariacero agrietadas hacían que las señales se refractaran y quedaran envueltas en destellos. Encima del mapa táctico se veían las diminutas huellas de un reptil sobre las que se podían distinguir las huellas más grandes dejadas por las garras de algún depredador que lo había perseguido.

La sala de guerra estaba sellada tras la protección de los gruesos muros de piedra, y no permitía ninguna iluminación del exterior. Los paneles luminosos reparados de las esquinas hacían que todo el recinto estuviera lleno de brillante claridad, pero también volvían más oscuras las sombras.

Cilghal contempló al grupo de estudiantes Jedi. Tenía delante a una docena de candidatos seleccionados entre los mejores... pero las circunstancias habían cambiado, y los estudiantes se hallaban paralizados por el miedo y la indecisión, y no estaban preparados para enfrentarse a la terrible prueba que les había sido impuesta tan repentinamente.

Algunos —como Kirana Ti, Kam Solusar y, sorprendentemente, Streen— habían reaccionado con ira ante la intrusión del Señor del Sith muerto hacía mucho tiempo. Otros, en particular Dorsk 81, habían sido invadidos por un miedo irracional, y no se atrevían a desafiar al poder oscuro que había bastado para deformar a otros estudiantes y derrotar al Maestro Skywalker. Cilghal tampoco ardía en deseos de lanzarse al combate, pero había jurado hacer todo lo que estuviera en sus manos contra aquel enemigo que no se habían buscado.

—¿Y si Exar Kun puede oírnos mientras trazamos nuestros planes? —preguntó Dorsk 81. Sus enormes ojos brillaban bajo la áspera claridad de las placas luminosas—. ¡Podría estar espiándonos incluso aquí!

Había ido subiendo la voz poco a poco, y su piel de un verde aceitunado ya mostraba las manchas más oscuras indicadoras del pánico.

—El Hombre Oscuro puede estar en cualquier sitio —dijo Streen.

El anciano ermitaño se inclinó sobre la mesa llena de mapas y equipo. Su cabellera canosa seguía pareciendo estar agitada por el viento, y Streen se removió nerviosamente mientras recorría la sala con la mirada como si temiera que pudiese haber alguien observándoles.

—No hay ningún otro sitio al que podamos ir —replicó Cilghal—. Si Exar Kun puede encontrarnos aquí, entonces podrá dar con nosotros vayamos donde vayamos... Debemos empezar a actuar basándonos en la hipótesis de que todavía podemos combatirle. —Contempló a los candidatos. Cilghal se había esforzado al máximo para desarrollar sus capacidades oratorias durante su carrera diplomática como embajadora de Calamari. En el pasado había utilizado su voz y su ingenio con gran éxito, y estaba decidida a volver a hacerlo—. Ya tenemos suficientes problemas reales a los que enfrentarnos, y no hay ninguna necesidad de que fabriquemos problemas todavía peores con nuestra imaginación.

Un murmullo generalizado de asentimiento acogió sus palabras.

—Una gran parte de nuestro plan depende de tu conocimiento de la antigua sabiduría Jedi, Tionne —dijo Cilghal—. Cuéntanos todo lo que sepas sobre Exar Kun.

Tionne se irguió en el maltrecho e incómodo asiento que había escogido, una silla de control colocada al lado de uno de los puestos tácticos averiados. El instrumento musical de caja doble con el que tocaba las viejas baladas a cualquiera que quisiera escucharla estaba encima de su regazo.

El potencial Jedi de Tionne era considerablemente reducido. El Maestro Skywalker se lo había dejado muy claro, pero Tionne no estaba dispuesta a abandonar su propósito de convertirse en miembro de la nueva orden de Caballeros Jedi. Se había enamorado de las leyendas Jedi, y había viajado de un sistema estelar a otro examinando los escritos y los cuentos populares para compilar historias de los Jedis que habían vivido miles de años antes de la Era Oscura.

El Holocrón Jedi había sido como un manantial de tesoros inapreciables para ella, y Tionne había pasado una gran parte de su tiempo estudiándolo, repasando leyendas olvidadas y aclarando detalles. Pero el Holocrón había sido destruido cuando el Maestro Skywalker pidió a la simulación guardiana del conocimiento que contenía, el antiguo Maestro Jedi Vodo-Siosk Baas que le hablara de Exar Kun, aquel estudiante suyo que había recreado la Hermandad del Sith...

Tionne recogió los mechones plateados de su cabellera sobre los hombros y contempló a los otros estudiantes con sus extraños ojos color madreperla. Sus labios eran delgados y pálidos, y estaban exangües a causa de la tensión.

—Encontrar leyendas verificables de la Gran Guerra Sith resulta muy difícil —empezó diciendo—. Ya han transcurrido cuatro mil años desde entonces, y el conflicto fue increíblemente devastador... pero al parecer los antiguos Caballeros Jedi se sintieron muy avergonzados porque no habían conseguido proteger a la galaxia. Muchos registros fueron deformados o destruidos, pero creo que he conseguido reunir los datos suficientes para reconstruir lo que realmente ocurrió.

Tionne tragó saliva antes de seguir hablando.

—Kun parece haber construido su fortaleza principal en esta luna cubierta de junglas. Esclavizó a toda la raza massassi para que edificara todos estos templos, a fin de que sirvieran como puntos focales para su poder.

Tionne miró a su alrededor como si estuviera evaluando a los estudiantes Jedi.

—De hecho —siguió diciendo—, esta reunión me recuerda el Gran Consejo del planeta Deneba, cuando la gran mayoría de antiguos Caballeros Jedi se reunieron para hablar de la marca oscura que estaba extendiéndose por toda la galaxia. El Maestro Vodo-Siosk Baas, que había adiestrado a Exar Kun, se convirtió en un mártir cuando intentó conseguir que su estudiante volviera al lado de la luz. El Maestro Vodo fracasó en su empeño, y los otros Jedi unieron sus poderes para formar una fuerza de ataque como jamás se había reunido antes.

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