Caballo de Troya 1 (12 page)

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Authors: J. J. Benitez

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BOOK: Caballo de Troya 1
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Este procedimiento de viaje como es fácil adivinar- hace inútiles los restantes esfuerzos de los ingenieros y especialistas en cohetería espacial, empeñados aún en lograr aparatos cada vez más sofisticados y poderosos..., pero siempre impulsados por la fuerza bruta de la combustión o de la fisión nuclear. (Quizá ahora se empiece a entender por qué no puedo ni debo extenderme en los pormenores técnicos de semejante descubrimiento...) Al llevar a cabo estos saltos o cambios de marco tridimensionales observamos con desconcierto que -en el nuevo marco- la velocidad limite o velocidad de la luz (299 792,4580 más-menos 0,0012 kilómetros por segundo) cambiaba notablemente. Hasta el punto que la única referencia que puede reflejar el cambio de ejes es precisamente la medida de esa velocidad o constante C.

Tendremos así una familia de valores: C0 C1 C2 C3... C,,, que se extiende desde C0 = 0 (velocidad de la luz nula) a Cn =

infinito, cada una representando a un sistema referencial definido. (N. del m.) 42

Caballo de Troya

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moverse del lugar elegido. Nuestro hábitat de trabajo en todos aquellos años (el corazón salitroso del desierto de Mojave) reunía, además, otro requisito de gran importancia para las primeras y decisivas experiencias dé la Operación Caballo de Troya. Los informes geológicos nos tranquilizaron sobremanera al asegurarnos que aquella zona -a pesar de hallarse en el filo de la placa tectónica norteamericana, de gran actividad telúrica- no había sufrido grandes cambios desde finales del período jurásico, hace más de 135 millones de años, cuando se produjo la llamada «perturbación Nevadiana». A pesar de todo y como medida complementaria, la «cuna» fue provista de un equipo auxiliar de propulsión, consistente en un motor gemelo al del VIAL en el que yo había trabajado en el año 1964. General Electric nos proporcionó un motor principal (de turbina a chorro CF-200-2V), que fue montado verticalmente y que permitía un rápido y seguro movimiento ascensional
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.

Estas medidas de seguridad, que fueron muy poco utilizadas, revisten sin embargo una gran importancia. Una de nuestras obsesiones, mientras iba perfilándose el primer «gran viaje» del proyecto Caballo de Troya, era acertar con la orografía del terreno elegido para el salto hacia atrás en el tiempo. Si nuestros informes técnicos erraban en lo que a la configuración física y geológica del punto de contacto se refería, la inversión de los ejes del tiempo de los
swivels
podía resultar catastrófica. La «cuna», por ejemplo, posada en pleno siglo XX en una planicie, podía quedar desintegrada si «aparecía» -por error- en el interior de una montaña y que en el pasado podía haber ocupado ese espacio que hoy estábamos utilizando como punto de contacto.

Por tanto, después de infinidad de cálculos y estudios, los hombres del general Curtiss aceptamos de buen grado que -salvo contadas excepciones- la fase de inversión debía provocarse siempre en el aire, en estado estacionario. Una vez localizado electrónica y visualmente el punto de contacto, la «cuna» podría ser aterrizada con toda comodidad y sin riesgo alguno de choque o desintegración.

Las primeras pruebas de vuelo de la «cuna», cuyo equipo de inversión de masa fue suprimido en aquellas fechas por elementales razones de seguridad, fueron llevadas a cabo por el entonces piloto-jefe de investigaciones del Centro de la NASA en Edwards, Joseph A. Walker, ya fallecido, y que en los años 1964 y 1965 dirigió y tomó parte en más de 24 vuelos experimentales del VIAL. Él conocía bien los sistemas de propulsión de los simuladores del módulo de aterrizaje lunar y su veredicto fue positivo: la «cuna» -a pesar de su destartalado aspecto- respondía con docilidad.

En 1969, con un centenar de ensayos altamente satisfactorios, el equipo fijó definitivamente en ochocientos pies la altitud ideal para proceder a la inversión de masa. El tiempo medio consumido en la operación de despegue y estacionario, antes de la fase de inversión, fue fijado en cinco minutos.

Al fin, en el otoño de 1969, el general dio luz verde y cuatro de aquellos singulares astronautas que formábamos el primer equipo de «vuelo al pasado», tuvimos la fortuna de experimentar hasta un total de seis retrocesos en el tiempo. Todos ellos ejecutados siempre por parejas y en el estacionario fijado (ochocientos pies de altura), en pleno desierto Mojave.

Ocuparme ahora de estas fascinantes experiencias me llevaría muy lejos de mi verdadero propósito. Prescindiré, por tanto, de su descripción, porque, además, quedaron minuciosamente registradas en otros tantos informes, actualmente en poder de la Air Force Office of Special Investigations y, desgraciadamente, de la DIA (Defense Intelligence Agency).

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Éste no era otra cosa que un motor a propulsión a chorro J85 al que se le había acoplado un ventilador en la popa, aumentando así su empuje de velocidad cero desde 2 800 a 4 200 libras. Fue montado en un anillo cardan y mantenido giroscópicamente, apuntando recto hacia abajo, incluso en el caso de posible inclinación de la «cuna». En las experiencias previas de aterrizaje. su empuje era regulado exactamente a cinco sextos del peso del módulo.

La restante sexta parte del peso del habitáculo completo fue sostenido por otros dos cohetes auxiliares ascensionales, regulables, de peróxido de hidrógeno de quinientas libras de empuje máximo cada uno. Fueron montados en la estructura principal de la «cuna», pudiendo inclinarse con el vehículo. Ocho pequeños motores cohete, también propulsados por peróxido de hidrógeno, controlaban la posición de la «cuna». Cada cohete de Posición podía ser accionado por una válvula selenoidal individual del tipo de intervalos. Como si se tratase de un pequeño avión, el piloto podía controlar el cabeceo por medio del movimiento proa-popa, y el bamboleo por el movimiento derecha-izquierda, de una palanca. La «cuna» iba provista, incluso, de pedales que proporcionaban el control de «guiñada»

Tanto la palanca como los pedales fueron conectados eléctricamente con las válvulas selenoidales.
(N. del m.)
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Si apuntaré, no obstante, que el delicado sistema de retroceso y ajuste de los ejes del tiempo de los
swivels
en las fechas programadas por el equipo resultaron asombrosamente precisos, gracias a la revolucionaria red de computadores
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que había servido desde un comienzo para la localización de los
swivels
y que fueron incorporados al sistema de inversión de masa.

Como es natural, de poco hubiera servido aquel gigantesco esfuerzo si nuestra tecnología no hubiera sido capaz de modificar los haces de los
swivels
-y concretamente los ejes del tiempo-forzándolos a los nuevos ángulos. La red de ordenadores, por un complejo procedimiento, llegó a afinar ese «traslado» de los «ejes» y, en definitiva, del módulo> con un error de «más-menos dos horas» en las fechas deseadas.

Y al fin llegó el gran día. El general Curtiss nos convocó a una reunión de urgencia.

Los hombres de la Operación Caballo de Troya -siempre bajo el mando de Curtiss- perfilaron media docena de «viajes», a cual más fascinante. Sin embargo, la lógica y un estricto sentido del orden hacían poco recomendable la puesta en marcha de varios proyectos a un mismo tiempo. Había que decidirse por una primera exploración, sin relegar por ello al olvido el resto de las proposiciones. Tras muchas horas de debate, y por unanimidad, la cumbre de científicos y especialistas -en sesión de urgencia en la base de Edwards- eligió tres «momentos» de la historia de la humanidad como posibles e inmediatos candidatos para una elección final. Era el 10 de marzo de 1971.

Los tres objetivos en cuestión fueron los siguientes:

1.º Marzo-abril del año 30 de nuestra era. Justamente, los últimos días de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.

2.º El año 1478. Lugar: Isla de Madera. Objetivo: tratar de averiguar si Cristóbal Colón pudo recibir alguna información confidencial, por parte de un predescubridor de América, sobre la existencia de nuevas tierras, así como sobre la ruta a seguir para llegar hasta ellas.

3.º Marzo de 1861. Lugar: los propios Estados Unidos de América del Norte. Objetivo: conocer con exactitud los antecedentes de la guerra de Secesión y el pensamiento del recién elegido presidente Abraham Lincoln.

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Aunque tampoco considero oportuno desvelar la naturaleza íntima de este formidable conjunto de ordenadores, sí puedo aclarar que, a diferencia de los sistemas tradicionales de computadores, los utilizados en la Operación Caballo de Troya no están integrados por circuitos electrónicos. Es decir, por tubos de vacío, componentes basados en el estado sólido, tales como transistores o diodos sólidos, conductores y semiconductores, inductancias, etc., sino por unos órganos integrados topológicamente en cristales estables llamados «amplificadores nucleicos». Su característica principal es que en ellos no se amplifican las tensiones o intensidades eléctricas como en los amplificadores comunes, sino la potencia. Una función energética de entrada inyectada al amplificador nucleico es reflejada en la salida en otra función analíticamente más elevada. La liberación controlada de energía se realiza a expensas de la masa integrada en el amplificador, y el fenómeno se verifica dimensionalmente a escala molecular. En el proceso intervienen los suficientes átomos para que la función pueda ser considerada macroscópicamente como continua.

En cuanto a la estructura básica de estos superordenadores -y también con carácter puramente descriptivo- puedo decir lo siguiente:

Los computadores digitales usados corrientemente utilizan generalmente una memoria central de núcleos magnéticos de ferrita y diversas unidades de memoria periférica, de cinta magnética, discos, tambores, varillas con banda helicoidal, etc. Todas ellas son capaces de acumular, codificados magnéticamente, un número muy limitado de bits, aunque siempre se hable de cifras de millones de dígitos. Las bases técnicas, en cambio, de los ordenadores del proyecto Caballo de Troya -basados en el titanio- son distintas. Sabemos que la corteza electrónica de un átomo puede excitarse, alcanzando los electrones diversos niveles energéticos que llamamos «cuánticos». El paso de un estado a otro lo realiza liberando o absorbiendo energía cuantificada que lleva asociada una frecuencia característica. Así, un electrón de un átomo de titanio puede cambiar de estado en la corteza, liberando un fotón, pero en el átomo de titanio, como en otros elementos químicos, los electrones pueden pasar a varios estados emitiendo diversas frecuencias. A este fenómeno lo denominamos «espectro de emisión característico de este elemento químico», que permite identificarlo por valoración espectroscópica. Pues bien, si logramos alterar a voluntad el estado cuántico de esta corteza electrónica del titanio, podemos convertirlo en portador, almacenador o acumulador de un mensaje elemental: un número. Si el átomo es capaz de alcanzar, por ejemplo, doce o más estados, cada uno de esos niveles simbolizará o codificará un guarismo del cero al doce. Pero una simple pastilla de titanio consta de billones de átomos. Podemos imaginar, pues, la información codificada que será capaz de acumular. Ninguna otra base macrofísica de memoria puede comparársele.

De momento, no me es lícito explicar cómo conseguimos la excitación de esos átomos del titanio... (
N
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del m.)
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Cada uno de los proyectos había sido preparado exhaustivamente, hasta en sus más mínimos detalles. Yo encabezaba y defendí enconadamente el segundo de los «viajes». A través de numerosas lecturas y contactos con expertos de la universidad de Yale, había llegado al convencimiento de que Colón no fue el primer descubridor de las tierras americanas y aquélla era una magnífica oportunidad de conocer la verdad. Pero, tanto el «viaje» a la guerra de Secesión como a la isla portuguesa de Madera terminaron por ser aparcados, en beneficio del primero: el traslado en el tiempo al año 30 de nuestra era. A pesar del natural disgusto de los defensores de los proyectos eliminados, todos reconocimos que el nivel de riesgos era sensiblemente inferior en el «gran viaje» a la Jerusalén de Cristo que a la guerra de Secesión estadounidense o al siglo XV. En el caso de la exploración en tiempos de Lincoln, los astronautas elegidos podían correr evidentes peligros físicos y ni el general Curtiss ni el resto de los componentes de la Operación Caballo de Troya estábamos dispuestos a poner en juego la seguridad de nuestros hombres. En cuanto al «viaje» que yo propugnaba, la falta de precisión en la fecha exacta en que el «prenauta» pudo arribar con su carabela a la isla de Madera fue determinante. Nuestra aportación histórica, aunque rigurosa, arrojaba un inevitable margen de error
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.

Como un solo hombre, a partir de aquella decisiva y final determinación, los 61 miembros del equipo Caballo de Troya -de «exploración al pasado»- nos volcamos en la puesta a punto de la que iba a ser nuestra primera aventura oficial en el tiempo.

No voy a negar que en aquellas semanas que siguieron a mí elección por el general Curtiss para tripular la «cuna» y «descender» en el tiempo de Jesús de Nazaret, mi estado de ánimo se vio profundamente alterado. A pesar de la innegable alegría que supuso el formar parte de la primera pareja de «exploradores» a otro tiempo, la responsabilidad de tan compleja operación me abrumó y fueron necesarios muchos días para lograr adaptarme y asimilar serenamente mi compromiso.

Nunca supe con exactitud por qué el jefe del proyecto Swivel me designó para aquel «gran viaje». Es muy posible que, a la hora de valorar conocimientos y condiciones personales, otros compañeros deberían haber ocupado mi puesto por un amplio margen de méritos. Curtiss, en una de las múltiples entrevistas que celebré con él a raíz de mi nombramiento, dejó entrever que la naturaleza de la exploración exigía, fundamentalmente, la presencia de un hombre escéptico en materia religiosa. Al contrario de otros muchos miembros del equipo, yo no militaba en iglesia o movimiento religioso alguno, siendo patente mi carácter agnóstico. Por mí rígida educación científica y militar, y aunque siempre procuré respetar las creencias e inclinaciones religiosas de los demás, yo no había sentido jamás la menor necesidad de refugiarme o de buscar aliento en ideas trascendentales.

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