Caballo de Troya 1 (10 page)

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Authors: J. J. Benitez

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BOOK: Caballo de Troya 1
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Siguiendo las indicaciones del nuevo pasajero, el taxista -que vio incrementado el importe de su carrera con una súbita propina de cincuenta dólares (propina que, según mi colega, le volvió temporalmente mudo y sordo)- y ante la presumible desesperación de los hombres del FBI, condujo su vehículo hasta el interior de la Cancillería Española, en el número 2700 de la calle 15. Allí permanecieron ambos hasta las 13.30. A esa hora, uno de los vuelos regulares despegaba de Washington, situándome, como ya he referido, en la ciudad de Nueva York.

El desconcierto de los «gorilas» -que habían esperado pacientemente la salida del taxi- debió de ser memorable al ver aparecer el citado vehículo, pero con otros dos ocupantes en el asiento posterior. Mi amigo, que había abandonado la gabardina y la bolsa en el interior de la cancillería, se encasquetó una gorra roja y se hizo acompañar por uno de los funcionarios y amigo.

El FBI mordió nuevamente el cebo y, creyendo que yo seguía en el interior de la embajada, siguió a la espera.

« Es posible -comentó divertido el reportero de Efe- que aún sigan allí...»

A las 19.15 horas, con los documentos sólidamente adheridos a mi pecho y espalda y -por qué negarlo- al borde casi de la taquicardia, el vuelo 904 de la TWA me levantaba a diez mil metros, rumbo a España.

Al día siguiente, sábado, una vez confirmado mi aterrizaje en Madrid-Barajas, el colega se personó en el hotel, recogiendo mi maleta y saldando la cuenta. Por supuesto, y tal como sospechaba, los cilindros de cartón que había certificado en Washington, jamás llegaron a su legítimo destino...

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¡Qué equivocado estaba! Mis angustias no terminaron con el rescate del diario del mayor.

Fue a partir de la lectura de aquellos documentos cuando mi espíritu se vio envuelto en toda suerte de dudas...

Durante dos años, siempre en el más impenetrable de los silencios, be desplegado mil diligencias para intentar confirmar la veracidad de cuanto dejó escrito el fallecido piloto de la USAF. Sin embargo -a pesar de mis esfuerzos-, poco he conseguido. La naturaleza del proyecto resulta tan fantástica que, suponiendo que haya sido cierto, la losa del «alto secreto» lo ha sepultado, haciéndolo inaccesible. Algo a lo que soviéticos y norteamericanos -dicho sea de paso- nos tienen muy acostumbrados desde que se empeñaron en la loca carrera armamentista. No hace falta ser un lince para comprender que, tanto en la conquista del espacio como en el desarrollo del potencial bélico, unos y otros ocultan buena parte de la verdad y -lo que es peor- no sienten el menor pudor a la hora de mentir y desmentir. Tampoco es de extrañar, por tanto, que haya caído una cortina de hierro sobre el proyecto que relata el mayor en su legado.

En el presente trabajo he llevado a cabo la transcripción -lo más fiel posible- de los primeros 350 folios del total de 500 que contenían ambos cilindros. Aunque no voy a desvelar por el momento el contenido del resto del proyecto, puedo adelantar -eso sí- que responde a un denominador común: «un gran viaje», tal y como los define el propio mayor. Un «viaje» que haría palidecer a Julio Verne...

No soy tan necio, por supuesto, como para creer que con el hallazgo y posterior traslado de estos documentos fuera de los Estados Unidos han desaparecido los riesgos. Al contrarío. Es precisamente ahora, con motivo de su salto a la luz pública, cuando los servicios de Inteligencia pueden «estrechar» su cerco en torno a este inconsciente periodista. Es un peligro que asumo, no sin cierta preocupación...

Pero, como hombre prevenido vale por dos, después de una fría valoración del asunto, yo también he tomado ciertas «precauciones». Una de ellas -la más importante, sin duda- ha sido depositar los originales del mencionado proyecto en una caja de seguridad de un banco, a nombre de mi editor, José Manuel Lara. En el supuesto de que yo fuera «eliminado», la citada documentación sería publicada
ipso facto.

Naturalmente, nada más pisar España, una de mis primeras preocupaciones -amén de poner a buen recaudo ambas documentaciones originales- fue fotocopiar, por duplicado, los 500 folios que había sacado de Washington. Con el fin de evitar en lo posible el riesgo de «desaparición»

de dicho diario, una de las reproducciones ha sido guardada -junto con los documentos oficiales que me fueron entregados en 1976 por el entonces general jefe del Estado Mayor del Aire, don Felipe Galarza
1
- en otra caja de seguridad, a nombre de un viejo y leal amigo, residente en una ciudad costera española.

A lo largo de estos dos años, como digo, y tras conocer el «testamento» del mayor, he llevado a cabo numerosas consultas -especialmente con científicos y médicos- intentando esclarecer, cuando menos, la parte de ficción que destilan ambos «viajes». Vaya por delante -y en honor a la verdad- que los primeros se han mostrado escépticos en cuanto a la posibilidad de materialización de semejante proyecto. A pesar de ello, y antes de pasar al diario propiamente dicho, quiero dejar sentado que mi obligación como periodista empieza y concluye precisamente con la obtención y difusión de la noticia. Será el lector -y quién sabe silos hombres del futuro, como ocurrió con Julio Verne- quien deberá sacar sus propias conclusiones y otorgar o retirar su confianza a cuanto encuentre en las próximas páginas.

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Estos trescientos folios forman parte de doce investigaciones secretas de la Fuerza Aérea Española sobre otros tantos casos de ovnis en España. Han sido publicados en el libro Ovnis: Documentos oficiales de¡ Gobierno español 36

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En todo caso -y con esto concluyo- si el «gran viaje» del mayor fue sólo un sueño de aquel hombre extraño y atormentado, que Dios bendiga a los soñadores.

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EL DIARIO

Hoy, 7 de abril de 1977, al año de mi retiro voluntario a la selva del Yucatán, una vez conocida la muerte de mi hermano... y al cuarto año de nuestro regreso del «gran viaje», pido humildemente al Todopoderoso que me conceda las fuerzas y vida necesarias para dejar por escrito cuanto sé y contemplé -por la infinita misericordia de Dios- en Palestina.

Es mi deseo que este testimonio sea conocido entre los hombres de buena voluntad -

creyentes o no- que, como nosotros, caminan a la búsqueda de la Verdad.

Sé desde hace más de un año -como también lo supo mi hermano en el «gran viaje»- que mi muerte está cercana. Por ello, siguiendo sus reiteradas peticiones y los cada vez más firmes impulsos de mi propia conciencia, he procedido a ordenar mis notas, recuerdos y sensaciones.

Espero que la persona o personas que algún día puedan tener acceso a este humilde y sincero diario hagan suya mi voluntad de permanecer, como mi hermano, en el más riguroso anonimato. No somos nosotros los protagonistas, sino «ÉL».

No es fácil para mi resumir aquellos años previos a la definitiva puesta en marcha del «gran viaje». Y aunque nunca ha sido mi propósito desvelar los programas y proyectos confidenciales de mi país, a los que he tenido acceso por mi condición de militar y miembro activo -hasta 1974- de la OAR (Oflice of Aerospace Research)
1
, entiendo que antes de ofrecer los frutos de nuestra experiencia en Israel, debo poner en antecedentes a cuantos lean este informe de algunos de los hechos previos a aquel histórico enero de 1973.

Debo advertir igualmente que, dada la naturaleza del descubrimiento efectuado por nuestros científicos y las dramáticas consecuencias que podrían derivarse de una utilización errónea o premeditadamente negativa del mismo, mis aclaraciones previas sólo tendrán un carácter puramente descriptivo. Como he mencionado antes, no es el medio lo que importa en este caso, sino los resultados que gozosamente tuvimos a bien alcanzar. Descargo así mis escrúpulos de conciencia y confío en que algún día -si la humanidad recupera el perdido sentido de la justicia y de los valores del espíritu- sean los responsables de este sublime hallazgo quienes lo den a conocer al mundo en su integridad.

Fue en la primavera de 1964 cuando, confidencialmente y por pura casualidad, llegó hasta mis oídos la existencia de un ambicioso y revolucionario proyecto, auspiciado por la AFOS! y la AFORS
2
y en el que trabajaba desde hacía años un nutrido equipo de expertos del Instituto de Tecnología de Massachusetts.

Yo había sido seleccionado en octubre de 1963, con otros trece pilotos de la USAF, para uno de los proyectos de la NASA. En mi calidad de médico e ingeniero en física nuclear, y puesto que seguía perteneciendo a la OAR, me encomendaron un trabajo específico de supervisión del llamado VIAL o Vehículo para la Investigación del Aterrizaje Lunar. En la mencionada primavera de 1964, dos de estas curiosas máquinas voladoras -en las que se iniciaron los primeros ensayos para los futuros alunizajes del proyecto Apolo- llegaron al fin al lugar donde yo había sido destinado: el Centro de Investigación de Vuelos de la NASA, en la base de Edwards, de las fuerzas aéreas norteamericanas, a ochenta millas al norte de Los Angeles.

1
La OAR es la Oficina de Investigación Aeroespacial. (Nota del traductor.)
2
AFOSI y AFORS son las siglas de la Air Force Office of Special Investigations (Oficina de Investigaciones Espaciales de la Fuerza Aérea) y de la Air Force Office of Scientific Research (Oficina de Investigación Científica de la Fuerza Aérea), respectivamente. (N. del t.)

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En aquel paisaje desolado -en pleno corazón del desierto Mojave- permanecí hasta últimos de 1964, en que concluyeron con éxito las pruebas preliminares de vuelo de los VIAL.

No tengo que repetir que aquellas pruebas y otros proyectos -en especial los de la USAF-habían sido calificados como «altamente secretos». El ingreso en el recinto de la base y en el de las experiencias en particular era limitado al personal especialmente acreditado.

Durante meses conviví con otros candidatos a astronautas, oficiales, científicos y técnicos -

todos ellos en posesión de la
top secret security clearance
1
llegando a mis oídos un fantástico proyecto: la Operación Swivel ("Eslabón").

Una vez finalizado mi trabajo en Edwards, la NASA estimó que debía incorporarme al Centro Marshall, de vuelos espaciales. Mi verdadera vocación ha sido siempre la investigación.

Concretamente, el joven «mundo» de la teoría unificada de las partículas elementales. Sin embargo, mis inquietudes en aquel mes de diciembre de 1964 discurrían por otros derroteros.

Los costos de la NASA habían empezado a dispararse y el Centro Marshall trabajaba día y noche para encontrar nuevos sistemas o fuentes de energía, que abaratasen las costosas baterías

«químicas» de los proyectos Explorer, Mercury y Geminis.

Una semana antes de Navidad, y por motivos de mi trabajo, tuve que volar nuevamente a la base de Edwards. Durante uno de los almuerzos con el personal especializado conocí al nuevo jefe del proyecto Swivel, el general..., un hombre sereno y de brillante inteligencia, que supo escuchar pacientemente mis disquisiciones y lamentos sobre la miopía mental de algunos altos cargos de la NASA, que habían rechazado una y otra vez mis sugerencias sobre la necesidad de sustituir las anticuadas baterías químicas por células de carburante o por baterías atómicas.

El general pareció interesarse por algunos de los detalles de las pilas atómicas y yo -lo reconozco- me desbordé, saturándole con la lluvia de datos e información en torno a las excelencias del plutonio 238, del curio 244 y del prometio 147... Antes de retirarse de la mesa, el general me hizo una sola pregunta: «¿Quiere trabajar conmigo? »

Gracias al cielo, mi respuesta fue un fulminante: «Sí.»

De esta forma, en enero de 1965 abandonaba definitivamente la NASA, para incorporarme al módulo de experiencias de la USAF, en Mojave. Yo había conocido a buena parte de los científicos y militares que se afanaba en aquel fantástico proyecto durante mi anterior etapa en la base de Edwards. Esto facilitó las cosas y mi definitiva integración en la Operación Swivel fue rápida y total.

Durante los primeros meses, mi papel -de acuerdo con los deseos del general que me había contratado y al que de ahora en adelante llamaré con el nombre supuesto de «Curtiss»- se centró en una frenética investigación en torno a un sistema auxiliar de abastecimiento de energía mediante una batería atómica llamada SNAP-9A, que son las siglas de Systems for Nuclear Auxiliary Powers
2
.

En esas fechas, el proyecto había superado ya las primeras y obligadas fases de experimentación. Estas habían tenido lugar -siempre en el más férreo de los secretos- entre 1959 y 1963. Nunca supe -y tampoco me preocupó en exceso- quién o quiénes habían sido los promotores o descubridores del sistema básico que había permitido concebir semejante aventura. En algunas de mis múltiples conversaciones con el general Curtiss, este insinuó que -

aunque en el equipo inicial habían participado algunos de los veteranos científicos del proyecto Manhattan, que «dio a luz» la bomba atómica- «el cambio de criterios en relación con la naturaleza de las mal llamadas partículas elementales o subatómicas procedía de Europa». Al parecer, y a través de la CIA, las fuerzas aéreas norteamericanas habían recibido -procedentes de Europa occidental- una serie de documentos en los que se hablaba de un brusco cambio de 180 grados en la interpretación de la física cuántica.

En esencia, ya que no es mi intención aquí y ahora alargarme excesivamente en cuestiones puramente técnicas, ese «sistema básico» que había impulsado la operación consistía en el descubrimiento de una entidad elemental -generalizada en el cosmos- en la que la ciencia no
1
Autorización para tener acceso a determinados secretos que afectan a la defensa nacional en los Estados Unidas.

(N. del t.)

2
Sistema de Energía Nuclear Auxiliar. Fueron utilizados, en efecto, por la NASA y el AEC para usos espaciales.

Estas baterías de isótopos radiactivos pueden producir varios centenares de vatios de electricidad durante períodos superiores a un año. (N. del t.)

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