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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (5 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Así las cosas, convivíamos en la iglesia en donde también teníamos la sede de nuestra agencia de cazarrecompensas, durmiendo en habitaciones separadas, una enfrente de la otra, e intentando no provocarnos mutuamente. Cualquiera habría dado por hecho que a Ivy le sacaba de quicio haber perdido todo un año intentando cazarme, sin embargo, experimentaba una dicha que los vampiros raras veces solían encontrar. Aparentemente, haberle dicho que no le iba a permitir que me clavara los colmillos nunca más era lo único que la había convencido de que era ella la que me importaba, y no cómo me hacía sentir. Sentía una gran admiración por alguien capaz de ser tan dura consigo misma y al mismo tiempo tan fuerte. Y también la quería. No deseaba acostarme con ella, pero la quería.

Ivy vino a nuestro encuentro, caminando en silencio por la moqueta con sus botas de cuero. Moviéndose con una elegancia memorable, se reunió con nosotros con los labios fruncidos y una ligera mueca de disgusto en su rostro habitualmente apacible. Sus rasgos le conferían un aire asiático, con su cara ovalada, su nariz pequeña y su pequeña boca con forma de corazón. Sonreía muy raras veces, pues tenía miedo de que las emociones pudieran hacerle perder su autocontrol. Creo que era una de las razones por las que éramos amigas, porque me reía por las dos. Eso, y porque ella creía que yo podía encontrar la manera de salvar su alma cuando muriera y se convirtiera en una no muerta. Sin embargo, en aquel preciso momento, lo que me preocupaba era encontrar el dinero para pagar el alquiler. Salvar el alma de mi compañera de piso tendría que esperar.

—Edden ha llamado a la iglesia —dijo a modo de saludo, alzando sus delgadas cejas cuando descubrió que Ford me tenía agarrada del brazo—. ¿Qué tal, Ford?

El psiquiatra se ruborizó al oír el soniquete con el que pronunció estas últimas palabras, pero no dejé que me soltara. Me gustaba sentirme necesitada.

—Está teniendo algunos problemas con las emociones que flotan en el ambiente —expliqué.

—¿Y ha optado por dejarse maltratar por las tuyas?

Genial
.

—¿Te has enterado de en qué habitación está Glenn? —le pregunté mientras Ford retiraba el brazo.

Ella asintió con la cabeza, sin quitar ojo a nada de lo que estaba pasando.

—Sí, es por aquí. De momento, sigue inconsciente.

Ivy echó a andar por el pasillo con nosotros a la zaga, pero, cuando pasamos por delante del mostrador, una de las enfermeras se puso en pie con decisión y nos miró con cara de pocos amigos.

—Lo siento, pero no se admiten visitas excepto de los familiares.

Una oleada de miedo me invadió, no porque no fuera a ver a Glenn, sino porque su estado era tan grave como para que no nos permitieran la entrada. No obstante, Ivy ni siquiera aminoró el paso, y yo tampoco.

La enfermera echó a correr detrás de nosotros, y el pulso se me aceleró, pero otra nos indicó que entráramos con un gesto de la mano, y luego se volvió hacia su compañera.

—Es Ivy —aclaró, como si aquello tuviera algún significado.

—¿Te refieres a la vampiresa que…? —preguntó la primera enfermera, pero alguien tiró de ella hacia el mostrador antes de que pudiera oír el final de la frase. Me volví para mirar a mi amiga, y descubrí que su pálido rostro había adquirido un ligero rubor.

—¿La vampiresa que qué? —pregunté recordando el periodo en el que había trabajado como voluntaria en aquel hospital.

Ivy apretó la mandíbula.

—La habitación de Glenn está por aquí —dijo, ignorando mi pregunta. Bueno, al fin y al cabo, ¡qué más daba!

Una inesperada sensación de pánico me invadió cuando Ivy viró de golpe y se adentró en una habitación con una puerta más grande de lo normal. Me quedé mirándola, escuchando el sonido de la delicada maquinaria. Recordé cuando había estado sentada junto al lecho de muerte de mi padre, escuchando su respiración afanosa, y seguidamente me asaltó un recuerdo más reciente, el de haber estado observando cómo Quen luchaba por sobrevivir. Me quedé paralizada, incapaz de moverme. Detrás de mí, Ford se tambaleó, como si acabara de propinarle una fuerte bofetada.

Mierda
, pensé, ruborizándome avergonzada, puesto que él estaba sintiendo mi profundo pesar.

—Lo lamento —farfullé, mientras él levantaba una mano para indicarme que estaba bien. Afortunadamente, Ivy ya estaba dentro y no vio lo que le había hecho.

—No te preocupes —acertó a decir acercándose de nuevo, vacilante hasta que estuvo seguro de que había conseguido tragarme mi antiguo dolor—. ¿Puedo preguntarte quién fue?

Tragué saliva.

—Mi padre.

Con la mirada baja, me guió hacia la puerta.

—¿Qué edad tenías? ¿Unos doce?

—Trece.

Para entonces ya estábamos dentro, y tuve ocasión de comprobar que no se trataba de la misma habitación.

Lentamente, mis hombros se relajaron. Mi padre había muerto porque no había nada que pudiera salvarlo. Como agente de seguridad, Glenn estaba recibiendo los mejores cuidados. Su padre estaba en la mecedora que se encontraba junto a la cama, más tieso que un palo. Glenn estaba muy vigilado. El que realmente estaba sufriendo era Edden.

El pequeño y corpulento hombre intentó esbozar una sonrisa, pero no lo consiguió. En las pocas horas que habían pasado desde que se había enterado de la agresión, su pálido rostro se había llenado de unas arrugas de las que, hasta aquel momento, solo había habido pequeños indicios. En sus manos sujetaba un sombrero, y sus cortos dedos lo giraban una y otra vez. Entonces se levantó, y el corazón se me encogió cuando suspiró, exhalando todo su miedo y preocupación.

Edden era el capitán de la división de la AFI de Cincinnati, y su experiencia anterior como militar le había permitido aportarle al cuerpo la determinación de aquel que lucha con uñas y dientes a pesar de tenerlo todo en contra y que había adquirido durante la época que perteneció a las fuerzas armadas. Verlo reducido a un saco de huesos resultaba muy duro. Él jamás había mostrado ni el más mínimo atisbo de las dudas que mostraban algunos miembros de la AFI sobre mi «oportuna» amnesia tras la muerte de Kisten. Confiaba en mí, y por ese mismo motivo, era uno de los pocos humanos en los que confiaba ciegamente. Su hijo, inconsciente en la cama, era otro.

—Gracias por venir —dijo automáticamente, con la voz quebrada, y me esforcé por no echarme a llorar cuando se pasó sus dedos romos por sus cortísimos y grises cabellos, en un reconocible gesto de estrés. Me acerqué para darle un abrazo, y percibí el familiar aroma a café.

—Sabes que no habríamos permitido que pasaras por esto tú solo —dijo Ivy desde un rincón, donde se había sentado rígidamente en una silla acolchada, apoyándolo en silencio de la única manera que sabía.

—¿Cómo se encuentra? —pregunté girándome hacia Glenn.

—No han querido darme ninguna respuesta concluyente —dijo en un tono de voz más alto de lo habitual—. Le han dado una paliza impresionante. Tiene un traumatismo craneoencefálico… —Su voz se quebró, y se quedó callado.

Miré a Glenn, cuya piel, muy oscura, contrastaba enormemente con las sábanas. Tenía la cabeza vendada, y le habían afeitado una franja de su hermético pelo rizado. Su rostro se encontraba cubierto de magulladuras y tenía el labio partido. Una fea contusión le corría desde el hombro hasta debajo de las sábanas y los dedos, que reposaban sobre el embozo, estaban hinchados.

Edden se derrumbó en la silla y miró la maltrecha mano de su hijo.

—No querían dejarme entrar —dijo quedamente—. No se creían que fuera su padre. Son todos unos cabrones llenos de prejuicios.

Lentamente, extendió el brazo y atrajo la mano de su hijo contra su pecho, como si fuera un pajarito recién nacido.

El amor que desprendía me hizo tragar saliva. Edden había adoptado a Glenn cuando se había casado con su madre, unos veinte años antes y, aunque no se parecían nada entre sí, eran idénticos en lo que de verdad importaba. Ambos se mantenían firmes en sus convicciones, y una y otra vez arriesgaban su vida por luchar contra las injusticias.

—Lo siento —dije con voz ronca, sintiendo su dolor.

Desde el umbral de la puerta, Ford cerró los ojos, apretó la mandíbula y se apoyó contra el marco.

Agarré una silla y la arrastré por el linóleo hasta colocarla en un lugar desde el que pudiera ver tanto a Edden como a Glenn. Luego dejé el bolso en el suelo y apoyé la mano sobre el hombro del capitán de la AFI.

—¿Quién le ha hecho esto?

Edden inspiró lentamente, e Ivy se irguió en su silla.

—Estaba trabajando en algo por su cuenta —explicó—. Lo hacía fuera del horario laboral, por si era mejor dejar fuera de las actas lo que saliera a la luz. La semana pasada falleció uno de nuestros agentes después de una larga convalecencia. Era amigo de Glenn, y este averiguó que había estado engañando a su mujer. —Edden alzó la vista—. Preferiría que esto no saliera de aquí.

Mi compañera de piso se puso en pie, interesada.

—¿Envenenó a su marido?

El capitán de la AFI se encogió de hombros.

—Al menos, eso es lo que sospechaba Glenn. Lo he leído en sus notas. Esta mañana había ido a hablar con la amante. Fue allí donde… —Su voz se quebró, y esperó pacientemente hasta que se tranquilizó—. Los investigadores barajan la posibilidad de que se hubiera encontrado con el marido, que perdiera los estribos y que, tras propinarle una paliza, ambos huyeran dejándolo moribundo.

—¡Oh, Dios mío! —susurré, sintiendo un escalofrío.

—Se encontraba fuera de servicio —continuó Edden—, de manera que permaneció allí hasta que alguien intentó localizarlo porque no se había presentado en el trabajo. Es un chico muy sensato, y había informado a uno de sus amigos de lo que estaba haciendo y a dónde había ido.

La respiración se me cortó cuando Edden se giró hacia mí, con los ojos cargados de dolor, mientras intentaba encontrar una respuesta.

—De no ser así, jamás lo hubiéramos encontrado. Al menos, no a tiempo. Lo dejaron allí tirado. Podían haber llamado al 911 antes de salir huyendo, pero lo abandonaron agonizando.

En aquel momento sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas, y abracé de costado a aquel hombre bajo y fornido y con el corazón roto.

—Se pondrá bien —susurré—. Estoy convencida. —Entonces miré hacia Ford, y él se situó a los pies de la cama—. ¿Verdad?

Ford se agarró a la estructura del lecho como si intentara mantener el equilibrio.

—¿Podríais dejarme un momento a solas con Glenn? —preguntó—. No puedo trabajar con todos vosotros aquí dentro.

Me levanté inmediatamente.

—Por supuesto.

Ivy tocó los pies a Glenn cuando pasó junto a él y se marchó. Edden se puso en pie lentamente, soltando la mano de su hijo con evidente reticencia. Inclinándose sobre Glenn, susurró con tono severo:

—Enseguida vuelvo. No te muevas de aquí, ¿me oyes?

—Vamos —dije yo, llevándomelo de la habitación—. Te invito a un café. Tiene que haber una máquina por aquí cerca.

Mientras nos marchábamos, eché la vista atrás. Glenn tenía un aspecto horrible pero, a menos que hubiera sufrido daños cerebrales, se pondría bien. Esperaba de todo corazón que Ford pudiera decírnoslo.

Mientras conducía a Edden por el pasillo, siguiendo la estela de Ivy, sentí un alivio momentáneo que me hizo sentir culpable. Al menos Glenn no había resultado herido por alguien que intentara cazarme a mí. Podía sonar algo vanidoso por mi parte, pero ya había sucedido antes. El maestro vampiro de Ivy la había violado para conseguir que me matara, y había entregado a Kisten a su asesino por el mismo motivo. Piscary había muerto, y Kisten también. Yo estaba viva, y no iba a permitir que nadie más sufriera ningún daño por mi culpa.

Al llegar a un banco situado frente a una máquina expendedora, Edden se soltó de mi brazo. Todo estaba dispuesto siguiendo los cánones de la comodidad institucional: suaves tonos de marrón y unos almohadones no lo bastante suaves como para animarte a permanecer allí mucho tiempo. Había una amplia ventana que daba al aparcamiento cubierto de nieve, y me senté de manera que mis pies quedaran iluminados por la mortecina franja de luz solar, a pesar de que no calentaba lo más mínimo. Edden se acomodó junto a mí, con los codos apoyados en las rodillas y las manos sobre la frente. No me gustaba nada ver a aquel hombre inteligente y con una extraordinaria habilidad con las armas de fuego sufriendo de aquel modo. Daba la impresión de que ni siquiera recordaba quién era.

—Se pondrá bien —le dije.

Edden inspiró profundamente.

—Lo sé —dijo con una contundencia que indicaba que no estaba seguro—. Quienquiera que le hiciera esto sabía muy bien lo que estaba haciendo. Glenn se topó con algo mucho más grande que una esposa que ponía los cuernos a su marido.

Mierda. Tal vez sí que es culpa mía
.

La sombra de Ivy recayó sobre nosotros, y levanté la vista. Su silueta contrastaba con la luz de la ventana, y me recliné buscando la sombra.

—Averiguaré quién le ha hecho esto —prometió. Y volviéndose hacia mí, añadió—: Las dos los haremos. Y no se te ocurra ofendernos ofreciéndote a pagarnos.

Entreabrí la boca sorprendida. Había intentado esconderse en la sombra, pero sus palabras dejaban bien claro la rabia que sentía.

—Pensaba que no te caía bien —dije estúpidamente, y luego me puse colorada.

Ella se colocó la mano sobre la cadera.

—Esto no es una cuestión de si me cae bien o no. Alguien agredió a un agente de la ley y lo dejó moribundo. La SI no va a hacer nada por resolverlo, y no podemos permitir que impere la anarquía. —A continuación se dio la vuelta dejando pasar la luz del sol—. No creo que un humano le hiciera esto —dijo tomando asiento frente a nosotros—. Quienquiera que se lo hiciera sabía exactamente cómo provocar un dolor atroz sin causar la muerte. Lo he visto antes.

Casi podía oír sus pensamientos.
Un vampiro
.

Edden apretó las manos con fuerza, y luego se obligó a sí mismo a relajarse.

—Estoy de acuerdo.

Incapaz de quedarme quieta, me revolví en mi asiento.

—Se va a poner bien —exclamé.

¡Maldición! No sabía qué más decir. Toda la cultura vampírica de Ivy se basaba en monstruos que actuaban al margen de la ley, gente que trataba a los demás como si fueran cajas de bombones. Los más crueles y poderosos, aquellos que establecían las normas, podían hacer lo que les viniera en gana sin temor a las consecuencias.

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