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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (38 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Lo miré de arriba abajo, desde su pelo recién peinado, pasando por su abrigo negro de cachemir, hasta sus relucientes zapatos negros. El calzado era muy poco apropiado para el clima, pero tampoco se podía decir que fuera a pillarse un resfriado. Todo era por mantener su imagen.

Al ver la atención que le prestaba, Cormel sonrió. Era alto, iba bien vestido y tenía un buen cuerpo. Su sonrisa era agradable y sus modales acogedores, pero no era guapo ni tampoco destacaba en nada, pues era demasiado pálido y demacrado para resultar atractivo…, hasta que sonreía, con lo que conseguía cortarle la respiración a cualquiera. Su sonrisa había salvado el mundo literalmente, pues había conseguido mantenerlo unido en un momento en el que todo saltaba por los aires y cohesionarlo de un modo diferente después de la Revelación. Era la promesa de amable honestidad, seguridad, protección, libertad y prosperidad. Y al verla dirigida a mí, me obligué a apartar la mirada y me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ivy se había puesto tensa al percibir lo que estaba sucediendo en el asiento trasero por las señales que yo estaba enviándole de forma inconsciente. ¡Maldición! Todo el coche podía hacerlo. Cuando se volvió para vernos, tenía el ceño fruncido por la preocupación.

—El hospital mandará a la poli en su busca hasta que consigamos tramitar el papeleo para la baja voluntaria —dijo—. No quieren que les pongan una demanda si sufre un colapso.

Jenks soltó una carcajada desde mi abrigo y di un respingo, pues había olvidado que estaba allí.

—¿Qué posibilidades tenemos de que no suceda? —preguntó con sarcasmo justo antes de salir para sentarse en mi hombro, en el calor de mi bufanda, aprovechando que Erica no estaba.

—Lo hemos arreglado para quedarnos en casa de un amigo, no muy lejos de la iglesia, y así Jenks puede responder los teléfonos —explicó Ivy nerviosamente apartando la mirada de Cormel para dirigirla hacia mí. Por la forma en que lo hizo se percibía una mezcla de miedo e indefensión, no el miedo cerval que le había provocado Piscary cuando me había mirado, sino el miedo a que Cormel pudiera empezar a interesarse por mí. No se trataba de celos, era miedo al abandono—. Si te diriges hacia la iglesia, te indicaré el camino conforme nos acerquemos —concluyó.

Jenks soltó una risita socarrona.

—¿Cuántas veces has perdido el conocimiento este año, Rachel?

Ofendida, intenté verlo, pero estaba demasiado cerca.

—¿Quieres perder tú el conocimiento ahora mismo, Jenks?

—Me encantaría que os alojarais en mi casa —dijo Cormel, con sus manos enguantadas reposando tranquilamente en su regazo—. Dispongo de mucho espacio desde que he vuelto a convertir las plantas superiores en un apartamento. Desgraciadamente, solo hay una cama, pero una de vosotras puede dormir en el sofá.

¿
En el sofá
?, pensé lacónicamente. Sabía de sobra que deseaba que Ivy y yo compartiéramos algo más que el alquiler, pero no percibí ni el más mínimo asomo de insinuación en el tono de su voz. Además, no podía pasar la noche en su casa. Tenía que coger mi espejo adivinador para llamar a Al y pedirle un día libre, y todo eso antes del amanecer. En aquella época del año, el sol salía sobre las ocho, y estaba empezando a impacientarme.

—La semana pasada nos trajeron el Chickering —dijo Rynn Cormel situándose de manera que toda su atención recayó sobre mí—. ¿Has oído a Ivy tocar el piano, Rachel? Tiene una sensibilidad extraordinaria. Deberían haberla estimulado para dedicarse a ello de manera profesional. —Entonces sonrió—. Aunque aún dispondrá de varios siglos para emprender ese camino si en algún momento lo deseara.

—Sí —respondí recordando las pocas veces que había llegado a casa y la había encontrado perdida entre las teclas. Siempre paraba, pues el piano la dejaba más expuesta y desnuda de lo que quería que yo la viera.

—¡Estupendo! —dijo Cormel inclinándose para tocar el hombro de la conductora—. Haz el favor de llamar y pedir que enciendan la calefacción.

Cerré los ojos brevemente ante el malentendido y sacudí la cabeza.

—Oh, no. Me refería a que sí la he oído tocar, pero no podemos quedarnos.

—Gracias de todos modos, Rynn —intervino Ivy quedamente, como si hubiera estado esperando a que fuera yo la que dijera que no—. Jenks necesita poder ir a casa para ocuparse de la empresa. Nadie arrestará a un pixie, pero es probable que surjan problemas y no quiero estar en mitad de los Hollows cuando llamen a nuestra puerta.

Cormel arqueó sus oscuras cejas, que, debido a la palidez de su piel, parecían más marcadas en la penumbra.

—¿Os puedo invitar a cenar, al menos? Desde que dejé la oficina no he tenido tiempo de organizar eventos sociales tanto como estoy acostumbrado. Curiosamente, he descubierto que lo echo de menos. —En aquel momento esbozó una tenue sonrisa y se acomodó con el sonido del cachemir deslizándose—. Es sorprendente cuántos acuerdos políticos se pueden conseguir con una copa de buen vino. Tasha está fuera, y no creo que pueda soportar otra noche escuchando hablar de nuestros métodos de seguridad y de cómo mejorarlos.

La conductora se rió por lo bajo, pero cuando inspiré para rechazar la oferta educadamente, Cormel inclinó la cabeza, deteniéndome.

—Necesito unas cuantas horas para conseguir agilizar los trámites de tu baja voluntaria. Podrás estar durmiendo tranquilamente en tu iglesia mañana por la mañana. Déjame que haga esto por ti. Además, necesito hablar con Ivy de lo que he descubierto.

Ivy me miró a los ojos suplicándome que dijera que sí. Era obvio que le gustaba aquel hombre y, sabiendo cómo la había tratado Piscary, me resultaba difícil negarme. Por otra parte, yo también quería saber quién había matado a Kisten. En ese momento, pensando que dudaba, Jenks susurró:

—¿Por qué demonios no aceptas?

La cena era el pequeño precio que tenía que pagar por mi baja voluntaria y por la información sobre Kisten, de manera que asentí, y la expectación sustituyó a mi débil cautela. Ivy sonrió y la conductora realizó un lento giro de ciento ochenta grados para dirigirse hacia el puerto de los Hollows.

—¡Excelente! —dijo Cormel dedicándonos una sincera sonrisa con los labios cerrados—. Jeff, ¿te importaría llamar para asegurarte de que nos dejan algo de cenar? Y cerciórate de que preparen dos sitios más en la mesa y de que guarden algo para Jenks.

El vampiro vivo sentado junto a Ivy sacó su móvil y apretó un único número. Jeff era el que solo mostraba una cicatriz, pero habría apostado cualquier cosa a que tenía otras bajo la camiseta. Su agradable voz grave apenas se oía por el ruido de la calefacción, que había subido para Jenks o, posiblemente, para mí. Cormel e Ivy hablaban de cosas superficiales mientras las tripas se me cerraron aún más hasta que Cormel abrió una rendija de la ventana para librarse de la tensión que yo despedía. Creía que mi entusiasmo se debía a que iba a enterarme de lo que había averiguado Cormel sobre la muerte de Kisten, pero apenas divisamos el puerto, me di cuenta de dónde provenía realmente la adrenalina.

Apenas las ruedas entraron en la calle menos transitada, un antiguo miedo empezó a abrirse paso a través de mí, prendiendo un recuerdo. Nos dirigíamos al Piscary’s.

Al bajar la vista, descubrí que tenía las manos agarradas con fuerza y me obligué a separarlas cuando redujimos la marcha. El lugar tenía más o menos el mismo aspecto, una apacible taberna de dos pisos rodeada por quince centímetros de nieve intacta. Las luces del piso superior estaban encendidas y alguien corría las cortinas en ese momento. Habían eliminado parte del aparcamiento y unos árboles jóvenes se erguían donde antiguamente se veían oxidados coches de dos puertas. Un pequeño muro en construcción debía de servir de valla a un jardín que todavía no existía, a la espera de la primavera y sus temperaturas más cálidas. No había ninguna embarcación atracada.

—¿Te encuentras bien, Rachel? —preguntó Jenks.

Exhalé al mismo tiempo que me esforzaba por separar de nuevo las manos.

—Sí —respondí quedamente—. Es que no había estado aquí desde la muerte de Kisten.

—Yo tampoco —dijo él, aunque en realidad no había estado allí en su puñetera vida. Excepto cuando yo estaba aquí metiéndome en líos.

Lancé una mirada a Ivy mientras nos desplazábamos lentamente hacia la entrada lateral donde antaño los camiones descargaban productos provenientes del mundo entero. Tenía buen aspecto, pero había estado allí con la suficiente frecuencia como para que el dolor se hubiera disipado. Todo el mundo estaba en silencio cuando nos detuvimos delante de la puerta cerrada que conducía a la zona de carga. Un vampiro se bajó para abrirla, y las alas de Jenks me hicieron cosquillas en el cuello cuando se acurrucó para protegerse del frío.

—Rachel, ¿preferirías que fuéramos a un restaurante? —preguntó Cormel solícito mientras se elevaba la puerta automática—. No se me había ocurrido que mi casa podía traerte malos recuerdos. He hecho algunos cambios —añadió, intentando engatusarme—. No es la misma.

Ivy me observaba como si pensara que era una miedica y yo lo miré fijamente a los ojos, casi negros en la tenue luz.

—Son solo recuerdos —dije.

—Espero que además de los malos, haya alguno bueno —dijo mientras el coche entraba en la fría, seca y oscura zona de carga. Sentí un leve hormigueo en mi cicatriz cuando la oscuridad nos rodeó. Ofendida, me quedé mirándolo hasta que el hormigueo desapareció. ¿Acaso estaba intentando conquistarme? Si me ataba a él, haría todo lo que él quisiera, convencida de que había sido idea mía. Y cuando el vampiro cerró de nuevo la puerta automática sumiéndonos en la más absoluta oscuridad excepto por los faros, me di cuenta de lo vulnerable que era.
Mierda
.

—Entremos. Así podrás ver los cambios que he hecho —dijo Cormel afablemente y, mientras el pulso se me aceleraba, las puertas del Hummer empezaron a abrirse.

Me deslicé por el largo asiento en dirección a la puerta con el bolso en la mano y, cuando todos empezaron a moverse de un lado a otro para acercarse lentamente a los escalones de cemento que conducían a la puerta trasera, fingí que me arreglaba el abrigo antes de bajar. Aquella podía ser la última ocasión que tenía de hablar a solas con Jenks hasta que llegáramos a casa.

—¿Cómo está mi aura? —le pregunté.

Él respondió con un suspiro del tamaño de un pixie.

—Delgada, pero sin agujeros. Creo que los sentimientos que los niños han despertado en ti han contribuido a reforzarla.

—¿Así que se debe a los sentimientos? —murmuré, decidiendo en el último momento dejar el bolso en el Hummer mientras cogía la mano del vampiro que me sujetaba la puerta y me deslizaba cuidadosamente hasta el suelo de cemento.

—¿A qué creías que se debía? —preguntó, riéndose, desde mi bufanda—. ¿A los pedos de algún hada?

Suspiré y sacudí la cabeza cuando advertí la mirada inquisitiva de Ivy. No me gustaba ir dando tumbos por ahí con un aura tan tenue, pero Jenks decía que había mejorado y confiaba en que nadie me mordiera. Era evidente que estaba indispuesta, y eso suponía un freno en el mundo de los vampiros, pues les despertaba un profundo, casi desbordante instinto protector tanto en los no muertos como en los que seguían vivos. Tal vez era aquello lo que percibía.

Uno a uno, los vampiros encargados de la seguridad se agolparon para tomar posiciones hasta que se encontraron tanto delante como detrás de nosotros. Me dirigí obedientemente hacia las escaleras, viendo las ruedas de la bici de Ivy asomando por debajo de una lona. La había aparcado allí durante el invierno después de que yo estuviera a punto de darle un golpe mientras intentaba conducir el coche al interior de nuestra cochera. Las máquinas quitanieves me habían bloqueado el paso y había tenido que acelerar al máximo para abrirme paso a través del grueso montículo artificial.

El pulso se me aceleró por el esfuerzo, y seguí a Cormel hasta la cocina. Al menos, me decía a mí misma, se debía al esfuerzo y no a la expectación. No estaba ansiosa por ver a Kisten por todas partes.

El calor de la cocina me sorprendió y, mientras entrábamos, levanté la vista de las baldosas blancas. Habían quitado la mayoría de los hornos y una buena parte de la encimera. En su lugar, una enorme y cómoda mesa ocupaba la esquina junto a la escalera que conducía a los apartamentos subterráneos. La nueva luz de color ámbar que colgaba encima de ella y la alfombra de algodón de debajo convertían el rincón en un agradable lugar para relajarse y comer en compañía, al calor de los hornos y la posibilidad de conversar.

Inspiré profundamente y descubrí que ya no olía a restaurante, con sus innumerables especias y los persistentes olores de vampiros que no conocía. Ahora, tan solo percibía el olor cada vez más familiar de Rynn Cormel y el aroma de otra media docena de vampiros entre los que se encontraba Ivy.

Me di cuenta de que mis botas eran las únicas que hacían algún ruido y me ajusté el cuello nerviosamente hasta que Jenks echó a volar.

—Podríamos comer aquí, pero creo que estaremos más a gusto junto a la chimenea —dijo Cormel observando al pixie con una expresión cordial pero cauta—. Jeff, ¿te importaría averiguar por qué Mai todavía no ha empezado con el aperitivo?

Mi preocupación se desvaneció cuando Ivy se quitó el abrigo y, tras dejarlo sobre la mesa, atravesó la antigua puerta de doble hoja. Jenks iba con ella y, movida por la curiosidad, los seguí. Todos mis recelos desaparecieron cuando vi unos cócteles y pizzas
gourmet
en la enorme sala que antiguamente había servido para entretener a los juerguistas más distinguidos de Cincy.

La reluciente barra seguía allí, ocupando una de las paredes, y el techo bajo hacía que la oscura madera de roble pareciera aún más oscura. Las luces que debían iluminar la barra estaban todas apagadas, de manera que era la chimenea encendida la que atraía todas las miradas. Las mesas altas y pequeñas habían sido sustituidas por mobiliario más confortable, mesas de café y alguna que otra mesa auxiliar para los aperitivos, arreglos florales o posibles copas de vino vacías.

Cormel arrojó su abrigo sobre una silla, recordándome a mi padre cuando volvía a casa y se ponía cómodo. Casi se derrumbó en una de las cómodas sillas junto a la chimenea y nos hizo un gesto para que nos uniéramos a él. Su pálida piel y su oscuro pelo entrecano le otorgaban el aspecto de un próspero hombre de negocios que volvía a casa después del trabajo.
Sí, claro
.

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