Se produjo un breve silencio. Thiel agachó la cabeza; al parecer comprendía la situación.
—Ha de tener en cuenta, majestad, que estudiamos juntos —susurró—. Fue amigo mío mucho antes de que apareciera Leck. Pasamos los dos por muchísimas penalidades. También ha de considerar que usted tenía diez años. Y entonces, antes de que me diera cuenta de lo que ocurría, se convirtió en una mujer de dieciocho años que se bastaba a sí misma, que descubría verdades peligrosas y que, aparentemente, recorría las calles de noche. Tendría que darme tiempo para asumirlo.
—Vas a disponer de tiempo sobrado —contestó—. Mantente alejado hasta que hayas tomado la decisión de hacer de la verdad una práctica.
—Lo decido ya, majestad —dijo Thiel mientras parpadeaba para librarse de las lágrimas—. No volveré a mentirle, lo juro.
—Me temo que no te creo.
—Majestad, se lo suplico. Ahora que está herida va a necesitar mucha más ayuda.
—En tal caso solo deseo estar rodeada de aquellos que me son útiles —le dijo al hombre que hacía que todo funcionara—. Vete. Vuelve a tus aposentos y piensa bien en todo esto. Cuando recuerdes de pronto adónde ha ido Runnemood, envíanos una nota.
Thiel se puso de pie con trabajo, sin mirarla, y abandonó el despacho en silencio.
—Mientras tenga esta horrenda escayola en el brazo —le dijo esa noche a Helda— he de buscar un modo de poder vestirme y desnudarme sin organizar todo este lío.
—Sí —convino el ama, que rompió la costura de la manga de Bitterblue y pasó la tela por encima de la escayola. Había tenido que coser el vestido después de que Bitterblue se lo pusiera esa mañana—. Se me han ocurrido algunas ideas, majestad, para hacer mangas abiertas y abotonadas. Siéntese, querida, y no se mueva. Desataré el pañuelo y le quitaré la ropa interior. Luego la ayudaré a ponerse el camisón.
—No, nada de camisón.
—No tengo el menor empeño en impedir que duerma en cueros si es lo que quiere, majestad, pero tiene un poco de fiebre. Creo que estará más cómoda con algo más de ropa encima.
No pensaba pelear con Helda por el camisón, o el ama sospecharía la razón por la que no quería ponérselo. Pero cómo dolería y qué agotador resultaría tener que quitarse el maldito camisón, además de la lista de tareas imposibles que tendría que realizar a fin de escabullirse esa noche. Cuando Helda empezó a quitarle las horquillas y a desenredarle el pelo, Bitterblue se contuvo para no protestar otra vez.
—Por favor, Helda, ¿te importaría hacerme una trenza?
Por fin Helda se marchó, se apagaron las lámparas y Bitterblue yació en la cama tendida sobre el costado derecho y estremecida por unas punzadas tan fuertes que se preguntó si sería posible que una pequeña reina en una cama enorme diera inicio a un terremoto.
«En fin, no tiene sentido retrasarlo».
Al cabo de un rato, entre jadeos y con un terrible dolor de cabeza, Bitterblue abandonó sus aposentos y empezó el largo recorrido a lo largo de pasillos y escaleras abajo. No quería pensar que tenía un brazo inutilizado ni que no llevaba cuchillos escondidos en las mangas. Había muchas cosas en las que no quería pensar esa noche; confiaría en la suerte y en no encontrarse con nadie.
Después, en el patio mayor, una persona surgió de las sombras y se interpuso en su camino. La luz de las antorchas arrancó, como siempre, suaves destellos en el oro que él lucía.
—Por favor, no me obligues a detenerte —dijo su primo. No era broma ni una advertencia. Era una súplica—. Lo haré si es necesario, pero solo conseguirás que los dos empeoremos.
—Oh, Po —gimió; se acercó a él y lo abrazó con el brazo sano.
Él la estrechó por el costado que no estaba herido, la sostuvo contra sí y suspiró, despacio, en su cabello, mientras se balanceaba. Cuando Bitterblue apoyó la oreja en el pecho de su primo, percibió el rápido latido de su corazón, aunque poco a poco las palpitaciones recobraron un ritmo normal.
—¿Estás decidida a salir?
—Sí. Quiero contarles a Zaf y a Teddy lo de Runnemood. También quiero preguntarles si ha habido algún cambio con el asunto de la corona, y necesito decirle de nuevo a Zaf que lo siento.
—¿Por qué no esperas a mañana y dejas que envíe a alguien a buscarlos?
Era un gozo la mera idea de dar media vuelta y regresar a la cama.
—¿Lo harás a primera hora? —preguntó.
—Sí. ¿Y tú querrás dormir para que cuando vengan no te agote mantener una conversación con ellos?
—Sí, de acuerdo.
—Está bien. —Po volvió a suspirar sobre su pelo—. Cuando Madlen se ausentó un rato hoy, Escarabajito, exploré el túnel que pasa por debajo de la muralla este.
—¿Qué? ¡Po, no te recuperarás nunca!
Él resopló con sorna.
—Sí, claro, todos deberíamos seguir tu ejemplo en este tipo de cosas. En fin, el túnel empieza en una puerta cubierta por un tapiz, en un pasillo del ala oriental, en la planta baja. Va a dar a una callejuela oscura del distrito este, cerca del arranque del Puente Alígero.
—Entonces, ¿crees que escapó al distrito este de la ciudad?
—Supongo que sí. Lamento que mi radio de alcance mental no llegue tan lejos. Y lamento no haber dedicado un rato a hablar con él para darme cuenta de que algo iba mal. No te he sido de mucha ayuda desde que llegué.
—Po, has estado enfermo, y antes de eso estabas ocupado. Lo encontraremos, y entonces podrás hablar con él.
Su primo no contestó y se limitó a apoyar la cabeza en su cabello.
—¿Has sabido algo de Katsa? —se atrevió a preguntarle en un susurro.
Él negó con la cabeza.
—¿Estás preparado para su regreso?
—No estoy preparado para nada —respondió Po—. Pero eso no significa que no quiera que ocurra lo que tenga que ocurrir.
—¿Y eso qué se supone que significa?
—Deseo que ella vuelva. ¿Te parece una respuesta suficiente?
Sí
, transmitió.
—¿Vuelves a la cama? —le preguntó su primo.
Vale, de acuerdo
.
Antes de quedarse dormida, leyó un fragmento de un bordado.
Thiel llega hasta sus límites a diario, pero aun así sigue adelante. Quizá solo es porque se lo suplico. La mayoría preferiría olvidar y obedecer ciegamente antes que afrontar la verdad del mundo demencial que Leck intenta crear.
Lo intenta y a veces, creo, no lo consigue. Hoy ha destruido esculturas en sus aposentos. ¿Por qué? También se llevó a su escultora predilecta, Belagavia. No volveremos a verla. Éxito en destruir. Fracaso en algo, porque no logra sentirse satisfecho. Accesos de ira.
Está demasiado interesado en Bitterblue. Debo llevármela lejos. Por eso le he suplicado a Thiel que aguante.
—
M
e sorprende verte —dijo Bitterblue a la mañana siguiente cuando Rood entró en el despacho de la torre.
El consejero estaba callado y abatido en ausencia de su hermano, pero no sumiso ni temeroso. Era evidente que no se encontraba en pleno ataque nervioso.
—He pasado veinticuatro horas muy malas, majestad —respondió en voz baja—. No fingiré que no ha sido así. Pero Thiel vino a verme anoche y recalcó lo mucho que se me necesita ahora.
Cuando Rood sufría, era un sufrimiento presente y material; no se escondía tras el vacío. Era una franqueza que hizo que Bitterblue deseara confiar en él.
—¿Hasta qué punto estás enterado de lo ocurrido? —se aventuró.
—Hace años que no soy confidente de mi hermano, majestad. Para ser franco, mejor que fuera a Thiel a quien encontró en los pasillos esa noche. Podría haber pasado junto a mí sin decir una palabra, y fue el hecho de que hablara lo que le salvó la vida a su majestad.
—¿La guardia monmarda te ha interrogado sobre el posible paradero de tu hermano, Rood?
—Desde luego, majestad. Aunque me temo que no he sido de gran ayuda. Mi esposa, mis hijos, mis nietos y yo somos sus únicos familiares vivos, majestad, y el castillo, el único hogar que hemos tenido. Él y yo crecimos aquí, ¿sabe, majestad? Nuestros padres fueron sanadores al servicio de la corona.
—Comprendo. —De modo que ese hombre que se movía de aquí para allí casi de puntillas y se encogía por cualquier cosa ¿tenía esposa, hijos y nietos? ¿Eran para él motivo de gozo y satisfacción? ¿Cenaba todas las noches con ellos, despertaba con ellos por las mañanas y lo consolaban cuando estaba enfermo? Runnemood parecía tan distante y frío en comparación… Bitterblue era incapaz de imaginar que si tuviera un hermano pasara de largo, sin verlo, al cruzarse con él por un pasillo.
—¿Tú tienes familia, Darby? —le preguntó a su consejero graceling con una pupila amarilla y otra verde cuando el hombre remontó la escalera, jadeante, la siguiente vez que subió a su despacho.
—Hubo un tiempo en que la tuve —respondió, y encogió la nariz en un gesto de desagrado.
—¿No te…? —empezó con vacilación Bitterblue—. ¿No les tenías cariño, Darby?
—Más bien es que hace tiempo que no pienso en ellos, majestad.
Estuvo tentada de preguntarle en qué pensaba, si lo hacía, mientras corría de aquí para allá como un frenético mecanismo diseñado para distribuir documentos.
—Confieso que me sorprende verte hoy a ti también en las oficinas, Darby.
El consejero la miró a los ojos y le sostuvo la mirada, un gesto que la sorprendió porque no recordaba que hubiera hecho algo así nunca. Entonces reparó en el horrible aspecto del hombre, con los ojos inyectados en sangre y desorbitados, como si los mantuviera abiertos a la fuerza. También se fijó en un leve temblor en los músculos de su cara, algo de lo que tampoco se había dado cuenta hasta entonces.
—Thiel me ha amenazado para que acudiera al trabajo, majestad —dijo.
Luego le tendió un papel, así como una nota doblada, y retiró la pila de documentos salientes, que hojeó con una expresión como si quisiera castigar a cualquier hoja del montón que no estuviera en perfecto orden. Bitterblue se lo imaginó agujereando los papeles con un abrecartas para después sostenerlos cerca del fuego mientras gritaban.
—Eres un bicho raro, Darby —dijo en voz alta.
Darby emitió un suave resoplido antes de dejarla sola.
Estar en la torre sin Thiel le causaba una extraña sensación de aplazamiento, como si estuviera aguardando a que empezara la jornada de trabajo, a la espera de que Thiel regresara de la diligencia en la que estuviera ocupado y le hiciera compañía. Qué furiosa estaba con él por hacer algo que la había obligado a retirarlo del servicio.
El trozo de papel que Darby le había llevado enumeraba los resultados de los últimos estudios sobre alfabetización de Runnemood. Tanto en el castillo como en la ciudad, las estadísticas rondaban el ochenta por ciento. Por supuesto, no había razón alguna para creer que fueran rigurosos.
La nota estaba escrita con grafito y en la letra grande y esmerada de Po. Informaba de forma breve que Teddy y Zaf habían sido convocados y se reunirían con ella en su cuarto de lectura de la biblioteca, a mediodía.
Se dirigió hacia una ventana orientada hacia el este, de repente preocupada por cómo se las arreglaría Teddy para hacer el recorrido. Apoyó la frente en el cristal y respiró hondo para superar el dolor y el mareo. El cielo tenía el acerado color propio de un día de otoño avanzado, a pesar de que solo era octubre. Los puentes se alzaban como espejismos con el reverbero del aire, magníficamente espléndidos en sus volátiles travesías sobre el río. Entrecerró los ojos y comprendió lo que pasaba en la atmósfera para dar la impresión de que cambiaba de color y se movía: copos de nieve. No una gran nevada, sino una precipitación ligera, la primera de la temporada.
Más tarde, cuando salió hacia la biblioteca, se detuvo en las oficinas de abajo para mirar a los escribientes que trabajaban allí todos los días. Suponía que había entre treinta y cinco y cuarenta a cualquier hora, dependiendo de… Bueno, no sabía realmente de qué dependía. ¿Adónde iban los escribientes cuando no se encontraban allí? ¿Recorrían el castillo verificando… lo que fuera? En un castillo había montones de cosas que comprobar, ¿no?
Bitterblue tomó nota para sus adentros de preguntar a Madlen si las medicinas que estaba tomando para el dolor le embotaban el cerebro o es que en realidad era estúpida. Cerca, un escribiente joven llamado Froggatt, de unos treinta años y cabello oscuro y exuberante, se encontraba inclinado sobre una mesa. Se puso erguido y le preguntó si necesitaba algo.
—No, gracias, Froggatt.
—Todos nos sentimos tremendamente aliviados de que haya sobrevivido al ataque, majestad —dijo el escribiente.
Sorprendida, lo miró a la cara y después observó el rostro de los demás que se encontraban en la sala. Por supuesto, todos se habían puesto de pie cuando ella había entrado, y ahora la miraban también, esperando que se fuera para poder reanudar su trabajo. ¿Se sentían aliviados? ¿De verdad? Bitterblue sabía cómo se llamaban, pero desconocía cualquier detalle sobre sus vidas, su personalidad o sus historias aparte de que todos habían trabajado en la administración de su padre durante diversos periodos de tiempo, dependiendo de la edad de cada cual. Si uno de ellos desaparecía y nadie se lo informaba, era probable que ella no se diera cuenta. Y si se lo decían, ¿lo sentiría?
Por otro lado, no era alivio lo que percibía en esas caras, sino inexpresividad, como si no la vieran, como si solo existieran de verdad en el papeleo al que todos estaban deseosos de volver.
No había nadie en su cuarto de lectura de la biblioteca a excepción de la mujer del tapiz y la versión infantil de sí misma trocándose en castillo.
Le parecía irónico en cierto modo pararse delante de la escultura en el estado en el que se encontraba en ese momento. El brazo derecho de la niña esculpida se estaba transformando en una torre de roca con soldados, fortaleciéndose, convirtiéndose en su propia protección. El brazo de la Bitterblue de la vida real iba pegado al costado con un cabestrillo.
«Como el reflejo en un espejo distorsionado», pensó.
Oyó pasos y poco después apareció Holt entre las estanterías asiendo a Teddy por el brazo con una mano y a Zaf con la otra. Teddy giraba sobre sí mismo hasta donde el brazo sujeto se lo permitía y volvía a girar al contrario, con los ojos abiertos como platos.
—
¡Geografía lingüística de Elestia, Oriente y Lejano Oriente!
—exclamó al tiempo que alargaba la mano hacia el estante donde estaba el libro, aunque enseguida gruñó cuando Holt tiró de él.