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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Bautismo de fuego (37 page)

BOOK: Bautismo de fuego
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Fringilla Vigo había oído hablar algo de los brujos, personajes que tenían como profesión el matar monstruos y bestias. Escuchó con atención la narración de Yennefer, se sumió en el sonido de su voz, observó su rostro. No se dejó engañar. El lazo emocional entre Yennefer y la mencionada Ciri, tan interesante para todos, era evidente. Y muy fuerte. Fringilla comenzó a reflexionar, pero la molestaron unas voces nerviosas.

Ya se había imaginado que algunas de las reunidas habían estado, duran­te la rebelión de Thanedd, en campos contrarios, así que no la asombraron para nada las antipatías que provenían de la mesa en la forma de observacio­nes cáusticas que cayeron de pronto dirigidas a Yennefer. Se prometía una disputa que sin embargo previno Filippa Eilhart, golpeando sin ceremonias con la mano abierta en la mesa hasta que tintinearon las copas y las jarras.

—¡Basta! —gritó—. ¡Cállate, Sabrina! ¡No te dejes provocar, Francesca! Basta ya de Thanedd y del Garstang. ¡Eso ya es historia!

Historia, pensó con un sorprendente sentimiento de tristeza Fringilla. Pero una sobre la que ellas, desde campos diferentes, habían ejercido in­fluencia. Habían contado con ello. Sabían lo que hacían y por qué. Y noso­tras, hechiceras imperiales, no sabemos nada. De verdad somos como recaderas, pensó, que saben a por qué se las manda pero no saben para qué. Está bien que se forme esta logia. Los diablos saben en qué acabará esto, pero bien está que comience.

—Continúa, Yennefer —pidió Filippa.

—No tengo más que decir. —La hechicera morena apretó los labios—. Repito que fue Tissaia de Vries quien me encargó conducir a Ciri al Garstang.

—Lo más fácil es echarles la culpa de todo a los muertos —bufó Sabrina Glevissig, pero Filippa la calló con un brusco gesto.

—No quería mezclarme en lo que iba a pasar aquella noche en Aretusa —siguió Yennefer, más pálida y visiblemente nerviosa—. Quería tomar a Ciri y huir de Thanedd. Pero Tissaia me convenció de que la aparición de la muchacha en el Garstang sería un gran shock para muchos y que sus profecías emitidas durante el trance acabarían el conflicto. No le echo la culpa a ella porque pensaba igual. Las dos cometimos un error. Pero el mío fue, sin embargo, mayor. Si hubiera dejado a Ciri al cuidado de Rita...

—Lo que sucedió no se puede cambiar —la interrumpió Filippa—. Un error le puede suceder a cualquiera. Incluso a Tissaia de Vries. ¿Cuándo vio Tissaia por primera vez a Ciri?

—Tres días antes del comienzo del congreso —dijo Margarita Laux-Antille—. En Gors Velen. Yo la conocí también entonces. ¡Y en cuanto la vi, al momento reconocí que era una persona extraordinaria!

—Extraordinariamente extraordinaria —habló la hasta entonces si­lenciosa Ida Emean aep Sivney—. Puesto que en ella se concentra la he­rencia de una sangre extraordinaria. Hen Ichaer, la Antigua Sangre. Un material genético que predestina a su portadora a capacidades extraordi­narias. La predestina para el gran papel que habrá de cumplir. Que tiene que cumplir.

—¿Porque lo dicen las leyendas, mitos y profecías de los elfos? —pre­guntó con énfasis Sabrina Glevissig—. ¡Todo este asunto desde el principio me apestaba a cuentos y fantasías! Ahora ya no tengo dudas. Estimadas señoras, os propongo, para variar, que nos ocupemos de algo serio, racio­nal y real.

—Inclino mi cabeza ante la sobria racionalidad, que es fuerza y origen de la gran ventaja de vuestra raza. —Ida Emean sonrió levemente—. Sin embargo, aquí, en un grupo de personas capaces de hacer uso de la Fuer­za, la cual no siempre se deja analizar y explicar racionalmente, me parece poco adecuado despreciar las profecías de los elfos. Nuestra raza no es tan racional, ni de la racionalidad toma fuerza. Pese a ello, existe desde hace decenas de miles de años.

—El material genético llamado Antigua Sangre, del que hablamos, se mostró sin embargo menos resistente —advirtió Sheala de Tancarville—. Incluso las leyendas y profecías élficas, que no desprecio en absoluto, reco­nocen que la Antigua Sangre desapareció completamente, se extinguió. ¿No es cierto, señora Ida? No hay ya en el mundo Antigua Sangre. La última que la tenía en las venas era Lara Dorren aep Shiadhal. Todos conocemos las leyendas de Lara Dorren y Creguennan de Lod

—No todos —dijo Assire var Anahid, tomando la palabra por vez prime­ra—. He estudiado muy superficialmente vuestra mitología y no conozco esta leyenda.

—No es una leyenda —dijo Filippa Eilhart—. Es una historia verdade­ra. Hay alguien entre nosotras que conoce perfectamente no sólo la histo­ria de Lara y Creguennan sino también su continuación, que será sin duda muy interesante para todas. Te pido que tomes la palabra, Francesca.

—De lo que dices —sonrió la reina de los elfos— se entiende que no conoces la historia peor que yo.

—No lo excluyo. Pero te ruego a ti que la cuentes.

—Para probar mi sinceridad y lealtad a la logia —afirmó con la cabeza Enid an Gleanna—. Bien. Les pido a las señoras que tomen una posición cómoda, porque la historia no será corta.

—La historia de Lara y Creguennan es una historia verdadera, tan oculta hoy día, sin embargo, bajo cuentecillos ornamentales que es poco recono­cible. Existen también enormes diferencias entra la versión humana y la élfica, y en ambas se advierte el chauvinismo y el odio racial. Por eso dejo a un lado los adornos y me remito a los hechos puros y duros. Así, Cre­guennan de Lod era un hechicero, y Lara Dorren aep Shiadhal, una maga élfica, Aen Saevherne, Sabedora, una de las portadoras de la enigmática. Hen Ichaer, la Antigua Sangre, un misterio incluso para nosotros, los elfos. La amistad y luego el lazo amoroso entre ellos fueron al principio saluda­dos con alegría por ambas razas; sin embargo, al poco aparecieron enemi­gos, decididos contrarios a la idea de la unión de la magia élfica y humana. Tanto entre los elfos como entre los humanos hubo quienes consideraron aquello una traición. Hubo también ciertos problemas, hoy día oscuros, de carácter personal, de celos y envidias. En pocas palabras: a causa de una intriga, Creguennan fue asesinado. Lara Dorren, acosada y perseguida, murió de agotamiento en un despoblado, dando a luz a una hija. La niña se salvó de milagro. La amparó Cerro, reina de Redania.

—Asustada por la maldición que le había arrojado Lara cuando Cerro le negó ayuda y la expulsó al frío del invierno —interrumpió Keira Metz—. Si no hubiera cobijado a la niña hubieran caído sobre ella y su estirpe las consecuencias de la terrible maldición...

—Precisamente éstos son los ornamentos de cuento de hadas a los que ha renunciado Francesca —la cortó Filippa Eilhart—. Atengámonos a los hechos.

—El don profético de las Sabedoras de la Antigua Sangre es un hecho —dijo Ida Emean, alzando los ojos hacia Filippa—. Y la repetición en todas las versiones de la leyenda del sugestivo motivo de la profecía da qué pensar.

—Lo da hoy y lo dio entonces —confirmó Francesca—. Los rumores sobre la maldición de Lara no se acallaron, eran recordados incluso dieci­siete años después, cuando la muchacha a la que Cerro había cobijado, llamada Riannon, creció para ser una muchacha cuya belleza ensombrecía incluso la legendaria belleza de su madre. Riannon llevaba el título oficial de princesa redana y no pocas casa reinantes se interesaban por ella. Cuan­do, entre los muchos competidores, Riannon eligió por fin a Goidemar, el joven rey de Temería, no faltó mucho para que los rumores de la maldición arruinaran el matrimonio. Sin embargo, los rumores no le llegaron al pue­blo con verdadera fuerza hasta los tres años de la boda de Goidemar y Riannon. Durante la rebelión de Falka.

Fringilla, que nunca había oído hablar de Falka ni de su las cejas. Francesca se dio cuenta de ello.

—Para los reinos del norte —explicó— fueron aquellos trágicos y san­grientos acontecimientos, hasta hoy vivos en la memoria, aunque hayan pasado cien años. En Nilfgaard, con el que por entonces el norte apenas tenía contactos, esta historia es seguramente poco conocida, por eso me permito recordar ciertos hechos. Falka era la hija de Vridank, rey de Redania. Del matrimonio que deshizo cuando le cayó en gracia la hermosa Cerro, la misma que luego acogió a la hija de Lara. Se ha conservado un documento que da cuenta prolija y embrolladamente de las causas del divorcio, pero también se ha conservado un pequeño retrato de la primera mujer de Vridank, que dice mucho más. Era una noble kovira, sin duda medio elfa, pero con un decidido predominio de características humanas. Ojos de ere­mita loca, cabellos de ahogado y labios de lagartija. En pocas palabras: a la feúcha la enviaron de vuelta a Kovir junto con su hija de un año, Falka. Y pronto se olvidaron de la una y de la otra.

»Falka —siguió al cabo Enid an Gleanna— hizo que se la recordara al cabo de veinticinco años, alzando una revuelta y matando con su propio brazo a su padre, a Cerro y a dos medio hermanos. La rebelión armada estalló al principio como lucha de la primogénita verdadera por recuperar su trono, apoyada por parte de la nobleza kovira y temería, pero pronto se convirtió en una revuelta campesina de enorme alcance. Ambas partes se permitieron macabras crueldades. Falka pasó a la leyenda como un demo­nio sangriento, aunque, en esencia, lo más probable es que simplemente dejara de poder controlar la situación y las nuevas consignas que se cosían cada día en los estandartes de la rebelión. Muerte a los reyes, muerte a los hechiceros, muerte a los sacerdotes, a la nobleza, a los ricos y señores, al poco muerte a todo lo que vive, porque ya no había forma de contener a los rebeldes borrachos de sangre. La rebelión comenzó a extenderse a otros países...

—Los historiadores nilfgaardianos escribieron acerca de ello —la inte­rrumpió con énfasis Sabrina Glevissig—. Y doña Assire y la señora Vigo lo habrán leído sin duda. Acorta, Francesca. Pasa a Riannon y a los tres niños de Houtborg.

—De acuerdo. Riannon, la hija de Lara Dorren que había sido acogida por Cerro y para entonces mujer ya de Goidemar, rey de Temería, fue apre­sada casualmente por los rebeldes de Falka y encerrada en el castillo de Houtborg. En el momento de su captura estaba encinta. El castillo se de­fendió todavía largo tiempo después de que la rebelión fuera aplastada y Falka ejecutada, pero Goidemar lo conquistó por fin y liberó a su mujer. Con tres niños, dos muchachas que ya andaban y un niño que lo estaba intentando. Riannon había enloquecido. Goidemar, lleno de rabia, sometió a tortura a todos los prisioneros y con los fragmentos de confesiones inte­rrumpidos por los gritos se hizo una imagen inteligible de lo sucedido.

»Falka, cuya belleza había tomado más de la abuela élfica que de la madre, regalaba sus encantos con liberalidad a todos sus atamanes, desde los nobles hasta los simples capitanes y sargentos cosacos, asegurándose así su lealtad y fidelidad. Por fin quedó preñada y parió un hijo, justo al mismo tiempo en que Riannon, encerrada en Houtborg, daba a luz a unos mellizos. Falka ordenó añadir su bebé a los hijos de Riannon. Según se dice, afirmó que sólo las reinas eran dignas del honor de ser nodrizas de sus bastardos, y la misma suerte les esperaba a todas las testas coronadas en el nuevo orden que ella, Falka, construiría después de la victoria.

»El problema radicaba en que nadie, incluyendo a Riannon, sabía cuál de los tres era hijo de Falka. Se pensaba que con mucha probabilidad sería una de las niñas, porque Riannon había dado a luz al parecer a una niña y un niño. Repito, al parecer, porque pese a las jactanciosas declaraciones de Falka, a los niños los criaron nodrizas campesinas comunes y corrien­tes. Riannon, cuando la curaron por fin de la locura, no recordaba casi nada. Cierto, había parido. Cierto, le traían a veces a la cama al trío y se lo enseñaban. Nada más.

«Entonces llamaron a los hechiceros para que investigaran a los tres y determinaran quién era quién. Goidemar estaba tan rabioso que tenía in­tenciones de matar al bastardo de Falka una vez se lo descubriera, y ade­más públicamente. No podíamos dejar que se llegara a ello. Después de ahogada la rebelión, se habían permitido indecibles bestialidades para con los rebeldes capturados, había que poner por fin punto final. La ejecución de un niño de menos de dos años, ¿os imagináis? ¡Así sí que surgiría una leyenda! Y ya habían comenzado a circular rumores de que la propia Falka había nacido a consecuencia de la maldición de Lara Dorren, lo que era por supuesto, una estupidez; Falka había nacido antes de que Lara cono­ciera a Creguennan. Pero a pocos les apetecía contar los años. Se escribie­ron y publicaron furtivamente panfletos y absurdos documentos, incluso en la academia de Oxenfurt. Vuelvo sin embargo a las pruebas que nos pidió Goidemar...

—¿Nos? —Yennefer alzó la cabeza—. Es decir, ¿a quién?

—A Tissaia de Vries, Augusto Wagner, Leticia Charbonneau y Hen Gedymdeith —dijo serena Francesca—. A este equipo me añadieron luego a mí. Era una joven hechicera pero de pura sangre élfica. Y mi padre... bioló­gico, aunque renunciara a mí... era un Sabedor. Yo sabía lo que era el gen de la Antigua Sangre.

—Y este gen se encontró en Riannon, cuando la examinasteis a ella y al rey antes de examinar a los niños —afirmó Sheala de Tancarville—. Y en dos de los niños, lo que permitió encontrar al bastardo de Falka, que care­cía de dicho gen. ¿Cómo salvasteis al niño de la ira del rey?

—De una forma muy simple. —La elfa sonrió—. Fingimos que no lo sabíamos. Le explicamos al rey que el asunto no era fácil, que seguíamos investigando, pero que estas investigaciones llevaban su tiempo... Mucho tiempo. Goidemar, hombre en el fondo noble y de buen corazón, se tragó todo y no nos apresuró para nada, y los tres crecían y corrían por todo el palacio, despertando la alegría de la pareja real y de toda la corte. Amavet, Fiona y Adela. Tres pillos muy parecidos, como tres gorriones. Se los obser­vaba con atención, y de vez en cuando, sobre todo cuando alguno de los niños liaba alguna, surgían las sospechas. Fiona vertió un día desde la ventana el contenido del orinal directamente sobre el gran condestable, éste la llamó en voz alta bastardo diabólico y se despidió de su cargo. Algún tiempo después, Amavet embadurnó las escaleras con sebo y cierta dama de la corte, cuando le estaban metiendo la mano en yeso, gruñó algo de la sangre maldita y se despidió del palacio. Por su parte, charlatanes de más baja cuna saludaron a las picotas y los zurriagos, así que todos aprendie­ron pronto a callar la boca. Incluso cierto barón de una estirpe muy anti­gua, al que Adela disparó con el arco en el trasero, se limitó a...

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