La imagen cambió a algo que podría haber sido la torre derruida de un monumento antiguo. Podían medirse las dimensiones gracias a la referencia que aportaba la parrilla de la matriz verde.
—¿Lo ve? Incluso estableció qué tamaño de pezón quería, lo largo que tenía que ser, el diámetro de la aureola. ¿ Lo ve? —Ahora un pezón gigante con una aureola negra ocupaba la pantalla—. Una cosa que hay que decir en su favor es que no estaba traumatizado por ser negro. Se enorgullecía de sus raíces africanas, algo que me gustaba bastante de él.
—¿La única cosa?
El doctor se encogió de hombros.
—Como puede imaginarse, aquí viene todo tipo de hombres. El amante cuya implicación en la operación raya el fanatismo es un personaje estándar en mi línea de trabajo, aunque pocas veces es tan inteligente o persistente como Bradley. A lo que no pude acostumbrarme del todo, sin embargo, fue a que un profano en la materia viera la cirugía con tanta frialdad. Los cirujanos tienen que ser así, pero si el paciente fuera mi amante, o alguien cercano a mí, creo que no me obsesionaría tanto con la estética, sólo querría asegurarme de que consigue la identidad de género que ansia, según sus estipulaciones, proporcionarle un alivio psicológico. Después de todo, se supone que la operación trata de eso. Mire esto.
La imagen cambió al esquema de un pecho completo, con flechas y marcas de incisiones.
—Incluso ideó exactamente cómo quería que pusiéramos las bolsas de suero salino. Verá, en las operaciones de aumento de pecho se ponen prótesis de suero salino detrás de las glándulas mamarías, las colocamos en la caja torácica mismo. Se mantienen en su sitio gracias al pecho, pero se mueven un poco, lo que les da realismo, que es por lo que hoy en día todo el mundo prefiere las bolsas de suero salino a esas ridículas prótesis de silicona que se asientan como si fueran hormigón y que, de hecho, ¡ resuenan cuando se les da un golpecito! —El doctor hizo una mueca de repulsión profesional.
»Pero en esto Bradley fue un paso más allá. Quería medir la posición exacta de la bolsa de suero salino, hasta una décima parte de milímetro, como si estuviera colocando un emplazamiento de artillería o algo así, para conseguir exactamente el contorno de pecho que estaba buscando. Nunca me había encontrado con nada así. Sinceramente, cuando se trata de pechos, hay cierta libertad de acción, la mayoría de pacientes se dan cuenta de que los pechos de verdad cambian de forma constantemente, dependiendo de si la mujer está de pie, sentada, tumbada, etc., y se alegran de que el aumento siga más o menos las leyes de la naturaleza. Pero Bradley buscaba algo específico; supongo que una imagen erótica personal, las tetas de sus fantasías. Mire, ¿ve? —La imagen cambió a una representación de un torso completo recortado en la parrilla, visto de lado y de frente—. De hecho, Bradley era muy bueno. Éste es el efecto, como me explicó muchas veces. El pecho tiene que ser sólo ligeramente grande para el torso, pero sólo ligeramente, para dar el aspecto de un pecho lleno y firme, pero que no oscile, ésa fue la expresión que utilizó, «que no oscile». Muchos hombres tienen su propia idea de cómo deben ser unas tetas, pero no había conocido nunca a nadie que las analizara con tanto detalle. Firmes, pero no de una forma que resultara artificial, agradable, en otras palabras suave y blando, grandes pero no hasta el punto de que pareciera tetuda o excesivamente voluminosa, otra de sus palabras. Le dije que estaba buscando lo imposible; si uno quiere que sean suaves y blandas tiene que olvidarse de que sean firmes. Si quiere que sean grandes y suaves, no va a conseguir una forma constante en absoluto, cambiará todo el tiempo. Me decía: «Ya lo sé, doctor, ya lo sé, tiene que buscar el equilibrio perfecto, eso es todo». Dedicamos horas, días, a sus pechos. Realmente me hizo llegar a extremos en los detalles que no había alcanzado jamás. Al final, conseguimos sus tetas perfectas, y son bastante bonitas, ¿no cree?
De repente, me encontré mirando a Fatima, desnuda de cintura para arriba, sus pechos familiares señalándome, esa sonrisa de suficiencia en los labios, igual que en el retrato frente a la cama de Bradley.
—Dígame una cosa, doctor. Mientras tenía lugar todo esto, ¿qué hacía Fatima? Después de todo, ustedes dos hablaban de su cuerpo.
—Decir que permanecía «pasiva» es una palabra demasiado insultante. Pero tampoco tendía a hacerse valer en demasía. Normalmente, Bradley me visitaba solo, pero cuando ella le acompañaba, procuraba que participase. «¿Te parece bien, cariño? Vas a dejarles KO», ese tipo de cosas. Creo que estaba convencida de que Bradley quería de verdad el mejor cuerpo para ella, y que probablemente conocía mejor la belleza que ella. Además, tiene que pensar que ese tipo era una presencia muy poderosa. Un gigante, y quizá incluso una especie de genio a su manera. Me resultaba difícil discutir con él o contradecirle. Y ella le adoraba, se le veía en los ojos. Ese tipo, ese dios, salió de la nada, le dio un nuevo rumbo a su vida, le dio amor propio. Después de todo, estamos hablando de una puta de la calle que nunca tuvo nada, una puta a quien Bradley transformó en una especie de estrella. Estaba dispuesta a secundar todo lo que él decía. Aunque yo no diría que careciera de personalidad. No permanecía pasiva, sólo le estaba agradecida.
—¿No les vio discutir nunca?
El doctor se quedó pensando en esta pregunta. Frunció el ceño.
—Discutir exactamente no, pero piense en las diferencias culturales. Las raíces de Fatima están en la selva. Hablaba de cómo practicarían el sexo cuando todo hubiera acabado, iba directa al grano con este tema, en otras palabras, y él actuaba un poco como un americano mojigato. No le gustaba hablar de su intimidad delante de mí, Fatima y yo pensábamos que era algo raro. Después de todo, yo estaba creando el cuerpo que él iba a venerar, cuando todo hubiera acabado. Fatima quería estar segura de que su nueva vagina le satisfaría, que le proporcionaría un placer total, pero él no se sentía cómodo hablando de ello. En todas nuestras discusiones, era el aspecto visual lo que le interesaba, apenas mencionaba cómo iba a ser la experiencia del acto sexual.
—¿Y eso no es normal?
Negó con la cabeza.
—No, nada normal. La gran pregunta después de «¿Será la paciente capaz de llegar al orgasmo?» es «¿La vagina dará sensaciones reales?» La respuesta es sí en ambos casos, por cierto. Utilizamos tejido eréctil del pene para obtener la sensación de placer y orgasmo. Como utilizamos piel del pene para crear la vagina, da la sensación de que es una vagina de verdad, siempre que se utilice un lubricante.
—Lo siento, he olvidado preguntárselo. Cuando Fatima vino a verle ya llevaba un tiempo tomando hormonas, es— trógenos creo que ha dicho. ¿La inició Bradley en eso?
Vuelve a fruncir el ceño.
—No lo sé. Tendrá que preguntárselo a ella.
—¿Usted no lo hizo?
Apretó los labios.
—No me hizo falta. Estaba tomando estradiol, que es un estrógeno vegetal que se utiliza mucho en Estados Unidos y Europa. Es bastante sofisticado. La mayoría de los estróge— nos que tenemos aquí aún se hacen a partir de la orina de vacas preñadas. No hay diferencias en cuanto a los efectos, pero hay pruebas que demuestran que los sintéticos como el estradiol son más seguros.
—En otras palabras, si Fatima hubiera empezado todo esto sola, ¿habría tomado la variedad local? Parece que sí la adiestraron desde el principio prácticamente, ¿verdad, doctor? —Un gruñido—. ¿Eso no le molestó?
Me pareció que por fin había logrado perforar la urbanidad del doctor. Abandonó las expresiones inglesas intermitentes y se pasó al tailandés puro.
—¿Que si me molestó? ¿Que fuera la creación de su amante? Habla usted como un
farang,
quizá porque es usted medio
farang. ¿
Quién de nosotros no es la creación de otra persona? Bradley le estaba dando una vida mejor, la vida que ella quería, eso era lo único que a ella le importaba, y estaba preparada para pagar el precio que fuera. Esas fueron las instrucciones subliminales que mi paciente me dio, el resto sólo son tonterías de
farang
, chorradas que se inventan allí para justificar un ejército de asesores, que cuestan todos una fortuna. Gracias a Dios, Tailandia todavía no ha llegado a eso. —Tragó saliva, luego adoptó un tono más moderado—: ¿ Realmente tengo que recordarle qué clase de vida ofrecemos a los mestizos ilegítimos que no tienen un duro, a los mestizos negros, en esta tierra de compasión?
—Gracias, doctor. Perdone que le haga una última pregunta. ¿Tiene idea de cómo Bradley podía permitirse sus servicios?
Me quedé mirándole atentamente para detectar cualquier señal de inseguridad y no encontré ninguna. El doctor Surichai simplemente se encogió de hombros.
—Era estadounidense. Los estadounidenses tienen fórmulas para conseguir dinero, aunque sean pobres. ¿Quizá tuviera un pariente rico o algo así? No era asunto mío preguntarle por eso. Siempre me pagaba las facturas, puntualmente.
—¿A cuánto ascendió el total? Aproximadamente, no hace falta que me diga la cifra exacta.
El doctor Surichai se frotó la mandíbula.
—Bueno, tuve que cobrarle el tiempo extra que pasé con él, todas esas conversaciones a las dos de la madrugada cuando se despertaba con alguna idea nueva, o alguna cuestión estética que no le dejaba dormir. Unos cien mil dólares.
—¿Cuánto le cobra a un cliente medio que no tiene un amante que complique las cosas?
—Quizá un cinco por ciento de esa cantidad.
—¿Un cinco por ciento? Usted y Bradley realmente tiraron la casa por la ventana con Fatima, ¿verdad?
—Como ya le he dicho, estaba obsesionado y podía permitírselo.
Jones se queda callada un buen rato después de que yo acabe de hablar. Estamos casi a las afueras de Krung Thep cuando dice:
—¿Eso es lo que viste el otro día en la tienda de Warren? ¿Le echaste un vistazo de cerca y viste que era un transexual? Yo soy mujer y no lo hubiera dicho nunca. Incluso ahora^, si no lo supiera y pasara un día con ella, creo que no me daría cuenta. Pero tú lo viste y entendiste el caso enseguida, ¿verdad?
Levanto las manos, luego las dejo caer.
—Todo el caso, no. Las líneas generales, quizá.
—¿Vas a decirme que es tu meditación lo que te hace tan avispado?
—No es la meditación. Crecí en la calle, como ella.
—¿Es eso lo que tiene que tener una mujer para excitarte, tiene que ser de los bajos fondos? No me contestes. Entonces, ¿tenemos una víctima de diseño?
—Sí —digo.
—¿ Y que tenía un socio cuya intención era producir producto tras producto, igual que con el jade?
—En este país la vida es barata, sobre todo la vida de un chapero.
—¿Coges un cuerpo de usar y tirar, lo conviertes en el objeto de tus fantasías, haces lo que te plazca con él, y luego cuando tu esponsor el gran jefe dice que ha llegado la hora, dejas que lo utilice a su manera única, que lo destroce y te preparas para el siguiente?
—Sí-digo—, exacto. ¿Qué podría ser más embriagador para unos hombres que, a su manera distinta, han tenido lo mejor de todo? Excepto que no funcionó.
—Renuncias a tu género, a tus genitales, te conviertes en un eunuco por el hombre al que adoras, y luego descubres lo que tiene en mente para ti.
—Para entonces has descubierto también que es un cobarde y que le aterrorizan las serpientes.
—Sí, yo le echaría a las cobras.
—Yo también.
—Pero, ¿por qué la pitón? ¿Y cómo la drogaron? Según la autopsia, la pitón ni siquiera le hizo daño, sólo estaba a punto de tragarse su cabeza cuando aparecisteis vosotros.
—¿ La pitón y los jemeres?
—¿La pitón, los jemeres y una cinta?
No por primera vez, Jones me ha sorprendido con su agudeza. Espero a que siga tirando de esa idea, pero no quiero insistir. Pienso que, después de todo, no es tan avispada como eso, y justo cuando está a punto de dejarme en mi casa, dice:
—Da que pensar por qué Warren ha venido esta vez, ¿verdad? Quiero decir, que uno esperaría que se mantuviera alejado al menos hasta que hubieras acabado tu investigación.
En un impulso que realmente tendría que haber reprimido, le cojo la mano y se la beso cuando le doy las buenas noches. Su mano se cierra sobre la mía como una trampa de acero y por un momento se niega a dejarme marchar. Tengo que tirar para escapar, momento en que una mirada cruel ha aparecido en su rostro.
—No te lo tomes como lo que no es, Sonchai, sólo intento comprender las costumbres locales, pero ¿tendría razón si pensara que no tenías muchas profesiones donde elegir cuando tuviste que entrar en el mundo laboral?
—Chapero o poli —gruño mientras me alejo de ella
Con un pequeño soborno al recepcionista del hospital Charmabutra evito esas semanas de retrasos que acompañan a las investigaciones si se llevan a cabo a través de los canales oficiales. Ahora tengo una fotocopia de la ficha de registro de Fatima: Ussiri Thanya, varón, nacido en un pueblo remoto de la frontera con Birmania en 1969, el año en que los norteamericanos llegaron a la luna y que Kissinger se reunió en secreto con negociadores de Vietnam del Norte en París, desesperado por encontrar una forma de salir de la guerra. La dirección oficial de Ussiri en Bangkok era un barrio remoto al este de la ciudad: Habitación 967, Piso 12, Bloque E, Edificio Rey Rama I… Incluso sobre el papel parecía un cuchitril. Es el tipo de viaje que es mejor hacer en domingo, cuando no hay tanto tráfico.
Sólo tardo una hora y media en llegar a los bloques de hormigón armado que se extienden varias hectáreas en todas las direcciones. La vivienda es un timo especializado, no del todo adecuado para los empresarios policiales, que por lo general lo dejan en manos del Departamento de Tierras y de los urbanistas. Uno de los chanchullos más populares es utilizar una proporción ilegalmente baja de cemento con respecto a la de arena. La construcción parece ser sólida al principio, pero el hormigón carece de resistencia al clima o, lo que es más importante, a las tensiones y las presiones. Poco a poco, van apareciendo agujeros, el oxígeno llega al refuerzo de acero, que empieza a oxidarse, y alguien del gobierno tiene que decidir la fecha óptima para la evacuación: lo más tarde posible, obviamente, ya que habrá que realojar a varios miles de personas, pero no tan tarde como para que un gran derrumbamiento cause demasiadas muertes y un escándalo internacional. No recuerdo haber oído nunca hablar de esta finca, que parece haber contraído la viruela hace tiempo. Muchos de los apartamentos tienen grandes agujeros en las paredes, se ve el acero desnudo de columnas que sin duda deben de estar a punto de derrumbarse. Hace años que nadie vive aquí oficialmente, pero ha prosperado una comunidad de chabolistas que parecen estar acampados en las zonas de aparcamiento. Están los inevitables jugadores de cartas sentados en el suelo con las piernas cruzadas, mujeres inclinadas sobre cazuelas de comida en quemadores de gas, televisores conectados de alguna forma al alumbrado público, hombres bebiendo a conciencia tazas de whisky de arroz esta mañana bochornosa de domingo, perros con enfermedades graves, niños y ropa para lavar. Nadie me presta ninguna atención mientras busco y encuentro el Bloque E y subo peligrosamente las escaleras de hormigón decrépito hasta el piso doce; es evidente que los ascensores dejaron de funcionar hace mucho tiempo. Cuando llego arriba, respiro con dificultad. El sudor me ha empapado la camisa y los pantalones. Me pica todo el cuerpo por culpa del calor, del esfuerzo y quizá de algunos bichos endémicos a los edificios viejos que se están oxidando.