Authors: Greg Egan
El VSD estaba diseñado de forma que su cubierta proteínica se desagradase en el aire, o en soluciones que se saliesen de un margen estrecho de temperatura y pH, y su ARN por sí solo no era infeccioso. Contraer el VSD a partir de una víctima agonizante sería casi imposible. Debido a la rapidez de la muerte, un adúltero no tendría tiempo de infectar a su esposa o esposo inocente; el viudo o viuda, por supuesto, estaría sentenciado al celibato durante el resto de su vida, pero Shawcross no lo consideraba demasiado cruel: según su razonamiento, hacían falta dos personas para que un matrimonio funcionase, y el otro siempre tenía una pequeña parte de la culpa.
Incluso dando por supuesto que el virus cumpliese con todas las metas de su diseño, Shawcross reconocía una serie de complicaciones.
Las transfusiones sanguíneas serían imposibles hasta que no se descubriese un método totalmente seguro para matar el virus
in vitro.
Cinco años atrás hubiese sido una tragedia, pero Shawcross confiaba en los últimos avances en componentes sanguíneos sintéticos y en cultivo, y no dudaba que su epidemia haría que se dedicasen más fondos y esfuerzos a esas investigaciones. Era más difícil resolver lo de los trasplantes, pero Shawcross de todas formas los consideraba un poco frivolos, un uso caro y rara vez justificado de un recurso escaso.
Los médicos, enfermeras, dentistas, paramédicos, policías, empleados de pompas fúnebres... bien, de hecho,
todos
, deberían tener mucho cuidado para evitar la exposición con la sangre de otros. En este punto a Shawcross le impresionó, aunque no le sorprendió, la previsión de Dios: el virus menos frecuente y menos mortal del SIDA había llegado primero, animando la adopción de prácticas casi paranoicas en docenas de profesiones, multiplicando la venta de guantes de goma por varios órdenes de magnitud. Ahora ese exceso estaría totalmente justificado, ya que
todos
estarían infestados con, al menos, VSP.
La violación de una virgen por un virgen se convertiría en una especie de matrimonio a punta de pistola; cualquier otra forma de violación sería asesinato y suicidio. La muerte de la víctima sería una tragedia, claro, pero la muerte casi segura del violador indudablemente sería una disuasión perfecta. Shawcross decidió que ese crimen desaparecería casi por completo.
El incesto homosexual entre gemelos idénticos escaparía al castigo, ya que el virus no tendría forma de distinguir a uno del otro. Esa omisión irritaba a Shawcross, sobre todo porque le resultaba imposible encontrar ninguna estadística publicada que le permitiese estimar la frecuencia de semejante comportamiento abominable. Al final decidió que esa mácula menor constituía un resto necesario y simbólico —una especie de fósil moral— del potencial inalienable del ser humano para escoger conscientemente el mal.
El virus se completó en el verano del hemisferio norte del 2000, y se probó todo lo bien que se podía en tejidos y animales de laboratorio. Aparte de establecer la fatalidad del VSD (creado por simulación en tubo de ensayo de los pecados humanos de la carne), las pruebas en ratas, ratones y conejos no tenían mucho valor, porque buena parte del comportamiento del virus estaba relacionada con su interacción con el genoma humano. Pero en líneas celulares cultivadas, el mecanismo parecía desplegarse exactamente hasta donde debía, y nunca más allá, de lo apropiado para las circunstancias; generación tras generación de VSA, VSP y VSM permanecían estables y benignos. Evidentemente podrían haberse realizado más experimentos, podría haberse dedicado más tiempo a considerar las consecuencias, pero el resultado hubiese sido el mismo.
Era hora de actuar. Las medicinas más recientes hacían que el SIDA raramente fuese mortal, al menos, no para los que podían permitirse el tratamiento. El tercer milenio se acercaba, una oportunidad simbólica que no podía desdeñar. Shawcross estaba haciendo el trabajo de Dios; ¿tenía necesidad de control de calidad? Cierto, él era un instrumento humano e imperfecto en las manos de Dios, y en todas las fases de la tarea había fallado y se había equivocado una docena de veces antes de lograr la perfección, pero había sido en el laboratorio, donde los errores se podían encontrar y rectificar con facilidad. Seguro que Dios jamás permitiría algo que no fuese un virus infalible. Su voluntad convertida en ARN, esparcida por el mundo.
Así que Shawcross visitó una agencia de viajes, y se infectó a sí mismo con VSA.
Shawcross fue hacia poniente, atravesando el Pacífico de inmediato, reservando su propio continente para el final. Recaló en los grandes centros de población: Tokio, Beijing, Seúl, Bangkok, Manila, Sydney, Nueva Delhi, Cairo. El VSA podía sobrevivir indefinidamente, inactivo pero potencialmente infeccioso, sobre cualquier superficie que no fuese deliberadamente esterilizada. Los asientos del avión o el mobiliario de la habitación de hotel no pasan a menudo por la autoclave.
Shawcross no visitó prostitutas; quería extender el VSA, y el VSA no era una enfermedad venérea. En su lugar, simplemente hizo de turista, visitando, comprando, subiéndose a los transportes públicos, nadando en las piscinas de los hoteles. Se relajó a un ritmo frenético, adoptando un horario de recreo sin fin que, creyó pronto, sólo podía sostenerse por intervención divina.
No es de extrañar que para cuando llegó a Londres estaba hecho un desastre, un zombi bronceado vestido con una camisa floreada ya desvaída, con los ojos tan vidriados como las lentes multicapa de su cámara obligatoria (pero sin película). El cansancio, el jet lag, e interminables cambios de cocina y escenarios (empeorados paradójicamente por las glutinosa similitud subyacente que encontraba tanto en la comida como en las ciudades) habían conspirado para situarle en un estado mental confuso, una especie de trance. Soñaba con aeropuertos y hoteles y aviones, y se despertaba en el mismo lugar, incapaz de distinguir entre sueño y realidad.
Por supuesto, su fe lo soportó todo, invulnerablemente axiomática, pero igualmente se preocupaba. El viaje en avión a gran altitud implicaba una mayor exposición a los rayos cósmicos; ¿podía estar seguro de que los mecanismos víricos para la autocomprobación y la reparación de mutaciones fuesen perfectos? Dios estaría comprobando sus billones de copias, pero aun así, se sentiría mejor cuando regresase a casa y pudiese comprobar si la variante que portaba poseía algún defecto.
Agotado, se quedó durante días en una habitación de hotel, cuando debería haber salido a empujar londinenses, por no mencionar a las multitudes de turistas internacionales que aprovechaban el final del verano. Las noticias sobre su plaga empezaban ahora a pasar de menciones esporádicas y aisladas sobre muertes misteriosas; las autoridades sanitarias investigaban, pero habían tenido muy poco tiempo para reunir todos los datos, y por tanto, naturalmente, se mostraban reacias a realizar declaraciones prematuras. En cualquier caso, era demasiado tarde; incluso si hubiesen encontrado a Shawcross de inmediato y lo hubiesen puesto en cuarentena, y hubiesen cerrado todas las fronteras nacionales, la gente infestada hasta ahora hubiese llevado el VSA a todos los rincones del globo.
Perdió el vuelo a Dublín. Perdió el vuelo a Ontario. Comió y durmió, y soñó con comer, dormir y soñar. Cada mañana recibía
The Times
con la bandeja del desayuno, dedicando cada día más y más espacio a su éxito, pero todavía sin mostrar el titular especial que esperaba: un reconocimiento en blanco y negro del propósito divino de la plaga. Los expertos empezaban a declarar que todo apuntaba a un arma biológica desmadrada, con Libia e Irak como principales sospechosos; fuentes del espionaje israelí habían confirmado que en los últimos años ambos países habían ampliado enormemente sus programas de investigación. Si algún epidemiólogo había comprendido que sólo morían los adúlteros y los homosexuales, la idea todavía no había llegado a los medios.
Al fin, Shawcross abandonó el hotel. No era necesario que viajase a Canadá, Estados Unidos o América Central y del Sur; todas las noticias mostraban que otros viajeros ya habían hecho el trabajo por él. Reservó un vuelo a casa, pero tenía nueve horas de espera.
—¡No hago tal cosa! Ahora coge tu dinero y vete.
—Pero...
—
Sexo normal
, lo dice en el vestíbulo. ¿No sabes leer?
—No quiero sexo. No te tocaré. No lo comprendes. Quiero que te toques a
ti misma.
Sólo quiero la
tentación...
—Bien, entonces camina por la calle con ambos ojos abierto, eso debería tentarte de sobra —le mujer le miró con furia, pero Shawcross no se rindió. En juego había un principio muy importante.
—¡Te he
pagado
!— gimió.
Ella le puso los billetes en el regazo.
—Y ahora has recuperado tu dinero. Buenas noches.
Él se puso en pie.
—Dios va a castigarte. Vas a morir de una muerte horrible, con la sangre saliendo de todas tus venas...
—La sangre va a manar de
tus
venas si tengo que llamar a los muchachos para hacerte salir del establecimiento.
—¿No has leído nada sobre la plaga? ¿No comprendes lo que es, lo que significa? Es el castigo de Dios para los fornicadores...
—Oh, sal de aquí, lunático blasfemo.
—¿
Blasfemo
? —Shawcross estaba anonadado—, ¡No sabes con quién hablas! ¡Soy el instrumento elegido de Dios!
Ella le miró frunciendo el ceño.
—Eres el ano del diablo, eso eres exactamente. Ahora fuera.
Mientras Shawcross intentaba ganar el combate de miradas, una náusea se apoderó de él.
Ella iba a morir, y él sería el responsable.
Durante varios segundos, esa simple idea permaneció en su cerebro, desnuda, terrible, obscena en su claridad. Aguardó a que el coro habitual de abstracciones y racionalizaciones se alzase para ocultarla.
Esperó.
Al fin, se dio cuenta de que no podía salir de la habitación sin hacer lo posible por salvar su vida.
—¡Escúchame! Toma el dinero y déjame hablar, eso es todo. Hablaremos durante cinco minutos y luego me iré.
—¿Hablar de qué?
—De la plaga. ¡
Escucha
! Sé más sobre la plaga que cualquier otra persona del mundo —la mujer hizo gestos de incredulidad e impaciencia—. ¡Es cierto! Soy un virólogo experto, trabajo para, ah, el Centro de Control de Enfermedades, en Atlanta, Georgia. Todo lo que voy a contarte se hará público en un par de días, pero te lo voy a decir
ahora
, porque este trabajo te pone en situación de riesgo, y en un par de días puede que sea demasiado tarde.
Le explicó con los términos más simples que pudo encontrar las cuatro fases del virus, la idea de almacenar la huella del anfitrión, las consecuencias fatales si el VSM de una tercera persona penetraba en su sangre. Ella permaneció en silencio.
—¿Has comprendido lo que he dicho?
—Claro que sí. Eso no quiere decir que lo crea.
Él se puso en pie de un salto y la agitó.
—¡Es mortalmente serio! ¡Te estoy contado toda la verdad! ¡Dios está castigando a los adúlteros! ¡El SIDA no fue más que un aviso; esta vez
no
escapará ningún pecador! ¡
Ninguno
!
Ella le apartó las manos.
—Tu Dios y mi Dios no tienen mucho en común.
—¡
Tu Dios
!—escupió.
—Oh, ¿no tengo derecho a un Dios? Discúlpame. Creía que lo ponía en algún artículo de Naciones Unidas: todos reciben su Dios al nacer, aunque si lo rompes o lo pierdes, tienes que pagar por el repuesto.
—¿Quién blasfema ahora?
La mujer se encogió de hombros.
—Bien, mi Dios todavía funciona, pero el tuyo suena a desastre. Puede que el mío no resuelva todos los problemas del mundo, pero al menos no hace lo posible por empeorarlos.
Shawcross estaba indignado.
—Algunos morirán. Algunos pecadores. No hay forma de evitarlo. ¡Pero imagina cómo será el mundo una vez que se
comprenda el mensaje
! Nada de infidelidad, ni violación; todos los matrimonios durarán hasta la muerte...
Ella puso cara de asco.
—Por las razones equivocadas.
—¡No! Puede que al principio sea así. La gente es débil, necesita una razón, una razón egoísta, para ser buena. Pero con el tiempo se convertirá en algo más; una costumbre, luego una tradición, y finalmente parte de la naturaleza humana. El virus ya no importará. La gente habrá
cambiado.
—Bien, quizá; si la monogamia es heredable, supongo que con el tiempo la selección natural...
Shawcross la miró fijamente, preguntándose si a estas alturas se estaría volviendo loco, y luego gritó:
—¡
Alto
! ¡No
existe
la "selección natural"! —en ningún burdel de su país de origen le habían dado lecciones sobre darwinismo, pero claro, ¿qué podía esperarse de un país controlado por socialistas ateos? Se calmó un poco y dijo—: Me
refería
a un cambio en los valores espirituales de la cultura mundial.
La mujer se encogió de hombros, tranquila a pesar del estallido de furia.
—Sé que te importa una mierda lo que yo piense, pero te lo voy a decir igualmente.
Eres
el tipo más triste y más loco que he visto en esta semana. Vale, has escogido un código moral en particular para dirigir tu vida; ése es tu derecho, y buena suerte con él. Pero no tienes verdadera
fe
en lo que haces; tu elección te resulta tan incierta que necesitas que Dios derrame fuego y azufre sobre todos los que han escogido otra cosa, sólo para demostrar que tenías razón. Dios no cumple con su parte, así que buscas por entre los desastres naturales, terremotos, inundaciones, hambrunas, epidemias, extrayendo ejemplos del "castigo de los pecadores". ¿Crees estar demostrando que Dios está de tu lado? Lo único que demuestras es tu propia inseguridad.
La mujer miró la hora.
—Bien, tus cinco minutos ya han pasado, y yo nunca hablo gratis sobre teología. Pero tengo una última pregunta, si no te importa, ya que probablemente seas el último "virólogo experto" con el que me encuentre durante un tiempo.
—Pregunta —ella iba a morir. Había hecho lo posible por salvarla y había fracasado. Bien, cientos de miles morirían con ella. No tenía más opción que aceptarlo; su fe le mantendría cuerdo.
—Se supone que el virus diseñado por tu Dios sólo daña a adúlteros y gays, ¿no?
—Sí. ¿No has prestado atención? ¡Ésa es su función! El mecanismo es ingenioso, la huella de ADN...