Descendieron con calma por Almedalen. Erika había estacionado su coche junto a la biblioteca, pero no tenía prisa alguna por llegar. No habían decidido nada aún para después del cine.
—Pero te dio la impresión de que había algo más, ¿verdad?, algo que Linn ocultaba, pensando que no era de tu incumbencia.
—Así es, o tal vez me lo imaginé. Puede ser una construcción a posteriori… cuando me enteré de lo que le había ocurrido. No pregunté más sobre el tema. Pensé que el hecho de que tuviera la intención de abandonar a su marido bastaba como motivo para dormir mal, que constituía una explicación perfectamente válida para recetar somníferos. Desconozco si ocurrió alguna otra cosa cuando se topó con esa pandilla, si la acosaron de alguna manera. El vecino quizá sepa más. Me refiero a Harry Molin. Se pasa las horas manteniéndome al tanto de los nuevos hallazgos en internet. El rol del médico ha cambiado. En el pasado tenías un poder absoluto y los pacientes se mostraban agradecidos y sumisos. Hoy en día te han relegado al papel de asesor y chico de los recados. Harry llegó incluso a prescribirme un medicamento contra mi mono de tabaco. Y yo le hice caso…
—Tal vez no sea para tanto —repuso Erika con una rápida mirada y una carcajada. Habían llegado al aparcamiento y todavía no habían decidido nada—. Bueno, ¿qué piensas hacer ahora?
—Esto… —contestó inclinándose a continuación hacia ella y besándola hasta hacerle perder el resuello—. Y esto también.
Deslizó entonces su mano por el trasero de Erika y la apretó contra él mientras la volvía a besar.
—¿Significa eso «buenas noches»?
—No necesariamente. Ahora que no puedo fumar debo buscarme otros estímulos. Cosas fuertes de verdad…
Anders tiró del ribete de su blusa y echó un vistazo al interior de su escote.
—¿Qué quieres decir? ¿Tienes algún plan? —preguntó Erika sin amago alguno de pararle los pies. La cosa iba por buen camino.
—Tal vez podamos meternos en el coche e ir a algún lugar dejado de la mano de Dios para reflexionar sobre la situación política actual, el efecto invernadero, cotilleos sobre famosos o cualquier otra cosa. Seguro que se nos ocurre algo.
Sin dejar de reír, le indicó con un gesto que tomara asiento. Entonces era eso lo que deseaba. Pegarse el lote en el coche. No en casa de él ni de ella. ¿Iba en serio o solo quería jugar un poco? No es que estuviera mal, mejor eso que nada, pero no se ajustaba verdaderamente a los deseos de ella.
—Quiero que sea en serio —confesó mientras notaba cómo se ruborizaba. No le resultaba nada fácil decirlo—. Quiero que nos lo tomemos en serio.
—Lo estamos haciendo… en serio —respondió, sonriendo ante el embarazo de ella—. Quiero conocerte mejor y saber todo de ti. Pero creo que nos conviene empezar poco a poco. No sé casi nada sobre tu persona. Por ejemplo, ¿tienes hijos?
Erika se vio invadida por una sensación de vértigo. Aunque era una pregunta esperada, le pilló descolocada.
—Tengo dos. Casi adultos. Viven con su padre en Motala… Era muy joven.
Anders la miró como a la espera de una continuación. Tenía que contarle la verdad. O bien desaparecería cuando lo confesara, o bien ello les uniría aún más. Se encontraba en una encrucijada. Erika decidió no mentirle.
—Tras dar a luz a mis dos hijos sufrí una psicosis posparto. Nos separamos y consideraron más adecuado que él se encargara de los niños. Le adjudicaron la custodia exclusiva y yo decidí apostar por mi carrera —declaró Erika con un hondo suspiro—. Él se negó a que me relacionara con ellos. No a solas. No pasa ni un solo día sin que piense en mis hijos, sin preguntarme cómo están. Es la gran pena de mi vida.
—Lo siento. Perdóname si he hundido el dedo en la llaga.
—No se lo he contado a mucha gente. Pero si vamos a ir en serio, tenías que saberlo.
—¿Y ahora? ¿Tienes contacto con ellos?
—Son extraños para mí. Me perdí una parte muy grande de su infancia. Me encontraba mal. Y eso no tiene remedio. He intentado comunicarme con ellos, hablar, pero resulta forzado y complicado, y me doy cuenta de que les hace sufrir. No quieren estar conmigo. Les envío dinero en Navidad y por sus cumpleaños porque ni siquiera sé lo que quieren. Mi ex marido se encarga de comprárselo. No es que haya facilitado precisamente mi relación con ellos, pero creo que es un buen padre.
La franqueza de Erika hizo que Anders abriera su corazón.
—Yo no dejo de pensar nunca en Isabell, mi esposa, la que se ahogó. Tras tener a Julia quedó como transformada. No soportaba verme. Según ella, todo lo hacía mal. Veía peligros en todas partes; no quería cuchillos, ni tijeras, ni alturas. Todo tenía que ser como ella decidía. De lo contrario, se ponía completamente histérica. A pesar de ser médico, no comprendía lo que le pasaba. La tenía demasiado cerca y pensaba que era culpa mía. Solo debía esforzarme más, amarla más, complacerla más, y todo se arreglaría. Pero no fue así.
—Eso mismo ocurre con muchas cosas en la vida. No salen como uno se había imaginado…
—Ahora te he conocido a ti. La vida me ofrece una nueva oportunidad, y eso me aterra… ¿Eres capaz de entenderlo?
Anders apretó con suavidad su brazo y observó a través de la ventanilla los pinos azotados por el viento y el centelleante mar entre los árboles.
—Sí, lo comprendo.
Erika se internó por un pequeño camino forestal con el coche, apagó el motor y se giró hacia él, que se aproximó y la besó.
—Tal vez pudiéramos aprovechar que el capó todavía está caliente…
—Llevo una manta. Bajo ese abeto de allí el musgo es suave.
—¡Ay, canalla! Has estado aquí antes… ¡Reconócelo! —dijo él.
—Sí, es mi sitio favorito. Suelo venir aquí a coger setas.
Erika salió del vehículo y fue a recoger la manta de vellón. En ese mismo instante sonó el móvil de Anders.
—Pero hijita… ¿qué te pasa? —contestó Anders, y Erika pudo advertir la preocupación en su voz—. Voy a casa de inmediato… Te lo prometo… Sí, salgo ahora mismo… Como mucho, veinte minutos —agregó lanzándole una mirada de resignación a Erika.
Ella se armó de coraje y le sonrió.
Maria Wern leía absorta un acta del médico forense cuando recibió una llamada de la recepción avisándola de que tenía visita. Recogió entonces rápidamente sus papeles y se desconectó del ordenador. Sara Wentzel, una mujer de unos treinta años, hermosa pero extraordinariamente delgada, le esperaba mirando hacia la ventana. Cuando al oír su nombre se volvió, se le hizo evidente que había estado llorando. Tenía sus grandes ojos de color gris entreabiertos y enmarcados en rojo. De tanto en tanto se sonaba la nariz con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo. Avanzaba por las dependencias con un enorme bolso de color marrón por delante, a modo de escudo. Maria fue al encuentro de Sara, le dio la mano y la saludó. El apretón de manos de ella fue firme y húmedo.
—¿Es usted la agente que fue agredida? Disculpe que se lo pregunte.
—Sí, soy yo. Hasta dentro de un tiempo no recuperaré mi aspecto habitual.
Maria trató de esbozar una sonrisa tensando sus labios hinchados. Subieron la escalera en silencio. Una vez que se hubieron acomodado en la sala de interrogatorios y que Maria tomó los datos necesarios, preguntó a Sara sobre el tipo de relación que mantenía con Linn. Su respuesta fue vacilante.
—Estábamos muy unidas —contestó con sus ojos grises buscando los de Maria. Estos contenían una súplica que Maria trató de interpretar.
—¿Tanto como se puede estar? —insistió Maria, sintiendo instintivamente que su pregunta estaba justificada.
—Así es —repuso Sara, a quien pareció aliviar el hecho de poner las cosas negro sobre blanco.
—¿Tenía Linn la intención de mudarse con usted?
—Eso era lo que yo esperaba y deseaba más que ninguna otra cosa —contestó Sara apartándose el pelo largo y rubio de los ojos. Tragó saliva un par de veces y reflexionó antes de hablar—. A Linn le costó trabajo tomar esa decisión. Traté de ayudarla a decidirse. Actuar a escondidas de Claes le hacía sentirse tan mal… Cuanto más tiempo pasaba, más le costaba dormir y atender sus obligaciones laborales. Le puse un ultimátum, más que nada para acabar con ese tormento. Lo hice por su bien más que por el mío. Podía ver claramente que ser infiel le hacía sufrir. Tomaba pastillas y bebía vino tinto para dormir, y eso me preocupaba.
—¿Cuál era su plan? —preguntó Maria, a quien no dejaba de impresionar la franqueza de Sara. Su disposición a colaborar era palpable.
—Me dijo la misma noche en que fue asesinada que había tomado una resolución y se venía a vivir conmigo, pero en sus palabras percibí una duda. Le pasaba algo raro. Probablemente se sintiera asustada y presionada, pero la decisión fue suya. Aún no sé qué pensaba hacer… si se hubiera atrevido una vez que Claes estuviera en casa.
—Entonces le llamó esa noche.
Según el extracto telefónico que Maria había obtenido, la conversación se había extendido desde las 22.16 a las 22.22.
—Sí, a eso de las diez. Solía llamar siempre para darme las buenas noches. Me preocupaba si no lo hacía… Quería oír que había llegado bien a casa, como así fue… ¡Dios mío, es tan terrible! Aún no me cabe en la cabeza. No soporto siquiera pensar en el miedo que debe haber pasado.
—Creemos que no se despertó. Lo más probable es que fuera asesinada mientras dormía.
—Seguramente tomó somníferos y vino. No estaba sobria. Cuando me llamó, me di cuenta de inmediato de que había bebido.
Maria no dijo nada que apoyara esa afirmación. Todavía estaba por ver si había ingerido somníferos por propia iniciativa o alguien se los había suministrado.
—¿Qué hizo después de hablar con Linn?
—No podía dormir. Me resultaba imposible. Mi vida futura pendía de su decisión. La amaba.
—¿Se quedó en casa el resto de la noche? ¿Hay alguien que pueda corroborarlo?
—Como no podía conciliar el sueño, me vestí y bajé hasta la orilla del mar. Tras la lluvia apareció la luna llena. El viento soplaba y el mar se encontraba agitado. Un espectáculo imponente. Las enormes olas rompiendo contra la tierra… Por dentro me sentía igual. Allí me quedé, observando el agua, congelada hasta la médula. Como si ya supiera… que nunca…
—¿Se encontró con alguien?
—No. Fue en mitad de la noche. Estuve allí llorando y luego me volví a casa. Tal vez me adormeciera en ciertos momentos, pero dormir, lo que se dice dormir, nada. Es posible que mi vecina, Erika Lund, que trabaja con ustedes, viera luces en mi casa. No lo sé. Después, ya de mañana, traté de dar con Linn en el móvil, antes de que se fuera a trabajar, pero no respondió. Intenté también contactar con ella en su planta, pero me dijeron que no había ido, y que ni siquiera había llamado para decir que estaba enferma. Entonces pensé que había decidido quedarse con él. Supuse que Claes había regresado antes de lo previsto y que ella le había contado todo… No era momento de llamarla… si él estaba ahí. Pensé que no habría tenido fuerzas para ir al trabajo en mitad de una crisis, así que decidí esperar a que diera señales de vida.
—Es decir, no hay nadie que pueda confirmar que estuvo en casa esa noche…
—No… pero no pensará que…
—Yo no pienso nada. ¿Tiene coche?
—No, ni siquiera tengo carnet.
—¿Quién piensa que pudo matarla?
—Claes, por supuesto. Seguro que se enteró. Tiene que habérsele cruzado un cable en la cabeza, porque no es un tipo de persona dada a la violencia. Es de los que callan y van de mártires…
—Y si no fue Claes… ¿Hay alguna otra persona que pueda haber tenido algo en contra de ella? ¿Alguien que usted sepa o pueda suponer?
Claes les había enseñado el billete que demostraba que el viaje estaba pagado. En breve sabrían también si había embarcado y le habían asignado plaza.
—Nadie. Linn caía bien a todo el mundo. Bueno, tal vez no a todos. Probablemente había colegas suyos que pensaran que era demasiado eficiente. Ya sabe, cuando uno es excesivamente competente hay otros que se sienten inútiles y perezosos. En un lugar de trabajo de predominancia femenina todos deben ser igual de eficaces. Nadie puede sobresalir ni destacar. Pero no creo que sea motivo para asesinar a nadie…
—¿Quién sabía que eran pareja o que pensaban serlo?
—Linn mencionó que su jefe sospechaba de ello… que le había lanzado algunas indirectas. Me dijo que se lo iba a contar, por su vinculación con el trabajo. Una enfermera no puede mantener relaciones con un paciente. Por eso lo dejó y cogió el puesto en el centro de salud, pese a sentirse a gusto en la sección de medicina general. Ahora en verano lo tenía como trabajo extra, para ahorrar dinero con el que viajar el próximo otoño. Solo hacía falta que permaneciera sana durante el verano; entonces no habría problema alguno. Me dijo que apelaría a lo mejor de él para que no la denunciara.
—¿No se lo contaron a nadie más?
—Se lo confesé a mi padre, que lo comprendió y aceptó. Me dijo que con tal de que fuera feliz… Tenía miedo de que nos topáramos con personas homófobas, de que la vida se me complicara si salíamos del armario —dijo Sara, y Maria pudo apreciar cómo un escalofrío se propagaba por ese cuerpo escuálido—. Claro que es difícil. Mi padre se lo contará a mi madre. Yo no soportaría hacerlo.
Maria hizo un rápido repaso de sus anotaciones.
—¿Había empezado Linn a llevar algunas cosas a su casa? Por ejemplo, un ordenador portátil —preguntó Maria. A Claes le preocupaba enormemente que la policía se hubiera llevado su ordenador.
—Nada. En mi casa solo tenía un pequeño bolso. Nunca se trajo el portátil. Eso era cosa de trabajo.
—Una pregunta más. ¿Sabe usted si Linn tenía alguna flor favorita, una flor con un valor simbólico para ella?
Sara pareció confundida.
—No, no le interesaban especialmente las plantas, la naturaleza y ese tipo de cosas. No era realmente una persona de estar al aire libre.
—Como ya sabrá, el cuerpo fue hallado en la Colina del Templo, dentro del cenador. ¿Le sugiere eso algo? ¿Era un lugar que soliera visitar? ¿Significaba algo para ella?
—No, que yo sepa —contestó Sara frunciendo el ceño. Ya no podía aguantar más el tipo y las palabras le explotaron en la boca—. ¡Tienen que coger al que le hizo eso! ¡Es un cabrón perverso y enfermo!
—Estoy de acuerdo con usted. Una última pregunta y le ruego que reflexione detenidamente antes de contestar. ¿Recibió Linn alguna amenaza por su orientación sexual? ¿Se han mostrado ustedes en público de alguna manera que pudiera dar a entender que eran pareja?