Read Cantar del Mio Cid Online
Authors: Anónimo
El Cantar de Mio Cid es la primera gran obra literaria castellana medieval y una de las más características de la épica. Fruto de un proceso de recreación tradicional el texto conservado, de acuerdo con los datos lingüísticos, se fecha a mediados del siglo XII y responde a los intereses de las alianzas de los reinos cristianos hispánicos en torno a Navarra.
Anónimo
Cantar del Mio Cid
Versión en Castellano Moderno
ePUB v1.0
Echelon04.11.11
CANTAR PRIMERO
El rey Alfonso envía al Cid para cobrar las parias del rey moro de Sevilla Éste es atacado por el conde castellano García Ordóñez. El Cid, amparando al moro vasallo del rey de Castilla, vence a García Ordóñez en Cabra y le prende afrentosamente. El Cid torna a Castilla con las parias, pero sus enemigos le indisponen con el rey. Éste destierra al Cid.
El Cid convoca a sus vasallos; Éstos se destierran con él. – Adiós del Cid a Vivar
Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando ;
volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados,
las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos,
sin los halcones de caza ni los azores mudados.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado,
y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
«¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!
Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»
Agüeros en el camino de Burgos
Ya aguijaban los caballos, ya les soltaban las riendas.
Cuando de Vivar salieron, vieron la corneja diestra ,
y cuando entraron en Burgos, la vieron a la siniestra.
Movió mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
«¡Albricias, dijo Álvar Fáñez, que de Castilla nos echan
mas a gran honra algún día tornaremos a esta tierra!»
El Cid entra en Burgos
Mío Cid Rodrigo Díaz en Burgos, la villa, entró;
hasta sesenta pendones llevaba el Campeador;
salían a verle todos, la mujer como el varón;
a las ventanas la gente burgalesa se asomó
con lágrimas en los ojos, ¡que tal era su dolor!
Todas las bocas honradas decían esta razón:
«¡Oh Dios, y qué buen vasallo, si tuviese buen señor!»
Nadie hospeda al Cid. – Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse. – El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la galera.
De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba:
que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.
La noche anterior, a Burgos la real carta llegaba
con severas prevenciones y fuertemente sellada:
que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada,
y si alguno se la diese supiera qué le esperaba:
que perdería sus bienes y los ojos de la cara,
y que además perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tenían todas aquellas gentes cristianas;
se escondían de mío Cid, no osaban decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada;
así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada;
por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla,
tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.
Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban,
mas los que dentro vivían no respondían palabra.
Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba;
sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba,
mas no se abría la puerta, que estaba muy bien cerrada.
Una niña de nueve años frente a mío Cid se para:
«Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada,
sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos a daros asilo por nada,
porque si no, perderíamos nuestras haciendas y casas,
y hasta podía costarnos los ojos de nuestras caras.
¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada;
que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.»
Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.
Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia.
Partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba;
llega hasta Santa María , y a su puerta descabalga;
las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.
Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga;
salió luego por la puerta y el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal acampa;
manda colocar la tienda y luego allí descabalga.
Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada ,
en el arenal posó, nadie le acogió en su casa;
pero en torno de él hay mucha gente que le acompañaba.
Así acampó mío Cid, como si fuese en montaña.
También ha vedado el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que puedan ser de vianda:
nadie osaría venderle ni aun una dinerada .
Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid
El buen Martín Antolínez , el burgalés más cumplido,
a mío Cid y a los suyos les provee de pan y vino:
no lo compró, porque era de cuanto llevó consigo;
así de todo condumio bien los hubo abastecido.
Agradeciólo mío Cid, el Campeador cumplido,
y todos los otros que van del Cid a su servicio.
Habló Martín Antolínez, oiréis lo que hubo dicho:
«¡Oh mío Cid Campeador, en buena hora nacido!
Esta noche reposemos para emprender el camino,
porque acusado seré de lo que a vos he servido,
y en la cólera del rey Alfonso estaré incluido.
Si con vos logro escapar de esta tierra sano y vivo,
el rey, más pronto o más tarde, me ha de querer por amigo;
si no, cuanto dejé aquí no me ha de importar ni un higo.»
El Cid, empobrecido, acude a la astucia de Martín Antolínez. – Las arcas de arena
Habló entonces mío Cid, el que en buena ciñó espada:
«¡Martín Antolínez, vos que tenéis ardida lanza ,
si yo vivo, he de doblaros, mientras pueda, la soldada!
Gastado ya tengo ahora todo mi oro y mi plata;
bien lo veis, buen caballero, que ya no me queda nada;
necesidad de ello tengo para quienes me acompañan;
a la fuerza he de buscarlo si a buenas no logro nada.
Con vuestro consejo, pues, quiero construir dos arcas;
las llenaremos de arena para que sean pesadas,
de guadalmecí cubiertas y muy bien claveteadas.»
Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judíos burgaleses
«Los guadalmecíes rojos y los clavos bien dorados.
Buscad a Raquel y Vidas , decidIes que me han privado
el poder comprar en Burgos, y que el rey me ha desterrado,
y que llevarme mis bienes no puedo, pues son pesados;
y empeñárselos quisiera por lo que fuese acordado;
que se los lleven de noche y no los vean cristianos .
Que me juzgue el Creador, junto con todos sus santos,
que otra cosa hacer no puedo, y esto por fuerza lo hago.»
Martín Antolínez vuelve a Burgos en busca de los judíos
En cumplirlo así, Martín Antolínez no se tarda;
atravesó toda Burgos y en la judería entraba,
y por Raquel y por Vidas con gran prisa preguntaba.
Trato de Martín Antolínez con los judíos. – Éstos van a la tienda del Cid. – Cargan con las arcas de arena
Raquel y Vidas, los dos juntos estaban entrambos,
ocupados en contar cuanto llevaban ganado.
Llegó Martín Antolínez y así les dijo, taimado:
«¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, mis buenos amigos caros?
En secreto ahora quisiera a los dos juntos hablaros.»
No le hicieron esperar, los tres juntos se apartaron.
«Raquel y Vidas, amigos buenos, dadme vuestras manos,
no me descubráis jamás, ni a nadie habéis de contarlo.
Para siempre os haré ricos, y nada habrá de faltaros.
El Campeador, mío Cid, por las parias fue enviado
y trajo tantas riquezas para sí, que le han sobrado,
y sólo quiso quedarse con lo que valía algo;
por esto es por lo que ahora algunos le han acusado.
Tiene dos arcas repletas del oro más esmerado.
Ya sabéis que el rey Alfonso del reino le ha desterrado.
Deja aquí sus heredades, sus casas y sus palacios.
Las arcas llevar no puede, pues sería denunciado,
y quiere el Campeador dejarlas en vuestras manos
para que le deis por ellas algún dinero prestado.
Tomad las arcas, y luego llevadlas a buen recaudo;
mas antes de ello, sabed que habéis de jurar entrambos
que no las habéis de abrir durante todo este año.»
Entre sí, Raquel y Vidas de esta manera se hablaron:
«Necesidades tenemos en todo de ganar algo.
Bien sabemos que mío Cid por las parias fue enviado
y que de tierra de moros grande riqueza se trajo,
y no duerme sin sospecha quien caudal tiene acuñado.
Estas arcas de mío Cid las tomaremos para ambos,
y el tesoro meteremos donde nadie pueda hallarlo.
Pero, decidnos: ¿el Cid – con qué se verá pagado
o qué interés nos dará durante todo este año?»
Así Martín Antolínez les repuso, muy taimado:
«Mío Cid ha de querer lo que aquí sea ajustado,
poco os ha de pedir por dejar sus bienes a salvo.
Muchos hombres se le juntan, y todos necesitados,
y para ellos precisa ahora seiscientos marcos.»
Dijeron Raquel y Vidas: «Se los daremos de grado.»
«Ya veis que llega la noche, el Cid está ya esperando,
y necesidad tenemos que nos entreguéis los marcos.»
Dijeron Raquel y Vidas: «Así no se hacen los tratos,
sino primero cogiendo las prendas, y luego, dando.»
Dijo Martín Antolínez: «Por mi parte acepto el trato.
Venid, pues, y a mío Cid se lo podréis contar ambos,
y luego os ayudaremos, tal como hemos acordado,
para acarrear las arcas hasta ponerlas a salvo,
y que de ello no se enteren los moros ni los cristianos.»
Dijeron Raquel y Vidas: «Conforme los dos estamos,
y una vez aquí las arcas, tendréis los seiscientos marcos.»
Martín Antolínez va cabalgando apresurado,
con él van Raquel y Vidas, y los dos van de buen grado.
No quieren pasar el puente y por el agua pasaron ,
para que no les descubra en Burgos ningún cristiano.
He aquí que a la tienda llegan del Campeador honrado;
así como en ella entran, al Cid le besan las manos.
Sonrióles mío Cid y así comenzaba a hablarlos:
«¡Ay, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado!
Yo me marcho de esta tierra, porque el rey me ha desterrado.
De todo cuanto ganare habrá de tocaros algo;
mientras viváis, si yo puedo, no estaréis necesitados.»
Raquel y Vidas, al Cid vuelven a besar las manos.