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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela negra

Asesino Burlón (20 page)

BOOK: Asesino Burlón
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—Brownie. Mira, compañero…

—En realidad, coronel, estoy tan bien como pudiera esperarse. Un pequeño vacío en la zona abdominal, pero hace varios años que lo tengo. Una de esas cosas que pasan, ya sabe, o mejor dicho, la ausencia de una de esas cosas, yo… ¿sí, coronel?

—En cuanto a lo de anoche, Brownie. Yo… ha sido mi culpa. Estabas terriblemente descompuesto, y ella., nosotros tratamos de impedir que te marcharas. Lo siento, y estoy seguro de que tú también lo sientes. ¿Por qué no nos olvidamos de todo como si nunca hubiera pasado?

—¿De todo? ¿De la escena cumbre, cuando nos enfrentamos a través del pastel de malvavisco, con nuestros estómagos retorciéndose de agonía y eructos amargos con sabor a mayonesa en nuestros labios?

—Brownie —rió nerviosamente—, yo… bueno, por supuesto, sabes muy bien que no estás despedido. Nunca lo hubiese dicho si… si tu prácticamente no me hubieses obligado a hacerlo. No estoy diciendo que no fuese también mi culpa, pero…

—Digamos que fue culpa de la mayonesa —dije—. Estaré listo para volver al trabajo el lunes, coronel, según el último despacho. De modo que si realmente no hablaba en serio…

—¡Por supuesto que no hablaba en serio! Por Dios, Brownie, ¿cómo podríamos romper nuestra amistad después de todos los años que hemos estado juntos? Yo —vaciló un momento y carraspeó—, he intentado ser tu amigo, Brownie. Yo… yo sé cómo te sientes por ese… por ese accidente, y he tratado de compensártelo lo mejor que he podido. Yo… Mira, ¿me harías un gran favor?

—¿Como tragar una agradable comida casera? Prácticamente cualquier cosa, menos eso, coronel.

—Se trata de Lovelace. Quiero que le digas… por qué razón no estás trabajando.

—¿Sí? —dije. Y, de pronto, fruncí el ceño—. ¿Qué se supone que debo decirle?

—Tuve que hacerlo, ¡Brownie! —su voz se quebró, y volvió a oírse, avergonzada, turbada—. Yo… tal vez no era necesario, pero temía correr ese riesgo. Tú sabes que, últimamente, la tiene tomada conmigo. Y él… él y su esposa le tienen inquina a Kay desde que… bueno, ya puedes imaginarlo. Ellos también vinieron a cenar una noche a casa. No podía arriesgarme, Clint. Estoy metido en un montón de deudas y…

—A ver si lo entiendo, coronel —dije—. No he estado a punto de morir gracias a la carne podrida que me sirvió la Reina de la Mayonesa, ¿de modo que cuál es la dolencia que me mantiene alejado del trabajo cuando tanto me necesitan en el periódico? ¿Una gonorrea progresiva? ¿Demasiada marihuana? Un leve caso de…

—¡Por favor, Clint! No hagas que me sienta aún más miserable.

—Quiero que me diga una cosa —dije—. Quiero saber qué debo hacer si a Lovelace se le ocurre averiguar.

—No lo hará. Le he dicho que no era nada grave, pero que debías guardar reposo absoluto durante un par de días. Y eso no está muy lejos de la verdad, ¿no es así, Brownie? Necesitas descansar. Has estado sometido a una terrible tensión emocional.

—Asilo de Viejos Reporteros Dementes —dije—, abre tus puertas de par en par y saca tu camisa de fuerza: aquí llega Brownie.

—Está bien, Clint. Como tú quieras. Si después de todo este tiempo no me conoces lo bastante para…

—Oh, por supuesto que sí, coronel —dije—. No dudo en absoluto de sus motivos. Hasta el lunes, entonces, día en que irrumpiré, pálido y con la mirada extraviada, en la sala de redacción del Courier.

—Clint. Me gustaría que no te sintieras…

—A mí también —dije—. Y una feliz mañana para usted, coronel.

Colgué. Busqué la botella debajo de la almohada antes de recordar que ya no estaba allí.

Bueno, no tenía por qué beber un trago. Podía hacerlo, pero no tenía por qué hacerlo. Mi mano buscó nuevamente debajo de la almohada y la retiré tan rápidamente que los dedos quedaron tintineando.

Maldita botella. Maldito Dave. Sí, y doblemente maldito Clinton Brown. Dave no podía hacerme daño con Lovelace. Él no había intentado meterme en problemas, pero sólo para mantenerse alejado de ellos. Pero, con todo, deseé que no lo hubiera hecho.

No significaba nada. Ese servicio de llamadas no tenía ninguna importancia. Y tampoco esos bajos, ni el taxi cruzando la frontera, ni… Ninguna de esas cosas significaba nada en sí mismas.

¿Pero cuando se las reunía a todas…?

Aun así no tenían ningún sentido. No significaban nada que yo pudiera ver.

Pero ojalá no lo hubiera hecho.

Capítulo 17

El sábado a la mañana estaba medio muerto de hambre y cometí el error de decírselo a Lem Stukey cuando me llevaba a casa.

Él sabía exactamente lo que yo necesitaba. Stukey lo sabía. Su segundo nombre parecía ser comida. Era un sabueso hambriento desde hacía mucho tiempo. Su madre le había enseñado a cocinar —en los momentos en que no estaba ocupada trayendo otro niño al mundo—, y él mismo era un tipo insaciable. Había estado trabado en el caso durante más de veinticuatro horas y no le venía mal un poco de comida caliente.

No hay ningún problema, chico. Éramos compañeros, ¿verdad?, y él también quería comer alguna cosa. De todos modos, no tenía nada que hacer. Ya estaba casi hasta el gorro de este complicado caso, y tenía que olvidarse durante algún rato. Jesús, un hombre no podía trabajar sin parar día y noche, ¿verdad? Un hombre tenía derecho a comer, ¿verdad?

Y ahora no tenía que ir a ningún lugar especial. Simplemente salí a dar vueltas para no conseguir absolutamente nada.

Llegamos a mi casa, y llevó a la cocina las cosas que había comprado. Insistió en que yo no debía hacer nada. Debía quedarme tranquilo y descansar. Él se encargaría de todo.

Colgó el abrigo en el respaldo de una silla, se sujetó un delantal en el cinturón de sus pantalones de tiro alto y enrolló las mangas de su camisa de seda a rayas. Le observé durante unos minutos. Stukey estudió los paquetes que había comprado, mientras se pasaba las manos con aire ausente por el grasiento pelo negro. Luego asintió, decidiéndose a comenzar por los bistecs. Los desenvolvió y sus uñas pulidas se deslizaron amorosamente por la carne.

—¿Qué te parece, chico? Alguna vez… ¿Qué sucede, compañero? ¿No te gustan?

—Tienen un aspecto estupendo —dije—. Acabo de recordar que no tengo aceite para la ensalada.

—No hace falta, tengo un poco. Tengo todo lo que necesitamos, chico, de modo que descansa y déjame la comida a mí.

Me fui a la sala llevándome una botella conmigo.

Supuse que me había mostrado innecesariamente remilgado. En el pelo de Lem probablemente había suficiente aceite para la ensalada, completamente comestible e inofensivo. En cuanto al barniz de sus uñas, bueno, se cocinaría. El fuego se encargaría de él.

Le dije que iba a tomar un baño, y Lem me contestó que adelante. Teníamos mucho tiempo. Si tratas de apresurar una buena comida, acabas enviándolo todo al infierno.

Ojalá no lo hubiese dicho, al menos en relación con la comida. Y más aún, deseaba que se largara. Me preguntaba por qué diablos me rondaba.

Tomé una ducha fría, teniendo necesariamente que desnudarme y vestirme en el cuarto de baño. Se me habían mojado los bajos de los pantalones que colgaban molestamente alrededor de mis tobillos. Comencé a sentir por Stukey un poco de lo que sentía por Kay Randall.

Regresé a la sala y cogí la botella.

Comimos en la sala, mi comida sobre la mesilla baja, y la de Stukey sobre una de las sillas de la cocina, con otra colocada delante.

Estaba muy buena. Me olvidé del aceite del pelo y del barniz de las uñas. Me olvidé de casi todo. Comí, mirando a Stukey de cuando en cuando. Cogía la comida con ambas manos y la tragaba. Comía como si alguien fuese a robársela. Verle comer de ese modo me sobresaltó un poco. Sentía un atisbo de náusea que no se localizaba solamente en el estómago.

—Hace un rato mencionaste a tu madre —dije—, algo acerca de tu familia. ¿Vienes de una familia numerosa?

—Bueno… —engulló, tragó y cortó otro trozo de carne—, más o menos. Seis chicos y tres chicas. Sí —engulló—, éramos nueve, uno exactamente detrás de otro. Solían llamarnos «los escalones» en la escuela del distrito sexto.

—Quieres decir… ¿quieres decir que tú naciste aquí? —No sé por qué esa idea me hizo dar un respingo—. De alguna manera, yo…

—¿Sí? Sí, todos nacimos y fuimos criados aquí. Los viejos, no, pero todos nosotros sí. Y todos vivimos en la ciudad.

—No —dije—. No, no viven en la ciudad, Stukey. Y lo digo como estudioso de las nóminas de pago de la ciudad.

Se llevó a la boca un buen puñado de ensalada. Sonrió.

—Verás… ¿Extraoficialmente, chico?

—Extraoficialmente.

—Bien, alguna vez busca un Stowe. O Sutton. O Stukey, o… veamos. Creo que esos son todos, contando a los dos Stowe. Las chicas están casadas y no trabajan. —Ensartó en el tenedor un trozo de bistec y lo untó con ensalada, me miró seriamente. No hay nada deshonesto en ello, sabes. Por supuesto, están todos registrados, pero no hay nada divertido en los apellidos. Simplemente no podíamos usar el otro y lo cambiamos a nuestro gusto. ¿Has oído hablar alguna vez de un maldito apellido con dos z y una x?

Le dije que no.

—¿Y tus padres? ¿Viven todavía?

—Sí, aún viven. Yo… ¿No lo sabías? Pensé que sabías que yo vivía con ellos… Es gracioso, ¿no crees? Quiero decir, ves a un tipo todos los días y apenas sabes nada de él.

—Sí —reconocí—. Sí, es extraño, Stukey.

—Sí, tengo un par de acres en West Road. Le di un lugar al viejo para que se entretenga. Él nunca tuvo trabajo, sabes. Era granjero en la madre patria, y casi lo único que pudo hacer aquí eran trabajos de jardinería. Removiendo la tierra de los jardines y cortando el césped y podando los setos y cosas así. Él… —Stukey tragó y se echó a reír—. Jesús, acabo de recordar algo.

—¿Sí? —dije—. Compártelo conmigo, Stukey.

—Seguro. —Sus ojos brillaban por la risa—. Me pregunto qué diablos me hizo recordarlo. Pero, Cristo, debe haber sucedido hace más de treinta años. Yo tenía… sí… casi siete años, y… ¿o eran ocho? Bueno, de cualquier forma. El viejo estaba trabajando en Hacienda Hills y esta señora —la dueña de la casa— descubrió que le faltaba un prendedor de diamantes. Había puesto el maldito prendedor en otro sitio, sabes, y lo encontró ese mismo día. Pero, mientras tanto, dijo que estaba segura de que el viejo lo había cogido y llamó a la policía. Y… ja, ja… Jesús, chico… ja, ja, ja…

Hizo una pausa y enjugó las lágrimas que asomaban a sus ojos. Continuó:

—Él no sabía hablar inglés, ¿entiendes? Apenas unas pocas palabras. No entendía a qué venía tanto alboroto y estaba muerto de miedo, naturalmente, y lo único que se le ocurrió fue mantener la boca cerrada. Bien… ja, ja… Tú sabes muy bien cómo les sienta eso a los polis. Lo arrastraron hasta el garaje de la casa y se turnaron para trabajarlo a conciencia. Le pegaron con todo lo que encontraron a mano. Mangos de azadas, rastrillos, palas, con todo. Si esa mujer no hubiera encontrado el maldito prendedor una hora más tarde, los polis hubiesen destrozado todas las herramientas que había en el lugar… Tú nunca has visto algo así, Clint. El viejo estuvo negro y azul durante tres meses.

—¿Y eso te parece divertido? —pregunté—. ¿Puedes reírte de una cosa así?

—¿Es mejor llorar? Qué diablos, el viejo también pensó que había sido una buena broma. Pero no te lo he contado todo… Los polis estaban un poco preocupados y dolidos por el error que habían cometido, de modo que le llevaron a la casa y ayudaron a la anciana señora a meterlo en la cama. Resultó que eran buenos tipos. Tal vez un poco rudos y estúpidos, pero no causaban problemas por gusto. Antes de irse vaciaron sus bolsillos y le dieron al viejo hasta el último centavo que tenían. Eran casi cuatro pavos en total.

Dejé mi taza de café y me incliné hacia adelante en el sofá.

—Stukey —dije—. Lem. ¿Cómo, en nombre de Dios, cómo, con un ejemplo como ése delante de ti, puedes ser como eres?

—No te entiendo, chico. —Un gesto de asombro frunció su frente—. ¿De qué hablas? ¿Qué ejemplo?

—Déjalo —dije—. ¿De qué puedo estar hablando? Le dieron a tu padre cuatro pavos y ahí acabó todo. Eso lo arregló todo.

—Sí, algo así. —Stukey asintió—. El viejo cogió la pasta y comenzó a asistir a clases nocturnas. Aprendió a hablar inglés realmente bien.

No podría decir por qué la historia me dejó perplejo. Tampoco podría afirmar, por la misma razón, que la historia fuese la causa de mi perplejidad. Probablemente fuese por Stukey. Estaba cansado y amodorrado. Tenía muchas cosas en la cabeza. Quería estar solo, y no parecía haber ninguna chance inmediata de que eso fuese posible. Stukey no manifestaba la menor señal de querer marcharse.

Se sentó con la silla inclinada hacia atrás y apoyada en la pared, haciendo que las punteras de los zapatos pasaran a través de los travesaños. Permaneció con la mirada fija en los platos con comida, con una expresión pensativa y escarbándose los dientes con una cerilla.

Levantó la vista lentamente, dejando que se posara en mí. Me miró, frunciendo el ceño, tan concentrado en sus pensamientos, aparentemente, que no era consciente de su mirada.

Me estudió durante varios minutos y sus ojos pequeños y brillantes nunca se apartaron de mi rostro. Tosí y me aclaré la voz y Stukey se sobresaltó ligeramente. Pero continuó mirándome y su expresión se volvió aún más profunda.

—Mira, Brownie, ¿qué es todo esto?

—Una buena pregunta —dije—, pero me temo que no puedo darte una respuesta a bote pronto. Te sugiero que consultes una enciclopedia… desde la A hasta la Z.

—¿Por qué, chico? ¿Por qué me haces esto? No vamos a coger a ese sujeto en ninguna redada. Tú sabes que no lo cogeremos. Con todo eso… al único que están cogiendo es a mí.

—No solamente a ti —dije.

—¿Entonces? Nos estamos librando de prostitutas y tipos indeseables. Estamos limpiando la ciudad. ¿Qué significa eso para ti?

—Eso —le respondí— es algo que a ti, amigo mío, te resultaría imposible comprender. No estoy diciendo, por supuesto, que no seas un alma sensible y comprensiva. Nunca se me ocurriría pensar algo así, amigos como somos.

Sonrió débilmente, apoyando los pies en el suelo.

—Siempre el mismo payaso —gruñó—. Todo el tiempo haciéndote el gracioso… ¿Por qué no descansas un poco? No te hace ningún bien. Si quieres saber mi opinión, te está llevando a no sentirte muy bien, a menos que tú…

—¿Sí? —pregunté, porque él había interrumpido bruscamente la frase y había algo furtivo en su actitud—. ¿Qué ibas a decir?

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