Antología de novelas de anticipación III (26 page)

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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
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—Comandante Japp —dijo—: Quiero hablarle en privado, si no le molesta.

La cara del comandante se quedó impasible. Ya esperaba esto y tenía preparada la trampa. El tono que empleó al contestarle fue francamente despreciativo.

—Si lo considera necesario, capitán Britthouse, muy bien.

Su tono indicaba claramente que solo un palurdo planetario podía tener tan malos modales. Volvió al cuarto y, dirigiéndose a los oficiales, dijo:

Caballeros, pónganse cómodos; no les haremos esperar mucho tiempo.

Una vez en su camarote, se quedó mirando al hombre planetario. Resultaba unas pulgadas más alto que él, a pesar de su inclinación de hombros.

—Y bien, Britthouse, ¿qué hay?

Hacía lo posible por resultar insultante usase o no el tratamiento. Britt dominó muy bien los nervios.

—Estimo, comandante, que es un momento poco a propósito para celebrar la hospitalidad que me ofrece de una manera tan pomposa. En mi opinión debíamos continuar con nuestra investigación lo más activamente posible. No hemos...

Japp le cortó la palabra de un modo brusco:

—Ya he mandado los mensajes necesarios —dijo—, y todo el Sector de Flota viene ya hacia acá a toda velocidad. Llegarán dentro de unas ocho horas. Mientras tanto, no hay nada que hacer.

Britt se encontró cogido con esta salida inesperada, perdió el resuello, quedándose de momento sin poder contestar.

—Pero..., pero ¿por qué llamar a la Flota? —dijo a todo evento—. ¿No podríamos nosotros solos hacernos cargo de la situación?

Esta respuesta era mejor de lo que Japp esperaba, pero no por ello dejó de tenderle su bien cebada trampa.

—Sería completamente suicida, mi querido capitán, emprender una empresa de esta naturaleza con solo dos pequeñas naves contra una civilización hostil. De todos modos es algo que está claramente prescrito en mis ordenanzas. No tengo autoridad para exponer mi nave contra una inteligencia organizada.

Si Britt quedó antes atónito, ahora quedó completamente fulminado. Dudaba cuál de los dos había perdido la razón. Aquel hombre parecía que hablaba una lengua extraña. Por fin encontró una idea concreta que exponer.

—¿Qué inteligencia organizada? —preguntó—. ¿Qué es lo que ha encontrado para convencerse de que hay una inteligencia organizada?

—Yo creo que la cosa es evidente —respondió Japp fríamente—. Un crucero ligero Mark Noveno, con una masa inerte de ocho mil toneladas, desaparece completamente a las veinte horas de haber aterrizado en una corriente de agua evidentemente artificial y sin dejar rastro. Solamente un sistema bien organizado puede tener medios para transportar un navío de ese volumen y de ese peso en tan poco tiempo y sin dejar la menor huella. Pero resulta más significativo todavía que solamente una inteligencia organizada es capaz de desear hacer tal cosa. ¿Qué criatura sin una gran inteligencia sería capaz de acercarse siquiera a un objeto desconocido de ese tamaño? ¿O es que tiene otra explicación que ofrecer?

Britt estaba completamente anonadado. Naturalmente, no tenía ninguna explicación que dar. Ni siquiera había cavilado sobre el asunto. Necesitaba recoger algunos hechos primero. Para él resultaba demasiado pronto para empezar a hacer hipótesis. Además, no veía esperanza de poder explicarle su punto de vista a este... griego; conocía el tipo. El argumentar con este individuo era perder el tiempo. De repente se acordó de su cita con Jenny y le dominó una desesperación feroz y un gran deseo de abandonar por completo el asunto.

—Lo siento, comandante —dijo—, no estoy de acuerdo con usted, y le ruego que nos excuse. Deseo ir a mi nave inmediatamente.

No se habló ninguna otra palabra. En completo silencio los dos hombres planetarios pasaron por delante de la guardia que rendía honores y bajaron a la lancha, que se los llevó. Britt se sentía miserablemente consciente de haber hecho una mala faena. La situación le había caído del cielo, no pensó que podía haber sido deliberadamente, y él había estropeado un buen caso, y lo había estropeado por su reacción. No le gustaba que le indujeran a tomar decisiones rápidas. Por instinto se inclinaba a examinar cualquier situación con detalle antes de sacar conclusiones. Japp era aparentemente uno de esos héroes legendarios «famoso por su habilidad para tomar decisiones rápidas en un caso de emergencia». Britt siempre había menospreciado esta habilidad, era simplemente incapacidad para ver más de una posibilidad en cada caso. La entrevista que acababa de tener no le hizo cambiar de opinión. Comprendió que no debía abandonar la empresa y dejar el campo libre a Japp para que actuara a su antojo. Mientras hubiera una posibilidad, aunque fuese remota, de que los hombres del
Persephone
estuvieran todavía vivos, no podía dejar de hacer todo lo posible.

Se afirmó más en su determinación de continuar su investigación con urgencia, con o sin la ayuda de Japp, y no iba a faltar a su cita con Jenny.

—Así, pues, mañana por la mañana temprano —dijo a sus oficiales— vamos a salir y recorreremos todos esos lagos de comedia musical, a ver lo que encontramos por allí.

El día del planeta tenía unas treinta horas, de las cuales había doce de noche y dieciocho de día, condiciones ideales para el hombre decidido a trabajar como una fiera. Para Britt era muy lamentable tener que hacerlo en estas condiciones, pero creía que su obligación era llegar hasta el limite.

El madrugar tanto tuvo su recompensa, pues la oblicuidad de los rayos solares hacia que las irregularidades del terreno se acusaran con mucho relieve, y lo mismo pasó con el bulto que hacía el
Persephone
al otro lado del lago rojo. No perdieron el tiempo. Michelson hizo bajar la nave rápidamente sobre las rocas desnudas a una plataforma, donde tenía buen asiento, muy cerca del lago.

El sargento Davys puso en marcha el
Jenny,
el pequeño vehículo que podía andar por cualquier terreno, e inmediatamente se subieron Britt, Bob, Crofton y el sargento. Bajaron por la rampa dentro de él, subieron por la ladera hasta el valle en un ángulo alarmante, chirriando al andar sobre las rocas. El sargento Davys era un experto conductor y el cochecillo estaba hecho para moverse por cualquier terreno, por muy inverosímil que fuera. Era prácticamente indestructible y sus pequeños motores nucleares estuvieron en una ocasión completamente sumergidos y no por eso dejaron de funcionar al atravesar un pantano en Sirio IV bajo una gravedad de 4.2. Ni siquiera ratearon cuando, bajo las instrucciones de Britt, el sargento los condujo hasta un macizo grande de vegetación.

Era como una maleza de arbustos y cañas de unos cuatro pies de altura coronados por unas hojas grandes y planas que se parecían a las hojas del ruibarbo venenoso. El
Jenny
estaba en su elemento y consideraba aquello como pienso de pollos. Irrumpió en medio de la maleza con gusto, dando bandazos y saltos entre los húmedos tallos, aplastando una pulpa jugosa y haciendo de ella una especie de papilla. Salpicaduras y pedazos saltaban en tal cantidad que el
Hannibal
se veía turbio y parecía una caricatura.

—Está bien, Britt —dijo la voz de Michelson en el teléfono—; está a unos pocos metros del lugar donde están ustedes.

Este aviso ya era innecesario, porque se veía claramente el bulto que hacía la nave desde el nivel del suelo, porque la vegetación que había allí no era más alta de lo normal. Lo más extraño e inexplicable era que la meseta pelada, diferente del terreno que la rodeaba, era exactamente del tamaño necesario para que el
Persephone
hubiera podido aterrizar en ella.

El
Jenny
había andado en varias direcciones sin encontrar resto de la nave, hasta que iba a darse por vencido, cuando Michelson tuvo una inspiración.

—¿Cómo es el terreno por ahí? ¿Está tapado con verde?

La respuesta fue que no, que lo que había era roca al descubierto, los huesos desnudos del planeta.

—¿No hay tierra? —dijo Michelson—. Entonces, ¿dónde están las raíces de esas plantas?

La respuesta a esto fue también negativa.

—No tienen raíces. Los tallos parecen salir de una tela metálica que forman unas ramas encima de la roca.

Siguiendo la mayor de estas ramas vieron que algunas bajaban y entraban en el lago y otras seguían alrededor del lago, pero la mayoría recorrían el valle a todo lo largo y por la playa, entrando en el agua.

En ese momento Britthouse comenzaba a sentirse fracasado. La única señal del desaparecido
Persephone
era el extraño pequeño
plateau
de vegetación, porque estaba convencido de que las plantas y los lagos de colores raros estaban relacionados en cierto modo con el misterio. Le parecía que solamente una inspección biológica en gran escala podía dar la suficiente información sobre la naturaleza de esta producción. No creía que hubiera animales de ninguna clase en aquellas tierras, mucho menos seres superiores. El planeta era evidente que pertenecía al período Silúrico y no era muy cierto que en esta temprana edad hubiera animales en la tierra y en el mar.

Había muchos ejemplos de planetas que alcanzaban inclusive el carbonífero superior sin ninguna aparición de animales. Su proyecto de llegar a tiempo a su cita con Jenny parecía que se iba alejando. De los tres días que tenía ya se le había ido medio sin resultado práctico alguno. En una de sus transformaciones acostumbradas, súbitamente abandonó sus concentrados pensamientos y se convirtió en una trepidante dinamo de energía. En cinco minutos discurrió un plan para efectuar una inspección ultrarrápida y diez minutos más tarde había tres grupos exploratorios que habían llegado del
Hannibal
siguiendo cada uno el plan que le había sido asignado.

Tuvieron un día sorprendente y agotador, encontrándose al final del mismo, en la playa cerca del estuario, al borde del mar muerto y sin olas, con el peso de su flotante capa de vegetación azul.

—Conforme —dijo Britthouse, cuando se reunieron en torno suyo—. Vamos a ver tus informes, Mike.

—Yo creo —respondió Mike— que el valle era originariamente un glaciar; pero desde entonces ha habido una considerable erosión debida al agua. El nivel superior sobre la línea de vegetación fue seguramente un valle helado y colgante. Hay una gran falla en el nivel y una cascada. Los lagos geológicamente son un rompecabezas; Podrían corresponder a terminales de los restos glaciales, pero son demasiado regulares para eso. Es muy difícil formar conclusiones sobre el valle bajo, porque está completamente cubierto por la vegetación, y hasta los lagos también están cubiertos. Al parecer, también crece la vegetación en el fondo de ellas. La gran escala geológica es suficientemente sencilla. En este sitio, al parecer, la erosión, al cabo de muchísimo tiempo, ha acabado por formar una planicie, que viene a ser una de las más viejas en la superficie del planeta. Probablemente esta debe ser la mayor meseta del planeta, puesto que, por lo que yo he visto, en ninguna parte hay planicies de más de unos cuantos metros, sin contar las playas y los estuarios.

—Esto puede ser muy significativo —dijo Britt—. Ahora tú, Bob.

—Sencillamente, la confirmación de lo que ya suponíamos esta mañana: toda la superficie que hemos recorrido es simplemente una maraña en raíces inmensa, correspondiente a una planta única, enorme. Lo mismo pasa con las algas. Crecen raíces en las playas y en los estuarios; pero la planta en el valle es una extensión de la planta del mar. Las hojas son mayores y más oscuras, eso es todo. ¿Tú qué has visto, Britt?

—Una cosa extraña: aunque la planta flota en la superficie del mar, nace en el fondo de los lagos.

—La gravedad del agua del mar —dijo Bob.

—Seguramente —respondió Britt—. Esto explica por qué se hunde, pero no por qué crece, y crece todo alrededor de los lagos; el agua tiene que circular a través de ellas metros y metros entre un lago y otro.

—¿Qué me cuentas del color de los lagos? Esto es lo que más sorprende cuando se les divisa desde el aire.

—No resulta tan extraño cuando se los ve desde tierra —dijo—; pero el agua tiene un color diferente en cada lago. Mañana vamos a ir a dar una vuelta por todos ellos y traeremos muestras de agua de cada uno y también muestras de vegetación. Haremos algunos análisis. Ya sé que parece muy remota la utilidad que esto pueda tener para nuestro propósito; pero creo que si conseguimos averiguar la razón de la existencia de estos lagos, tendremos una clave sobre la desaparición del
Persephone.

Se volvió hacia el vigía:

—¿Ha tomado todo esto en el magnetófono?

—Sí, señor.

—Bueno, embobínelo y mande una copia al comandante Japp con mis respetos.

La contestación del comandante Japp, que se recibió a la mañana siguiente, era francamente ofensiva; le rogaba que informara al capitán Britthouse que a él no le interesaban nada las investigaciones botánicas que estaban haciendo sobre el planeta y sugería que reservara su información para la autoridad competente. De hecho, estaba asombrado. La actividad desarrollada por la tripulación del
Hannibal
no había dejado de llegar a sus oídos y tenía la desagradable sospecha de que Britthouse todavía se obstinaría en continuar. Había oído desconcertantes rumores sobre lo chismosa que era la gente planetaria. Deseaba fervientemente que hubieran conservado sus narices fuera de este asunto, que no era de su incumbencia. Sin embargo, veía que se le pedía alguna acción de su parte; alguna teoría detallada sobre la desaparición del
Persephone.

Una noche entera de estar preocupado pensando en el asunto no dio ningún resultado. No se le ocurrió consultar con sus oficiales; sin expresar claramente sus pensamientos, inconscientemente pensaba que él, como comandante, resultaba automáticamente la persona más indicada para resolver el problema. Una ducha fría y un buen desayuno le reconfortaron mucho. Tomó papel y lápiz con la idea de dejar arreglado este asunto. Empezó a hacer un resumen con las informaciones que tenía, a la manera de una demostración de Euclides:

I. El
Persephone
un Mark IX crucero ligero de 8.000 toneladas aterriza cerca de una corriente de agua, al parecer artificial, sin máquinas, y solamente con la reserva de energía suficiente para transmitir una señal pidiendo auxilio.

II. A las veinte horas al
Persephone
ha desaparecido y no se ve trazo alguno de lucha ni ninguna máquina que hubiese servido para moverlo, excepto una pequeña planicie con mucha vegetación en el sitio donde es presumible que haya aterrizado. (No hacia más que utilizar la información de Britt)

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