—¿No hay ninguna otra opción, entonces?
—No para nosotros, Siferra.
—¿Por qué no?
—Mira, Siferra: creo que lo que importa es la curación. Todo lo demás es secundario a eso. El mundo ha sufrido una terrible herida, y...
—Se ha infligido una terrible herida a sí mismo.
—No es así como yo lo veo. Los incendios fueron una respuesta a un enorme cambio en las circunstancias. Nunca se hubieran producido si el eclipse no hubiera retirado nuestra cortina y nos hubiera mostrado las Estrellas. Pero las heridas se suceden. Una conduce a otra, ahora. Altinol es una herida. Esas nuevas pequeñas provincias independientes son heridas. Los locos que se matan entre sí en el bosque, o cazan y matan a profesores universitarios fugitivos... son heridas.
—¿Y Folimun? ¿No es la mayor de todas las heridas?
—Sí y no. Por supuesto que lo suyo no es más que un insignificante fanatismo y misticismo. Pero hay disciplina ahí. La gente cree en lo que él vende, incluso los locos, incluso aquellos con mentes enfermas. Es una herida tan grande que puede engullir a todas las demás. Puede sanar al mundo, Siferra. Y luego, desde dentro, podremos intentar sanar lo que él ha hecho. Pero sólo desde dentro. Si nos unimos a él tenemos una posibilidad. Si nos situamos en la oposición, seremos barridos a un lado como pulgas.
—¿Qué es lo que dices, entonces?
—Tenemos nuestra oportunidad entre alineamos tras él y pasar a formar parte de la elite gobernante que traerá al mundo de vuelta de su locura, o convertirnos en vagabundos y fuera de la ley. ¿Qué es lo que quieres, Siferra?
—Quiero una tercera elección.
—No la hay. El grupo de Amgando no tiene la fuerza suficiente como para formar un Gobierno operativo. La gente como Altinol no tiene los escrúpulos necesarios. Folimun controla ya la mitad de lo que era la República Federal de Saro. Está seguro de prevalecer sobre los demás. Pasarán siglos antes de que vuelva el reino de la razón, Siferra, independientemente de lo que tú y yo hagamos.
—¿Así que tú dices que es mejor unirnos a él e intentar controlar la dirección hacia la que avance la nueva sociedad, que oponernos simplemente porque no nos gusta el tipo de fanatismo que representa?
—Exacto. Exacto.
—Pero cooperar en manejar el mundo a través del fanatismo religioso...
—El mundo se ha abierto camino desde el fanatismo religioso antes, ¿no? Lo importante ahora es hallar alguna forma de salir del caos. Folimun y su gente ofrecen la única esperanza visible de ello. Piensa en su fe como en una máquina que dirigirá la civilización, en unos momentos en los que toda la demás maquinaria está rota. Eso es lo único que cuenta ahora. Primero arregla el mundo; luego espera que nuestros descendientes se cansen de los seguidores místicos con hábitos y capucha. ¿Ves lo que estoy diciendo, Siferra? ¿Lo ves?
Ella asintió de una forma extraña, vaga, como si respondiera en sueños. Theremon la observó mientras se alejaba lentamente de él, hacia el claro donde habían sido sorprendidos la primera vez por los centinelas de los Apóstoles la tarde antes. Parecían haber transcurrido años.
Ella permaneció de pie durante largo rato, sola, a la luz de los cuatro soles.
Qué hermosa es, pensó Theremon.
¡Cómo la amo!
Qué extraño resultaba todo aquello.
Aguardó. A todo su alrededor el campamento de los Apóstoles hervía de actividad mientras era recogido; las figuras enfundadas en sus hábitos y capuchas corrían de un lado para otro.
Folimun se acercó.
—¿Y bien? —quiso saber.
—Lo estamos pensando —dijo Theremon.
—¿Los dos? Tenía la impresión de que usted estaba ya con nosotros.
Theremon le miró fijamente.
—Estoy con ustedes si Siferra lo está. De otro modo no.
—Lo que usted diga. Sin embargo, lamentaría perder a un hombre de sus habilidades como comunicador. Sin mencionar las cualidades de la doctora Siferra como experta en los artefactos del pasado.
Theremon sonrió.
—Dentro de unos momentos veremos lo hábil que soy como comunicador, ¿de acuerdo?
Folimun asintió y se alejó, de vuelta a los camiones que estaban siendo cargados. Theremon observó a Siferra. Miraba hacia el Este, hacia Onos, mientras la luz de Sitha y Tano descendía sobre ella en un deslumbrante haz desde arriba, y del Norte le llegaba la esbelta lanza roja de la luz de Dovim.
Cuatro soles. El mejor de los presagios.
Siferra volvía ya, avanzando por en medio del campo. Sus ojos brillaban, y parecía estar riendo. Avanzó corriendo hacia él.
—¿Y bien? —preguntó Theremon—. ¿Qué dices?
Ella cogió sus manos entre las de él.
—De acuerdo, Theremon. Que así sea. El Todopoderoso Folimun es nuestro líder, y le seguiré allá donde me diga que vaya. Con una condición.
—Adelante. ¿Cuál?
—La misma que mencioné cuando estábamos en su tienda. No llevaré el hábito. Absolutamente no. ¡Si insiste en ello, el trato queda roto!
Theremon asintió alegremente. Todo iba a ir bien. Después del Anochecer llegaba el amanecer, y todo renacía. De la devastación se alzaría un nuevo Kalgash, y él y Siferra tendrían una voz, una poderosa voz, en el proceso de crearlo.
—Creo que podremos arreglarlo —respondió—. Vayamos a hablar con Folimun y veamos qué dice.