Así que la Gravitación Universal no era completamente correcta, ¿verdad?
¡No! ¡No, eso era imposible! Cada átomo de sentido común en él protestaba ante el pensamiento. El concepto de Gravitación Universal era fundamental para cualquier comprensión de la estructura del Universo, Athor estaba seguro de ello. Lo sabía. Era algo demasiado limpio, demasiado lógico, demasiado hermoso, para estar equivocado.
Retira la Gravitación Universal, y toda la lógica del cosmos se disuelve en el caos.
Inconcebible. Inimaginable.
Pero esas cifras..., esa maldita copia de impresora de Beenay...
—Puedo ver que está usted furioso, señor. —¡Beenay, parloteando de nuevo!—. Y quiero decirle que lo comprendo perfectamente..., la forma en que esto debe de dolerle..., cualquiera estaría furioso al ver el trabajo de toda su vida puesto en peligro de este modo...
—Beenay...
—Sólo déjeme decirle, señor, que hubiera dado cualquier cosa por no tener que traerle esto hoy. Sé que está usted furioso conmigo por haber venido aquí con ello, pero lo único que puedo decir es que pensé mucho y durante largo tiempo antes de decidirme a hacerlo. Lo que realmente deseaba hacer era quemarlo todo y olvidar que alguna vez empecé con esto. Me siento abrumado por haber descubierto lo que descubrí, y más abrumado aún de ser yo el que...
—Beenay —dijo Athor de nuevo, con su voz más ominosa.
—¿Señor?
—Estoy furioso contigo, sí. Pero no por la razón que tú piensas.
—¿Señor?
—Número uno, estoy irritado por la forma en que no dejas de balbucearme, cuando todo lo que deseo hacer es permanecer sentado aquí y elaborar tranquilamente las implicaciones de estos papeles que acabas de echar sobre mi mesa. Número dos, y mucho más importante, me siento absolutamente ultrajado por el hecho de que hayas vacilado un solo momento antes de traerme tus descubrimientos. ¿Por qué esperaste tanto?
—No fue hasta ayer que terminé las comprobaciones.
—¡Ayer! ¡Entonces hubieras debido estar aquí ayer! Beenay, ¿estás siendo sincero cuando dices que consideraste seriamente el suprimir todo esto? ¿Que estabas dispuesto a arrojar a un lado tus resultados y no decir nada?
—No, señor —dijo Beenay con voz miserable—. En realidad nunca pensé en hacerlo.
—Bien, eso es una bendición. Dime, hombre, ¿piensas que estoy tan enamorado de mi hermosa teoría que deseo que uno de mis más dotados asociados me proteja de la desagradable noticia de que la teoría tiene un fallo?
—No, señor. Por supuesto que no.
—Entonces, ¿por qué no viniste corriendo aquí con la noticia en el momento mismo en que estuviste seguro de que tenías razón?
—Porque..., porque, señor... —Parecía como si Beenay deseara desvanecerse en la alfombra—. Porque sabía lo que eso le trastornaría. Porque pensé que usted podía..., podía trastornarse tanto que su salud se viera afectada. Así que lo retuve todo, hablé con un par de amigos, pensé en mi propia posición en todo esto, y llegué a la conclusión de que no tenía otra alternativa, que mi obligación era decirle que la Teoría de la Gravitación Univer...
—¿Así que crees realmente que mi amor hacia mi propia teoría es superior al que siento hacia la verdad?
—¡Oh, no, no, señor!
Athor sonrió de nuevo, y esta vez no le costó ningún esfuerzo hacerlo.
—Pues es así, ¿sabes? Soy tan humano como cualquier otro, lo creas o no. La Teoría de la Gravitación Universal me proporcionó todos los honores científicos que este planeta podía ofrecer. Es mi pasaporte a la inmortalidad, Beenay. Tú lo sabes. Y tener que enfrentarme a la posibilidad de que la teoría sea errónea..., oh, es un fuerte shock, Beenay, pasa a través de todo mí, desde el pecho hasta la espalda. No cometas ningún error al respecto. Por supuesto, aún sigo creyendo que mi teoría es correcta.
—¿Señor? —dijo Beenay, evidentemente estupefacto—. Pero lo he comprobado y vuelto a comprobar, y...
—Oh, tus descubrimientos son correctos también, estoy seguro de ello. Porque haberos equivocado todos, tú y Faro y Yimot..., no, no, ya he dicho que no lo veo muy posible. Pero lo que tienes aquí no invalida necesariamente la Gravitación Universal.
Beenay parpadeó unas cuantas veces.
—¿No lo hace?
—Ciertamente no —dijo Athor, calentándose en la situación. Casi se sentía alegre ahora. La calma absolutamente irreal de los primeros momentos había dejado paso a la muy distinta tranquilidad que siente uno cuando se halla en persecución de la verdad—. ¿Qué dice la Teoría de la Gravitación Universal, después de todo? Que cada cuerpo en el Universo ejerce una fuerza sobre todos los demás cuerpos, proporcional a la masa y a la distancia. ¿Y qué has intentado hacer usando la Gravitación Universal para calcular la órbita de Kalgash? Bueno, introducir el factor de todos los impactos gravitatorios que ejercen todos los distintos cuerpos astronómicos sobre nuestro mundo en su viaje en torno a Onos. ¿No es así?
—Sí, señor.
—Bien, entonces no hay necesidad de arrojar la Teoría de la Gravitación Universal por la borda, al menos no en este punto. Lo que necesitamos hacer, amigo mío, es simplemente volver a pensar en nuestra comprensión del Universo, y determinar si acaso no ignoramos algo que debiéramos haber introducido en nuestros cálculos..., es decir, algún factor misterioso que, de una forma completamente desconocida por nosotros, esté ejerciendo su fuerza gravitatoria sobre Kalgash sin que lo tengamos en cuenta.
Las cejas de Beenay se alzaron alarmadas. Miró a Athor con la boca abierta, con una expresión que sólo podía ser calificada de auténtico asombro.
Luego se echó a reír. Primero intentó contenerse encajando las mandíbulas, pero la risa insistió en escapar de todos modos, forzándole a agitar los hombros y a emitir estranguladas tosecillas sincopadas; y luego tuvo que apretar ambas manos contra su boca para retener el torrente de regocijo.
Athor le miró, pasmado.
—¡Un factor desconocido! —estalló Beenay al cabo de un momento—. ¡Un dragón en el cielo! ¡Un gigante invisible!
—¿Dragones? ¿Gigantes? ¿De qué estás hablando, muchacho?
—Ayer por la tarde..., Theremon 762..., oh, señor, lo siento, realmente lo siento... —Beenay luchó por recuperar el autocontrol. Los músculos se agitaron en su rostro; parpadeó violentamente y contuvo el aliento; se volvió por un instante, y cuando se volvió de nuevo era otra vez casi él mismo. Avergonzado, dijo—: Tomé un par de copas con Theremon 762 ayer por la tarde..., el periodista, ya sabe..., y le hablé algo de lo que había encontrado, y de lo intranquilo que me sentía de mostrarle a usted mis descubrimientos.
—¿Fuiste a un periodista?
—Uno de confianza. Un buen amigo.
—Todos son unos bribones, Beenay. Créeme.
—No éste, señor. Le conozco, y sé que nunca haría nada que pudiera herirme u ofenderme. De hecho, Theremon me dio algunos excelentes consejos, entre ellos que tenía que venir absolutamente a verle, cosa que hice. Pero también, en un intento de ofrecerme alguna esperanza, ¿sabe?, algún consuelo..., me dijo lo mismo que acaba de decir usted, que quizás hubiera algún "factor desconocido": ésa fue su frase exacta, un factor desconocido..., que confundía nuestra comprensión de las órbitas de Kalgash. Y yo me eché a reír y le dije que era inútil llevar factores desconocidos a la situación, que era una solución demasiado fácil. Sugerí, sarcásticamente, por supuesto, que si aceptábamos alguna de esas hipótesis, entonces también podíamos decir que un gigante invisible estaba empujando Kalgash fuera de su órbita, o el aliento de un gigantesco dragón. Y ahora aquí está usted, señor, emprendiendo la misma línea de razonamiento..., ¡no un lego en la materia como Theremon, sino el más grande astrónomo del mundo! ¿Ve usted lo ridículo que me siento, señor?
—Creo que si —dijo Athor. Todo aquello empezaba a hacerse un poco cansado. Se pasó una mano por su imponente melena blanca y lanzó a Beenay una mirada de irritación y compasión entremezcladas—. Tenías razón al decirle a tu amigo que inventar fantasías para resolver un problema no resulta muy útil. Pero las sugerencias al azar de los no expertos no siempre carecen de mérito. Por todo lo que sabemos, hay algún factor desconocido que actúa sobre la órbita de Kalgash. Necesitamos al menos considerar esa posibilidad antes de lanzar la teoría por la borda. Creo que lo que necesitamos hacer aquí es utilizar la Espada de Thargola. ¿Sabes lo que es, Beenay?
—Por supuesto, señor. El principio de la parsimonia. Planteado la primera vez por el filósofo medieval Thargola 14, que dijo: "Debemos atravesar con una espada toda hipótesis que no sea estrictamente necesaria", o algo parecido.
—Muy bien, Beenay. Aunque, de la forma que me lo enseñaron a mí, es: "Si se nos ofrecen varias hipótesis, debemos empezar nuestras consideraciones golpeando las más complejas con nuestra espada." Aquí tenemos la hipótesis de que la Teoría de la Gravitación Universal es errónea, contra la hipótesis de que has dejado fuera algún desconocido y quizás incognoscible factor al efectuar tus cálculos de la órbita de Kalgash. Si aceptamos la primera hipótesis, entonces todo lo que creemos saber sobre la estructura del Universo se derrumba en el caos. Si aceptamos la segunda, todo lo que necesitamos hacer es localizar el factor desconocido, y el orden fundamental de las cosas se mantiene. Es mucho más sencillo intentar hallar algo que tal vez hayamos pasado por alto de lo que resultaría establecer una nueva ley general que gobierne los movimientos de los cuerpos celestes. Así, la hipótesis de que la Teoría de la Gravitación es errónea cae ante la Espada de Thargola, y empezamos nuestras investigaciones trabajando con la explicación más sencilla del problema. ¿Qué opinas, Beenay? ¿Qué dices al respecto?
La expresión de Beenay se volvió radiante.
—¡Entonces no he invalidado la Gravitación Universal después de todo!
—Todavía no, al menos. Probablemente te has ganado un lugar en la historia científica, pero todavía no sabemos si es como invalidador o como originador. Recemos para que sea lo último. Y ahora necesitamos pensar intensamente, joven. —Athor 77 cerró los ojos y se frotó la frente, que estaba empezando a dolerle. Había transcurrido largo tiempo desde que había hecho auténtica ciencia por última vez, se dio cuenta. Durante los últimos ocho o diez años se había ocupado casi por entero de asuntos administrativos en el observatorio. Pero a la mente que había producido la Teoría de la Gravitación Universal todavía debían de quedarle uno o dos pensamientos, se dijo—. Primero, quiero echar una mirada más detenida a esos cálculos tuyos —indicó—. Y luego, supongo, una mirada más detenida a mi propia teoría.
El cuartel general de los Apóstoles de la Llama era una estilizada pero suntuosa torre de resplandeciente piedra dorada que se alzaba como una brillante jabalina sobre el río Seppitan, en el exclusivo distrito de Birigam de la Ciudad de Saro. Esa esbelta torre, pensó Theremon, debía de ser una de las más valiosas piezas inmobiliarias de toda la capital.
Nunca se había parado a considerarlo antes, pero los Apóstoles tenían que ser un grupo abrumadoramente rico. Eran propietarios de sus propias cadenas de radio y televisión, publicaban revistas y periódicos, poseían esta tremenda torre. Y probablemente controlaban todo tipo de otros bienes que eran menos visiblemente suyos. Se preguntó cómo era eso posible. ¿Un puñado de fanáticos monjes puritanos? ¿Dónde habían conseguido meter sus manos en tantos cientos de millones de créditos?
Pero, se dio cuenta, industrialistas tan conocidos como Bottiker 888 y Vivin 99 eran declarados partidarios de las enseñanzas de Mondior y sus Apóstoles. No le sorprendería saber que hombres como Bottiker y Vivin, y otros como ellos, eran fuertes contribuidores al tesoro de los Apóstoles.
Y, si la organización tenía al menos un décimo de la antigüedad que afirmaba tener —¡diez mil años, decían!—, y si habían invertido juiciosamente su dinero a lo largo de los siglos, entonces no había forma de decir lo que los Apóstoles podían haber conseguido a través del milagro del interés compuesto, pensó Theremon. Su fortuna podía ascender a miles de millones. Podían ser propietarios en secreto de media Ciudad de Saro.
Valía la pena echar una mirada al asunto, se dijo.
Penetró en el enorme vestíbulo de entrada, lleno de ecos, de la gran torre y miró maravillado a su alrededor. Aunque nunca había estado allí antes, había oído que era un edificio extraordinariamente espléndido tanto por fuera como por dentro. Pero nada de lo que había oído le había preparado para la realidad del edificio de los cultistas.
Un pulido suelo de mármol, con incrustaciones en media docena de brillantes colores, se extendía hasta tan lejos como podía ver. Las paredes estaban cubiertas con brillantes mosaicos dorados que formaban dibujos abstractos y que se alzaban hasta las bóvedas en arco muy arriba sobre su cabeza. Candelabros de oro y plata trenzados arrojaban una brillante lluvia de luminosidad sobre todo.
En el extremo opuesto a la entrada Theremon vio lo que parecía ser un modelo de todo el Universo, elaborado al parecer enteramente con metales preciosos y gemas: inmensos globos suspendidos, que parecían representar los seis soles, colgaban del techo mediante cables invisibles. Cada uno de ellos arrojaba una luz fantasmal: un haz dorado del más grande de ellos, que debía de ser Onos, y un apagado brillo rojo del globo de Dovim, y un duro y frío blanco azulado de la pareja Tano-Sitha, y una suave luz blanca de Patru y Trey. Un séptimo globo, que debía de ser Kalgash, se movía lentamente entre ellos como un globo cautivo, con sus colores cambiantes a medida que el derivante esquema de la luz de los soles se reflejaba en su superficie.
Mientras Theremon permanecía allí con la boca abierta por el asombro, una voz procedente de ninguna parte en particular dijo:
—¿Puedo saber tu nombre?
—Soy Theremon 762. Tengo una cita con Mondior,
—Sí. Por favor, entra en la sala inmediatamente a tu izquierda, Theremon 762.
No vio ninguna sala inmediatamente a su izquierda. Pero entonces un segmento de la pared cubierta por el mosaico se abrió sin el menor ruido y reveló una pequeña estancia ovalada, más una antesala que una sala. Tapices de terciopelo verde cubrían las paredes, y una sola barra de luz ambarina proporcionaba la iluminación.
Se encogió de hombros y entró. La puerta se cerró de inmediato a sus espaldas y notó una clara sensación de movimiento.