Señaló triunfante con la punta de su pico.
Era evidente otra oscura línea de carbón ante ellos, cerca de los cimientos del edificio estilo entrecruzado. El segundo nivel más alto también había sido destruido por el fuego, del mismo modo que el ciclópeo. Y, por el aspecto que tenían las cosas, se asentaba sobre las ruinas de un poblado aún más antiguo.
Balik se sentía atrapado ahora también por la fiebre. Se pusieron a trabajar juntos para dejar al descubierto la cara exterior de la colina, a medio camino entre el nivel del suelo y la rota parte superior. Eilis les llamó para preguntarles qué estaban haciendo, por Kalgash, pero le ignoraron. Prendidos por el ansia y la curiosidad, abrieron rápidamente la arena compactada por el viento, avanzando cinco centímetros al interior de la colina, diez, quince...
—¿Ves lo que veo yo? —exclamó Siferra.
—Otro poblado, sí. Pero, ¿qué tipo de arquitectura es ésta, puedes decírmelo?
Ella se encogió de hombros.
—Es nuevo para mí.
—Y para mí también. Algo muy arcaico, eso seguro.
—No hay duda al respecto. Pero creo que no es lo más arcaico que tenemos aquí, en absoluto. —Siferra miró hacia el distante suelo—. ¿Sabes lo que pienso, Balik? Hemos descubierto cinco ciudades aquí, seis, siete, quizás ocho, cada una directamente encima de la anterior. ¡Tú y yo podríamos pasar el resto de nuestras vidas cavando en esta colina!
Se miraron el uno al otro, maravillados.
—Será mejor que bajemos y tomemos algunas fotos ahora. —Se sentía casi tranquila de pronto. Ya había bastante de aquel furioso picar y cavar, pensó. Era hora de volver a ser profesionales. Tenían que enfrentarse a aquella colina como eruditos, no como buscadores de tesoros o periodistas.
Que Balik tomara sus fotografías primero, desde todos los ángulos. Luego tomarían muestras del suelo a nivel superficial, y clavarían los primeros marcadores, y seguirían paso a paso todo el resto de los procedimientos preliminares estándar.
Luego un corte de prueba, un atrevido pozo directamente a través de la colina, para obtener una idea de lo que tenían realmente allí.
Y luego, se dijo a sí misma, pelaremos esta colina capa tras capa. La abriremos por completo, arrancaremos cada estrato para mirar lo que hay en el de debajo, hasta que alcancemos el suelo virgen. Y cuando hayamos hecho todo eso, se juró, sabremos más de la prehistoria de Kalgash de lo que todos mis predecesores puestos juntos han sido capaces de averiguar desde que los primeros arqueólogos llegaron a Beklimot para excavar.
—Lo hemos arreglado todo para su inspección del Túnel del Misterio, doctor Sheerin —dijo Kelaritan—. Si está usted frente a su hotel dentro de una hora, nuestro coche le recogerá.
—De acuerdo —dijo Sheerin—. Le veré dentro de una hora.
El grueso psicólogo colgó el auricular y se miró solemnemente en el espejo opuesto a su cama.
El rostro que le devolvió la mirada era un rostro turbado. Parecía tan consumido y ojeroso que tironeó de sus mejillas para asegurarse de que todavía estaban allí. Sí, allí estaban, sus familiares mejillas carnosas. No había perdido ni un gramo. La consunción estaba toda en su mente.
Sheerin había dormido mal —en realidad apenas había dormido, o eso le parecía ahora—, y ayer tan sólo había picoteado su comida. Y en estos momentos no tenía el menor apetito. El pensamiento de bajar a tomar el desayuno no le atraía en lo más mínimo. No sentirse hambriento era un concepto extraño para él.
¿Era lo taciturno de su humor, se preguntó, el resultado de sus entrevistas con los infelices pacientes de Kelaritan ayer?
¿O simplemente le aterraba la idea de cruzar el Túnel del Misterio?
Ciertamente, ver a aquellos tres pacientes no había sido fácil. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que había hecho trabajo clínico, y evidentemente su estancia entre los académicos de la Universidad de Saro había atenuado el distanciamiento profesional que permitía a los miembros de las artes curativas enfrentarse a la enfermedad sin verse abrumados por la compasión y el pesar. Sheerin se sintió sorprendido ante aquello, ante la piel fina y el corazón tierno que parecía haber desarrollado.
Aquel primer paciente, Harrim, el estibador..., parecía lo bastante recio como para soportar cualquier cosa. Y, sin embargo, quince minutos de Oscuridad en su trayecto a través del Túnel del Misterio lo habían reducido a un estado tal que el simple hecho de revivir el trauma en su memoria lo sumía en una balbuceante histeria. Qué terriblemente triste era aquello.
Y luego los otros dos, por la tarde..., estaban en peor estado aún. Gistin 190, la maestra de escuela, aquella encantadora y frágil mujer de ojos oscuros e inteligentes..., no había sido capaz de dejar de sollozar ni un solo momento y, aunque podía hablar claramente y bien, al menos al principio, su historia había degenerado a meros balbuceos incoherentes al cabo de unas pocas frases. Y Chimmilit 97, el atleta de la escuela secundaria, evidentemente un espécimen en perfecta forma física... Sheerin iba a tardar en olvidar cómo había reaccionado el muchacho a la vista del cielo vespertino cuando Sheerin abrió las contraventanas de su habitación. Allí estaba Onos brillando en el Oeste, y todo lo que aquel fornido y apuesto muchacho consiguió decir fue "La Oscuridad..., la Oscuridad...", ¡antes de darse la vuelta e intentar ocultarse debajo de su cama!
La Oscuridad..., la Oscuridad...
Y ahora, pensó Sheerin lúgubremente, es mi turno de efectuar el trayecto por el Túnel del Misterio.
Por supuesto, podía simplemente renunciar. No había nada en su contrato como consultor con la Municipalidad de Jonglor que requiriera arriesgar su cordura. Había sido capaz de presentar una opinión bastante válida sin necesidad de poner su cuello en peligro.
Pero algo en él se rebelaba ante tal timidez. Su orgullo profesional, si no otra cosa, lo empujaba hacia el Túnel. Estaba allí para estudiar el fenómeno de la histeria de masas, y para ayudar a esa gente a elaborar formas no sólo de curar a las actuales víctimas sino de prevenir recurrencias de tales tragedias. ¿Cómo podía dignarse explicar lo que les había ocurrido a las victimas del Túnel si no efectuaba un profundo estudio personal de la causa de sus trastornos? Tenía que hacerlo. No seria honesto actuar de otro modo.
Y tampoco deseaba que nadie, ni siquiera esos extranjeros aquí en Jonglor, pudiera acusarle de cobardía. Recordaba las burlas de su infancia: "¡Gordito es un cobarde! ¡Gordito es un cobarde!" Todo porque no había querido subirse a un árbol que estaba a todas luces más allá de las capacidades de su pesado y mal coordinado cuerpo. Pero Gordito no era un cobarde. Sheerin lo sabía. Se sentía satisfecho consigo mismo: un hombre cuerdo y bien equilibrado. Simplemente no quería que otras personas hicieran suposiciones incorrectas acerca de él debido a su poco heroica apariencia.
Además, menos de uno de cada diez de todos aquellos que habían cruzado el Túnel del Misterio habían salido de él mostrando algún síntoma de alteración emocional. Y esa gente tenía que haber sido vulnerable de alguna manera especial. Precisamente debido a que estaba tan cuerdo, se dijo a sí mismo, debido a que estaba tan bien equilibrado, no tenía nada que temer.
Nada...
que...
temer...
Siguió repitiéndose esas palabras hasta que se sintió casi tranquilo.
Aún así, Sheerin no se sentía tan alegre como de costumbre cuando bajó la escalera para aguardar el coche del hospital que le recogería.
Kelaritan estaba allí, y Cubello, y una mujer de aspecto impresionante llamada Varitta 312, que le fue presentada como uno de los ingenieros que habían diseñado el Túnel. Sheerin los saludó a todos con cordiales apretones de manos y una amplia sonrisa que esperó que pareciera convincente.
—Un hermoso día para un viaje al parque de diversiones —dijo, intentando sonar jovial.
Kelaritan le miró de una forma extraña.
—Me alegro de que sienta así. ¿Durmió usted bien, doctor Sheerin?
—Muy bien, gracias..., tan bien como podía esperarse, debería decir. Después de ver a toda esa gente infeliz ayer.
—¿No se siente usted optimista acerca de sus posibilidades de recuperación, entonces? —preguntó Cubello.
—Me gustaría sentirme optimista —le dijo Sheerin al abogado de forma ambigua.
El coche avanzó suavemente por la calle.
—Son unos veinte minutos de camino hasta los terrenos de la Exposición del Centenario —dijo Kelaritan—. La Exposición en sí estará atestada, lo está cada día, pero hemos hecho acordonar una amplia sección de la zona de diversiones a fin de que no seamos molestados. El Túnel del Misterio en sí, como usted sabe, ha permanecido cerrado desde que se hizo evidente toda la extensión de los trastornos.
—¿Quiere decir las muertes?
—Evidentemente, no podíamos permitir que siguiera abierto después de eso —dijo Cubello—. Pero tiene que darse cuenta usted de que habíamos estudiado su cierre desde mucho antes. Era una cuestión de determinar si la gente que parecía haber sufrido trastornos por su trayecto a través del Túnel había sufrido realmente algún daño, o simplemente se dejaba arrastrar por la histeria popular.
—Por supuesto —dijo Sheerin con tono seco—. El Concejo de la Ciudad no desearía cerrar una atracción que proporcionaba buenos dividendos excepto por una muy buena razón. Como el tener a un puñado de sus clientes muertos de repente por el miedo, supongo.
La atmósfera en el coche se volvió claramente helada. Al cabo de un rato, Kelaritan dijo:
—El Túnel no era tan sólo una atracción que proporcionaba buenos dividendos, sino también una que casi todo el mundo que asistía a la Exposición estaba ansioso por experimentar, doctor Sheerin. Tengo entendido que miles de personas tenían que volverse hacia sus casas sin haber podido efectuar el trayecto.
—¿Pese a que se hizo evidente desde el primer día que algunos que aquellos que cruzaban el Túnel, como Harrim y su familia, salían de él en un estado psicópata?
—En especial debido a ello, doctor —dijo Cubello.
—¿Qué?
—Discúlpeme si parece que intento explicarle su propia especialidad —dijo untuosamente el abogado—. Pero me gustaría recordarle que hay una fascinación en sentirse asustado cuando se es parte del juego. Un niño nace con tres miedos instintivos: los ruidos fuertes, caer, y la total ausencia de luz. Por eso se considera tan divertido saltar por sorpresa sobre alguien y decir: "Buuu." Por eso resulta tan emocionante subir a una montaña rusa. Y por eso el Túnel del Misterio era algo que todo el mundo deseaba ver de primera mano. La gente salía de esa Oscuridad temblando, sin aliento, medio muerta de miedo, pero todos seguían pagando por entrar. El hecho de que unos pocos que hacían el trayecto salieran de él en un estado más bien intenso de shock no hacía más que añadirse al atractivo.
—Porque la mayoría de la gente suponía que ellos serían lo bastante duros como para resistir lo que fuera que había sacudido tanto a los otros, ¿es eso?
—Exacto, doctor.
—¿Y cuando algunas personas salieron no sólo muy alteradas, sino realmente muertas de miedo? Aunque los directores de la Exposición no hubieran podido ver claramente la necesidad de cerrar el Túnel después de eso, imaginó que los clientes potenciales deberían de haberse vuelto muy escasos y muy espaciados, después de que circularan las noticias de las muertes.
—Oh, completamente al contrario —dijo Cubello, con una sonrisa triunfal—. Actuó el mismo mecanismo psicológico, aunque de una forma más fuerte. Después de todo, si la gente con el corazón débil deseaba cruzar el Túnel, era bajo su propio riesgo, así que, ¿por qué sorprenderse de lo que les ocurriera? El Concejo de la Ciudad discutió largamente todo el asunto y finalmente llegó al acuerdo de poner un médico en la oficina de la entrada y hacer que cada cliente se sometiera a un examen físico antes de entrar en el cochecito. Eso lo que hizo fue incrementar la venta de billetes.
—En ese caso —dijo Sheerin—, ¿por qué está cerrado el Túnel ahora? Por lo que dicen ustedes, cabría esperar que estuviera haciendo un gran negocio, con colas que se extendieran desde Jonglor hasta Khunabar, multitud de personas metiéndose por la entrada y un constante fluir de cadáveres siendo sacados por la salida.
—¡Doctor Sheerin!
—Bueno, ¿por qué no sigue abierto, si ni siquiera las muertes trastornaban a nadie?
—Problemas de responsabilidad con el seguro —dijo Cubello.
—Ah. Por supuesto.
—Pese a su pequeña broma macabra, en realidad las muertes fueron muy pocas y muy distanciadas..., tres, creo, o quizá cinco. Las familias de los fallecidos recibieron las correspondientes indemnizaciones y los casos fueron cerrados. Lo que en definitiva se convirtió en un problema para nosotros no fue el índice de muertes, sino el índice de supervivencias entre aquellos que sufrieron alteraciones traumáticas. Empezó a hacerse claro que algunos podían requerir hospitalización durante prolongados períodos de tiempo..., un gasto a tener en cuenta, un constante drenaje financiero para la municipalidad y sus aseguradoras.
—Entiendo —dijo Sheerin de mal humor—. Si simplemente caen muertos, es un gasto de una sola vez. Pagas a los familiares y ya está todo. Pero si han de permanecer meses o incluso años en una institución pública, el precio puede resultar demasiado alto.
—Quizá planteado de una forma demasiado cruda —dijo Cubello—, pero ésos fueron en esencia los cálculos que el Concejo de la Ciudad se vio obligado a realizar.
—El doctor Sheerin parece un tanto malhumorado esta mañana —observó Kelaritan al abogado—. Es posible que la idea de cruzar personalmente el Túnel le haya trastornado algo.
—En absoluto —dijo Sheerin de inmediato.
—Naturalmente, supongo que comprende que no hay una auténtica necesidad de que usted...
—La hay —dijo Sheerin.
Hubo un silencio en el coche. Sheerin miró sombríamente el cambiante paisaje, los curiosos árboles angulares de escamosa corteza, los arbustos con flores de extraños tonos metálicos, las peculiarmente altas y estrechas casas con puntiagudos aleros. Raras veces había estado tan al norte antes. Había algo muy desagradable en el aspecto de toda la provincia..., y de aquel grupo de personas cínicas de melosas palabras también. Se dijo a sí mismo que se alegraría de regresar a Saro.
Pero primero... el Túnel del Misterio...