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Authors: Mariano Sánchez Soler

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Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (11 page)

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Las otras novelas

  • Si grita, déjalo (If He Hollers Let Him Go
    ), 1945.
  • Una cruzada en solitario (The Lonely Crusade
    ), 1947.
  • Tirar la primera piedra (Cast the First Stone
    ), 1953.
  • La tercera generación (The Third Generation
    ), 1954.
  • El fin de un primitivo (The End of a Primitive
    ), 1955.
  • Pinktoes
    , 1961.
  • Mammie Mason
    , 1961.
  • Negro sobre negro
    , relatos
    (Black on Black
    ), 1973.
  • Autobiografía (The Quality of Hurt
    ), 1972, y
    (My Life of Absurdity
    ), 1976.
  • Violación (A Case of Rape
    ), 1980.
  • The Collected Stories of Chester Himes
    , 1990.
  • Por el pasado llorarás (Yesterday Will Make You Cry
    ), 1998.
6
La carcajada de Donald Westlake

E
l humor ha estado presente en la novela criminal desde los primeros relatos de Sherlock Holmes. Con el siglo
XX
, y muy especialmente durante las últimas décadas, la burla creciente, la ironía descarnada y los procedimientos de comedia han acompañado al género en su tránsito desde la novela-problema hasta el negro químicamente puro. A la parodia, se ha sumado a través del tiempo el sarcasmo cáustico del detective
hard-boiled
, las comparaciones divertidamente realistas de los policías de la
Comisaría 87
, de McBain, los razonamientos lógicos del paranoico sheriff de Jim Thompson, las peripecias abracadabrantes del delincuente Dortmunder y su banda, o las impecables operaciones económico-criminales del Ripley de Highsmith.

En todos los subgéneros tradicionales de la novela policíaca el humor desempeña un papel catalizador ante las situaciones más duras. Es, sin duda, el condimento que hace más digerible el plato frío del crimen. Está presente en la
crook story
, el
pólice procedural
, la
crime psychology
… e incluso en las historias carcelarias, pero hasta 1960 no había constituido un subgénero en sí mismo; carecía de la entidad y de los cultivadores suficientes para merecer un apartado en la novela negra actual, con sus fronteras indefinidas y su gran variedad temática.

Por otra parte, negar a estas alturas la importancia del humor en el género negro, pendulando la balanza exclusivamente hacia el realismo crítico, supone minimizar las cualidades terapéuticas de una literatura que consigue, como ninguna, airear esos fantasmas interiores que siempre giran entre el sexo y la muerte. El primero, reprimido en aras de las normas sociales imperantes. La segunda, como punto final inevitable y ley sagrada que no se puede violar. Qué le vamos a hacer.

El humor se consolidó en la novela negra con Donald Ewin Westlake a partir de su obra
El palomo fugitivo
(Júcar, 1988), en la que, sin abandonar las reglas del género, elevó la comicidad a su cota máxima. Dentro de un contexto realista, este gran innovador destaca en su narrativa las dificultades del delito, a través de una sucesión de carreras, persecuciones y equívocos. Como escribe Salvador Vázquez de Parga, «Westlake consigue demoler los más sagrados principios de la sociedad americana con una estruendosa carcajada».

En el verano de 1988, durante la Semana Negra de Gijón, tuve ocasión de charlar con Westlake durante una entrevista que compartí con mis amigos, el cubano Leonardo Padura, el norteamericano David Hall y la periodista catalana Rosa Mora. El gran maestro neoyorkino nos comentó:

—Mis novelas implican comedia, humor, movimiento, emoción al máximo. En una novela no cómica pasan cosas que impulsan al drama, pero el personaje siempre encuentra aparcamiento cuando quiere dejar su coche. Algo que no ocurre en la vida real. El escritor no debe sentirse cómodo dentro de un género, debe darle la vuelta y destacar las características que más le interesan de ese género. El humor es algo peculiar en mí y por esa razón lo destaco.

—¿En qué momento se encuentra su obra?

—En cuanto a los libros, la situación es interesante, aunque me asusta un poco. Tengo mucho más éxito que antes y por ese motivo las expectativas de creación se van estrechando. En Estados Unidos hay muchas personas que leen mis novelas y no quieren leer otra cosa que no escriba yo. Eso es frustrante, porque limita mi libertad. A la vez, en los últimos dos años he comenzado a trabajar para el cine. El año pasado, se hizo una película con un guión mío, titulada
El padrastro
, que recibió muy buena crítica, y ahora, como consecuencia, me piden que escriba más guiones para películas interesantes. Tengo encargados los guiones cinematográficos de dos novelas, una de Thompson y la otra de Eric Ambler. El mundo del cine está ampliando mis posibilidades. El género es muy flexible. Hay escritores que han llegado, han subido y se han ido.

Cartel de
El padrastro
.

—¿Por qué ha utilizado seudónimos para firmar su obra?

—Son como señales para que el lector sepa ante qué tipo de libro se encuentra. Conozco escritores que escriben obras bastante distintas con el mismo nombre, y a veces sus lectores se encuentran desorientados, si no defraudados. Cada seudónimo responde en su caso a un estilo diferente. Westlake implica comedia, humor, movimiento. Stark significa emoción.

—¿Westlake no implica también humor negro y parodia?

—Parodia no. Va a parecerles que estoy bromeando, pero no lo estoy. Opino que las comedias se encuentran entre las novelas más realistas que conozco.

—¿El humor es innato en usted o lo ha desarrollado por influencia de alguien?

—Es peculiar en mí. Cada género tiene ciertas escenas obligatorias, determinados personajes que deben salir e incluso determinados puntos de vista que los lectores esperan del autor. Los escritores encuentran un género con cuyas reglas del juego se sienten cómodos o intentan hacer otra cosa. Lo mejor es, sin salirse del género, darle un poco la vuelta a la tortilla y estar dentro de él.

—¿Cómo descubrió la novela negra?

—Cuando comencé a escribir, había leído todo tipo de historias, de relatos, y mis primeras historias fueron de ciencia ficción, de misterio, de comedia. Escribí mi primer relato cuando tenía once años. A los escritores que comienzan se les suele decir que escriban sobre aquello que conocen, pero el problema para un chico de once años es que no sabe nada, o no conoce nada. Conoce los relatos que ha leído y las cosas que ha visto, así es que mi primer relato trató sobre una matanza de bandas en un buque. Tenía veinte años cuando logré publicar mi primera narración en 1953. Se trataba de una historia de ciencia ficción basada en una anécdota, a partir de la famosa frase del patriota americano Patrick Henry cuando dijo: «Deme la libertad o deme la muerte». La narración se basó en la idea de que, mientras América fuera libre, Patrick Henry seguiría vivo. De modo que el cuento relata el día en que América perdió la libertad y nuestro hombre, como consecuencia, enfermó y murió. Sin embargo, mis narraciones de misterio obtenían una mejor respuesta del público y se publicaban más frecuentemente que las demás, así es que… Para mí, fue suficiente. Me gusta ir donde soy mejor recibido.

Lee Marvin y Angie Dickinson protagonizan
A quemarropa
.

—¿En qué ha cambiado el personaje del detective privado?

—Los detectives privados, como personajes, no existen en tiempos de guerra. Después de la Primera Guerra Mundial, en los años veinte, vuelven los detectives, que son políticamente de izquierdas los jefes y los empresarios son malos, los sindicatos son buenos y confías. Después llega la Segunda Guerra Mundial y los escritores tienden a ser de derechas, están intentando salvar el statu quo, es decir, sus propiedades, lo que ya tienen. Esto llega a su extremo total con el Mike Hammer, de Micky Spillane, que quiere matar a los jueces porque no son lo suficiente duros para proteger a la sociedad norteamericana. Y desde esta forma de pensar se llega, al cabo de veinte años y después del Vietnam —esa especie de Tercera Guerra Mundial para América—, a los detectives de «ala rota», personajes a quienes las emociones resultan molestas, pero que sucumben en ellas. Sí, los detectives más recientes son totalmente emocionales.

"Cada día, cuando nos levantamos, tenemos esperanzas y miedos sobre lo que espera en ese día. Mis temores siempre se cumplen, siempre he sido realista. Escribí sobre Parker y pensé en una historia para Parker en la cual tendría que seguir tratando de hacer siempre lo mismo. Cuando le expliqué el argumento a mi mujer, los dos nos echamos a reír. Lo peor que le puede pasar a un personaje serio como Parker es resultar humorístico, divertido, cuando no lo intenta ser. Entonces, tendría que encontrar a otro personaje para hacer ese trabajo.

—Y nació Joe Dortmunder, que está debajo de la ley, mientras Parker siempre se mantiene por encima de ella.

La ley es necesaria pero varía, es defectuosa, porque sólo puede tratar las normas generales y cada persona vive individualmente. Siempre existe un desfase entre el individuo y la ley. Parker y Dortmunder son dos ejemplos de ese desfase. Hoy día prefiero a Dortmunder porque puedo seguir escribiéndolo, y con Parker me ocurre lo contrario. Ya no me sale. En dos ocasiones empecé un nuevo libro con Parker, pero no resultaba real. Aquel no era Parker, sino otro personaje; alguien que intentaba ser Parker. El personaje se me había ido. Algunos me han preguntado: ¿Es el FBI tan estúpido y torpe como lo que describe en sus novelas? Las personas sin humor y las organizaciones sin humor siempre se entorpecen consigo mismas. Siempre meten la pata.

Angelica Huston, John Cusack y Annette Bening comparten cartel en
Los timadores
, guión por el que Westlake fue nominado al Oscar.

P
OSDATA SOBRE UN AUTOR TODOTERRENO

Donald Ewind Westlake falleció el 31 de diciembre de 2008, a los 75 años, víctima de un ataque al corazón mientras estaba de vacaciones en México con su esposa. Había nacido en Brooklyn el 12 de julio de 1933 y la ciudad de Nueva York fue el escenario preferido de sus historias. Publicó más de cien novelas. Además de su nombre, utilizó numerosos seudónimos: Richard Stark, Tucker Coe, Samuel Holt, Morgan J. Cunningham, Curt Clark (ciencia ficción), Jim Smith, Abby Westlake, Abe Levine, Timothy J. Culver, Alan Marshall, Edwin West, Judson Jack Carmichael.

Muchas de sus obras fueron llevadas al cine. Entre ellas,
The Outfit
(John Flynn, 1974),
Made in USA
(Jean Luc Godard, 1968),
A quemarropa
(John Boorman, 1967),
Un diamante al rojo vivo
(Peter Yates, 1972),
El loco, loco asalto a un banco
(Gower Champion, 1974),
Two much
(Fernando Trueba, 1996),
Payback
(Brian Helgeland, 1999) y
Arcadia
(Costa-Gravras, 2005). Fue un apreciado guionista cinematográfico:
Materia caliente
(1979),
El padrastro
(1987),
Los timadores
(1990, por la que fue nominado al Oscar) y
Mr. Ripley Return
(2004). Y para la televisión adaptó las novelas de Ed McBain en la serie
87th Precint
.

Para acercarnos a lo mejor de Westlake, y entender sus distintos registros, vale la pena leer estas trece novelas publicadas en España:

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