Amos y Mazmorras I (34 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—Necesitaba salir de aquí, señor —contestó sin alzar la voz—. Quería tomar un poco el aire.
El silencio se alargó más de la cuenta, pero ninguno de los dos se movió.
—¿Puedo subir a cambiarme, señor?—preguntó con voz suave y disciplente. Por el rabillo del ojo observó cómo Lion tomaba aire y se tensaba ante su educada pregunta.
—Te ayudaré a cambiarte. —Se levantó de la butaca.
—No hace falta, señor.
—Sí hace —contestó tenso—. No has visto el vestido.
Cleo pensó en el tipo de disfraz que debía llevar, y sintió arcadas imaginándose que debía ir en plan conejita o algo por el estilo. Pero cuando se fijó en el frac de Lion, todo vestido de negro, excepto por su pajarita blanca, todos sus pensamientos se dispersaron.
Iba tan guapo. Tan viril y masculino. Con su tez oscura y su antifaz blanco, estaba arrebatador.
Si él iba así, ¿cómo iría ella?
Subió las escaleras sabiendo que Lion la seguía a su espalda y entró en la habitación, manteniendo los hombros rectos pero la cabeza inclinada y la mirada hacia abajo, en actitud sumisa.
En la cama perfectamente hecha, yacía un precioso vestido negro con lacitos rojos, del mismo color que su pelo. La falda abombada era roja y negra. Un vestido de época victoriana con corsé de seda y raso.
Lion la colocó delante del espejo, y la desnudó sin decir ni una palabra, mirándola a través del espejo. Cleo no apartaba sus ojos del suelo en ningún momento.
Lion apretó los dientes y cuando le quitó las braguitas le acarició las nalgas con suavidad. Cleo era suave y perfecta. Dulce y bonita pero, al mismo tiempo, perversa y provocativa en su supuesta inocencia.
Como él tampoco tenía ganas de hablar, aceptó su papel. Si Cleo fingía ser una sumisa perfecta, mejor para su misión.
Mejor para ambos. Menos discusiones, menos peleas, y podrían centrarse en lo que de verdad importaba.
—Llevarás estas ligas y estas braguitas rojas —le dijo mientras se las subía por las piernas, hasta cubrir su sexo. Ajustó las ligas a sus muslos y subió sus medias rojas hasta pinzarlas con los enganches.
—Sí, señor.
—Vas a estar preciosa, Cleo.
Ella tuvo el buen tino y el descaro de sonrojarse como una tímida y perfecta sumisa, cuando ella no era tímida para nada.
—Gracias, señor —contestó.
Lion tomó aire por la nariz y su pecho subió y bajó oscilando al mismo ritmo que su paciencia. Estaba bien, pero esa no era Cleo. No obstante, seguiría jugando y manteniendo aquella actitud. Mejor así que aguantar sus ojos verdes despechados y heridos, llenos de decepción.
Él la había decepcionado y tenía que asumirlo.
Tomó el vestido y se lo colocó como un perfecto sastre. Primero la falda con el canesú; después el corsé, que alzó sus pechos de manera considerable y casi insultante.
—¿Puedes respirar?
—Sí, señor.
—¿Te lo aflojo un poco?
Cleo observaba atónita su reflejo en el espejo. Dios, parecía la mujer del demonio; y Lion era Satán.
—No, señor. Está bien así.
Lion sonrió ligeramente al ver el asombro en los ojos verdes de la agente Connelly. La verdad era que quitaba el hipo. Le pasó los dedos por los hombros desnudos y por el escote.
—Voy a tener muchos problemas esta noche —murmuró Lion abriendo la palma para cubrir la unión hipnotizadora de sus senos.
«Eso es, tócame Lion, porque voy a convertir tu vida en un maldito infierno. Voy a hacer que te sientas tan incómodo conmigo que espero que, cuando acabe la misión, te alejes de mí para siempre».
—Espero que no, señor. No quiero importunarte en nada—«No, no quiero importunarte en nada, cerdo».
—No será tu culpa, Cleo. Los hombres se vuelven locos ante los caramelos apetecibles. ¿No lo sabías?
Cleo se encogió de hombros.
—No debemos llamarnos por nuestros nombres. Tú puedes llamarme señor y yo te llamaré Lady Nala. ¿Qué te parece?
—Muy Disney, señor. El rey león se empareja con Nala en la película. Pero no me extraña nada tu agudeza, señor. Eres tan inteligente —alargó el «tan» un poco demasiado.
Lion achicó los ojos azules. ¿Debía pasar por alto sus impertinencias porque estaba enfadada con él? ¿O, como amo que la estaba disciplinando para el rol debía castigarla? Lo decidiría al regresar de la fiesta.
—¿Quieres ir con el pelo suelto o recogido?
—Prefiero ir con el pelo medio recogido.
—Entonces eso deberás hacerlo tú. No se me dan bien los peinados, señorita.
—Lo dudo, señor. A ti se te da bien todo.—«Una sumisa sabe halagar al amo», recordó. «Púdrete, Lion. Y mira lo bien que lo hago».
Lion dejó de tocarla y escondió sus puños cerrados en los bolsillos de su pantalón.
—Fantástico. —Se inclinó sobre su oído y, mirándola a los ojos, le ordenó—: Deja de mirar al suelo y mírame.
Cleo dio un respingo con inocencia, como si no supiera que estaba haciendo eso a conciencia.
—¿Señor?
—¿Me estás halagando gratuitamente, Cleo? Porque no deberías hacer eso. No quiero que me hagas la pelota. Si crees que debes felicitarme por algo, hazlo; pero no des cumplidos sin razón. No me gusta.
—Para nada, señor. —Alzó los ojos y lo enfrentó directamente en el espejo—. Señalo tus aptitudes, que son muchas. No es tu culpa ser tan perfecto.
Tan cerca como estaban, vestidos de aquel modo, él tan moreno y ella tan pálida, con esas ropas tan sexys y elegantes, casi parecían la pareja perfecta; o, al menos, una de esas que inspiraban los libros románticos que su madre, Darcy, acostumbraba a leer.
Pero su historia no parecía ser una historia de amor.
Lion lo había dejado muy claro.
Era su amo; no su pareja.
Era su superior; no su amigo.
El sexo, o su disciplina, como él prefiriese, era un medio para llegar a un fin. Casi parecía que estaba prostituyendo su alma, aunque lo hiciera con un hombre que tenía el don de atraerla como la miel a las abejas.
Lion frunció los labios en una fina línea y dio dos pasos para alejarse y tomar su antifaz rojo entre las manos.
—Cuando acabes, ponte esto.
—Sí, señor.
Iba a dejarla sola, porque se estaba poniendo nervioso con aquella educación fría y distante. Pero se detuvo y le dedicó una mirada prendida en el fuego más sincero.
—Serás la más bonita de la fiesta, Cleo.
—Entonces haremos muy buena pareja, señor —murmuró con toda la ojeriza que pudo maquillar, acompañada con una sonrisa espléndida—. El zorro y la zorra.
Lion rechinó los dientes, pero se obligó a inclinar la cabeza como un caballero.
—Ese comentario te ha hecho perder puntos como sumisa, Cleo; y como dama, todavía más. Qué pena, parecía que íbamos por buen camino... Deberías mantener a raya tu carácter —le dijo mientras cerraba la puerta a sus espaldas.
—No tienes ni idea de cómo es mi carácter —susurró mirando la puerta cerrada—. Pero te juro que voy a hacer que te comas todas tus palabras hirientes, Lion Romano —acarició su antifaz rojo con la punta de los dedos—. Una detrás de otra.

 

 

 

La Mansión LaLaurie era una de los puntos visitados en el
tour Bloody Mary
. Nueva Orleans estaba llena de tours para visitar cementerios, lugares claves de la práctica de vudú y sitios encantados como ese. De hecho, la cultura de la magia, los hechizos, los zombis y todo tipo de fatalidades y criaturas mitológicas estaba muy arraigada al carácter supersticioso de los orleaninos.
En ese momento, la estaban remodelando para que se convirtiera en apartamentos de lujo. De hecho, la casa era bonita, de arquitectura francesa, como casi toda Nueva Orleans y el French Quarter. El actor Nicholas Cage la compró; pero al no poder pagar el IRS porque era muy alto, la perdió.
Mientras tanto, y gracias a algunos contactos exclusivos del organizador de la fiesta clandestina BDSM, la utilizaban para sus propios menesteres solo durante esa noche.
A Cleo el lugar le ponía la piel de gallina; pero también le erizaban la piel algunos amos y sumisas que había oteado en el interior de la sala de baile.
Algunas llevaban collares de dominación tan grandes que parecían caballos; después, estaban los típicos y típicas que lucían a sus sumisos y sumisas con cadenas atadas al cuello.
Por supuesto, esos eran los más extremistas; aunque lo más curioso de todo para Cleo era comprobar lo felices que ambos se veían por verse así.
Allí nada era humillante, ni degradante. Nada era demasiado escandaloso. Todos vivían el BDSM a su manera.
Lion y ella no se hablaban. Si Lion le preguntaba algo, ella contestaba con síes y noes escuetos y tímidos.
Hasta que le mató lo curiosidad; y mientras bebía un poco de ponche que él le había traído, le preguntó:
—¿Puedo hacerte una pregunta, señor? —Habla —contestó secamente, mirando con desaprobación y desafío a los hombres enmascarados que se acercaban demasiado a Cleo.
—¿Quién ha organizado esta cena?
—Los miembros de BDSM de Nueva Orleans.
—¿Y tú formas parte de ellos?—Cualquier pregunta que le hacía, no le miraba directamente a los ojos, en señal de respeto y sumisión; y la verdad era que se lo estaba pasando de muerte actuando así.
—Sí. Pero por mi trabajo no vengo nunca.
—Te tienen en cuenta, al menos. Pero es normal; mi señor es excelente.
Lion la miró de reojo.
—Estoy añadiendo azotes, Nala. No me hartes.
—Pero no lo entiendo, señor —protestó fingiendo arrepentimiento—. No he hecho nada que le pueda importunar, ¿verdad?
—Te estás riendo de mí. No me gusta. Te conozco lo suficiente como para saber que tu comportamiento sumiso es ficticio. Finges.
Oh, pero Lion no la conocía. Él creía que sí, porque Cleo había sido transparente y honesta con él, siempre, sin subterfugios. Sin embargo, no conocía a la Cleo que no se daba a los demás; y menos a quienes la habían herido.
—¿Me conoces, señor? —dio un sorbo a su ponche.
—Sí.
—Por eso eres tan buen amo, señor.—Lo alabó de nuevo, con un tono dulce y afable—. Un buen amo debe saber en todo momento cuáles son las necesidades de su sumisa —repitió uno de los códigos de dominación y sumisión.
—¿Quieres ser una sumisa de verdad, Lady Nala? —se acercó a ella, irritado y confuso—. Porque si es así, soy capaz de hacerte un
spanking
público como el que Brutus le está haciendo a esa chica con peluca blanca. Mira cómo tiene las nalgas: están tan rojas que parece que vayan a estallar —gruñó rozándole el lóbulo con los labios—, y mírala a ella, cómo disfruta. Estoy convencido de que, si la toca entre las piernas, se va a correr. —Y eso mismo hizo otro amo. Se acercó a los dos, y Brutus le dio permiso para que la tocara. La joven se corrió como una loca desatada.
—Si eso le hace feliz, señor —contestó Cleo, asombrada por las demostraciones públicas que se estaban dando en medio de la sala entre amos y sumisas.
—¿Ah, sí, Lady Nala? —Se colocó tras ella, y le acarició los hombros hasta deslizar sus manos por los brazos. La besó en la garganta; y ella intentó apartarse como si la proximidad con él la asustara, o peor, la repeliera; pero rectificó rápido y se obligó a relajarse. Lion nunca había sido rechazado antes. Y Cleo le había dado la primera, pero leve, bofetada—. Mira a esa ama de ahí. Le está dando con el látigo en el pecho a su sumiso enmascarado y descamisado. Él se queja, pero después de que el látigo le toca la piel fíjate qué exclama.
Cleo prestó atención.
—¿Qué dice, nena?
—Dice «gracias, domina» —contestó con los ojos dilatados.
—¿Te ves capaz de hacer eso? ¿De exponerte en público y de agradecer lo que te haga? —acarició su vientre plano y después subió las manos hasta cubrirle los senos.
Cleo apretó los ojos durante unas décimas de segundo, pero después se autoimpuso abrirlos. Frente a ellos, ya tenía a varios voyeurs.
—Frente a ti, en esta sala, hay hombres y mujeres que están deseando ver tu cuerpo hermoso —continuó azotándola con su lengua—. Como ves, hay de todo: mujeres y hombres, jóvenes y mayores, gays y lesbianas; hay obesos y obesas, delgados y delgadas, altos y bajos, muy musculosos y muy fofos... El BDSM es como la vida misma. Hay de todo. —Pasó sus labios por su nuca mientras apretaba y relajaba sus pechos—. Pero no tienen ningún miedo a exponer sus cuerpos o a mostrarse tal y como son frente a los demás. Se han aceptado a sí mismos y han aceptado su placer. Son libres. A algunos no los habrás visto en la vida; a otros los verás muy a menudo. Pero el mundo del BDSM es muy discreto e íntimo. Todos se tienen demasiado respeto los unos a los otros como para revelar identidades.
Cleo cerró los ojos, esta vez ida por la música, el tono seductor de Lion y la magia de sus manos. ¿Se estaba excitando? Se estaba excitando, sí.
—Son valientes. ¿Tú eres valiente, Cleo? —preguntó pellizcándole los pezones por encima del corsé—. ¿Tienes los ojos cerrados? Dios... Lo que provocas en los demás solo con permanecer así, sumisa ante mí... —La voz de Lion también era ronca—. Mira lo que provocas en mí —adelantó su pubis y la rozó con su erección—. ¿Te gusta eso? ¿Te gusta tener ese tipo de poder?
¿Le gustaba? ¿A ella le gustaba eso? Una vez, Lion le dijo que tenía alma de provocadora. ¿Sería cierto?
—Sí, señor.
—En el torneo vas a volverles locas y locos a todos, Cleo. Lo sé. Y me pone nervioso. Abre los ojos y mira lo que haces.
Cuando abrió los ojos, tenía delante a bastantes parejas bebiendo ponche, mirándoles entretenidos, excitados y felices, algunos más divertidos que otros. Para ellos era como contemplar arte en movimiento. Si había algo lascivo o no en ello, no lo podría averiguar, esa era la verdad; pero parecía que disfrutaban más de su actitud y de su disponibilidad al escuchar a Lion, que del hecho de que todo ese contexto y todos esos precalentamientos llegaran a un fin sexual.
Hasta que alguien entre la multitud dijo:

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