Amor y anarquía (37 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Amor y anarquía
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—Está bien, déjenlo, ya está bien, compañeros.

Daniele Genco sería hospitalizado con muchas contusiones y una vértebra lesionada. Más tarde otros periodistas serían corridos a pedradas de los alrededores de la iglesia.

"El funeral fue un momento de gran tensión, de conmoción colectiva", dirá Ita, ocupante del Asilo. "No sabíamos si, al final, iban a dejar venir a Sole. Que la dejaban, que no la dejaban, había cantidad de versiones. Estábamos por meter el cajón en la fosa y vimos que llegaba el camión celular: ésa debe ser Sole, la dejaron. Y finalmente la vimos bajarse rodeada de guardias de Le Valette: todos nos pusimos a llorar, ella y nosotros".

La jueza la había autorizado a último momento: es probable que haya influido la presión de un grupo de parlamentarios —Cento, Colombo, Gardiol y Valetto— que amenazaron con una huelga de hambre. En el cementerio de Brosso, Soledad se mezcló en un abrazo con Paola Massari: las dos juntas lloraron un rato largo. A su alrededor sus compañeros gritaban 'Libertad para Sole y Silvano'. Ya llovía.

"Entonces la aplaudimos, todos tratábamos de tocarla, de abrazarla", dirá Ita. "Al principio los guardias se asustaron y se pusieron duros, después se dieron cuenta de que queríamos tenerla entre nosotros y hubo tironeos, nos la disputábamos. Ella nos saludaba a todos, nos abrazaba, nos besaba. Un poco contenta de vernos, muy triste por la muerte de Edo. Después hubo un largo silencio y nos quedamos todos frente a la fosa, callados, muy emocionados".

Hasta que Soledad hizo un chiste. Dije: un chiste. Señaló a Luca, su marido por ley, y al ataúd y dijo:

—Aquí mi marido, aquí mi amante.

Y todos se rieron; fue un momento de distensión extraña. El cajón seguía cubierto por la bandera negra y había, sobre ella, un cartel manuscrito por Soledad: "Vivir fuera de las leyes que esclavizan, fuera de las reglas estrechas, fuera de las teorías formuladas para las generaciones futuras. Vivir sin creer en el espejismo del paraíso terrestre, vivir para la hora presente y más allá del espejismo de la sociedad futura. Vivir y palpar la existencia del placer, orgulloso de las guerras sociales, es más que un estado mental: es una forma de ser, ya mismo. Baleno".

Soledad lo miraba, lloraba, se enjugaba las lágrimas con el revés de las manos. "Cuando salí de la cárcel para el funeral", escribiría esa noche a sus compañeros del Asilo, "pensé cuánto me gustaría llevar algo para dejarle a Edo, pero me revisan 20.000 veces por día, era imposible, ni siquiera me dejaron una cartita que le escribí para llevarle. Pero cuando llegué, mágicamente vi que estaba con él esa frase. La escribí yo, ésa era mi letra. Me acuerdo del día que la escribí. Es una frase del '68, yo la había encontrado entre cosas que él había escrito y como me gustó tanto la transcribí en una hoja grande y la pegué en la pared al lado de la estufa. ¿Entienden? Qué bueno, siento como que ustedes entendieron mi deseo de dejarle algo importante, y era esa frase".

—Edo no está ahí.

Dijo Soledad, señalando el cajón al borde de la fosa. Un centenar de puños se levantaban hacia el cielo.

—Yo lo veo en las caras de todos ustedes.

Alguien le había dado un ramo de flores amarillas. Entre varios empezaron a bajar el ataúd: Soledad besó sus flores y las tiró en la tumba.

—Chau, Baleno, hasta la vista.

Dicen que dijo por segunda vez.

2. UNA MARCHA

"Qué lindo. Hoy pude abrazarlos a los dos y me sentí muy bien, si me puedo permitir decirles que ahora para mí ustedes son como papá y mamá", les escribió esa tarde Soledad a los padres de Edoardo. "Los míos están muy lejos y los necesito tanto, en este momento es bueno saber que ustedes están acá, me dan mucha fuerza. Siento que Edo está entre nosotros, libre, miro el cielo y puedo verlo, miro adentro mío y lo encuentro. Sólo no está materialmente, pero aparece en nuestros gestos, en nuestras acciones. Esta tarde había una mujer rubia con ojos azules y con su hija, también rubia, de ocho o diez años. ¿Ustedes saben quiénes son? No pueden imaginar la fuerza que esa nena me transmitió. Si ustedes la conocen díganle cuánto bien me hizo sentir, sus ojos se acercaron a mi corazón. ¿Saben qué me dijo la madre? Mi hija querría ser como Edo y como vos, y yo le dije que seguro que sería mejor".

A las siete de la tarde Soledad ya estaba de vuelta, escribiendo en la prisión, cuando escuchó la música. Se asomó a una ventana: allá abajo, en la calle, sus compañeros la saludaban con un concierto de rock, bengalas y petardos. "Nosotros estábamos todos juntos, nos alentábamos y consolábamos los unos a los otros", dirá Ita, "pero ella estaba sola, tenía que volver a su prisión con todos estos guardias, una situación horrible, dolorosa. Por eso fuimos a acompañarla esa noche".

"Amigos, son las diez y todavía puedo escucharlos del otro lado del mu ro. Esta noche no hay muros. Para mí estos muros son sólo un símbolo que con mi fuerza y la de ustedes dejará de existir", escribió Soledad a sus compañeros.

"Escuché todo y fue muy bello, estoy llena de fuerza, pero la sensación más bella es que por prime ra vez en estos meses todas nosotras, las detenidas, hemos estado juntas.

"Estábamos todas en las ventanas, gritando y bailando, haciendo luces con los encendedores. Hoy por primera vez desde la muerte de Edo agarré su foto, él bailó conmigo, definitivamente está entre nosotros.

"Cuando se prendió la bengala tuve una sensación extraña, dos sensaciones: por un lado una bella luz en el cielo, una estrella, una luz de libertad, pero al mismo tiempo vi la maldita acusación que pesa sobre nosotros. En ese momento grité espontáneamente 'cuidado, por una bengala así nos metieron en cana'".

Soledad estaba agotada. Esa noche, por primera vez, durmió horas y horas de un tirón.

Al día siguiente los ataques contra los periodistas en Brosso Canavese se convirtieron en titulares de primera página. La prensa reaccionaba y cerraba filas en su propia defensa. "Pensé: ahora me matan", titulaba
La Stampa
bajo una foto de Daniele Genco.

—Yo soy no violento y por lo tanto condeno esta agresión... pero hago notar que no todos los periodistas fueron agredidos.

Dijo al día siguiente, casi pícaro, el obispo Bettazzi.

—Y se podía respetar la voluntad de los familiares, que habían pedido una ceremonia privada. En los funerales de Giovannino Agnelli la privacidad fue perfectamente respetada. ¿Por qué en los de Massari no?

Es cierto que los poderosos no necesitan pegarle a un periodista: para eso tienen policías alrededor. Mucho después Luca me dirá que, por su carácter, quizás él no le habría pegado: es una muestra de cómo se definen las conductas dentro del anarquismo: "Yo los habría obligado a alejarse de otro modo. Yo actúo a mi modo pero no le voy a decir nada al que actúa de otro. Ni condenarlo ni darle lecciones de moral. Si alguno decide quemarle un coche a un periodista o pegarle, a mí puede no gustarme, pero esa es mi valoración personal; si tengo la ocasión se lo digo al que lo hizo, pero no voy a hacer una declaración pública, no voy a decir que estoy en contra de eso".

Las relaciones de los squatters con la prensa siempre fueron conflictivas; en general, los movimientos contestatarios suelen cuidar sus contactos periodísticos: consideran que una buena difusión de sus hechos es necesaria para su proyecto. Los squatters, en cambio, no tienen esa idea y, además, siempre se sintieron maltratados por los "plumíferos del sistema".

—¿Dónde estaban, turros, cuando nosotros queríamos hablar con ustedes? Cuando los llamábamos, cuando queríamos que informaran sobre un desalojo... Ahora, hijos de puta, vienen a lucrar con el muerto. Hacen diagramas sobre qué come un squatter, cómo se viste un squatter, qué música escucha. Todo confuso, achatado, todo igual. Yo soy una marginal pero soy sobre todo una persona. Y siempre estuve acá, pelotudos.

Escribió un periodista que le dijo, en esos días, una anarquista en la puerta del Delta House Ocupada de la via Stradella. "O sea que teníamos una voluntad muy fuerte de no tener ninguna comunicación con ellos, porque los considerábamos responsables de lo que había pasado", dirá Luca. "Uno de ellos, incluso, que había sido un militante importante de la izquierda en los setentas, nos acusaba de talibanes 'porque no queríamos tener relaciones con el mundo exterior': para ellos, el hecho de no querer hablar con los periodistas significaba no querer relacionarse con el mundo exterior, de encerrarnos en nuestro espacio". Para muchos sigue siendo incomprensible: en una sociedad dominada por la difusión periodística los que eligen no participar del mecanismo —que les parece profundamente desconfiable— son criaturas insensatas. Como si fuera impensable elegir otros terrenos de comunicación y de combate —fuera de la prensa. "Encima los tipos habían descubierto el fenómeno squatt: por un lado hacían esta campaña; por otro habrían pagado oro por hablar con nosotros, por poder decir 'hemos entrevistado a los peligrosos squatters, hemos ido a sus casas'. Nosotros los rechazábamos sin vueltas, teníamos muy claro qué posición tenían frente a nuestras actividades: siempre trataron de anular nuestro movimiento, de mistificarlo para alejar cualquier simpatía que la gente pudiera tener por nosotros".

Los ejemplos abundan. Uno de los más elocuentes es, quizás, el artículo publicado en esos días por el semanario
Panorama
y firmado por un señor Vittorio Feltri: "Así que (los squatters) redescubrieron uno de los más antiguos medios de vida: la limosna. Algunos dan vueltas por la ciudad con una jauría, pero no van a la caza del zorro; se trata de actividades venatorias de otro género, las presas son los billetes que esos delincuentes burgueses, apiadados de esos pobres animales pelones, sacan de sus portafolios. El único problema está en distinguir entre los mendicantes quién ladra y quién lleva, porque la abundancia de pelos y pulgas y mugre constituye un denominador común entre bípedos y cuadrúpedos. Los squatters no son todos así. Hay peores. La mayoría vive en los centros sociales, se nutre de cerveza y huye con puntillosa regularidad ante cualquier ocasión de trabajo. Canta y expresa su creatividad escribiendo las paredes en un lenguaje incomprensible para la gentuza como nosotros que, por diferente, resulta castigada a golpes y patadas. (...) No tienen nada que decir y han elegido invertir su energía no en la conversación, sino en actividades más serias. Como la preparación de cartas-bomba y molotovs para lanzar, en lugar de mensajes verbales, durante sus gozosas manifestaciones. (...) No hacen nada, comen y si no comen beben, bailan, atormentan guitarras, pasean a menudo por los paraísos artificiales, presumiblemente entre hombres y mujeres el cortejo es ligero, no pagan el alquiler, al vestido no dedican atención, jabón y champú no los tientan, para mantenerse en forma no invierten en gimnasios, con todos los adoquines que hay para tirar".

El retrato es perentorio, y su autor quizás coincidiría —desde enfrente— con Luca, el ocupante: "Hay una cosa muy interesante que dijo el fiscal al final del proceso contra Silvano: nosotros nunca pensamos que estos tres pudieran poner en peligro al Estado, porque el Estado tiene miles de personas armadas, dotaciones, aviones, todo, y estos tres no lo podían poner en crisis, decía el fiscal. Pero la vida que llevaban, la forma en que actuaban podía ser un ejemplo de rechazo del sistema que podía resultar contagioso. Como quien dice 'no nos asustaban, pero eran un ejemplo pésimo para la gente normal'; esa era la 'peligrosidad social' de la que tanto hablaban. El ejemplo de quien consigue vivir sin inclinar la cabeza ante ellos, y que muestra que eso es posible, practicable, que se pueden crear agujeros que incluso pueden agrandarse, si todo va bien, y que todo eso no es absurdo, que no es utópico. Eso era lo que no soportaban".

Una docena de periodistas esperaba. Hacía media hora que esperaban algo y no terminaban de saber qué sería. Eran casi las cuatro de la tarde: ese mediodía los okupas los habían llamado para convocarlos a una conferencia de prensa en el local municipal de Porta Palazzo y allí estaban, frente a una mesa a la que se sentaban tres hombres y cuatro mujeres en silencio, que los miraban y miraban sin palabras. Algunos periodistas empezaban a sudar de los nervios. Detrás, policías de uniforme y de civil, no fuera que. Sólo se oía el ronroneo de las cámaras de televisión.

De pronto Luca se levantó y extendió unos papeles sobre la mesa: papeles amarillos de carnicería. Y los siete sacaron bolsas de plástico de bajo la mesa y los fueron vaciando: dejaban sobre el papel cabezas de conejo, higaditos de pollo, rodillas de cordero, intestinos de vaca. La sangre chorreó sobre la mesa; el silencio se volvió más pesado.

—Esto es lo que ustedes quieren: morfénselos. Hasta luego.

Dijeron los okupas, y se fueron. "A mí me gusta más hacer esas cosas, este estilo de intervención conceptual", dirá Luca varios años después.

—Hola. Tengo una noticia. Acabamos de salir del Continente, el supermercado. Éramos unos cincuenta, y teníamos hambre. Encontramos muchas cosas buenas. Gelatinas, salmón, champagne. Comimos de todo.

Contaba, tres horas más tarde, un squatter por teléfono en directo por Radio Black Out. La comida, dijo, era una forma de poner en escena su solidaridad con la huelga de hambre de sus compañeros presos. Su relato era goloso:

—La gente nos miraba y preguntaba: ¿ustedes quiénes son? Los de los centros sociales. No entendían. Somos los squatters, les explicamos. ¿Entonces ahora van a romper todo? No, teníamos hambre y comimos. Habíamos puesto un cartel: 'Tenemos un hambre de lobos grises'. Nadie nos detuvo. Los estamos filmando a todos, nos dijo uno del hipermercado. Afuera había un guardián, un viejito de sesenta años que tenía una pistola y se paró delante de nosotros. Pero sus propios colegas de la seguridad se lo llevaron. Ahora nos vamos, que están llegando los patrulleros de la policía. Nosotros, las Moscas blancas, hemos actuado otra vez. Ch au, hasta la próxima.

Y la radio puso su jingle de esos días: "No le crean a la prensa, no le crean a la prensa", y siguió con su campaña:

—¿Qué hacían ayer un obispo bueno y un cura bueno en el funeral de Baleno? Nos quieren usar, está claro. Con los curas y los obispos, nosotros, ¿qué tenemos que ver? Nada, nada que ver. Mañana seremos tantos, están llegando adhesiones de toda Italia, incluso algunas que no agradecemos. La de Refundación comunista, por ejemplo. ¿Qué vienen a hacer? Y no queremos encontrar periodistas en la marcha: lo repetimos ahora, así por lo menos no pueden decir que no sabían. Nosotros, los squatters —les gusta este nombre, ahora, ¿no?— decimos fuerte y claro que la relación con ustedes no nos interesa, que la primera página nos importa un carajo. Y mañana vamos a ser tantos...

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