"Sole participaba en todo lo que hacíamos, volanteadas, manifestaciones en la puerta de la cárcel. Ya de movida entró en esta vida... nueva, ¿no?", dirá Ita Primavera. "No, no era de esos que hay que ir a golpearles la puerta de la habitación. Era muy activa. Era una militante. Bueno, una militante en nuestro estilo, no aquello de ir a repartir volantes a las puertas de la fábrica a las cinco de la mañana. Pero enseguida se mostró muy dura, en algún enfrentamiento con la policía, en sus juicios sobre ellos, sobre los jueces. Sí, era una dura, la recuerdo como una dura".
Silvia Gramático también se llevaba muy bien con la gente del Asilo pero no tenía ninguna intención de quedarse en Turín: quería seguir su viaje. Soledad y Silvia discutieron: Silvia hizo un último intento por convencerla de que la acompañara.
—Acabás de salir, Sole, recién saliste al mundo y ya querés parar...
—Vos no entendés, Ma. ¿Cómo me voy a ir ahora? ¿Nunca te pasó de pensar que de pronto encontraste tu lugar en el mundo?
"Ella estaba encantada", dirá Silvia Gramático. "Descubrió que se podía vivir distinto, lo opuesto a todo lo que le habían transmitido, y no lo quería dejar por nada del mundo. Y yo tenía que irme, mi parte ya estaba cumplida. Yo le decía 'Sole tené cuidado, vos no tenés documentos, si te agarra la policía te raja, si querés quedarte lo que tenés que decir es que te encontraste unos chicos y te trajeron a la casa, que vos no sabés ni siquiera que está ocupada'. Ella me decía que sí, pero... yo tampoco era su mamá, ¿no? Tengo una última foto de ella abrazándonos en la estación de Domodossola, que vino a despedirme y se quedó unos días".
—Solamente te pido que me prometas una cosa, Sole.
—Lo que quieras, Ma, decime.
—Tenés que cuidarte con el tema de la heroína. Eso no es joda, nena. Ahí sí que si te enganchás no te saca nadie.
—No te preocupes, Ma, no te preocupes.
—¿Me lo prometés?
—Sí, claro.
"Cuando me fui estaba tranquila", dirá Silvia Gramático. "Yo sabía que ella ya tenía amigos, que no se iba a enganchar con la heroína, que era lo que más miedo me daba. Ella me lo prometió y no se enganchó. Pero la muerte se encuentra de muchas maneras, de tantas formas raras...".
Soledad estaba, por una vez en su vida, extrañamente en paz. Justo cuando vivía con el riesgo permanente de la expulsión, en una situación nueva y precaria, sin ningún recurso claro en caso de problemas, se sentía tranquila: tenía la sensación de que sabía lo que estaba haciendo y que hacía lo que quería.
—¡Gingo, venga para acá!
Soledad no sabía vivir sin perros y Gingo era su amigo en el Asilo. Gingo había sido el perro de Dennis; ahora lo cuidaba Giorgia, su novia, pero Soledad también se ocupaba de él.
—¿Viste qué bien que está Gingo, Ibra, qué tranquilo? ¿Sabés qué? Me parece que él se da cuenta de que Dennis está acá con nosotros.
"Soledad siempre trataba de tranquilizar a los demás con esas cosas, con esa creencia", dirá Ibrahim, ex ocupante del Asilo. "Nosotros hablamos de eso muchas veces, porque es algo que a mí también me interesa mucho: ella estaba convencida de que el alma seguía viva, que una persona no se puede morir así, no es sólo materia, no puede desaparecer así en un momento". Y esa idea le servía para consolarse de la muerte de Dennis, entre otras cosas. Porque a veces se sentía un poco sola:
"Acá es un poco extraño. Porque familia no tengo y amigos sí, pero no esos de siempre, no los hermanos", le escribió a Ezequiel Gramático. "Es tan diferente acá la gente. Es tan fría que ahora que es invierno y hace mucho frío siento que me congelo.
"Acá no estoy sola, estoy con Andrea (un chico) pero en estos días me estoy dando cuenta que entre nosotros dos hay mucha diferencia. Él tiene 10 años más que yo y lo que yo creo que todavía podemos cambiar en este maldito mundo, él ya no lo cree.
"Yo todavía, y más que antes, creo que se puede cambiar este mundo sucio de poder y de dinero, creo, y lo hago, en vivir fuera de las normas que establecen otros y pretenden que cumplamos. Y me rebelo ante cualquiera que quiera imponérmelas. Y esto me lleva a actuar de cierta manera cada día. Y claro que esto implica un riesgo, pero prefiero no transar por comodidad, porque de lo que hago y lo que pienso estoy convencida. No sé si me equivoco o no, pero sólo puedo hacer lo que siento".
—Odio que vayas a robar a los supermercados. Si querés estar conmigo no lo sigas haciendo, ¿me entendiste?
—¿Ah, sí?
—Sí, me da vergüenza cuando hacés esas cosas. Me parece que no entendés que lo que importa son los placeres de la vida. Irse a la montaña, tranquis, bañarse en el río, fumarse un porrito...
—Yo lo entiendo, claro que lo entiendo. Entonces dame plata para ir al supermercado...
—¿Sabés que sos, vos, Sole? Sos una ladrona de gallinas. Eso es lo que sos.
—Sí, una ladrona de gallinas. Pero bien que te las comés, vos, las gallinas que yo robo.
Sus problemas con Andrea/Tarzán no eran sólo ideológicos. "Tarzán era un tipo particular: una buena persona, pero tenía un carácter de mierda", dirá Stefano. "Era rencoroso y tenía accesos de rabia realmente exagerados. Era bastante taciturno, encerrado, aunque podía ser muy simpático y sociable cuando estaba de fiesta. De esos que no les gusta decir lo que piensan sobre cierta gente o ciertas situaciones, se lo guardan y después, cuando lo sueltan, lo hacen con demasiada violencia porque no entienden que si pudieran ir diciendo las cosas de a poco todo sería mucho más fácil. Con Soledad él era muy celoso, le gritaba, la trataba mal cuando se cabreaba. Seguramente en otros momentos era dulce y amable, si no, ella no habría estado con él, pero tenía a menudo estos accesos de furia que...".
Que provocaban pelea tras pelea. En esos días, tras el primer entusiasmo, Soledad tuvo un golpe de desazón. Nadie sabrá nunca exactamente qué pasó. Sólo queda, de ese desasosiego, el borrador de una carta que Soledad nunca mandó, unas pocas líneas garrapateadas en un cuaderno con un Pato Donald en la tapa: "Chau a todos. No pensaba irme así pero me doy cuenta de que no tengo la madurez para estar en este lugar. ¿Qué puedo decir? Creo poder llevarme el mundo por delante pero esto me hace dar muchos golpes y hoy estos golpes me duelen. No los aguanto. Lo siento mucho, me dispiache tanto porque los quiero a todos y me dieron tanto. Dejo esta carta porque no me gusta despedirme", dice y, al final, en una posdata para Francesca, otra ocupante: "Fra, amiga, relajate y disfruta. No hagas como yo, que querés hacer todo por la aceptación de los demás. Se paga muy caro". Soledad nunca mandó esa carta. Y poco después, cuando decidió dejar el Asilo, sus razones fueron muy distintas.
Esa hojita complica mi relato: por qué, cómo fue que pensó en irse. No encuentro más indicios, al contrario: la tenemos encantada con su vida en el asilo, con su nueva vida, internándose cada vez más en su elección y, de pronto, una carta anuncia su partida. Quien escribe una historia la tiene a su merced: yo podría elegir obviar aquella hojita, pero al final decido incorporarla: supongo que me cohibe todavía cierto mito de lo que llamamos la verdad —aun sabiendo que la verdad es una construcción siempre ladeada, una torre de Pisa que ni siquiera sirve para que algún Galileo derrame plumas sobre el mundo.
La hojita quedó ahí, en su cuaderno Pato Donald. En cambio, en esos días, Soledad llamó a sus padres para pedirles que le mandaran unos papeles que precisaba para tramitar la extensión de su visa de turista. Los Rosas se sorprendieron: "Yo tenía la imagen de que a ella allá le iba bárbaro. Ella me lo decía y yo le creía todo", dirá Marta Rosas, su madre. "Que le iba bárbaro, que tenía amigos fantásticos, que le iba muy bien con el trabajo, que se manejaba perfectamente con el italiano y con el francés. Me escribía y me decía que estaba bárbaro, que estaba trabajando, las cosas que se había comprado, lo que no se había comprado. Y todo eso me parecía tan normal, tan bien; y además que estaba trabajando en un restaurante, que estaba haciendo un montón de cosas. Y yo, honestamente, convencida de que estaba haciendo eso. Además, la escuchabas tan contenta, tan bien que no podías dudarlo".
—¿Qué era lo que no te decía?
—Que estaba viviendo en una casa ocupada, que estaba con este movimiento anarquista, que participaba en manifestaciones. Todo lo que después les sirvió para armar esas acusaciones contra ella.
Soledad solía llamar a su familia los domingos a la hora del almuerzo. Uno de esos días —mediados de octubre, primavera — su hermana Gabriela le dio la gran noticia:
—¡Sole, vas a ser tía!
—¿Qué decís? No te escucho bien.
Gabriela estaba eufórica:
—¡Sí, boluda, que vas a ser tía, que estoy embarazada, estoy embarazada!
Hubo un silencio. Soledad no pudo contestar con la misma alegría:
—¿Y pensás tenerlo?
—Claro, cómo no lo voy a tener. Sí, quiero tenerlo.
—Pero cómo vas a traer un hijo a este mundo de mierda... A este mundo de mierda, Gaby. No entiendo qué es lo que querés hacer, si además estás sola...
Gabriela enmudeció: la respuesta de Soledad le cayó piedra. Se quedó unos segundos sin saber qué decir y lo único que se le ocurrió fue la puteada. Después, por semanas, las hermanas no volverían a hablarse. Mientras tanto, sus padres se preocupaban por el nuevo cariz de ese viaje que les había parecido, unos meses atrás, tan oportuno, y Luis Rosas se lo escribía en una carta:
"Nuestra muy querida picolina Soledad:
"Bueno luego de dos largos meses por fin te podemos escribir y poner en un papel unas ideas con respecto a tu viaje y el giro que tomaron los nuevos acontecimientos.
"Solita, nos preocupa un poco el tema de que quieras ver un abogado para solucionar tu estadía en Italia. Creo que sólo con un contrato oficial de trabajo y por alguna empresa que lo cubra es posible y por supuesto trabajando en blanco, esto me imagino que estarás bien asesorada y recordá que en todas partes tenés truchos que te pueden engrupir con algún papel que no tenga valor...
"En principio lamentamos con mamá que no uses el itinerario del viaje como era al principio y te quedes sin recorrer los países marcados, y que te separaras de la Gringa, esperamos conocer la causa por vos y no esperar que la Gringa nos cuente, en realidad no queremos saber por saber pero en tus llamadas por teléfono se te nota muy feliz, queremos compartir esa felicidad y nos planteamos las dudas o los interrogantes lógicos de tus viejos.
"Hija, quiero que sepas que estar en forma ilegal en un país a la larga es un gran problema y tu viaje fue planeado para ser gozado de otra manera, pero por lo visto en Torino encontraste algo que te hizo dar un cambio en todo. (Contanos un poco cómo es ese algo).
"Quiero recordarte que si no usás el pasaje de regreso en la fecha máxima de los seis meses automáticamente perdés la condición de turista y pasás a ser infractora a la ley de inmigraciones para la comunidad Europea y luego de esa fecha salís sólo por un tramite realizado con el consulado y para un futuro reingreso se te plantean problemas dado que bloquean el pasaporte, y como se dice en nuestro país anda a cantarle a Gardel.
"Si tu idea es quedarte y pasar a ser un inmigrante ilegal, es una de las situaciones más difíciles, por mi parte creo que es una barbaridad.
"Creemos que tenés que regresar en la fecha máxima de diciembre y luego viajar nuevamente si querés. Sabemos que el tenor de esta carta no te gustará, pero como siempre lo hacemos con la mejor intención y pensando que no es para nada bueno que pases a estar como ilegal en Italia. (...) Hija querida cuando reciba tu carta te sigo con esta historia, pero te ruego que me mandes fotocopia de la solución que te puede dar el abogado en Italia. No hagas las cosas mal, es igual hacerlas bien y te hacen dormir tranquilo. Con todo nuestro amor...".
Era un intento. Que, a esa altura, ya no podía tener el resultado que los Rosas querían. Soledad estaba decidida a buscarse una vida en Italia. Una vida distinta.
A principios de octubre Soledad decidió dejar el Asilo, pero su partida no fue renuncia a su causa tan nueva: era, al contrario, una forma de abrazarla mejor. En esos días otro lugar ocupado de Turín había quedado desocupado: los habitantes de la Casa Okupada del corso Pastrengo, en Collegno —tomada un año antes— la habían abandonado por variadas razones. Por un lado, el lugar: Collegno es un suburbio muy alejado del centro de la ciudad, aislado, sin transporte público, y la Casa formaba parte del ex manicomio municipal: un conjunto de construcciones semiabandonadas en medio de un parque medio salvaje, donde iban a dormir muchos sin techo.
Por otro, un debate en el movimiento: ciertos anarquistas empezaban a criticar las ocupaciones. "Estaban todos estos que decían que la ocupación de casas ya no era un espacio de subversión sino un escape tolerado", dirá Luca Bruno. "Decían que era como si estuviéramos construyendo un ghetto, una isla feliz que, por nuestras contradicciones internas, ya no era capaz de llevar ninguna energía al exterior. Me parece que no tomaban en cuenta los aspectos materiales, prácticos. En una casa ocupada te organizás la vida como querés, tenés una experiencia riquísima de vida en común, y están las ventajas materiales: no pagás un alquiler, se gasta menos, vivís con mucha menos plata y por lo tanto no estás tan obligado a vender tu tiempo por la guita. Pero ellos insistían en que esa inoperancia se veía porque el Estado ya no intentaba desalojarnos, que no consideraba que esas ocupaciones fueran una amenaza, que no estábamos cumpliendo con ningún papel subversivo, revolucionario y que nos toleraban, y que nosotros al ocupar no hacíamos más que administrar nuestras miserias y buscarnos una vidita, pero que no jodíamos a nadie. O sea: que la ocupación así entendida nos distraía de los verdaderos objetivos de la lucha anarquista". Los okupas de Collegno habían argüido estas razones para irse: algunos pensaron que en realidad estaban hartos de las incomodidades del lugar.
—¿Y si vamos y nos instalamos allá?
Le dijo, aquella noche, tras la cena en el Asilo, Soledad a su amiga Francesca.
—¿Te parece? Mirá que es un desastre, está lejos, no tiene luz, no tiene agua, y ahora en invierno va a hacer un frío espantoso.
—Bueno, por eso. Si no vamos el movimiento pierde una casa, un lugar. No podemos permitirnos eso. Es una oportunidad que tenemos de ser útiles, de hacer algo más.