"Yo lo que quería era verla feliz", dirá Marta Rosas, su madre. "Me parece que Sole creía que era la madre Teresa, que le podía resolver los problemas a todo el mundo, y ni siquiera podía con los propios. Para mí habría sido suficiente ver a mi hija feliz. No me importa si tiene que trabajar veinte horas, si el tipo es un barrendero. Lo importante es verla a ella contenta, dichosa. Pero no con gente que ella tenga que estar mandándolos a trabajar o consiguiéndoles trabajo, comprándoles ropa, dándoles el coche para que vayan a hacer esto o lo otro. De todos modos tengo que reconocer que, de todos los personajes que yo le conocí a Sole, éste era el que mejor la trataba. La trataba con afecto. Pero Sole no era la mamá. Tampoco podés estar enamorado de una persona que... es lo que ella decía: 'le tengo que decir que tiene que hacer esto, que vaya a buscar tal cosa, que haga tal otra, a mí ya me tiene podrida una cosa así'".
"Para mí era un buen tipo", dirá Soledad Echagüe. "La cuidaba mucho. Yo notaba que él le tenía mucho amor, de mimarla, cuidarla. Él se agarraba muchas broncas porque sentía esas interferencias de los viejos de ella. Eso traía quilombo. Quizás yo los entiendo a los viejos de Sole, porque ellos esperarían algo mejor. Sole, justamente por esa cosa de su autoestima tan baja, se enamoraba de todos como si fuera el último. Creo que a los viejos les daba pánico eso, que se enganchara definitivamente con un tipo como Pablo, y se enroscaron mal con él. Es como esa amiga mía que cuando habla de la novia del hijo le dice la chirusa. En realidad todos los padres tenemos una cosa así de que la novia del nene siempre es una chirusa. El novio de la nena siempre es una basura, ella siempre se merece algo mejor. Creo que uno se merece lo que tiene, al menos en el momento en que lo tiene. No te olvides de que Sole era una nena. A los veintidós años estás un día enamoradísimo y al siguiente no te lo bancás y a los tres días no podés vivir sin él. De hecho, le pasa a gente mucho más grande. Creo que en ese aspecto los viejos, en su afán de protegerla, no la dejaron probar sola. Tenían mucha influencia sobre Sole, y Sole aparte era muy influenciable. Todavía no estaba muy formada en su carácter, aunque también era una pendeja con ventajas muy notorias para su futuro. Cuando la conocí, lo primero que pensé fue 'ésta es una mina que nunca se va a cagar de hambre'. Era una busca. Súper laburadora. No le gustaba tener que pedirle nada a los viejos. Al revés: ella estaba preocupada si llegaba el cumpleaños de la vieja, del viejo, el aniversario, qué había que comprarles, qué había que regalarles. Era una mina muy generosa, creo que eso es algo que se les ve a los seres humanos desde que son chicos y es algo muy importante. Sole tenía todas esas cosas que iban muy a su favor. Pero por otro lado también era una niñita que había vivido con sus viejos toda la vida, muy cuidada. Por eso todavía era muy maleable. En muchas cosas todavía le faltaba crecer. Era una adolescente, todavía".
La casa era tan simple como aquella cabaña brasilera: chiquita, precaria, su lujo era una cama de bronce, muy trabajada, antigua, que les había regalado Sole Vieja, pero el baño era confuso y había que cocinar en la parrilla al aire libre. No era grave: la querían por poco tiempo, hasta que pudieran arreglar todo para volverse a su playa tropical, y no importaba. Todavía no importaba.
Pablo no conseguía solucionar sus cuestiones de trabajo:
Hacia un parto con amor
, el programa de su madre, estaba en peligro y los tiempos se le alargaban. Sin esa fuente de ingresos no tenía dinero para irse a Brasil. Había alternativas: Soledad compartía aquel coche con su madre y pensaron que lo podían vender para bancar el viaje. Soledad estaba de acuerdo pero quería que él también aportara su parte. Y eso los complicaba.
"Él la jodía para que se volvieran a Brasil, a quedarse", dirá Gabriela Rosas, su hermana. "Sole no estaba muy convencida de vivir con él, aunque nunca decía nada porque ella siempre parecía muy enamorada de sus novios. Era muy buena, muy dulce, recariñosa, esas personas que están todo el tiempo abrazadas, besadas y colgadas. Después venía a hablar conmigo y pasaba el libro de quejas: 'no hace esto, no hace lo otro, no se pone las pilas'. Soledad era muy pilas, cuando se le ponía algo en la cabeza sacaba todo adelante. Si quería juntar guita para viajar laburaba de lo que fuera. Para la casa también: vivían en un ranchito de dos por dos y ella lo tenía relindo. Tenía un parque grande y Soledad lo cuidaba, cortaba el pasto, limpiaba la pileta. Se ve que Pablo era más colgado, más de sentarse bajo la palmera y ver cómo Soledad cortaba el pasto. Y ella venía y se quejaba. Ahí ya te dabas cuenta de que no iba a durar mucho la historia".
En la casita de Villa Rosa, la burbuja brasilera empezaba a romperse. Soledad tenía sus actividades: le enseñaba inglés a Silvia Gramático, preparaba con ella otra obra de teatro, ayudaba a bañar o pelar o castrar perros para hacerse unos pesos, visitaba en un geriátrico de Parque Patricios a su abuela, en la cárcel a su amigo Claudio —que había caído por un robo ingenuo: una tarde dejó su moto en la vereda de una remisería, se tomó un remise, lo llevó hasta un paraje solitario y lo asaltó. Después se volvió a la remisería a buscar su moto y lo agarraron de las pestañas: se pasó varios años en la unidad penitenciaria d el Borda.
Soledad hacía muchas cosas, Pablo muchas menos, y tenía la sensación de que la iba perdiendo día tras día. "Cada vez teníamos menos tiempo para estar juntos", dirá su ex novio. "No sé cómo se fue dando todo pero fue una mierda. Sole me decía que me estaba esperando a mí, que cuando yo dijera nos íbamos de nuevo. Y yo no podía resolver las cosas y también quería que se diera cuenta de lo que estaba pasando, y que me apoyara. Yo manejé la situación como un boludo. Entonces un día salió todo mal, ella esperaba que le dijera que nos íbamos la semana que viene y yo no podía arreglar lo del laburo ni la guita ni nada. Entonces agarré y le dije 'la verdad es que con todos los quilombos que tengo siento que no me entendés, me parece que así no vamos a ningún lado, mejor veamos qué nos pasa a nosotros'. Y ella se puso mal y empezó a ver que el viaje ya no estaba tan seguro. Y ahí vino todo un laburo de los padres de hablar con Silvia y las convencieron a las dos de que se fueran juntas. Entonces Soledad vino y me dijo 'mi papá me regaló el viaje a Italia'. Y yo le dije 'cómo puede ser si vos no vas a Italia sino a Brasil conmigo, y aparte te lo regala con tu guita, si tu viejo no está laburando...'. Era una situación loca: se empezaba a cumplir lo que ella me había dicho en Brasil. No podía controlar la presión de los viejos. Es como si te estuvieras por casar con una mina y tus viejos te regalan una semana con Moria Casán en Tailandia. Puede estar bueno, pero no tiene nada que ver con tu proyecto: de golpe te lo cambian todo, te revientan la vida".
Me pregunto de nuevo qué le preguntaría —si la encontrara, si pudiera encontrarla, qué le preguntaría. Que es como preguntarme: de todas las ignorancias, ¿cuál es la que más fuerte me amenaza? Porque sé que mis blancos serán los blancos de ella: mis ignorancias, vacíos en su vida. Temo ese azar: el descontrol de lo que pueda saber o no saber, la casualidad escribiendo no sólo una vida: también el relato de esa vida. Aunque me consuele pensando que llegaré a saber lo decisivo, aunque lo intente, me queda todo el tiempo aquella duda: ¿cómo saber que no se esconde, en alguna ignorancia, una clave perdida, la que le daría por fin a todo su sentido? Y me río al ver que sigo pensando, todavía, sin querer, que todo tiene uno.
Fue una tarde de principios de mayo. Soledad estaba en la casa de su hermana Gabriela, dos ambientes al final de un largo corredor en un PH en Caballito. Las dos hermanas, su madre y Silvia Gramático, la Gringa, tomaban mate con facturas; Soledad y Silvia habían estado charlando de una obra que pensaban hacer y ahora Soledad esperaba que Pablo la pasara a buscar. Él le había dicho que llegaría a las seis pero ya eran las ocho: Soledad se dejaba ganar por el cabreo. Su madre vio una oportunidad:
—Sole, ¿por qué no te tomas un tiempo para pensar un poco esta relación? Si se ve que no estás bien, nena, pensalo.
—Mamá, ya se va a pasar, no te metas.
—Se me ocurre una idea.
Dijo Marta Rosas y sus dos hijas la miraron curiosas: sabían que ese prólogo presagiaba algo serio.
—Bueno, viste que la Gringa se va a Italia el mes que viene. Nosotros te queríamos a regalar un viaje por tu título. ¿Por qué no te vas con ella a Europa? Estoy segura que papá está de acuerdo.
Marta ya lo había hablado con su marido. Soledad se quedó callada unos minutos: las otras tres mujeres la miraban y el mate había dejado de correr. Silvia se sumó:
—Dale, Sole, venite. La vamos a pasar genial, en serio, vas a ver.
Soledad siguió callada. Después dijo que por qué no, que podía ser, pero que primero tendría que solucionar el tema de la jura en la Universidad y un par de asuntos más.
—Eso se arregla, Sole, no te preocupes. A mí me parece que te vendría bárbaro. España, Holanda, Italia, imaginate. Europa, Sole, imaginate.
"So ledad no sabía, estaba muy indecisa entre irse y no irse", dirá Gabriela Rosas. "Y entre todos la convencimos. Ella estaba en uno de esos momentos en que se paralizaba. Cuando no sabía qué hacer se paralizaba y se deprimía. Dejar al novio era como traicionarlo: ella se comprometía mucho con las personas, y después le costaba dejarlas, aunque la hicieran sufrir, ella siempre era un poco madre. Tenía ese rol de cuidarlos, protegerlos, consentirlos. Con Pablo le pasó un poco eso. Y el otro lloraba: 'yo sin vos no soy nadie'. Parecía una novela venezolana. Y además tenían ese proyecto de irse a Brasil. Finalmente el argumento que le dije fue 'no perdés nada, cuando quieras te podés volver, el pasaje lo tenés abierto; si ves que lo extrañás y no aguantás, te tomás el primer avión y te volvés. Tenés la posibilidad, te regalan el pasaje. Andá, conocés, paseás un poco con Silvia'. Soledad la adoraba a Silvia, siempre le decía 'si yo hubiera podido elegir una mamá, te hubiera elegido a vos'. Yo realmente creía que ella no tenía que perderse esa oportunidad. Y me dijo 'sí, tenés razón' y ahí empezó a averiguar por el pasaje. Lo mío no era para separarla de Pablo porque, la verdad, yo no tenía nada a favor ni en contra de él. No, eso lo pensaron mis viejos".
El 3 de mayo fue el cumpleaños de su madre, fiesta familiar: los Rosas comiendo empanadas en Villa Rosa, conversando, riéndose, comentando el próximo viaje de la nena.
"Nos vimos ahí, en Villa Rosa, y ese día yo le recriminé por esa vez que me había dicho que yo era standard: ella ni se acordaba", dirá Cecilia Pazo, su prima. "Eso me había dolido mucho. Yo no creo ser así y si soy, no creo que esté mal tampoco. Pero me pegó porque me pregunté '¿y si tiene razón ella y la verdadera vida es la alocada de ella, y no la mía?'. Me acuerdo que me vino a abrazar y yo le dije 'salí de acá. ¿Para qué querés estar conmigo si soy una mina standard?'. Me hice la estrellita. A mí me había pegado pero ella ni se acordaba. Se lo recordé y ella no podía creer que me hubiera dicho eso. Me dijo '¿sabés cómo me gustaría ser standard, a mí? No sabés cómo me gustaría'".
"Entonces nos planteamos qué hacíamos, si seguíamos o no", dirá Pablo Rodríguez, su ex novio. "Ella estaba más con toda la historia de irse a Italia y yo no sabía qué hacer. Yo la quería mucho a ella. Me sentía presionado por la situación, y tampoco estaba bien. La amaba pero no me gustaba bancarme estas cosas. Empezaron los desencuentros. Una noche habíamos tenido una discusión, yo le decía que nos estaban separando. Ella no me dio bola y yo no dormí en toda la noche. Después vomité sangre. Me sentía remal. Ahí sentí un corte. Ella estaba como envuelta, protegida en otra situación pero tampoco era un corte de rostro: ella dormía conmigo, ella me amaba. Al día siguiente tenía que ir a la cancha con un amigo pero al final me desmayé, no pude ni ir a la cancha ni ver a mi amigo. Me sentía mal pero quería estar con ella y me volví a la quinta. Ella estaba con los viejos y le dije que habláramos. Ella estaba como dura, como los viejos. Hablamos, me puse a llorar, le dije que la amaba, que tenía miedo de perderla. Ella no reaccionaba. Después estuvimos con los viejos hasta tarde. Nos fuimos a dormir juntos. Hicimos el amor. Toda una situación muy mezclada, de pelea-reconciliación. Un par de días después yo llegué como a las once de la noche y ella no estaba, entonces toqué timbre en la quinta y no me atendió nadie. Para mí era una trampa porque no era tan tarde. Me fui a dormir solo: ella me había dejado una nota diciendo que me amaba, que tenía miedo de que nos separen. Vino a la mañana. Me despertó. Hicimos el amor. Después no sé por qué carajo vino la hermana a hablar conmigo, a decirme que Sole me quería pero que ya tenía todo armado para irse a Italia, que para ella era difícil decírmelo. Ella insistía en que yo tenía que dejar que Sole haga su vida. Pero yo la amaba. Siempre había actuado bien con ella y siempre quise lo mejor. Y ese día teníamos que dejar la casa porque había que devolverla y yo me tenía que llevar mis cosas y encima era el cumpleaños de este pibe Ezequiel, que lo iban a hacer en la casa de sus padres, de Juan y Silvia, ahí nomás. Yo la llamé a Sole, no me querían pasar el teléfono y me mandé para allá. Quería estar con ella".
"Fue una fiesta muy linda", dirá Gabriela Rosas. "Estaba Pablo, el novio de Sole, había ido una bandita a tocar. La casa de Silvia es muy abierta, si hay una fiesta parece más un bar que una casa. En esa época Ezequiel tenía una banda de músicos y habían ido a tocar. Habían hecho empanadas vegetarianas o pizzas, algo así. Había mucha gente. Pablo lloraba, no sé si estaba en pedo o qué. En un momento le agarró una depresión tremenda... Le había dado por el llanto y le decía 'no te vayas, Sole, no te vayas'. Soledad lo consolaba y le decía 'pero me voy por un tiempo, voy a volver, no te preocupes. Vos hacé todas las cosas que dijiste que ibas a hacer. Nos va a venir bien, porque así vos te ponés las pilas'. Había mucha gente. La mitad estaba en pedo y todos refumados, que el tipo estuviera llorando era un detalle".
"Cuando llegué a la fiesta, a la casa de Juan, entro y ahí estaba Sole pintada, radiante", dirá Pablo Rodríguez. "La situación era medio engañosa. La hermana le había dicho que no se ponga mal. Fui a hablar con ella y me encontré con ese cuadro, un montón de gente careteando. Después logré que venga a hablar conmigo, en el medio de toda la gente. La cuestión es que le dije que nos dejáramos de joder. Le pregunté si había conocido a alguien, qué pasaba. Le pregunté si me amaba y ella se quedó callada. Ahí se me vino el mundo abajo. A veces las palabras sobran. Fue como decir 'no sé', pero yo lo tomé como 'ya fue' porque tampoco dejás de amar de un día para el otro. Me acuerdo que me levanté y me desmayé. Un garrón porque quedé como el pelotudo del año. Encima que me cortan el rostro, me desmayo. Estaba hecho mierda. Intenté ser fuerte y buscar un lugar. Un amigo me invitó a su casa. Y yo con mi perro. No es fácil convivir, en un departamento de un ambiente, dos tipos y un ovejero alemán".