Amanecer (18 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Amanecer
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Lilith dejó lentamente el informe sobre Tate Marah, colocándolo en solitario sobre la cama. El único otro que estaba apartado era el de Joseph Shing. El informe de Tate se quedó abierto, mostrando de nuevo el pequeño, pálido y engañosamente infantil rostro de la mujer. Un rostro que estaba sonriendo a medias, no como posando para la foto, sino como sopesando al fotógrafo. De hecho, Tate no había sabido que estaban haciendo la foto. Y las imágenes no eran fotografías: eran pinturas, a un tiempo impresiones de la persona interna, tanto como de la realidad externa. Cada una contenía recuerdos grabados de sus sujetos. Los interrogadores oankali habían pintado aquellas imágenes con sus tentáculos o miembros sensoriales, usando fluidos corporales deliberadamente producidos. Lilith sabía esto, pero las imágenes tenían el aspecto, incluso el tacto, de fotos. Las habían hecho sobre algún tipo de plástico, no sobre papel. En cada una de ellas no había nada más que la cabeza y hombros del sujeto, contra un fondo gris.

Ninguna de ellas tenía ese aspecto de perdido, de criminal buscado, que hubiera producido una instantánea normal. Esas imágenes tenían mucho que decir acerca de quiénes eran los retratados, o, más bien, acerca de quiénes creían los oankali que eran y eso se lo podían decir incluso a observadores no-oankali.

Tate Marah, pensaban, era brillante, de algún modo flexible y no peligrosa, excepto quizá para el ego de los demás.

Lilith dejó los informes, salió de su cubículo privado y comenzó a construir otro, justo al lado.

Ahora, las paredes que no se abrían para dejarla salir respondieron a su toque creciendo hacia dentro, a lo largo de una línea trazada en el suelo con su saliva o sudor.

Así, las viejas paredes hacían surgir otras nuevas, tal y como las nuevas se abrirían o cerrarían, avanzarían o se retirarían, según ella lo ordenase. Nikanj se había asegurado bien de que ella supiese cómo dirigirlas. Y, cuando hubo acabado de instruirla, sus compañeros, Dichaan y Ahajas, le habían indicado que se encerrase, si la gente la atacaba. Ambos habían pasado un tiempo interrogando humanos, y parecían más preocupados por ella de lo que lo estaba Nikanj. La sacarían, le prometieron. No iban a dejarla morir por un error de cálculo de otro.

Lo cual estaría muy bien, si sabía descubrir el problema por anticipado y encerrarse a tiempo.

Mejor sería elegir a la gente correcta, irla trayendo lentamente, y sólo Despertar a nuevos cuando estuviese segura de los ya Despiertos.

Atrajo a dos paredes hasta menos de medio metro la una de la otra, lo que dejaba una entrada estrecha, que ofrecía tanta intimidad como era posible sin puerta que cerrase.

También volvió una pared hacia dentro, creando un pequeño vestíbulo que ocultaba la habitación en sí de las miradas indiscretas. La gente que Despertase no tendría nada que tomar prestado o robar, y cualquiera que pensase que aquél era un buen momento para ejercer de mirón tendría que ser disciplinado por el grupo. Porque quizá Lilith fuese lo bastante fuerte como para ocuparse de los conflictivos, pero no quería hacerlo, a menos que se viese obligada a ello. Una actuación así no ayudaría a la gente a convertirse en una comunidad, y, si no podían unirse, ninguna otra cosa iba a importar.

Dentro de la nueva habitación, Lilith alzó una plataforma-cama, una plataforma-mesa y tres plataformas-sillas en derredor de ésta. Al menos, la mesa y las sillas serían un pequeño cambio de lo que estaban acostumbrados en las habitaciones de aislamiento oankali. Una decoración más humana.

El crear la habitación le llevó algún tiempo. Después, Lilith recogió todos los informes menos once, y los encerró dentro de su propia plataforma-mesa. Algunos de esos once serían el núcleo de su grupo, los primeros en Despertar, y los primeros en demostrarle cuántas posibilidades tenía de sobrevivir y de hacer lo que era necesario.

Tate Marah la primera. Otra mujer. Nada de tensión sexual.

Lilith tomó la imagen, se fue a una larga extensión de pared, sin nada que la identificase, que había delante de los baños, y se quedó allá en pie, contemplando el rostro.

Una vez estuviera despierta la gente, no le quedaría más remedio que vivir con ella. No podía ponerlos a dormir de nuevo. Y, en cierto modo, iba a ser duro vivir con Tate Marah.

Lilith pasó la mano por sobre la superficie de la imagen, luego la colocó plana contra la pared. Empezó en un extremo de la misma y caminó lentamente hacia el otro, el más alejado, manteniendo la imagen contra la pared. Cerró los ojos mientras caminaba, recordando que, cuando lo practicaba con Nikanj, le había resultado más fácil cuando ignoraba, en tanto le era posible, sus otros sentidos. Toda su atención debía de ser enfocada en la mano que mantenía la imagen plana contra la pared. Los oankali machos y hembras hacían esto con sus tentáculos craneales, los ooloi con sus brazos sensoriales.

Ambos lo hacían de memoria, sin imágenes impregnadas de grabaciones. Pues, una vez que habían leído la grabación de alguien o examinado a alguien, tomándole una grabación, la recordaban, podían duplicarla. Lilith jamás sería capaz de leer grabaciones o de duplicarlas. Eso exigía órganos de percepción oankali. Sus hijos los tendrían, le había dicho Kahguyaht.

Se detenía de tanto en tanto para frotar una sudorosa mano por sobre la imagen, renovando su identificación química.

Más allá de la mitad del camino, comenzó a notar una respuesta, un ligero hincharse de la superficie contra la imagen, contra su mano.

Se detuvo de inmediato, insegura al principio de haber notado algo. Luego la hinchazón fue inequívoca. Apretó suavemente su mano contra la misma, manteniendo el contacto hasta que la pared comenzó a abrirse bajo la imagen. Luego se echó hacia atrás, para dejar a la pared vomitar su larga planta verde. Fue a un espacio al extremo de la gran sala, abrió la pared, y sacó una chaqueta y unos pantalones. Posiblemente esa gente recibiría la ropa con tanta ansiedad como ella lo había hecho.

La planta yacía, estremeciéndose lentamente, rodeada aún por el repugnante olor que la había seguido a través de la pared. No podía ver lo bastante bien dentro de su grueso y carnoso cuerpo como para saber qué lado ocultaba la cabeza de Tate Marah, pero eso no importaba. Pasó las manos a lo largo de la planta, como si bajase una cremallera, y la planta empezó a abrirse.

Esta vez no había posibilidad de que la planta tratase de tragársela. Ahora era tan poco apetecible para ella como pudiese serlo Nikanj.

Lentamente, la cara y el cuerpo de Tate Marah se fueron haciendo visibles. Pequeños pechos. Figura como la de una niña que apenas si ha alcanzado la pubertad. Piel y cabellos pálidos y traslúcidos. Rostro de niña. Y, no obstante, Tate tenía veintisiete años.

No se despertaría hasta que fuera sacada del todo de la planta de animación suspendida. Su cuerpo estaba húmedo y resbaladizo, pero no era pesado. Suspirando, Lilith la alzó del todo.

2

—¡Apártese de mí! —dijo Tate, en el momento mismo en que abrió los ojos—. ¿Quién es usted? ¿Qué me está haciendo?

—Estoy tratando de vestirla —contestó Lilith—. Ahora ya puede hacerlo usted misma..., si está lo bastante fuerte.

Tate se había puesto a temblar, comenzaba a reaccionar al haber sido Despertada de la animación suspendida. Ya era sorprendente que hubiera podido pronunciar aquellas pocas palabras coherentes antes de sucumbir a la reacción.

Tate hizo un apretado y estremecido nudo con su cuerpo y permaneció tendida, gimiendo. Jadeó varias veces, tragando aire como podría haber tragado agua.

—¡Mierda! —susurró minutos más tarde, cuando empezó a desvanecerse la reacción—

. ¡Oh, mierda, veo que no era un sueño!

—Acabe de vestirse —dijo Lilith—. Antes ya sabía que no era un sueño.

Tate alzó la vista hacia Lilith, luego la bajó hacia su cuerpo medio desnudo. Lilith había logrado ponerle los pantalones, pero sólo le había metido una de las mangas de la chaqueta. Y ella había logrado quitársela mientras sufría la reacción. Tomó la chaqueta, se la puso y, en un momento, había descubierto como cerrarla. Luego se volvió para contemplar silenciosamente cómo Lilith cerraba la planta, abría la pared más cercana a ella y la empujaba a su través. A los pocos segundos, el único signo de la misma era un punto húmedo en el suelo que se secaba rápidamente.

—Y, a pesar de todo esto —dijo Lilith, enfrentándose a Tate—, soy tan prisionera como usted.

—Más bien una presa de confianza —comentó en voz baja Tate.

—Más bien. Tengo que Despertar al menos a treinta y nueve personas más, antes de que se nos permita a nadie salir de esta sala. Elegí empezar por usted.

—¿Por qué? —Tenía un increíble autodominio..., o parecía tenerlo. Sólo había sido Despertada dos veces antes (lo que era el promedio normal entre la gente no elegida para ser padre o madre de un grupo), pero se comportaba como si no estuviese sucediendo nada inusitado. Esto era un alivio para Lilith, pues le confirmaba que no se había equivocado al elegir a Tate.

—¿Que por qué he empezado por usted? —comentó Lilith—. Porque me pareció la menos probable que tratase de matarme, la menos probable que se desmoronase, y la más probable que me ayudase con los otros a medida que se vayan Despertando.

Tate pareció pensárselo. Jugueteó con la chaqueta, reexaminando el modo en que las dos partes frontales se adherían la una a la otra, el modo en que se separaban. Palpó el tejido en sí, con el ceño fruncido.

—¿Dónde infiernos estamos? —preguntó.

—A alguna distancia más allá de la órbita de la Luna.

Silencio. Luego, finalmente:

—¿Qué era esa cosa grande, como un gusano gigante, que metió dentro de la pared?

—Una... una planta. Nuestros captores..., los que nos rescataron, las usan para mantener a la gente en animación suspendida. Usted estaba dentro de la que vio. Yo la saqué de ella.

—¿Animación suspendida?

—Durante más de doscientos cincuenta años. Ahora, la Tierra ya está casi preparada para volvernos a recibir.

—¡Vamos a volver!

—Sí.

Tate miró a su alrededor, a la amplia y vacía sala.

—¿De vuelta a qué?

—A la selva tropical. En alguna parte de la cuenca del Amazonas. Ya no hay ciudades.

—No. No pensé que las hubiera. —Inspiró profundamente—. ¿Cuándo nos alimentarán?

—Antes de despertarla puse algo de comida en su habitación. Venga.

Tate la siguió.

—Tengo tanto apetito que hasta me comería con gusto esa porquería parecida al yeso que me dieron cuando estuve despierta la vez anterior.

—Ya no más yeso. Fruta, frutos secos, una especie de estofado, pan, algo que se parece al queso, leche de coco...

—¿Carne? ¿Un filete...?

—Una no puede tenerlo todo.

Tate era demasiado buena para ser cierta. A Lilith le preocupaba el que, en algún momento, se derrumbase..., que empezase a llorar o a vomitar o a dar alaridos o a golpearse la cabeza contra la pared..., que perdiese lo que parecía un control sobre sí misma sorprendentemente fácil. Pero, fuera lo que fuese que le ocurriera, Lilith trataría de ayudarla. Sólo aquellos minutos de aparente normalidad ya valían todas las molestias que se había tomado. Estaba, realmente, hablando con y siendo comprendida por otro ser humano... ¡Al cabo de tanto tiempo!

Tate se abalanzó sobre la comida, devorando hasta estar satisfecha, sin perder tiempo en hablar. No había, pensó Lilith, hecho la pregunta más importante. Naturalmente, había muchas cosas que no había preguntado, pero había una cosa, en particular, que tenía preocupada a Lilith.

—Por cierto, ¿cuál es su nombre? —preguntó Tate, descansando al fin de tanto comer.

Sorbió un poco de leche de coco a modo de prueba, luego se la acabó.

—Lilith lyapo.

—¿Lilith? ¿Lil?

—Lilith. Nunca he tenido un diminutivo. Nunca lo quise. Aparte de su nombre, ¿hay algún modo en que a usted le guste que la llamen?

—No. Tate servirá. Tate Marah. Le dijeron mi nombre, ¿no?

—Sí.

—Lo imaginé. Todas esas malditas preguntas... Me tuvieron Despierta y aislada durante..., debió de ser dos o tres meses. ¿Le dijeron eso? ¿O estaba usted mirando?

—Yo estaba o durmiendo o también en solitario. Pero, sí..., sabía lo de su confinamiento. En total duró tres meses. El mío fue de algo más de dos años.

—Les llevó todo ese tiempo el hacer de usted una presa fiable, ¿no?

Lilith frunció el ceño, tomó unos frutos secos y los comió.

—¿Qué es lo que quiere decir con eso? —preguntó.

Por un instante vio a Tate con aspecto desazonado, inquieta. La expresión apareció y se desvaneció tan rápidamente, que Lilith podía habérsela perdido con sólo un momento de no prestarle atención.

—Bueno, ¿por qué iban a tenerla Despierta y sola durante tanto tiempo? —preguntó.

—Al principio no quería hablar con ellos. Luego, al parecer, cuando empecé a hacerlo, algunos de ellos se interesaron por mí. Creo que, en aquel momento, no estaban tratando de hacer de mí una presa fiable. Estaban tratando de decidir si yo era apta para serlo. Si yo hubiera tenido voto en esa decisión, aún seguiría durmiendo.

—¿Por qué no quería hablar con ellos? ¿Era usted militar?

—¡Dios, no! Simplemente no me gustaba la idea de estar encerrada, ser interrogada y recibir órdenes de no-sabía-quién. Y, Tate, ya es hora de que usted lo sepa, aunque ha tenido buen cuidado en no preguntarlo...

Ella inspiró profundamente, se apoyó la frente en la mano y miró hacia abajo, a la mesa.

—Se lo pregunté. No quisieron decírmelo. Al cabo de un tiempo, me entró miedo y dejé de preguntarlo.

—Aja. Yo también hice eso.

—¿Son... los rusos?

—No son humanos.

Tate no se movió y no dijo nada por tanto tiempo, que Lilith continuó:

—Se llaman a sí mismos oankali, y parecen seres marinos, aunque son bípedos.

Ellos..., ¿me está escuchando?

—La estoy escuchando.

Lilith dudó.

—¿Y me está creyendo?

Tate alzó la vista hacia ella, y pareció sonreír levemente.

—¿Cómo iba a poder?

Lilith asintió con la cabeza.

—Sí. Pero, naturalmente, lo va a tener que hacer, más pronto o más tarde, y se supone que yo tengo que hacer lo que pueda para prepararla para ello. Los oankali son feos, grotescos. Pero podemos acostumbrarnos a ellos, y no nos harán daño. Recuerde esto.

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