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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Amanecer (16 page)

BOOK: Amanecer
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Durante la mayor parte de ese tiempo, Nikanj dormía, y la mayoría de las veces lo hacía tan profundamente que ni siquiera sus tentáculos seguían los movimientos de ella.

—Recordará todo lo que suceda a su alrededor —dijo Kahguyaht—. Aún lo percibe en todos los modos en que lo haría si estuviera despierto. Pero ahora no puede responder, no está consciente..., está grabando.

Kahguyaht levantó uno de los inertes brazos de Nikanj para observar el desarrollo de sus miembros sensoriales. Aún no había nada que ver excepto una gran y rugosa hinchazón..., un crecimiento de aspecto poco agradable.

—¿Eso es el brazo en sí —preguntó ella—, o saldrá de ahí dentro?

—Eso es el brazo —dijo Kahguyaht—. Mientras esté creciendo, no lo toque, a menos que Nikanj se lo pida.

No tenía un aspecto que le hiciera apetecer tocarlo. Miró a Kahguyaht y decidió correr un riesgo con su nueva amabilidad:

—¿Y qué hay de su mano sensorial? —preguntó—. Nikanj me habló de algo llamado así.

Kahguyaht no dijo nada durante un rato. Finalmente, en un tono que ella no supo interpretar, dijo:

—Sí, hay algo llamado así.

—Perdóneme si me he metido en donde no debería —comentó ella. Algo en aquel extraño tono de voz le hizo desear apartarse de él, pero se mantuvo quieta.

—No, no lo ha hecho —respondió Kahguyaht, ahora con voz neutra—. De hecho, es importante que sepa lo de... la mano sensorial.

Extendió uno de sus brazos sensoriales, largo, gris y de piel burda, que aún le recordaba una cerrada trompa de elefante.

—Toda la fuerza y resistencia a los daños de esta cobertura exterior es para proteger la mano y los órganos relacionados con ella —dijo—. El brazo está cerrado, ¿lo ve?

Le mostró la punta redondeada del brazo, terminada por un material semitransparente, que ella sabía que era suave y duro.

—Cuando está así, es simplemente otro miembro. —Kahguyaht enrolló la extremidad del brazo como una serpiente, lo extendió, tocó la cabeza de Lilith y luego mostró un único cabello, que le había arrancado de un tirón—. Muy flexible, muy versátil, pero simplemente otro miembro.

El brazo se apartó de Lilith y dejó caer su cabello. El material semitransparente comenzó a cambiar, a moverse en oleadas circulares que se alejaban hacia los lados de la punta, y algo, delgado y pálido, emergió del centro de esa punta. Mientras lo contemplaba, la cosa delgada pareció engrosarse e hincharse. Eran ocho dedos..., o, mejor, ocho tentáculos delgados, dispuestos alrededor de una palma circular que tenía aspecto de estar húmeda y finamente indentada. Era como una estrella de mar..., una de las estrellas de mar más frágiles, con brazos largos y delgados, como serpientes.

—¿Qué le parece su aspecto? —preguntó Kahguyaht.

—En la Tierra teníamos animales con ese aspecto —contestó ella—. Vivían en los mares. Los llamábamos estrellas de mar.

Kahguyaht alisó sus tentáculos.

—Los he visto. Hay una similitud. —Volvió la mano, para que ella pudiera verla desde distintos ángulos. Se daba cuenta de que la palma estaba cubierta por ligeras proyecciones, muy parecidas a los tubos de locomoción de las estrellas de mar. Eran casi transparentes. Y las líneas que había visto en la palma eran, en realidad, orificios: aberturas a un oscuro interior.

De la mano surgía un débil olor, como floral. A Lilith no le gustó y se retiró, tras mirar un instante.

Kahguyaht retractó la mano tan rápidamente que pareció desvanecerse. Bajó el brazo sensorial.

—Los humanos y los oankali parecen adquirir un nexo con un ooloi —le explicó—. El nexo es químico y aún no es fuerte en usted, porque Nikanj es inmaduro. Es por eso por lo que mi aroma la hace sentirse incómoda.

—Nikanj no me mencionó nada así —dijo ella, con suspicacia.

—Ha curado las heridas de usted. Ha mejorado su memoria. No podía hacer esas cosas sin dejar su marca. Pero debería habérselo dicho.

—Sí, debería. ¿Y cuál es esa marca? ¿Qué es lo que me hará?

—Ningún daño. Querrá evitar los contactos profundos..., los contactos que lleven consigo la penetración de la carne..., eso con otros ooloi, ¿comprende? Quizá, durante un tiempo, cuando Nikanj madure, usted desee evitar los contactos con la mayoría de la gente. Siga sus instintos: la gente lo entenderá.

—Pero..., ¿cuánto tiempo durará?

—En los humanos es diferente: algunos se quedan en el estadio de la evitación mucho más de lo que estaríamos nosotros. Lo más, que yo recuerde, han sido cuarenta días.

—Y, durante ese tiempo, Ahajas y Dichaan...

—A ellos no los evitará, Lilith. Ellos forman parte de la familia. Estará cómoda con ellos.

—¿Y qué sucederá si no evito a la gente, si ignoro mis sentimientos?

—Si lograse hacer eso, por lo menos enfermaría. Incluso quizá lograse matarse.

—¿Tan malo es?

—Su cuerpo le dirá qué hacer, no se preocupe. —Trasladó su atención a Nikanj—.

Cuando las manos sensoriales le empiecen a crecer es cuando Nikanj será más vulnerable. Entonces necesitará una comida especial. Le enseñaré.

—De acuerdo.

—Tendrá que meterle, literalmente, la comida en la boca.

—Ya he hecho eso con las pocas cosas que ha querido comer.

—Bien. —Kahguyaht hizo sonar sus tentáculos—. Lilith, yo no quería aceptarla. Ni para Nikanj, ni para el trabajo que tendrá que hacer. Creía que, por el modo en que la genética humana era expresada en la cultura, debería de elegirse a un macho humano para padre del primer grupo. Ahora creo que estaba equivocado.

—¿Padre?

—Así es como pensamos en esa persona que debe de enseñarles, confortarles, alimentarles y vestirles, guiarles a través del mundo, e interpretarles dicho mundo, que para ellos será nuevo y aterrador.

—¿Me van a hacer madre de todos ellos?

—Defina esa relación en el modo que más cómodo le resulte. Nosotros siempre lo hemos llamado paternidad. —Se volvió hacia una pared como para abrirla, pero luego se detuvo y se volvió de nuevo hacia Lilith—: Es una buena cosa eso que hará..., estará en posición de ayudar a su propio pueblo, de una manera muy similar a como está ayudando ahora a Nikanj.

—No se fiarán ni de mí, ni de mi ayuda. Probablemente me matarán.

—No lo harán.

—No nos entienden tan bien como piensan.

—Y usted no nos entiende a nosotros en lo más mínimo. En realidad, jamás lo logrará, a pesar de que le daremos mucha más información acerca de nosotros.

—¡Entonces vuélvanme a ponerme a dormir, maldita sea! ¡Elijan a alguien que crean más listo! ¡Yo jamás quise este trabajo!

Él guardó silencio durante varios segundos.

—¿Realmente cree que estaba despreciando su inteligencia?

Le miró con odio, negándose a contestarle.

—Creía que no. Los hijos de usted nos conocerán, Lilith. Usted jamás.

Parte III - JARDÍN DE INFANCIA
1

La sala era algo mayor que un campo de fútbol. Su techo era una bóveda de suave luz amarilla. Lilith había hecho que crecieran dos paredes, más o menos en un rincón, para así tener una habitación, cerrada si se exceptuaba una puerta, abierta allá donde las paredes deberían haberse juntado. Había momentos en los que unía las paredes para aislarse de la vacía amplitud de afuera..., y de las decisiones que debía tomar. Las paredes y suelo de la gran sala estaban a su disposición, para darles la forma que ella deseara. Harían cualquier cosa que ella fuera capaz de pedirles, menos dejarla salir.

Había erigido su cubículo de forma que incluyese la entrada de un baño. Habían once baños más, no utilizados, a lo largo de una larga pared. A excepción de las estrechas puertas de esos servicios, la gran sala no tenía nada que la distinguiese. Sus paredes eran color verde pálido y el suelo marrón pálido. Lilith había pedido color, y Nikanj había encontrado a alguien que podía enseñarle cómo inducir a la nave a producir color.

Dentro de la habitación de Lilith, y a ambos extremos de la gran sala, se hallaban almacenamientos de comida y ropa, metidos dentro de las paredes en diversos armarios no señalizados.

La comida, le habían dicho, sería sustituida a medida que fuera utilizada..., reemplazada por la misma nave, que usaba su propia substancia para hacer reproducciones de grabaciones de lo que fuese que se le hubiera enseñado a producir a cada armario.

La pared larga frente a los baños ocultaba a ochenta seres humanos dormidos..., saludables y de menos de cincuenta años, angloparlantes, y aterradoramente ignorantes de lo que les esperaba.

Lilith tenía que elegir y despertar a no menos de cuarenta. Ninguna pared se abriría para dejar salir, ya fuera a ella o a aquellos a quienes Despertase, hasta que al menos cuarenta humanos estuviesen preparados para enfrentarse a los oankali.

La gran sala estaba oscureciéndose un poco: atardecer. Lilith hallaba un sorprendente alivio y descanso en haber logrado que, de nuevo, el tiempo estuviese dividido visiblemente en días y noches. Antes no se había dado cuenta de lo que había echado a faltar el lento cambio de la luminosidad, lo mucho que agradecería la oscuridad.

—Es hora de que te acostumbres de nuevo a tener una noche planetaria —le había dicho Nikanj.

Movida por un impulso, le había preguntado si había algún lugar de la nave desde el que pudiese ver las estrellas.

Nikanj la había llevado, el día antes de meterla en aquella gran y vacía sala, primero por varios pasillos y rampas descendentes, luego en algo que se parecía mucho a un ascensor. Nikanj le dijo que era más bien como una burbuja de gas que se moviese a través de un cuerpo vivo sin causarle daño. Su destino resultó ser una especie de burbuja de observación a través de la cual podía ver no sólo las estrellas, sino también el disco de la Tierra, que brillaba como una luna llena en el negro cielo.

—Aún estamos más allá de la órbita del satélite de vuestro mundo —le explicó, mientras ella buscaba ansiosamente perfiles continentales conocidos. Creyó hallar alguno: parte de África y la península Arábica. O esto es lo que a ella le parecía, mientras la veía colgada allá, en medio de un cielo que estaba al mismo tiempo encima y debajo de sus pies. Allá fuera había más estrellas de las que jamás hubiese visto, pero era la Tierra lo que atraía sus ojos. Nikanj la dejó mirar hasta que las lágrimas la cegaron. Entonces la abrazó con un brazo sensorial y la llevó a la gran sala.

Ahora llevaba ya tres días a solas en esa gran sala, pensando, leyendo, escribiendo sus pensamientos. La habían dejado guardar todos sus libros, papeles y bolígrafos.

Además, disponía de ochenta informes: cortas biografías hechas a partir de conversaciones transcritas, breves curriculums, observaciones y conclusiones oankali, e imágenes. Los sujetos humanos de aquellos informes no tenían familia viva. Todos ellos eran desconocidos entre sí, y tampoco los conocía Lilith.

Ya había leído la mitad de los informes, buscando no sólo gente adecuada para Despertar, sino a algunos aliados potenciales..., gente a la que pudiera Despertar primero y en la que quizá pudiese llegar a confiar. Necesitaba compartir la carga de lo que sabía, de lo que debía hacer. Necesitaba gente reflexiva, que escuchase lo que ella tenía que decir y no hiciese nada violento o estúpido. Necesitaba gente que pudiera darle ideas, que empujase su mente en direcciones que, de otro modo, ella quizá no considerase.

Necesitaba gente que pudiera avisarla cuando creyesen que estaba portándose como una tonta..., gente cuyas argumentaciones pudiera respetar.

A otro nivel, no deseaba Despertar a nadie. Tenía miedo de aquella gente, y tenía miedo por ellos. Había tantas incógnitas, a pesar de los datos de los informes... El trabajo de ella era trenzarlos en una unidad cohesiva y prepararlos para los oankali..., prepararlos para que fueran los nuevos socios comerciales de los oankali. Eso era imposible.

¿Cómo podía Despertar a una gente y decirles que iban a ser parte de un plan de ingeniería genética de una especie tan alienígena que cualquier humano no podía mirarlos sin sentirse incómodo, por lo menos hasta transcurrido un tiempo? ¿Cómo podía despertar a esa gente, a esos supervivientes de la guerra, y decirles que, a menos que lograsen escapar de los oankali, sus hijos no serían humanos?

Mejor sería no decirles nada, o decirles bien poco, en un principio. Mejor sería no Despertarles hasta que tuviese alguna idea de cómo ayudarles, de cómo no traicionarles, de cómo conseguir que aceptasen su cautividad, aceptasen a los oankali, aceptasen lo que fuera, hasta que los mandasen a la Tierra. Entonces, tendrían que huir como alma que lleva el Diablo a la primera oportunidad.

Su mente cayó en un habitual pensamiento recurrente: no había escapatoria de la nave. Ni modo. Los oankali controlaban la nave con su química corporal, no había mandos que pudieran ser memorizados o descontrolados. Incluso las naves lanzadera que viajaban entre la Tierra y la nave madre eran como extensiones de los cuerpos oankali.

Ningún humano podía hacer nada a bordo de la nave, como no fuese crear problemas y que lo volvieran a poner en animación suspendida..., o lo matasen. Por consiguiente, la única esperanza estaba en la Tierra. Una vez se hallasen en la Tierra..., le habían dicho que los depositarían en alguna parte de la cuenca del Amazonas; una vez allí, al menos tendrían una oportunidad.

Eso significaba que tenían que controlarse, aprender todo lo que ella pudiese enseñarles, todo lo que los oankali pudieran enseñarles, y luego utilizar todo lo que hubiesen aprendido para escapar y mantenerse con vida.

¿Y si lograba hacerles entender esto? ¿Y si resultaba que eso era exactamente lo que querían los oankali? Naturalmente, ellos sabían lo que ella haría. La conocían.

¿Significaba eso que estaban planeando su propia traición: nada de viaje a la Tierra, nada de oportunidad de escapar? Entonces, ¿para qué la habían hecho pasar un año aprendiendo a vivir en una selva tropical? Quizá fuese, simplemente, que los oankali estuvieran muy seguros de su habilidad para mantener a ios humanos enjaulados, incluso en la Tierra.

¿Qué podía hacer ella? ¿Qué otra cosa podía decirles a los humanos, como no fuese:

«¡Aprended y huid!»? ¿Qué otra posibilidad de fuga había? Ninguna. Su única otra posibilidad personal era negarse a Despertar a nadie..., resistir hasta que los oankali se cansasen de ella y buscasen a otro sujeto más cooperativo. Otro Paul Titus, quizá..., alguien que realmente hubiera abandonado a la humanidad, para correr su suerte con los oankali. Una persona así haría que se cumpliesen las predicciones de Paul Titus: podría desmoronar lo poco de civilización que quedase en las mentes de aquellos a los que Despertase. Podría convertirlos en una pandilla de maleantes..., o en un rebaño.

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