—Pero robaron unos cuantos trenes antes de tomar rehenes.
—Sí —dijo Waxillium—. Y se salieron con la suya. No había ningún motivo para exponerse robando a pasajeros si podían marcharse con el cargamento sin ser vistos ni detenidos. Van por otra cosa, Wayne. Confía en mí.
—Muy bien. —El larguirucho Wayne se frotó la cara y se quitó por fin el bigote falso. Se lo guardó en el bolsillo—. Pero dime: ¿No quieres saberlo siquiera? ¿No te reconcome?
—No.
Eso no era completamente cierto.
Wayne bufó.
—Te creería si pudieras decirlo sin que te temblara el ojo, socio. —Indicó la bala—. Y veo que no te has ofrecido a devolverla.
—Pues no —Waxillium se la guardó.
—Y sigues llevando tus mentes de metal —dijo Wayne, señalando los brazaletes ocultos bajo las mangas de Waxillium—. Por no mencionar que sigues teniendo acero dentro de las mangas. Y también he visto un catálogo de armas en la mesa.
—Un hombre puede tener sus aficiones.
—Si tú lo dices… —replicó Wayne, y entonces dio un paso adelante y le dio un golpecito a Waxillium en el pecho—. ¿Pero sabes qué creo? Creo que estás buscando excusas para no hacerlo. Esto es lo que eres. Y ninguna mansión, ningún matrimonio, y ningún título va a cambiar eso.
Wayne se llevó la mano al sombrero.
—Estás hecho para ayudar a la gente, socio. Es lo que haces.
Con esas palabras, Wayne se marchó. Su sobretodo rozó el marco de la puerta mientras salía.
Ocho horas más tarde, Waxillium estaba de pie junto a la ventana superior de su mansión. Contemplaba los últimos fragmentos rotos de un día moribundo. Titilaban, luego se volvían negros. Él aguardaba, esperanzado. Pero las brumas no llegaron.
«¿Qué importa? —pensó para sí—. No vas a salir de todas formas.» Con todo, deseaba que se presentaran las brumas: se sentía más en paz cuando estaban allí fuera, observando. El mundo se volvía un lugar distinto, un lugar que creía comprender mejor.
Suspiró y cruzó el estudio. Pulsó el interruptor de la pared, y las luces eléctricas se encendieron. Todavía lo maravillaban. Aunque sabía que las Palabras de Instauración le habían proporcionado atisbos de lo que era la electricidad, lo que los hombres conseguían seguía pareciéndole increíble.
Se dirigió al escritorio de su tío. Su escritorio. Allá en Erosión, Waxillium había empleado una mesa áspera y débil. Ahora tenía una firme y suave mesa de roble pulido. Se sentó y empezó a repasar los libros de finanzas de la casa. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sus ojos empezaran a dirigirse hacia el puñado de periódicos que había en su sillón. Le había pedido a Limmi que le trajera unos cuantos.
Normalmente ignoraba los periódicos. Las noticas de los crímenes hacían que su mente empezara a dar vueltas y lo descentraban de sus negocios. Por supuesto, ahora que los desvanecedores se habían plantado en su mente, tendría problemas para dejarlo correr y hacer nada productivo, al menos hasta que hubiera indagado un par de cosas sobre lo que habían estado haciendo.
«Tal vez un poco de lectura —se dijo—. Para ponerme al día en lo que está pasando.» No le haría daño estar informado: de hecho, podría ser importante para su capacidad de conversar con la gente.
Waxillium cogió el fajo de periódicos y regresó a su escritorio. Encontró fácilmente un artículo sobre los robos en el diario de hoy. Otros periódicos del fajo tenían aún más información. Le había mencionado los desvanecedores a Limmi, y por eso ella había reunido unos cuantos periódicos, cuyo público era la gente que quería una recopilación de todos los artículos recientes sobre ellos. Reimprimían artículos de semanas o incluso de meses atrás, con las fechas originales de su publicación. Estos tipos de periódicos de formato sábana eran populares, ya que había tres distintos de tres editores diferentes. Parecía que todo el mundo quería estar al día en los temas que se habían perdido.
Por las fechas de los artículos, el primer robo había sucedido mucho antes de lo que suponía. Siete meses atrás, justo antes de que regresara a Elendel. Había habido un lapso de cuatro meses entre la desaparición del primer cargamento de tren y el segundo. El nombre «desvanecedores» no había empezado a ser utilizado hasta este segundo ataque.
Todos los robos eran similares, excepto el del teatro. Detenían un tren con una distracción en las vías: al principio, un árbol caído. Más tarde, un tren fantasma que aparecía entre la bruma, viajando directamente hacia el tren. Los maquinistas frenaban llenos de pánico, pero el tren fantasma ya había desaparecido.
Los maquinistas volvían a poner su tren en marcha. Cuando llegaba a su destino, descubrían que habían vaciado todas las mercancías de uno de los vagones. La gente atribuía todo tipo de poderes místicos a los ladrones, que parecían poder atravesar las paredes y los vagones de carga cerrados a cal y canto sin problemas. «¿Pero qué artículos robaron?», pensó Waxillium, frunciendo el ceño. Los artículos del primer robo no lo decían, aunque sí mencionaban que el cargamento pertenecía a Agustin Tekiel.
Tekiel era una de las casas más ricas de la ciudad, establecida en el Segundo Octante, aunque estaba construyendo su nuevo rascacielos en el distrito financiero del Cuarto Octante. Waxillium leyó de nuevo los artículos, estudiándolos en busca de nuevas menciones al primer robo antes de que tuviera lugar el segundo.
«¿Qué es esto?», pensó, alzando un periódico que incluía la reedición de una carta que Agustin Tekiel había escrito para ser publicada unos cuantos meses antes. La carta denunciaba a los alguaciles de Elendel por no haber protegido o recuperado las mercancías de Tekiel. El periódico la había publicado alegremente, incluso con el titular: «Alguaciles incompetentes, denuncia Tekiel.»
Tres meses. Tekiel había tardado tres meses en decir nada. Waxillium hizo a un lado los periódicos recopilatorios, y luego buscó otras menciones en los más recientes. No escaseaban: los robos eran dramáticos y misteriosos, dos cosas que vendían un montón de periódicos.
El segundo y el tercer robo habían sido de cargamentos de acero. Era extraño. Un material pesado y poco práctico para llevárselo, y no tan valioso como robar simplemente los vagones de pasajeros. El cuarto robo había sido el que llamó la atención de Wayne: comida envasada de un tren con destino a las Áridos del norte. El quinto robo había sido el primero en implicar a los pasajeros. El sexto y el séptimo lo habían hecho también, pero en el séptimo era la única vez que los desvanecedores se llevaban a dos rehenes en vez de a una.
Los tres últimos robos habían sido a vagones de carga y de pasajeros. Metales en dos casos, alimentos en otro… al menos, eso era lo que decían los periódicos. Con cada caso, los detalles se habían hecho más interesantes, ya que los vagones de carga tenían mejores medidas de seguridad. Cerrojos más sofisticados, guardias. Los robos sucedían de manera increíblemente rápida, considerando el peso del material que se llevaban.
«¿Utilizaron una burbuja de velocidad, como hace Wayne?», pensó Waxillium. Pero no. No se podía entrar ni salir de una burbuja de velocidad cuando estaba emplazada, y era imposible hacer una lo bastante grande para facilitar ese tipo de robo. Por lo que él sabía, al menos.
Waxillium continuó leyendo. Había muchos artículos con teorías, citas, y descripciones de testigos. Muchos sugerían una burbuja de velocidad, pero los editoriales desmontaban esa teoría. Sería necesaria demasiada gente, más de las que podía manejar una burbuja. Les parecía más probable que un feruquimista que pudiera aumentar su fuerza sacara los materiales pesados de los vagones y se los llevara a cuestas.
¿Pero adónde? ¿Y por qué? ¿Y cómo franqueaban los cerrojos y los guardias? Waxillium recortó los artículos que encontró interesantes. Pocos tenían ninguna información sólida.
Una suave llamada a la puerta lo interrumpió cuando estaba esparciendo los artículos sobre el escritorio. Alzó la cabeza y vio a Tillaume en la puerta, con una bandeja de té y una cesta en el brazo.
—¿Té, mi señor?
—Eso sería maravilloso.
Tillaume avanzó y emplazó una mesita junto al escritorio, sacó una taza y una servilleta blanquísima.
—¿Tiene alguna preferencia?
Tillaume podía hacer docenas de variedades de té a partir del punto de partida más simple, mezclando y haciendo lo que consideraba ideal.
—Lo que sea.
—Mi señor. El té es muy importante. Nunca debería ser simplemente «lo que sea». Dígame. ¿Piensa dormir pronto?
Waxillium miró los recortes.
—Definitivamente, no.
—Muy bien. ¿Preferiría algo que le ayude a despejar la mente?
—Eso estaría bien.
—¿Dulce o no?
—No.
—¿Mentolado o especiado?
—Mentolado.
—¿Fuerte o débil?
—Er… fuerte.
—Excelente —dijo Tillaume, cogiendo varias jarras y unas cucharas de plata. Empezó a mezclar polvos y hierbas—. Mi señor parece muy concentrado.
Waxillium dio un golpecito en la mesa.
—Mi señor está molesto. Los periódicos son terribles investigando. Necesito saber qué había en el primer cargamento.
—¿El primer cargamento, mi señor?
—El primer cargamento que robaron los ladrones del tren.
—La señorita Grimes diría que parece que vuelve usted a las viejas costumbres, mi señor.
—La señorita Grimes, por fortuna, no está aquí. Además, Lord Harms y su hija parecían sorprendidos de que yo no estuviera enterado de los robos. Debo ponerme al día en los acontecimientos de la ciudad.
—Es una excusa excelente, mi señor.
—Gracias —dijo Waxillium, cogiendo la taza de té—. Casi me he convencido por completo. —Tomó un sorbo—. ¡Alas de Preservación, sí que está bueno!
—Gracias, mi señor.
Tillaume sacó la servilleta y la sacudió, luego la dobló por la mitad y la colocó sobre el brazo del sillón de Waxillium.
—Y creo que lo primero que robaron fue un cargamento de lana. Lo oí comentar en la carnicería esta misma semana.
—Lana. Eso no tiene sentido.
—Ninguno de esos crímenes tiene mucho sentido, mi señor.
—Sí —dijo Waxillium—. Desgraciadamente, son los crímenes más interesantes.
Tomó otro sorbo de té. El fuerte aroma mentolado pareció despejar su nariz y su mente.
—Necesito papel.
—¿Qué…?
—Una hoja grande —continuó Waxillium—. La más grande que puedas encontrar.
—Veré qué hay disponible, mi señor —dijo Tillaume. Waxillium captó un leve suspiro de exasperación en el hombre, aunque salió de la habitación para hacer lo que le pedían.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Waxillium comenzó su investigación? Miró el reloj y se sorprendió de la hora. Ya era de noche.
Bueno, ya estaba lanzado. No dormiría hasta que lo hubiera resuelto. Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro, sujetando la taza y el platillo. Se mantuvo apartado de la ventana. A contraluz, sería un blanco excelente para un francotirador. No es que realmente pensara que pudiera haber uno, pero… bueno, se sentía más cómodo de esta forma.
«Lana», pensó. Se acercó y abrió un libro de cuentas para examinar unas cifras. Se abstrajo tanto que no advirtió el paso del tiempo hasta que Tillaume regresó.
—¿Servirá esto, mi señor? —preguntó, mostrando un caballete de artista con una gran hoja de papel—. El viejo Lord Ladrian lo guardaba para su hermana. Le encantaba dibujar.
Waxillium lo miró, y sintió un nudo en la garganta. Hacía años que no pensaba en Telsin. Habían estado alejados casi todas sus vidas. No voluntariamente, como la distancia con su tío: Waxillium y el anterior Lord Ladrian a menudo habían estado en desacuerdo. No, su distancia con Telsin había sido más bien por pereza. Veinte años separados, viendo a su hermana solo ocasionalmente, le habían hecho ir alejándose sin tener mucho contacto.
Y entonces ella murió, en el mismo accidente que su tío. Deseaba que oír la noticia le hubiera resultado más duro. Tendría que haberlo sido. Pero ella era ya para entonces una extraña.
—¿Mi señor? —preguntó el mayordomo.
—El papel es perfecto —dijo Waxillium, poniéndose en pie y cogiendo un lápiz—. Gracias. Me preocupaba tener que colgarlo de la pared.
—¿Colgarlo?
—Sí. Solía usar trocitos de alquitrán.
La idea pareció incomodar muchísimo a Tillaume. Waxillium lo ignoró, se acercó y empezó a escribir.