(Sale Cecelia. Rosalind termina de peinarse y se levanta, canturreando. Se coloca ante el espejo y se pone a bailar sobre la blanda alfombra. Estudia sus ojos y no sus pies; y nunca de forma casual sino con suma atención, incluso cuando sonríe. De repente se abre la puerta y se cierra tras Amory, tan arrogante y guapo como de costumbre, que queda instantáneamente turbado.)
É
L
: Oh, perdón, creía que…
E
LLA
(Sonriendo radiantemente.)
: Oh, tú eres Amory Blaine, ¿no?
É
L
(Mirándola de cerca.)
: Y tú, ¿eres Rosalind?
E
LLA
: Desde ahora te llamaré Amory… Pero entra. No pasa nada. Mamá vendrá enseguida…
(aparte)
desgraciadamente.
É
L
(Mirando a su alrededor.)
: Todo esto es nuevo para mí.
E
LLA
: Es la tierra de nadie.
É
L
: Aquí es donde tú…, tú….
(Se detiene.)
E
LLA
: Sí, todas esas cosas.
(Se acerca al tocador.)
Mira, mi lápiz de labios, el pincel.
É
L
: No sabía que fueras así.
E
LLA
: ¿Qué esperabas?
É
L
: Creía que tú eras algo… sin sexo, ya sabes, nadar y jugar al golf.
E
LLA
: Sí, lo hago, pero no en las horas de trabajo.
É
L
: ¿Trabajo?
E
LLA
: De seis a dos, estrictamente.
É
L
: Me gustaría tener una participación en la sociedad.
E
LLA
: No se trata de una sociedad, es nada más qué «Rosalind Ilimitada». El cincuenta y uno por ciento del capital, el nombre, la buena voluntad y todo por 25.000 dólares al año.
É
L
(Desaprobando.)
: Una proposición escalofriante.
E
LLA
: Bueno, Amory, no te preocupes. De verdad, el día que encuentre un hombre que no me aburra al cabo de dos semanas, será diferente.
É
L
: Qué raro, tienes el mismo punto de vista sobre los hombres que yo sobre las mujeres.
E
LLA
: Yo no soy realmente femenina, quiero decir… de ideas.
É
L
(Interesado.)
: Sigue.
E
LLA
: No, tú; sigue tú. Me has hecho hablar acerca de mí y eso va contra las normas.
É
L
: ¿Qué normas?
E
LLA
: Mis propias normas… Pero tú, Amory… He oído decir que eres un hombre brillante. Mi familia espera mucho de ti.
É
L
: ¡Qué estimulante!
E
LLA
: Alec dice que tú le has enseñado a pensar. ¿Es así? No creía que nadie lo lograra.
É
L
: No. Yo soy completamente obtuso.
(Evidentemente él no pretende que se le tome en serio.)
E
LLA
: Mentiroso.
É
L
: Yo soy…, soy religioso y literario. He escrito poemas.
E
LLA
: Verso libre. ¡Espléndido!
(Declama.)
Los árboles son verdes,
los pájaros cantan en los árboles,
la niña sorbe su veneno,
el pájaro vuela y la niña muere.
É
L
(Riendo.)
: No, no de esa clase.
E
LLA
(De repente.)
: Me gustas.
É
L
: ¡No!
E
LLA
: ¿También modesto…?
É
L
: Me asustas. Toda mujer me asusta… hasta que la beso.
E
LLA
: Querido mío, la guerra ha terminado.
É
L
: Así que siempre te tendré miedo.
E
LLA
(Con bastante tristeza.)
: Me temo que sí.
(Una ligera vacilación por ambas partes.)
É
L
(Tras la debida consideración.)
: Escucha. Te tengo que pedir una cosa terrible.
E
LLA
(Sabiendo lo que le viene encima.)
: Espera cinco minutos.
É
L
: Pero…, ¿me besarás? ¿O tienes miedo?
E
LLA
: Nunca tengo miedo…, pero tus razones son muy pobres.
É
L
: Rosalind, quiero besarte.
E
LLA
: Yo también.
(Se besan, definitiva y completamente.)
É
L
(Tras recuperar el aliento.)
: Y bien, ¿está satisfecha tu curiosidad?
E
LLA
: ¿Y la tuya?
É
L
: No, solamente se ha despertado.
(Así lo parece.)
E
LLA
(Soñadora.)
: He besado a docenas de hombres. Y supongo que los seguiré besando por docenas.
É
L
:
(Abstraído.)
: Sí, supongo que puedes hacerlo… como ahora.
E
LLA
: A la mayoría de la gente le gusta como beso.
É
L
(Recordando.)
: ¡Dios mío, ya lo creo! Bésame otra vez, Rosalind.
E
LLA
: No; mi curiosidad por lo general queda satisfecha con una vez.
É
L
(Desanimado.)
: ¿Se trata de otra norma?
E
LLA
: Yo fabrico las normas según me, convengan.
É
L
: Tú y yo nos parecemos en algo; excepto en que yo tengo mucha más experiencia.
E
LLA
: ¿Qué edad tienes?
É
L
: Casi veintitrés años. ¿Y tú?
E
LLA
: Diecinueve justos.
É
L
: Yo supongo que eres el producto de un colegio elegante.
E
LLA
: No, todavía soy materia bruta. Me expulsaron de Spence, y no recuerdo por qué.
É
L
: ¿Cuál es tu forma natural de ser?
E
LLA
: Oh, soy brillante, egoísta, emocional —si me emocionan—, me encanta ser admirada…
É
L
(De repente.)
: No quiero enamorarme de ti…
E
LLA
(Levantando las cejas.)
: Nadie te lo ha pedido.
É
L
(Con la misma frialdad.)
: Pero lo haré probablemente. Me gusta tu boca.
E
LLA
: ¡Buf! Por favor no te enamores de mi boca; enamórate de mi pelo, de mis ojos, de mis hombros, de mis zapatillas, pero no de mi boca. Todo el mundo se enamora de mi boca.
É
L
: Es muy bonita.
E
LLA
: Demasiado pequeña.
É
L
: No es verdad. Vamos a ver.
(La besa de nuevo con la misma intensidad.)
E
LLA
(Conmovida.)
: Di algo dulce.
É
L
(Asustado.)
: El cielo me asista.
E
LLA
(Retirándose.)
: No lo hagas… si te es tan duro.
É
L
: ¿Nos engañamos? ¿Tan pronto?
E
LLA
: Nosotros no tenemos la misma idea del tiempo que las otras personas.
É
L
: Ya están aquí… las otras personas.
E
LLA
: Vamos a engañarnos.
É
L
: No, no puedo; mis sentimientos…
E
LLA
: ¿No serás sentimental?
É
L
: No, soy romántico. Una persona sentimental cree siempre que las cosas han de durar; un romántico espera contra toda esperanza. El sentimiento es emocional.
E
LLA
: Y tú, ¿no lo eres?
(Con los ojos casi cerrados.)
Probablemente tú te halagas creyendo que es una actitud superior.
É
L
: Está bien, Rosalind, no discutamos; bésame otra vez.
E
LLA
(Muy fría.)
: No, no tengo el menor deseo de besarte ahora.
É
L
(Manifiestamente desconcertado.)
: Hace un minuto querías besarme.
E
LLA
: Ahora es ahora.
É
L
: Será mejor que me vaya.
E
LLA
: Creo que sí.
(Él se va hacia la puerta.)
E
LLA
: ¡Oh!
(Él se vuelve.)
E
LLA
(Riendo.)
: Tanteo: los nuestros, cien; los adversarios, cero.
(Él se vuelve.)
E
LLA
(Rápidamente.)
: ¡Tempestad! ¡Se suspende el partido!
(Él sale.)
(Se acerca ella tranquilamente al tocador, saca un cigarrillo y lo esconde en el cajón. Entra su madre con un cuaderno en la mano.)
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Quería hablarte a solas antes de que bajes.
R
OSALIND
: ¡Dios mío! ¡Me asustas!
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Rosalind, nos estás resultando demasiado cara.
R
OSALIND
(Con resignación.)
: Sí.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Y ya sabes que tu padre no tiene lo de antes.
R
OSALIND
(Haciendo una mueca.)
: ¡Por favor, no hablemos de dinero!
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: No puedes hacer nada sin él. Este será el último año en esta casa, y, a menos que las cosas cambien, Cecelia no podrá tener las mismas ventajas que tú.
R
OSALIND
(Impaciente.)
: Bueno, ¿de qué se trata?
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Así que te ruego que me hagas caso sobre una serie de cosas que he apuntado en mi cuaderno. La primera es que no vuelvas a desaparecer con un hombre. Puede que un día eso sea recomendable, pero por el momento te quiero ver en el piso de abajo, donde te pueda encontrar. Quiero presentarte a una serie de personas y no me gusta encontrarte en un rincón del invernadero diciendo o escuchando tonterías de alguno.
R
OSALIND
(Con sarcasmo.)
: Sí, escuchando es mejor.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Y no pierdas mucho tiempo con estudiantes, jóvenes de diecinueve y veinte años. No me importa un baile o un partido de fútbol; pero perderte una fiesta interesante por estar en un café con Tom, Dick o Harry…
R
OSALIND
(Replicando con su código que es, a su manera, tan firme como el de su madre.)
: Madre, las cosas son así… ya no se llevan como en mil novecientos…
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Haciendo caso omiso.)
: Hay unos cuantos amigos de tu padre, solteros, a los que te quiero presentar esta noche… hombres jóvenes.
R
OSALIND
(Asintiendo.)
: ¿Cuarentones?
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Con agudeza.)
: ¿Y por qué no?
R
OSALIND
: Ah, perfectamente… Saben lo que es la vida y tienen un adorable aire de cansancio
(sacude la cabeza)
… pero bailarán.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: No conozco a Mr. Blaine, pero no creo que te interese. No parece que hará dinero.
R
OSALIND
: Madre, yo no pienso nunca en el dinero.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Nunca lo conservas el tiempo necesario para pensar en él.
R
OSALIND
(Suspira.)
: Sí, supongo que un día me casaré con un montón de dinero, por puro aburrimiento.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Consultando el cuaderno.)
: He tenido un telegrama de Hartford. Va a venir Dawson Ryder. Ese es un hombre que me gusta y está nadando en dinero. Me parece que desde que te aburres con Howard Gillespie podrías dedicar alguna atención a Mr. Ryder. Es la tercera vez que viene aquí en un mes.
R
OSALIND
: ¿Cómo sabes que me aburre Howard Gillespie?
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Porque el pobre chico, cada vez que viene aquí, tiene un aspecto desolador.
R
OSALIND
: Ese es uno de esos tanteos románticos, anteriores a la batalla. Todos salen mal.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Lo dicho dicho está.)
: De cualquier forma, tenemos que sentirnos orgullosos de ti esta noche.
R
OSALIND
: ¿No crees que estoy guapa?
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Ya sabes que sí.
(De abajo llega el eco de un violín y el sonido de un tambor. La señora Connage se vuelve rápidamente hacia su hija.)
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: ¡Vamos!
R
OSALIND
: ¡Un minuto!
(Su madre sale. Rosalind vuelve al espejo donde se contempla con gran satisfacción. Se besa la mano y toca la huella de su boca. Apaga las luces y sale. Silencio por un momento. Unas pocas notas de piano, un discreto redoble de un débil tambor, el crujido de la seda, todo mezclado, a través de la escalera se filtra por la puerta entornada. Pasan unos grupos por el vestíbulo iluminado. Las risas se amplían y multiplican hasta que alguien entra, cierra la puerta y enciende las luces. Es Cecelia. Va al tocador, busca en los cajones, vacila, descubre el paquete de tabaco y saca un cigarrillo. Lo enciende y, tosiendo y resoplando, se acerca al espejo.)
C
ECELIA
(Con tono terriblemente afectado.)
: Oh, sí, en estos tiempos, bien sabes, la puesta de largo es pura comedia. Resulta una ridiculez, con todo lo que una ha visto antes de los diecisiete años.
(Dando la mano a un imaginario cuarentón.)
Sí, excelencia, creo que he oído a mi hermana hablar de su excelencia. ¿No quiere un cigarro? Son muy buenos. Son… creo que son Coronas. ¿No fuma? ¡Qué lástima! Supongo que el rey no se lo permite. Sí, vamos a bailar.