Amory se dejó caer en un sillón.
—Tan mal como siempre —la momentánea visión de la ruidosa agencia dejó paso rápidamente a una imagen distinta—. ¡Dios mío! ¡Es maravillosa!
Tom suspiró.
—No te puedo decir —repitió Amory— lo maravillosa que es. No quiero que lo sepas. No quiero que lo sepa nadie.
De la ventana llegó otro suspiro, un suspiro lleno de resignación.
—Es la vida y la esperanza y la felicidad, es todo mi mundo.
En su párpado sintió el temblor de una lágrima.
—¡Oh, Tom!
—Siéntate aquí —susurró ella.
Se sentó en el sillón y abrió los brazos para que ella pudiera cobijarse entre ellos.
—Sabía que ibas a venir esta noche —dijo Rosalind dulcemente—, como el verano, cuando más te necesito… querido… querido…
Sus labios le rozaron la cara.
—Qué bien sabes —suspiró él.
—¿A qué, querido?
—Dulce… muy dulce —la apretó contra sí.
—Amory —musitó ella—, cuando tú puedas nos casamos.
—No tendremos mucho al principio…
—¡No! —dijo ella—. Me hace daño que te reproches todo lo que no me puedas dar. Te tengo a ti y es bastante.
—Dime…
—Ya lo sabes, ¿no? Ya lo sabes.
—Sí, pero me gusta oírtelo.
—Te quiero, Amory, con todo mi corazón.
—¿Para siempre?
—Toda mi vida, Amory…
—¿Qué?
—Quiero. Quiero ser tuya. Quiero que tus amigos sean mis amigos. Quiero tener hijos tuyos.
—Pero yo no tengo amigos.
—No me hagas reír, Amory. Dame un beso.
—Haré lo que tú quieras —dijo él.
—No, yo haré lo que tú quieras. Nosotros somos tú, no yo. Eres la mayor parte de mí.
El cerró los ojos.
—Soy tan feliz que tengo miedo. ¿No sería terrible que este fuera…, fuera el punto culminante?
Ella le miró soñadora.
—El amor y la belleza pasan, ya lo sé… Ya sé que hay tristeza. Supongo que una gran felicidad es siempre un poco triste. La belleza está en el aroma de las rosas, y cuando la rosa muere…
—La belleza está en la agonía, del sacrificio y en el fin de la agonía…
—Amory, la belleza está en nosotros. Estoy segura de que Dios nos quiere…
—Te quiere a ti. Tú eres su más preciosa criatura.
—Yo no soy suya, soy tuya. Amory, te pertenezco. Es la primera vez que siento haber dado otros besos; ahora sé lo que puede significar un beso.
Luego se pusieron a fumar; él le contó cómo había sido el día en la oficina…, dónde podrían vivir. Otras veces, cuando él se encontraba particularmente locuaz, ella se dormía en sus brazos, la Rosalind que él amaba —todas las Rosalinds— como no había amado a nadie en este mundo. Flotando intangiblemente, horas irrecordables.
Un día Amory y Howard Gillespie se encontraron por casualidad en el centro y, mientras almorzaban juntos, Amory oyó una historia que le encantó. Gillespie, tras unos cuantos cócteles, estuvo muy hablador y empezó por decirle a Amory que estaba seguro de que Rosalind era un tanto excéntrica.
Había ido con ella y con unos amigos a nadar en Westchester County, y alguien contó que Anette Kellerman, un día que fue de excursión, se había lanzado al mar desde el tejado en ruinas de una casa de campo de diez metros de altura. Al instante Rosalind se empeñó en que Howard le acompañara hasta el tejado para ver qué efecto le hacía.
Un minuto más tarde, mientras sentado en el borde balanceaba sus pies en el vacío, una sombra cruzó a su lado; Rosalind, con sus brazos extendidos en un bonito salto del ángel, surcaba el aire en dirección al agua.
—Naturalmente, yo tenía que hacer lo mismo, después de eso, y a poco me mato. Pensaba que ya estaba bien como prueba porque nadie se atrevió a hacerlo. En cambio Rosalind tuvo la desfachatez de preguntarme por qué me había encogido al saltar. «Eso no facilita el salto» —dijo— «y le quita toda la gracia». Y yo me pregunto, ¿qué puede hacer un hombre con una mujer así? Todo es inútil, es lo que yo digo.
Gillespie no podía comprender por qué Amory sonreía durante toda la comida. Pensaba quizás que era uno de esos hueros optimistas.
(De nuevo en la biblioteca de la casa de los Connage. Rosalind está sola, sentada en el sofá, contemplando el vacío con pesadumbre. Ha cambiado de manera perceptible; parece un poco más delgada, por una sola razón: la luz de sus ojos no es tan brillante; se diría que tiene un año más. Entra su madre, vestida para ir a la ópera. Dirige a Rosalind una mirada nerviosa).
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: ¿Quién viene esta noche?
(Rosalind no la oye o al menos no da muestras de hacerlo.)
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Alec va a venir a buscarme para llevarme a ver esa comedia de Barrie
Et tu, Brutus
.
(Se da cuenta de que ella está hablando para sus adentros.)
¡Rosalind! Te he preguntado quién viene esta noche.
R
OSALIND
(Volviendo en sí.)
: Oh… qué… Oh… Amory, Amory…
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Sarcástica.)
: Tienes tantos admiradores últimamente que no podía imaginar de cuál se trataba.
(Rosalind no contesta.)
Dawson Ryder tiene más paciencia de lo que yo creía. No le has visto una sola vez en esta semana.
R
OSALIND
(Con una expresión muy cansada, completamente nueva en ella.)
: Por favor, mamá…
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: No quiero intervenir. Casi has perdido dos meses con un genio en teoría que no tiene un céntimo a su nombre; pero, sigue adelante, echa a perder tu vida con él. Yo no quiero intervenir.
R
OSALIND
(Como si repitiera una fatigante lección.)
: Ya sabes que tiene unas pocas rentas… y está ganando en la publicidad treinta y cinco dólares a la semana.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Y no te podrá comprar un traje.
(Se detiene, pero Rosalind no responde.)
Sólo pienso en ti cuando te digo que no des un solo paso que luego hayas de lamentar toda tu vida. Tu padre ya no te puede ayudar. Últimamente las cosas le han ido mal, y es un hombre viejo. Y vas a depender solamente de un soñador; un chico simpático, de buena familia, pero un soñador… que solamente es inteligente.
(Ella quiere decir que tal cualidad por sí misma es nefasta.)
R
OSALIND
: Por el amor del cielo, madre…
(Entra una sirvienta, anunciando a Mr. Blaine en pos de ella. Los amigos de Amory le han estado diciendo a él en los últimos diez días que «parece la ira de Dios», y así es. De hecho, ha sido incapaz de probar bocado en las últimas treinta y seis horas.)
A
MORY
: Buenas noches, señora Connage.
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Sin descortesía.)
: Buenas noches, Amory.
(Amory y Rosalind cambian miradas; entra Alec; su actitud ha sido completamente neutral. En el fondo de su corazón cree que ese matrimonio haría de Amory un hombre mediocre, y miserable a Rosalind, pero siente gran simpatía por ambos.)
A
LEC
: Qué hay, Amory.
A
MORY
: Qué hay, Alec. Me ha dicho Tom que te verá en el teatro.
A
LEC
: Sí, acabo de verle. ¿Qué tal la publicidad hoy? ¿Escribiste algo bueno?
A
MORY
: Siempre lo mismo. Me han concedido un aumento
(todos le miran con ansiedad)
… de dos dólares a la semana.
(Colapso general.)
L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Vamos, Alec, he oído el coche.
(Se dan las buenas noches, algunos con frialdad. Cuando salen la señora Connage y Alec se produce una pausa. Rosalind sigue contemplando melancólicamente la chimenea. Amory se acerca a ella y la rodea con el brazo.)
A
MORY
: Querida mía.
(Se besan. Otra pausa; ella toma su mano, la cubre de besos y se la lleva al pecho.)
R
OSALIND
(Tristemente.)
: Me gustan tus manos más que otra cosa. Las veo a menudo cuando tú estás lejos… tan cansada; me conozco todas sus líneas. ¡Manos queridas!
(Sus ojos se encuentran por un momento, y ella empieza a llorar, un sollozo sin lágrimas.)
A
MORY
: ¡Rosalind!
R
OSALIND
: ¡Somos tan dignos de lástima!
A
MORY
: ¡Rosalind!
R
OSALIND
: ¡Ay, quisiera morirme!
A
MORY
: Rosalind, otra noche así y me hago pedazos. Estás así desde hace cuatro días. Tienes que tener más ánimo o yo no podré trabajar, ni comer, ni dormir.
(Mira a su alrededor, desamparado, como si buscara nuevas palabras con que vestir una frase vieja y manida.)
Tenemos que empezar de algún modo. Me gustaría que empezáramos algo juntos.
(Su forzado optimismo se desvanece al ver que ella no responde.)
¿Pero qué pasa?
(Se levanta bruscamente y empieza a pasear por la habitación.)
Es Dawson Ryder, eso es todo. Te ha estado machacando los nervios. Has estado con él todas las tardes de esta semana. Cuando la gente me dice que os han visto juntos, yo tengo que sonreír y asentir, pretendiendo que eso no significa nada para mí. Y tú no me vas a decir lo que está pasando.
R
OSALIND
: Amory, si no te sientas me pondré a gritar.
A
MORY
(Sentándose repentinamente a su lado.)
: Dios mío.
R
OSALIND
(Tomando su mano.)
: Ya sabes que te quiero, ¿no lo sabes?
A
MORY
: Sí.
R
OSALIND
: Y sabes que te querré siempre…
A
MORY
: No hables de esa manera; me asustas. Suena como si tuviéramos que separarnos.
(Ella llora un poco y, levantándose del diván, se sienta en un sillón.)
Toda la tarde he estado pensando que las cosas iban a empeorar. A poco me vuelvo loco en la oficina; no he podido escribir una línea. Dímelo todo.
R
OSALIND
: No hay nada que decir. Que estoy nerviosa.
A
MORY
: Rosalind, estás dando vueltas en la cabeza a la idea de casarte con Dawson Ryder.
R
OSALIND
(Tras una pausa.)
: Me lo ha estado pidiendo todo el día.
A
MORY
: ¡Al fin se ha decidido!
R
OSALIND
(Tras otra pausa.)
: Me gusta.
A
MORY
: No digas eso. Me hieres.
R
OSALIND
: No seas idiota. Sabes de sobra que eres el único hombre al que he querido y al que querré.
A
MORY
(Rápido.)
: Rosalind, vamos a casarnos… la semana que viene.
R
OSALIND
: No podemos.
A
MORY
: ¿Por qué no?
R
OSALIND
: Porque no podemos. Nos convertiríamos en un par de gitanos… en algún lugar horrible.
A
MORY
: Tenemos doscientos setenta y cinco dólares al mes.
R
OSALIND
: Querido, ni siquiera me peino yo misma.
A
MORY
: Lo haré yo.
R
OSALIND
(Entre una sonrisa y un sollozo.)
: Gracias.
A
MORY
: Rosalind, no puedes pensar en casarte con otro. ¡Dímelo! Me dejas a ciegas. Sólo si me lo dices, te puedo ayudar a luchar.
R
OSALIND
: Es por… nosotros. Somos dignos de compasión. Las cualidades que adoro en ti son las que te llevarán al fracaso.
A
MORY
(Sombríamente.)
: Continúa.
R
OSALIND
: Es… por Dawson Ryder. Es tan responsable que casi siento que será… como un apoyo.
A
MORY
: Tú no lo quieres.
R
OSALIND
: Ya lo sé, pero lo respeto. Es un hombre bueno y fuerte.
A
MORY
(Refunfuñando.)
: Sí, sí, lo es.
R
OSALIND
: Mira un pequeño detalle. El martes por la tarde encontramos en Rye a un pobre chico, y, bueno, Dawson lo cogió en brazos y habló con él y le prometió un traje de indio; al día siguiente se acordó y se lo compró; fue tan atento que no pude por menos de pensar lo bueno que sería con…, con nuestros hijos…; cómo cuidará de ellos…, y no tendré que preocuparme.
A
MORY
(Con desesperación.)
: ¡Rosalind! ¡Rosalind!
R
OSALIND
(Con cierta rudeza.)
: No hagas una demostración de sufrimiento.
A
MORY
: ¡Qué poder tenemos para hacernos daño!
R
OSALIND
(Volviendo a sollozar.)
: Ha sido tan perfecto… Tú y yo. Como un sueño que he esperado tanto tiempo y que ya nunca pensaba encontrar; la primera vez que he sentido una verdadera generosidad en mi vida. Y no puedo sufrir que se desvanezca en una atmósfera sin color.
A
MORY
: ¡No será así!
R
OSALIND
: Prefiero conservarlo como un bello recuerdo, guardado en mi corazón.
A
MORY
: Las mujeres pueden hacerlo, pero los hombres no. Yo lo recordaré siempre, pero no la belleza que tuvo sino la amargura que dejó, la gran amargura.
R
OSALIND
: ¡No!
A
MORY
: Todos los años sin volverte a ver, sin volverte a besar; una puerta cerrada y atrancada… porque no te atreves a ser mi mujer.
R
OSALIND
: No, no… El camino más duro y más difícil es el mío. Casarme contigo sería fracasar, y yo no fracaso… ¡Si no dejas de pasear arriba y abajo, me pongo a gritar!
(De nuevo se hunde desesperadamente en el diván.)
A
MORY
: Ven aquí, bésame.
R
OSALIND
: No.
A
MORY
: ¿No quieres besarme?
R
OSALIND
: Quiero que esta noche me ames con calma y… fríamente.
A
MORY
: El principio del fin.
R
OSALIND
(Con un arranque de perspicacia.)
: Amory, tú eres joven. Yo soy joven. La gente nos perdona ahora nuestra pose y nuestra vanidad, nuestra manía de tratar a la gente como a Sancho y salirnos con la nuestra. Ahora nos lo perdonan todo, pero vas a sufrir muchos contratiempos.
A
MORY
: Y a ti te asusta recibirlos conmigo.
R
OSALIND
: No, no es eso. A veces leo un poema —tú dirás que es Ella Wheeler Wilcox y te reirás—, pero escucha: