El estodien asintió en silencio, dejó caer los párpados y una pequeña sonrisa jugueteó por su rostro. Después miró a Eweirl. Quilan también lo observó.
El macho de pelo blanco había cambiado de sitio sin ruido. Esperó hasta que se acercó el gran Invisible y después se puso de repente en pie y se colocó en su camino. El sirviente chocó con él y derramó tres copas de licor sobre el chaleco de Eweirl.
–¡Puto torpe! ¿Es que no miras por dónde vas?
–Lo siento, señor. No sabía que se había movido. –El sirviente le ofreció a Eweirl un paño que llevaba en la cintura.
Eweirl lo tiró al suelo.
–¡No quiero ese trapo! –le gritó–. He dicho que si no miras por dónde vas. –Cogió el borde inferior de la banda verde que cubría los ojos del otro macho. El gran Invisible se encogió por instinto y se apartó un poco. Eweirl le había colocado una pierna detrás, el sirviente tropezó y cayó y Eweirl se hundió con él entre un torbellino de copas rotas y sillas volcadas.
Eweirl se levantó tambaleándose y alzó al gran macho con él.
–Me quieres atacar, ¿verdad? Me quieres atacar, ¿verdad? –chilló. Le había bajado la chaqueta al sirviente por los hombros, hasta los brazos, de tal modo que estaba medio indefenso, aunque, de todos modos, el sirviente no parecía estar resistiéndose. Permanecía allí de pie, sin inmutarse, mientras Eweirl le gritaba.
A Quilan aquello no le gustaba. Miró a Visquile, pero el estodien seguía observando con expresión tolerante. Quilan se levantó de la mesa ante la que estaban enroscados. El estodien le puso una mano en el brazo pero, él se la apartó.
–¡Traidor! –le chillaba Eweirl al Invisible–. ¡Espía! –Tiró del sirviente, le dio la vuelta y lo empujó hacia uno y otro lado; el gran macho chocó con mesas y sillas, se tambaleó y estuvo a punto de caer, incapaz de salvarse con los brazos atrapados y utilizando cada vez la extremidad media como palanca para esquivar los obstáculos invisibles.
Quilan empezó a rodear la mesa. Tropezó con una silla y tuvo que tirarse sobre la mesa para evitar caerse al suelo. Eweirl estaba girando y empujando al Invisible, intentando desorientarlo o marearlo además de hacerlo caer.
–¡Bien! –le gritó al sirviente al oído–. ¡Te voy a llevar a las celdas! –Quilan se apartó con un empujón de la mesa.
Eweirl sostuvo al sirviente delante de él y empezó a dirigirse con paso firme no a las puertas dobles que salían del bar, sino hacia las puertas de la terraza. El sirviente fue sin quejarse al principio, pero después debió de recuperar su sentido de la orientación o quizá solo olió u oyó el mar y sintió el aire libre en el pelo, porque se resistió y empezó a decir algo para protestar.
Quilan estaba intentando ponerse delante de Eweirl y el Invisible para interceptarlos. Ya estaba a unos metros, en uno de los lados, abriéndose camino entre mesas y sillas.
Eweirl levantó una mano, bajó la banda verde, de modo que por un instante Quilan pudo ver las dos cuencas vacías de los ojos del Invisible, y se la metió a la fuerza en la boca al sirviente. Después le puso la zancadilla al otro macho y mientras este intentaba recuperar el equilibrio lo sacó corriendo a la terraza, hasta el muro, y tiró al Invisible por encima, hacia la noche.
Después se quedó allí, respirando con dificultad mientras Quilan llegaba tropezando a su lado. Los dos miraron por el borde. Había una leve gola blanca de espuma alrededor de la base del cañón. Después de un momento, Quilan vio la forma pálida de la diminuta figura caída que se perfilaba contra el mar oscuro. Un instante después, el indistinto sonido de un grito subió flotando hasta ellos. La figura blanca se unió a la espuma sin ningún chapoteo visible y el grito se detuvo unos instantes después.
–Qué torpe –dijo Eweirl. Se limpió un poco de saliva de la boca, le sonrió a Quilan y después pareció inquietarse y sacudió la cabeza–. Una tragedia –dijo–. Anímate. –Rodeó con una mano el hombro de Quilan–. Viva la jarana, ¿eh? –Estiró los brazos y atrajo a Quilan hacia sí, apretándolo contra su pecho. Quilan intentó apartarse, pero el otro macho era demasiado fuerte. Los dos se balancearon, cerca del muro y del precipicio. Quilan tenía los labios del otro macho en el oído–. ¿Crees que quería morir, Quil?
¿Mmm,
Quilan?
¿Mmm?
¿Crees que quería morir? ¿Qué me dices?
–No lo sé –balbuceó Quilan, que por fin pudo utilizar la extremidad media para apartarse del otro. Se quedó allí, con la cabeza levantada para mirar al macho de pelo blanco. Ya se sentía un poco más sobrio. Estaba medio aterrorizado y a la vez tampoco le importaba del todo–. Sé que tú lo has matado –dijo y de inmediato pensó que quizá él fuera a morir también allí mismo. Se planteó colocarse en la clásica posición de defensa, pero no lo hizo.
Eweirl sonrió y volvió la cabeza para mirar a Visquile, que seguía sentado en el mismo sitio de siempre.
–Un accidente trágico –dijo Eweirl. El estodien abrió las manos. Eweirl se apoyó en el muro para dejar de balancearse y le hizo un gesto a Quilan–. Un accidente trágico.
Quilan se mareó de repente y se sentó. El paisaje comenzó a desaparecer por los bordes.
–¿Tú también nos dejas? –oyó que preguntaba Eweirl. Y después nada hasta por la mañana.
–¿Entonces me han elegido?
–Usted se eligió a sí mismo, comandante.
Visquile y él se encontraban sentados en el salón del corsario. Junto con Eweirl, eran los únicos que viajaban a bordo. La nave tenía su propia IA, aunque era bastante reservada. Visquile afirmaba no conocer las órdenes de la nave ni su destino.
Quilan bebió poco a poco un reconstituyente al que le habían añadido sustancias químicas antiresaca. Funcionaba, aunque podría haber funcionado más rápido.
–¿Y lo que Eweirl le hizo al Invisible ciego?
Visquile se encogió de hombros.
–Lo que ocurrió fue lamentable. Son accidentes que pasan cuando la gente bebe demasiado.
–Fue un asesinato, estodien.
–Eso sería imposible de demostrar, comandante. Personalmente, yo, como el desgraciado en cuestión, también carecía de vista en ese momento. –Sonrió. Después se desvaneció la sonrisa–. Además, comandante, creo que se dará cuenta de que Llamado-A-Armas Eweirl tiene libertad en tales temas. –Estiró un brazo y le dio unas palmaditas a Quilan en la mano–. No debe seguir inquietándose por ese desdichado incidente.
Quilan pasó mucho tiempo en el gimnasio de la nave. Eweirl también, aunque no hablaron mucho. Quilan no tenía mucho que decirle al otro macho y a Eweirl no parecía importarle. Se ejercitaron, levantaron pesas, remaron, corrieron, sudaron, jadearon, se dieron baños de polvo y duchas uno junto al otro, pero apenas reconocieron la presencia del otro. Eweirl llevaba auriculares y un visor y a veces se reía mientras hacía ejercicio o bien emitía gruñidos apreciativos.
Quilan se limitó a no hacerle caso.
Un día se estaba cepillando el pelo tras un baño de polvo cuando una gota de sudor le cayó por la cara y se estrelló contra el polvo como un glóbulo de mercurio sucio que rodó hasta el hueco que había quedado a sus pies. Habían copulado una vez en un baño de polvo, durante su luna de miel. Una gota de su dulce sudor había caído igual entre las exquisitas líneas grises y había rodado con una elegancia sedosa por las suaves muescas que habían creado los dos.
Quilan fue consciente de repente de que había hecho un ruido intenso, como un gemido. Miró a Eweirl, que se encontraba en la parte central del gimnasio, con la esperanza de que no lo hubiese oído, pero el macho de pelo blanco se había quitado los auriculares y el visor y lo miraba con una gran sonrisa.
El corsario se encontró con algo a los cinco días de viaje. La nave se quedó en silencio y se movió de forma extraña, como si estuviese en tierra firme, pero la estuvieran deslizando de un lado a otro. Se oyeron golpes secos, después siseos y luego se apagó la mayor parte del ruido restante de la nave. Quilan se quedó sentado en su pequeño camarote e intentó acceder al exterior por las pantallas, nada. Intentó pedir información al sistema de navegación, pero también lo habían desactivado. Hasta ese momento jamás había lamentado que las naves no tuvieran ventanillas ni ojos de buey.
Encontró a Visquile en el pequeño, austero y elegante puente de la nave, estaba sacando un alfiler de datos de los controles manuales y se lo estaba metiendo entre las túnicas. Las pocas pantallas de datos que todavía quedaban encendidas en el puente se apagaron con un parpadeo.
–¿Estodien? –preguntó Quilan.
–Comandante –dijo Visquile. Le dio unas palmaditas a Quilan en el codo–. Nos van a llevar. –Levantó una mano cuando Quilan abrió la boca para preguntar a dónde–. Es mejor que no pregunte quién ni a dónde, comandante, porque no puedo decírselo. –Sonrió–. Solo finja que seguimos adelante utilizando nuestra propia potencia. Es más fácil. No tiene de qué preocuparse, aquí dentro estamos seguros. Muy seguros. –Le tocó la extremidad media con la suya–. Le veo en la cena.
Pasaron otros veinte días. Quilan siguió poniéndose en forma. Estudió las historias antiguas de los Implicados. Pero un día despertó y se encontró de repente con que la nave hacía ruido a su alrededor. Encendió la pantalla de la cabina y vio el espacio que tenía delante. Las pantallas de navegación seguían desconectadas, pero él observó el exterior de la nave a través de los diferentes sensores y ángulos distintos y no reconoció nada hasta que vio una borrosa forma de Y y supo que estaban en algún lugar de las afueras de la galaxia, cerca de las Nubes.
No sabía qué era lo que los había llevado hasta allí en solo veinte días, pero tenía que ser mucho más rápido que sus propias naves. Se preguntó qué sería.
La nave corsaria se encontraba en una burbuja de vacío dentro de un inmenso espacio verde azulado. Un tembloroso ramal de atmósfera de tres metros de diámetro salió fluyendo con lentitud, para reunirse con su exclusa de aire exterior. Al otro lado del tubo flotaba algo parecido a una aeronave pequeña.
Cuando pasaron, el aire se enfrió por un instante antes de irse calentando poco a poco a medida que se acercaban a la aeronave. El ambiente parecía cargado. Bajo sus pies, el túnel de aire parecía tan dócil y flexible como la madera. Quilan llevaba su propio y modesto equipaje, Eweirl cargaba con dos inmensas bolsas de equipo como si fuesen simples bolsos y a Visquile lo seguía un dron civil que llevaba sus maletas.
La aeronave medía unos cuarenta metros, era un único elipsoide gigante de color morado oscuro, recubierto por una funda de piel de aspecto liso con largas vetas amarillas de puntillas que se rizaban poco a poco bajo el aire cálido, como las aletas de un pez. El tubo llevó a los tres chelgrianos a una pequeña góndola que había colgada debajo del navío.
La góndola parecía algo que hubiera crecido solo, en lugar de ser una construcción, como la cáscara vacía de una fruta inmensa; no parecía tener ventanas hasta que subieron a bordo, haciendo que la nave se inclinara un poco, pero los paneles vaporosos dejaban entrar la luz y hacían que el suave interior resplandeciera con una luz de color verde pastel. El interior era cómodo. El tubo de aire se disipó tras ellos cuando el iris de la góndola se cerró.
Eweirl se colocó los auriculares, se puso el visor y se recostó en su asiento, aparentemente ajeno a todo. Visquile se sentó con el bastón plateado plantado entre los pies y la cabeza redondeada bajo la barbilla y se puso a mirar por una de las ventanillas vaporosas.
Quilan solo tenía una vaga idea de dónde estaba. Antes del encuentro, ya hacía varias horas que veía aquel objeto oblongo y gigante con forma de ocho alargado que giraba poco a poco. La nave corsaria se había acercado con mucha lentitud, al parecer solo con el propulsor de emergencia y la cosa aquella, (el mundo, como empezaba a verlo, tras haber hecho un cálculo aproximado de su tamaño) no había hecho más que irse agrandando cada vez más, invadiendo el paisaje que tenían delante, pero sin traicionar todavía ningún detalle.
Al fin uno de los lóbulos del cuerpo había bloqueado la vista del otro y pareció que al fin se acercaban a un planeta inmenso de resplandeciente agua de color verde azulado.
Se veían lo que podrían ser cinco soles pequeños que giraban con la inmensa forma, aunque parecían demasiado pequeños para ser estrellas. Su posición implicaba que habría otros dos, ocultos tras el mundo. Cuando se aproximaron más y coordinaron su velocidad rotacional con la del mundo, se acercaron lo suficiente como para ver la muesca que se estaba formando y a la que se dirigían, con el diminuto punto morado justo detrás, Quilan vio dentro lo que parecían capas de nubes, apenas insinuadas.
–¿Qué es este sitio? –dijo Quilan sin intentar ocultar la sorpresa y el asombro que traicionaba su voz.
–Las llaman aerosferas –dijo Visquile. Parecía receloso y satisfecho, y no especialmente impresionado–. Esto es un ejemplo de lóbulos gemelos giratorios. Es la aerosfera Oskendari.
La aeronave bajó y se hundió un poco más en el aire cargado. Atravesaron una capa de nubes finas, como islas flotando en un mar invisible. La aeronave se bamboleó cuando atravesó la capa. Quilan estiró el cuello para ver las nubes, iluminadas desde abajo por un sol que se encontraba muy por debajo de ellas. Experimentó una repentina sensación de desorientación.
Un poco más abajo salió algo de la bruma que le llamó la atención, una forma inmensa de una tonalidad más oscura que el azul que los rodeaba. Cuando la aeronave se acercó, vio la inmensa sombra que arrojaba la forma y que se estiraba hacia arriba, hacia la calima. Una vez más lo golpeó algo parecido al vértigo.
A él también le habían dado un visor. Se lo puso y aumentó lo que veía. La forma azul desapareció entre un brillo trémulo de calor. Se quitó el visor y utilizó solo los ojos.
–Un behemotauro dirigible –dijo Visquile. Eweirl había vuelto de repente con ellos, se quitó el visor y se cambió al lado de la góndola en el que estaba Quilan para poder mirar, con lo que por un momento desequilibró la aeronave. La forma que tenían debajo se parecía un poco a una versión plana y más complicada de la nave en la que ellos estaban. Unas formas más pequeñas, algunas parecidas a otras aeronaves, algunas con alas, volaban sin prisas a su alrededor.
Quilan vio surgir los rasgos más pequeños de la criatura cuando bajaron hacia ella. La piel que envolvía al behemotauro era azul y morada, y también poseía largas líneas de pálidas puntillas verdes y amarillas que ondeaban por el cuerpo y parecían impulsarlo. Unas aletas gigantes sobresalían en la parte superior y en los lados, coronadas por largas protuberancias bulbosas, como los tanques de combustible de las puntas de las alas de los antiguos aviones. La línea de la cumbre y los costados la recorrían unas grandes cordilleras festoneadas de color rojo oscuro, como tres enormes espinas que la encerraran. Otras protuberancias, bulbos y morones le cubrían la parte superior y los lados, produciendo en general un efecto simétrico que solo se rompía a un nivel más detallado.