A barlovento (36 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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Al acercarse todavía más, Quilan tuvo que pegarse contra el marco de la ventanilla de la góndola de la pequeña aeronave para ver los dos extremos del gigante que tenía debajo. La criatura debía de medir unos cinco kilómetros de largo, quizá más.

–Este es uno de sus dominios –continuó el estodien–. Tienen siete u ocho más distribuidos por las afueras de la galaxia. Nadie sabe con seguridad cuántos hay. Los behemotauros son tan grandes como montañas y más viejos que Matusalén. Son inteligentes, al parecer; restos de una especie que se sublimó hace más de un billón de años. Claro que, solo es lo que se dice. Este se llama el
Sansemin.
Está en poder de aquellos que son nuestros aliados en este asunto.

Quilan le dirigió una mirada inquisitiva al anciano. Visquile, todavía encorvado sobre su resplandeciente bastón, se limitó a encoger los hombros.

–Los conocerá, a ellos o a sus representantes, comandante, pero no sabrá quiénes son.

Quilan asintió y volvió a mirar por la ventanilla. Quiso preguntar por qué habían ido allí, pero se lo pensó mejor.

–¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, estodien? –preguntó en su lugar.

–Una temporada –dijo Visquile con una sonrisa. Observó el rostro de Quilan durante un momento y luego dijo:

»Quizá dos o tres meses, comandante. No vamos a estar solos. Aquí ya hay varios chelgrianos, un grupo de unos veinte monjes de la orden de Abremile. Residen en la nave templo
Refugio del alma,
que está dentro de la criatura. Bueno, la mayor parte lo está. Según tengo entendido, en realidad solo están presentes el fuselaje y las unidades de soporte vital de la nave templo. El navío tuvo que abandonar los motores, fuera, en el espacio. –El anciano hizo un gesto con una mano–. Los behemotauros son muy sensibles a la tecnología de los campos de fuerza, según nos han dicho.

El superior de la nave templo era alto y elegante e iba vestido con una airosa interpretación de las sencillas túnicas de la orden. Los recibió en una amplia plataforma de aterrizaje en la parte posterior de lo que parecía una fruta gigante, nudosa y vacía que se había pegado a la piel del behemotauro. Los tres salieron de la aeronave.

–Estodien Visquile.

–Estodien Quetter. –Visquile hizo las presentaciones.

Quetter se inclinó apenas ante Eweirl y Quilan.

–Por aquí –dijo mientras les indicaba una hendidura en la piel del behemotauro.

Tras recorrer ochenta metros de un túnel levemente inclinado, con el suelo cubierto de algo parecido a una madera suave, llegaron a una gigantesca cámara ribeteada cuya atmósfera era húmeda y opresiva y estaba impregnada de un vago olor a osario. La nave templo
Refugio del alma
era un cilindro oscuro de noventa metros de largo y treinta de ancho que ocupaba más o menos la mitad de aquella cámara húmeda y cálida. Parecía estar atada a las paredes de la cámara por medio de parras y lo que parecían unas enredaderas habían recubierto buena parte del casco.

Tras tantos años de vida militar, Quilan se había acostumbrado a encontrarse en campamentos provisionales, puestos de mando temporales, cuarteles generales recién requisados y demás. Parte de él absorbió la sensación que había en aquel lugar, (la organización improvisada, la mezcla de confusión y orden) y decidió que el
Refugio del alma
llevaba allí un mes más o menos.

Un par de drones grandes, ambos con la forma de dos conos gruesos colocados uno junto a la base del otro, subieron flotando hasta ellos en la penumbra, con un suave zumbido.

Tanto Visquile como Quetter hicieron una reverencia. Las dos máquinas flotantes se inclinaron durante un instante hacia ellos.

–Usted es Quilan –dijo uno. No supo cuál.

–Sí.

Las dos máquinas flotaron hasta él, acercándose mucho. Quilan sintió que el pelo de la cara se le ponía de punta y olió algo que no supo identificar. Una brisa le sopló alrededor de los pies.

«Misión de Quilan gran servicio aquí para preparar prueba posterior ¿miedo a morir?»

Fue consciente de que se había encogido y que casi había dado un paso hacia atrás. No había oído nada, solo las palabras que resonaban en su cabeza. ¿Le estaban hablando los desaparecidos?

«¿Miedo?»
dijo la voz de su cabeza una vez más.

–No –dijo Quilan–. No tengo miedo, no a la muerte.

«Correcto muerte nada.»

Las dos máquinas se retiraron al lugar donde habían estado flotando.

«Bienvenidos todos. Prepararse pronto.»

Quilan sintió que tanto Visquile como Eweirl se mecían hacia atrás, como si los hubiese sorprendido una repentina ráfaga de viento, aunque el otro estodien, Quetter, no cedió ni un ápice. Las dos máquinas volvieron a inclinarse. Al parecer, los habían despedido y regresaron al exterior por el túnel.

Sus alojamientos estaban, por suerte, en el exterior de la gigantesca criatura, en el gigantesco bulbo vacío junto al que habían aterrizado. El aire seguía siendo empalagoso, húmedo y cargado pero si olía a algo era a vegetación, así que parecía aire fresco en comparación con el de la cámara donde descansaba el
Refugio del alma.

Ya habían descargado su equipaje y una vez instalados, los llevó a hacer un recorrido por el exterior del behemotauro la misma aeronave en la que habían llegado. Anur, un macho joven y desgarbado con aspecto incómodo, era el monje más joven del
Refugio del alma,
y los escoltó para explicarles parte de la historia legendaria de las aerosferas y su hipotética ecología.

–Creemos que hay miles de behemotauros –dijo mientras se deslizaban bajo el voluminoso vientre de la criatura, por debajo de selvas colgantes del follaje de la piel–. Y casi cien entidades globulares megalitinas y gigalitinas. Son incluso más grandes, las más grandes son del tamaño de continentes pequeños. La gente tampoco sabe muy bien, incluso menos que en otros casos, si son seres inteligentes o no. No deberíamos ver ninguno, ni tampoco otros behemotauros, porque estamos a mucha profundidad del lóbulo. Casi nunca descienden hasta aquí. Problemas de flotación.

–¿Cómo se las arregla el
Sansemin
para permanecer aquí abajo? –quiso saber Quilan.

El joven monje miró a Visquile antes de responder.

–Lo han modificado –dijo. Después señaló una docena aproximadamente de vainas colgantes, lo bastante grandes como para contener a dos chelgrianos adultos–. Aquí ven cómo se cría parte de la fauna auxiliar. Estas se convertirán en exploradoras de rapiña cuando salgan y eclosionen.

Quilan y los dos estodiens estaban sentados con las cabezas inclinadas en el espacio posterior más profundo del
Refugio del alma,
una cavidad casi esférica de solo unos metros de diámetro y rodeada por paredes de dos metros de grosor hechas de sustratos que albergaban miles de almas chelgrianas de fallecidos. Los tres machos se encontraban formando un triángulo, de cara al interior y desnudos.

Fue el mismo día que llegaron, ya por la tarde, según la hora del
Refugio del alma,
aunque Quilan tenía la sensación de que estaban en plena noche.

Fuera sería de día, un día eterno, pero siempre cambiante, como llevaba siendo un billón y medio de años o más.

Los dos estodiens se habían comunicado durante unos momentos con el Puen-Chelgriano y las sombras que tenían a bordo, pero sin implicar a Quilan; aun así, el comandante había experimentado una especie de reacción incómoda a sus conversaciones mientras duraron. Había sido como estar en una gran caverna y oír hablar a la gente, a lo lejos.

Y entonces le tocó a él. La voz era alta, un grito en su cabeza.

«Quilan. Somos el Puen-Chelgriano.»

Le habían dicho que intentara pensar en las respuestas y no articular, que subvocalizara.

~ Es un honor hablar con ustedes –pensó.

«Tú: ¿Razón aquí?»

~ No lo sé. Me están entrenando. Creo que ustedes quizá sepan más de mi misión que yo.

«Correcto. Dado conocimiento actual: ¿Dispuesto?»

~ Haré lo que se requiera.

«Significa tu muerte.»

~ Soy consciente de ello.

«Significa el cielo para muchos.»

~ Estoy dispuesto a cambiar mi vida por eso.

«No para Worosei Quilan.»

~ Lo sé.

«¿Preguntas?»

~ ¿Me permiten preguntar lo que quiera?

«Sí.»

~ Está bien. ¿Por qué estoy aquí?

«Para prepararte.»

~ ¿Pero por qué en este lugar en concreto?

«Seguridad. Medidas profilácticas. Denegación. Peligro. Insistencia de los aliados.»

~ ¿Quiénes son sus aliados?

«¿Otras preguntas?»

~ ¿Qué he de hacer al final de mi entrenamiento?

«Matar»

~ ¿A quién?

«A muchos. ¿Otras preguntas?»

~ ¿A dónde me enviarán?

«Lejos. No a la esfera chelgriana.»

~ ¿Está involucrado en mi misión el compositor mahrai Ziller?

«Sí.»

~ ¿Debo matarlo?

«Si es así, ¿Te niegas?»

~ Yo no he dicho eso.

«¿Escrúpulos?»

~ Si así fuera, me gustaría saber las razones.

«Si no se dan razones, ¿Te niegas?»

~ No lo sé. Hay algunas decisiones que no se pueden anticipar hasta que debes tomarlas. ¿No van a decirme si mi misión implica matarlo o no?

«Correcto. Clarificación en su momento. Antes de que empiece misión. Preparación y entrenamiento primero.»

~ ¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?

«¿Otras preguntas?»

~ ¿A qué se referían cuando mencionaron el peligro, antes?

«Preparación y entrenamiento. ¿Otras preguntas?»

~ No, gracias.

«Nos gustaría leerte.»

~ ¿Qué quieren decir?

«Mirar en tu mente.»

~ ¿Quieren mirar en mi mente?

«Correcto.»

~ ¿Ahora?

«Sí.»

~ Muy bien. ¿Tengo que hacer algo?

Se mareó durante un instante y fue consciente de que se tambaleaba en la silla.

«Hecho. ¿Ileso?»

~ Eso creo.

«Luz verde.»

~ ¿Quieren decir... que puedo irme?

«Correcto. Mañana: preparación y entrenamiento.»

Los dos estodiens permanecían sentados, sonriéndole.

Solo pudo dormir a ratos y despertó de otro de esos sueños en los que se ahogaba para parpadear en aquella oscuridad extraña y cargada. Tanteó hasta que encontró el visor y con la imagen azul grisácea de las paredes curvadas de la pequeña habitación ante él, se levantó del colchón ondulado y se acercó a la única ventana que había, donde una brisa cálida se colaba poco a poco y luego parecía morir, como si el esfuerzo la hubiera agotado. El visor le mostró una imagen fantasmal del marco tosco de la ventana y fuera, apenas una insinuación de nubes.

Se quitó el visor. La oscuridad parecía absoluta y se quedó allí de pie, dejando que lo empapara hasta que creyó ver un destello en algún lugar de las alturas, azul por la distancia. Se preguntó si era un rayo; Anur había dicho que ocurría entre las nubes y las masas de aire cuando se cruzaban, elevándose y cayendo por los gradientes térmicos de la caótica circulación atmosférica de la esfera.

Vio unos cuantos destellos más, uno de ellos de una longitud considerable, aunque todavía parecía muy, muy lejano. Volvió a ponerse el visor y levantó la mano con las garras extendidas, casi uniendo dos puntas, a solo un par de milímetros de distancia. Eso. El destello había sido así de largo.

Otro destello. Visto con los visores, era tan brillante que el sistema óptico del visor tiñó de negro el centro del diminuto destello para proteger su visión nocturna. En lugar de ver solo la minúscula chispa en sí, vio que también se iluminaba todo un sistema de nubes; los balanceos y torres de aquel vapor lejano y apilado se destacó en medio de un remoto baño azul de luminiscencia que se desvaneció casi en cuanto fue consciente de él. Se volvió a quitar el visor e intentó oír el ruido producido por aquellos destellos. Todo lo que oyó fue un ruido vago, envolvente, como un viento fuerte oído desde lejos que parecía venir de todas partes y trepar por sus huesos. Parecía contener en su interior frecuencias lo bastante profundas como para ser truenos distantes, pero eran bajas y continuas, y firmes, y por mucho que lo intentara no era capaz de detectar ningún cambio ni cumbre en aquella lenta corriente de sonido percibido a medias.

Aquí no hay ecos, pensó. No hay un suelo sólido ni acantilados por ninguna parte para que rebote el sonido. Los behemotauros absorben el sonido como bosques flotantes y en su interior, los tejidos vivos absorben todo el ruido.

Acústicamente muertos. Volvió a recordar aquella frase. Worosei había trabajado un tiempo con el departamento de música de la universidad y le había mostrado una extraña habitación forrada de pirámides de espuma. Acústicamente muerta, le había dicho. Y eso era lo que parecía, sus voces parecían morir con cada palabra que abandonaba sus labios, cada sonido expuesto y solo, sin resonancia.

–Su Guardián de Almas es algo más que un Guardián de Almas normal –le dijo Visquile. Estaban solos en el espacio posterior más profundo del
Refugio del alma,
al día siguiente. Era su primera reunión informativa–. Desempeña las funciones normales de tal mecanismo y toma nota de su estado mental; sin embargo, también tiene la capacidad de albergar otro estado mental en su interior. En cierto sentido, usted tendrá a otra persona a bordo cuando se disponga a realizar su misión. Todavía hay más, pero ¿le gustaría decir o preguntar algo sobre eso?

–¿Quién será esa persona, estodien?

–No estamos seguros todavía. En un mundo ideal, (y según los encargados de trazar el perfil de la misión, en Inteligencia, o más bien, según sus máquinas), sería una copia de Sholan Hadesh Huyler, el difunto almirante general que estaba entre las almas que les encargaron recuperar del Instituto Militar de Aorme. Sin embargo, dado que la nave
Tormenta de nieve
se ha perdido, y se presume que ha quedado destruida, y el substrato original se encontraba a bordo de esa nave, es probable que tengamos que decantarnos por una segunda alternativa. Todavía se está discutiendo esa alternativa.

–¿Por qué se considera necesario, estodien?

–Piense que tiene un copiloto a bordo, comandante. Tendrá a alguien con quien hablar, alguien para aconsejarlo, con quien comentar las cosas, mientras realiza su misión. Quizá no le parezca necesario ahora, pero hay una razón por la que creemos que es aconsejable.

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