Vampiros (36 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
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Lo miré encolerizado
.

«¿Cómo te llamas?», le pregunté con altivez
.

«¿Por qué?», preguntó él a su vez, y dio un paso atrás
.

«Para decírselo al príncipe. Hará cortar las pelotas a quien me impida la entrada esta noche. Y si no las tienes, ¡te cortarán la cabeza! ¿No te acuerdas de mí? La última vez que vine aquí, fui a una iglesia, y traje una bolsa de dedos pulgares.»

Le mostré la de cuero que traía ahora. Palideció
.

«Ahora me acuerdo. Te… te anunciaré. Espera aquí»

Lo agarré del brazo, lo atraje hacia mí. Le mostré los dientes, en una sonrisa lobuna, y silbé:

«No,
¡tú espera aquí!»

Una docena de mis hombres salieron de entre los árboles, se llevaron un dedo admonitorio a los labios y empujaron al jefe de la guardia y a los suyos
.

Seguí adelante. Entré en el palacio y en el gran salón, sin impedimentos. Bueno, dos guardaespaldas reales me cerraron el paso en la puerta, pero los aparté con tal brusquedad a un lado que a punto estuvieron de caerse, y cuando se recobraron, yo me encontraba ya entre los que se estaban divirtiendo. Caminé hasta el centro de la estancia. Me detuve, me volví lentamente y miré ceñudo a mi alrededor. El ruido se fue apagando. Reinó un silencio inquieto. En alguna parte, una dama rió; una risita que fue rápidamente silenciada
.

Entonces, todos se apartaron de mí. Varias damas parecieron a punto de desmayarse. Desde luego, olía a basura, pero ese olor era fresco y limpio a mi olfato, comparado con los perfumes de la corte
.

Se apartaron, pues, y allí estaba el príncipe, sentado a una mesa repleta de manjares y bebida. Tenía una sonrisa helada en el semblante, que se convirtió en una máscara de plomo al verme. Y al fin me reconoció. Se puso en pie
.

«¡Tú!», exclamó
.

«Sí, mi príncipe.» Hice una profunda reverencia y me erguí
.

Él se había quedado sin habla. Poco a poco, su rostro enrojeció. Por fin dijo:

«¿Es una broma? Vete de aquí
… ¡vete!»

Señaló la puerta con un dedo tembloroso. Vanos hombres se estaban acercando a mí, con sus manos en las empuñaduras de las espadas. Corrí hacia la mesa del Vlad, salté encima de ella, desenvainé la mía y apoyé la punta en el pecho del príncipe
.

«¡Diles que no se acerquen más!», gruñí
.

Él levantó las manos y sus guardaespaldas se echaron atrás. Tiré a patadas platos y copas, delante de él, y arrojé la bolsa en el espacio que había quedado libre
.

«¿Están aquí tus sacerdotes cristianos griegos?»

Asintió con la cabeza y les hizo una seña. Ellos se adelantaron, con sus hábitos sacerdotales; agitaban las manos y murmuraban en su lengua extranjera. Eran cuatro
.

Por fin comprendió el príncipe que su vida estaba en peligro. Miró la punta de mi espada, ligeramente apoyada en su pecho, me miró, apretó los dientes y se sentó. Mi espada siguió sus movimientos. Ahora pálido, se dominó, tragó saliva y dijo:

«¿Qué significa esto, Thibor? ¿Quieres que te acusen de alta traición? Envaina la espada y hablaremos.»

«Mi espada se quedará donde está, ¡y sólo tenemos tiempo para lo que
yo
tengo que decir!», le dije
.

«Pero…»

«Ahora escucha, príncipe de Kiev. Me enviaste a una misión desesperada, y lo sabes. ¿Qué? ¿Yo y mis siete hombres, contra Faethor Ferenczy y sus
szgany?
¡Vaya una broma! Pero, mientras yo estaba lejos, podías quitarme mis mejores hombres y, si yo tenía suerte…, tanto mejor. Si fracasaba, como tú creías, no se habría perdido gran cosa.» Lo miré echando chispas por los ojos. «¡Fue una
traición!»

«Pero…», empezó a decir, temblándole los labios
.

«Pero aquí estoy, vivito y coleando, y si apretase un poco con la punta de la espada y te matase, estaría en todo mi derecho. No según tus leyes, pero sí según las mías. Oh, no te espantes; no te mataré. Me basta con que todos los que se encuentran aquí conozcan tu traición. En cuanto a mi "misión", ¿recuerdas lo que me ordenaste que hiciese? “Tráeme la cabeza de Ferenczy, su corazón y su estandarte", dijiste. Muy bien, en este mismo instante, su estandarte ondea en lo alto del palacio. El suyo y el mío, pues lo he tomado como propio. Y en cuanto a su cabeza y su corazón, he hecho algo mejor. ¡Te he traído la esencia misma del Ferenczy!»

El príncipe Vladimir miró la bolsa que tenía delante y frunció una comisura de los labios
.

«Ábrela», le ordené. «Saca lo que hay dentro. Y que tus sacerdotes se acerquen más. Mira lo que te he traído.»

Observé que, entre los numerosos cortesanos e invitados, se acercaban unos hombres de cara hosca. Eso no podía durar mucho más. Cerca de mí, una alta ventana en arco daba sobre una galería y los jardines detrás de ésta. Las manos de Vladimir temblaron al acercarlas a la bolsa
.

«Ábrela!»,
grité, pinchándolo con la espada
.

Tomó la bolsa, tiró de la correa y vertió el contenido sobre la mesa. Todos miraron, espantados
.

«¡La
esencia
misma del Ferenczy!», silbé
.

Aquello tenía el tamaño de un perrito, pero un color enfermizo, una forma de pesadilla. Es decir, ninguna forma, sino una traza morbosa. Podía ser una babosa, un feto, una lombriz extraña. Se retorció bajo la luz, brotaron unos dedos inseguros y formó un ojo. Después apareció una boca, y unos dientes curvos y afilados. El ojo era blando y estaba húmedo. Miró a su alrededor, mientras la boca masticaba en el vacío
.

El Vlad estaba sentado allí, pálido como la muerte, el semblante torcido de un modo grotesco. Me eché a reír cuando aquella cosa empezó a acercársele, y él lanzó un grito y cayó de espaldas, volcando el sillón. La cosa no había pretendido hacerle daño; no
pretendía
nada. Más grande y hambrienta hubiese podido ser peligrosa, o a solas con un hombre dormido en una habitación a oscuras; pero no allí, y con luz. Yo lo sabía, pero Vladimir y su corte lo ignoraban
.

«Vrykoulakas, vrykoulakas!»,
empezaron a gritar los sacerdotes griegos
.

Tras lo cual, y aunque pocos sabían lo que quería decir aquella palabra, el gran salón se convirtió en escenario de un caos furioso. Las damas gritaron y se desmayaron; todos se apartaron de la mesa grande; los invitados se apretujaron en la puerta. Para hacer justicia a los griegos, hay que decir que fueron los únicos que tenían idea de lo que había que hacer. Uno de ellos tomó una daga y clavó aquella cosa en la mesa. Pero la cosa se abrió enseguida y se desprendió como agua de la hoja. El sacerdote la clavó de nuevo y gritó:

«Traed fuego, ¡
quemad
eso!»

En la confusión reinante, salté de la mesa, subí al antepecho de la ventana y pasé a la galería baja. Cuando saltaba de ésta al jardín, aparecieron dos caras irritadas en la ventana detrás de mí. Los guardaespaldas del Vlad, valientes y desafiadores, ahora que el peligro había pasado. Aunque para ellos no fue así. Miré hacia atrás. Ahora estaban los dos en la galería
.

Gritaban y blandían las espadas. Me agaché. Silbaron flechas, disparadas desde el oscuro jardín; uno de los perseguidores fue alcanzado en el cuello; el otro, en la frente. El ruido era estruendoso en el salón, pero no había más perseguidores. Sonreí y me alejé

Aquella noche acampamos en los bosques de las cercanías. Todos mis hombres durmieron, pues no dispuse turnos de guardia. Nadie se nos acercó
.

Por la mañana, cruzamos la ciudad en nuestros caballos y nos dirigimos al oeste, hacia Valaquia. Mi nuevo estandarte seguía ondeando en su asta sobre la fachada del palacio. Por lo visto, nadie se había atrevido a quitarlo de allí mientras yo estuve cerca. Se lo dejé como recordatorio: el dragón, encima de él, el murciélago, y encima de los dos, la lívida cabeza diabólica del Ferenczy. Durante los siguientes cinco siglos, aquellos serían mis emblemas

Mi historia ha terminado, dijo Thibor.
Ahora te toca a ti, Harry Keogh
.

Harry había conseguido algo de lo que quería, pero no todo.

Dejaste que Ehrig y las mujeres se quemasen
, dijo, con disgusto.
Las mujeres… eran vampiresas, y lo comprendería. Pero ¿no habría sido mejor darles una muerte digna? ¿Tenían que ser quemadas vivas? Habrías podido hacerlo menos doloroso para ellas. Habrías podido

¿Decapitarlas?
Thibor pareció despreocupado; se encogió
mentalmente
de hombros.

En cuanto a Ehrig, ¡había sido amigo tuyo!
, exclamó Harry.

Lo había sido, sí. Pero el mundo era muy duro hace mil años, Harry. Y de todos modos, te equivocas: no dejé que se quemasen. Estaban muy por debajo de la torre. La madera que amontoné alrededor del pilar central tenía que arruinarlo, hacer caer los peldaños de piedra en la caja de la escalera y bloquearla para siempre. Quemarlos, no; ¡sólo los enterré!

Harry se estremeció al oír el tono morboso y siniestro de la voz de Thibor.

Esto es aún peor
, dijo.

Querrás decir mejor
, lo contradijo el monstruo, y rió entre dientes.
Y mejor de lo que yo nunca había presumido. Pues entonces no sabía que vivirían allá abajo para siempre. Ja, ja! ¿Es
esto
horrible, Harry? Incluso ahora están allá abajo. Momificados, sí, pero todavía «vivos» a su manera. Secos y resecos como huesos viejos, trozos de cuero y de cartílago y

Thibor se detuvo en seco. Había percibido el agudo interés de Harry, la manera intensa y calculadora con que lo captaba todo y lo analizaba. Harry trató de dar marcha atrás, de cerrar su mente al otro. Pero Thibor lo percibió también.

De pronto he tenido la impresión
, dijo lentamente,
de que he hablado demasiado. Es impresionante saber que incluso una criatura muerta debe guardarse sus pensamientos. Tu interés en todos estos asuntos es más que casual. Me pregunto por qué
.

Dragosani, que había guardado silencio durante largo rato, lo rompió con una carcajada.

¿No es evidente, viejo diablo?
, dijo.
¡El ha sido más listo que tú! ¿Por qué tiene tanto interés? Porque hay vampiros en el mundo, en su mundo, ¡precisamente ahora! Es la única respuesta. Y Harry Keogh ha venido aquí, para que tú le informes sobre ellos. Necesita saber más acerca de ellos por mor de su organización de espionaje y del mundo. Y ahora dime:
¿necesita
realmente contarte las actuales circunstancias de aquel inocente a quien tú corrompiste cuando estaba aún en el vientre de su madre? ¡Te lo ha dicho
ya!
El muchacho vive y, sí, ¡es un vampiro!
Y la voz de Dragosani se extinguió…

Se hizo un silencio en el inmóvil claro del bosque, donde solamente la aureola de neón de Harry iluminaba la oscuridad para dar una indicación del drama que se estaba representando allí. Por fin, habló de nuevo Thibor:

¿Es verdad? ¿Vive? ¿Y es…?


, le dijo Harry.
Vive… como un vampiro… por ahora
.

Thibor hizo caso omiso de las implicaciones de las últimas palabras.

Pero ¿cómo sabes que es… wamphyri?

Porque ya trabaja para el mal. Por eso tenemos que acabar con él…, yo y otros que trabajan para la misma causa. Y está claro que debemos destruirlo antes de que «se acuerde» de ti y venga a buscarte. Dragosani ha dicho que te levantarías de nuevo, Thibor. ¿Qué dices a esto?

Dragosani es un imbécil insolente que no sabe nada. Yo lo engañé, tú lo engañaste; tan bien que lo ayudaste a que se destruyera él mismo. Bueno, ¡cualquier chiquillo podría poner en ridículo a Dragosani!. No le hagas caso
.

¡Ah!
, gritó Dragosani.
Conque soy un imbécil, ¿eh? Escúchame, Harry Keogh, y te diré exactamente cómo empleará ese tortuoso y viejo demonio lo que hizo. Primero

¡CÁLLATE!
Thibor estaba furioso.

¡No me callaré!
, gritó Dragosani.
Por tu culpa estoy aquí, soy un fantasma, ¡nada! ¿Tengo que quedarme quieto, mientras te preparas para levantarte y andar por ahí? Escúchame, Harry. Cuando aquel joven

Pero esto era más de lo que Thibor podía aguantar. Empezó una terrible algarabía mental, un estruendo de aullidos telepáticos de los que Harry no pudo entender una sola palabra, y no tan sólo de Thibor, sino también de Max Batu, quien se había puesto de parte de Thibor; resultaba comprensible que el mongol muerto estuviera en contra de su asesino.

No oigo nada
, dijo Harry, tratando de hacerse oír por Dragosani en aquel estruendo.
¡Absolutamente nada!

La cacofonía telepática prosiguió, más fuerte, más insistente que nunca. En vida, Max Batu había sido capaz de concentrar el odio en una mirada que podía matar; muerto, su concentración no le había fallado; el estrépito mental que creaba era mayor que el de Thibor. Y como aquello no requería ningún esfuerzo físico, era probable que continuasen de forma indefinida. La voz de Dragosani fue literalmente ahogada.

Harry intentó levantar la suya sobre las otras tres:

Si os dejo ahora, ¡podéis estar seguros de que no volveré!

Pero incluso al formular la amenaza, se dio cuenta de que tenía poca fuerza. Thibor estaba gritando por su vida, por la clase de vida que no había conocido desde el día en que lo enterraron allí hacía quinientos años. Aunque los otros se calmasen, él seguiría vociferando.

Estaban en punto muerto. Y en todo caso, era demasiado tarde.

Harry sintió el primer tirón de una fuerza que no podía resistir, una fuerza que lo atraía como es atraída una brújula hacia el norte. Harry hijo se movía de nuevo; acababa de despertar para su alimentación acostumbrada. Durante la próxima hora, el padre debía confundirse una vez más con su hijo pequeño.

El tirón se hizo más fuerte; era como una contracorriente que empezaba a arrastrar a Harry. Éste buscó una puerta de Möbius, la encontró y se encaminó hacia ella.

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