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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (10 page)

BOOK: Un día perfecto
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Eso fue la noche antes de su tratamiento. Permaneció horas despierto, luego trepó con manos vendadas por la ladera de una montaña cuyo pico estaba cubierto de nieve, fumó placenteramente tabaco bajo la dirección de un Rey que sonreía amistosamente, abrió el mono de Copo de Nieve y descubrió que su piel era toda blanca como la nieve, con una cruz roja que le iba desde la garganta hasta la pelvis, condujo un primitivo coche a volante por los pasillos de un enorme Centro de Sofocación Genética, y consiguió una nueva pulsera donde estaba escrito «Chip» y una ventana en su habitación a través de la cual podía contemplar a una encantadora muchacha desnuda regando un macizo de lilas. Ésta le hizo un gesto impaciente con la cabeza y él fue hacia ella..., y despertó sintiéndose fresco, lleno de energías y alegre, pese a todos aquellos sueños, más vividos y convincentes que ninguno de los otros cinco o seis que había tenido en el pasado.

Aquella mañana, un viernes, recibió su tratamiento. El hormigueo-zumbido-cosquilleo pareció durar una fracción de segundo menos de lo habitual, y cuando abandonó la unidad bajándose la manga, siguió sintiéndose bien y él mismo, un soñador de sueños vividos, un compañero de gente inusual, un burlador de la Familia y de Uni. Caminó con una falsa lentitud hacia el Centro. Le sorprendió pensar que ahora precisamente cuando debía seguir con la lentitud, para justificar la reducción aún mayor que se suponía que el paso dos, fuera lo que fuese y cuando ocurriese, debía proporcionarle. Se sintió complacido consigo mismo por haber conseguido esto, y se preguntó por qué Rey y los otros no lo habían sugerido. Quizá habían pensado que no iba a ser capaz de hacer nada después de su tratamiento. Al parecer aquellos otros dos miembros se habían desmoronado por completo, unos hermanos desafortunados.

Cometió un pequeño y llamativo error aquella tarde, empezó a grabar un informe con el micrófono mal conectado mientras otro 663B estaba mirando. Se sintió un poco culpable por hacerlo, pero lo hizo de todos modos.

Aquella noche, para su sorpresa, se durmió realmente durante la televisión, aunque se trataba de algo bastante interesante, un recorrido al nuevo radiotelescopio de Isr. Y más tarde, durante la reunión del club fotográfico de la casa, apenas pudo mantener los ojos abiertos. Se disculpó antes de que terminara y fue a su habitación. Se desnudó sin molestarse en arrojar por la tolva su mono usado, se metió en la cama sin ponerse el pijama y apagó la luz. Se preguntó qué sueños iba a tener.

Despertó asustado, con la sospecha de que estaba enfermo y necesitaba ayuda. ¿Qué era lo que iba mal? ¿Había hecho algo que no hubiera debido hacer?

Lo recordó y movió la cabeza en un gesto de negación; apenas era capaz de creerlo. ¿Era real? ¿Era posible? ¿Se había... contaminado tanto con aquel grupo de lastimosos miembros enfermos que había cometido errores a propósito, había intentado engañar a Bob RO (¡y quizá lo había logrado!), había albergado pensamientos hostiles hacia toda su amante Familia? ¡Oh, Cristo, Marx, Wood y Wei!

Pensó en lo que aquella joven, Lila, le había dicho: que recordara que era un producto químico el que le hacía creer que estaba enfermo, un producto químico que le había sido inyectado sin su consentimiento. ¡Su consentimiento! ¡Como si consentimiento tuviera algo que ver con un tratamiento administrado para preservar la salud y el bienestar de uno, una parte integral de la salud y el bienestar de toda la Familia! Incluso antes de la Unificación, incluso en el caos y la locura del siglo XX, no se pedía el consentimiento de un miembro antes de ser tratado contra el tifus o tifoidea o como fuera que se llamara. ¡Consentimiento! ¡Y él la había escuchado sin discutir!

Sonó el primer campanilleo y saltó de la cama, ansioso por reparar sus impensables errores. Echó por la tolva el mono usado del día anterior, orinó, se aseó, se lavó los dientes, se peinó, se puso un mono limpio e hizo la cama. Fue al salón comedor y pidió su galleta total y su té, se sentó entre otros miembros y deseó ayudarles, darles algo, demostrarles que era leal y amante, no el enfermo transgresor que había sido el día anterior. El miembro de su izquierda terminó su galleta.

—¿Quieres un poco de la mía? —preguntó Chip.

El miembro pareció azarado.

—No, por supuesto que no —dijo—. Pero gracias, eres muy amable.

—No, no lo soy —negó Chip, pero le alegró que el miembro dijera que lo era.

Se apresuró hacia el Centro y llegó allí ocho minutos antes de la hora. Extrajo una muestra de su propia sección de la caja ETD, no de la de algún otro, y la llevó a su propio microscopio; colocó las lentes como correspondía y siguió al pie de la letra la operativa. Extrajo respetuosamente datos de Uni («Perdona mis ofensas, omnisciente Uni») y le transmitió humildemente los nuevos datos («Ésta es una información exacta y verídica de la muestra genética NF5049»).

El jefe de la sección asomó la cabeza.

—¿Cómo va todo? —preguntó.

—Muy bien, Bob.

—Excelente.

A mediodía, sin embargo, se sintió peor. ¿Qué debía hacer con ellos, con los enfermos? ¿Tenía que abandonarlos a su enfermedad, su tabaco, sus tratamientos reducidos, sus pensamientos pre-U? No tenía elección. Habían vendado sus ojos. No había forma alguna de identificarlos.

Pero eso no era cierto; sí había una forma. Copo de Nieve le había mostrado su rostro. ¿Cuántos miembros casi blancos, mujeres de su edad, podía haber en la ciudad? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco? Uni, si Bob RO se lo pedía, podía listar sus numnombres en un instante. Y cuando fuera localizada y adecuadamente tratada, daría los numnombres de algunos de los otros, y éstos, los numnombres de los que faltaran. Todo el grupo podría ser hallado y ayudado en uno o dos días.

De la misma forma que él había ayudado a Karl.

Eso lo detuvo. Él había ayudado a Karl y se había sentido culpable..., una culpabilidad que había pesado sobre él durante años y años, y aún persistía ahora, una parte de ella. ¡Oh, Jesucristo y Wei Li Chun, lo enfermo que estaba, más allá de toda posible imaginación!

—¿Te encuentras bien, hermano?

Era el miembro que había al otro lado de la mesa, una mujer ya madura.

—Sí —dijo—, estoy bien. —Sonrió y se llevó la galleta a los labios.

—Parecías tan preocupado hace un momento —dijo ella.

—Estoy bien —repitió él—. Pensaba en algo que he olvidado hacer.

—Ah —dijo ella.

¿Ayudarles o no ayudarles? ¿Qué era lo correcto, qué lo incorrecto? Sabía qué era lo incorrecto: no ayudarles, abandonarles como si él no fuera en absoluto el cuidador de su hermano.

Pero no estaba seguro de que ayudarles no fuera incorrecto también, y ¿cómo podía ser que las dos cosas fueran incorrectas?

Trabajó con menos celo por la tarde, pero bien y sin errores, haciéndolo todo como correspondía. Al final del día regresó a su habitación y se tendió de espaldas en su cama, apretando las manos contra sus ojos cerrados y haciendo que en ellos pulsaran auroras. Oyó las voces de los enfermos, se vio a sí mismo tomando la muestra de la sección equivocada de la caja y engañando a la Familia en tiempo y energía de equipo. Oyó el campanilleo de la cena, pero siguió donde estaba, demasiado crispado para poder comer nada.

Más tarde llamó Paz.

—Estoy en el salón —le dijo—. Son las ocho menos diez. Llevo esperando veinte minutos.

—Lo siento —respondió—. Bajo inmediatamente.

Fueron a un concierto y luego a la habitación de ella.

—¿Qué es lo que te ocurre? —quiso saber ella.

—No lo sé —respondió él—. Estos últimos días estoy... inquieto.

Ella movió la cabeza en un gesto de negación y manipuló con más energía su fláccido pene.

—Esto no tiene sentido —dijo—. ¿Se lo has dicho a tu consejero? Yo se lo dije al mío.

—Sí, se lo dije. Paz —apartó la mano de ella—, llegó un grupo de nuevos miembros al dieciséis el otro día. ¿Por qué no bajas al salón y buscas a alguien?

Ella frunció el entrecejo.

—Sí, creo que debería hacerlo —dijo.

—Yo también lo creo —dijo él—. Adelante.

—Eso no tiene ningún sentido —murmuró ella, y se levantó de la cama.

Chip se vistió, regresó a su habitación y se desnudó de nuevo. Pensó que iba a tener problemas en dormirse, pero no fue así.

El domingo se sintió peor aún. Empezó a desear que Bob le llamara, que viera que no estaba bien y le arrancara la verdad. De esa forma no habría culpabilidad o responsabilidad, sólo alivio. Permaneció en su habitación, mirando fijamente la pantalla del teléfono. Llamó alguien del equipo de fútbol; se disculpó, dijo que no se encontraba bien.

Al mediodía bajó al comedor, engulló rápidamente la galleta y regresó a su habitación. Llamó un miembro del Centro para preguntar si conocía el numnombre de alguien.

¿Todavía no le habían dicho a Bob que no estaba actuando normalmente? ¿Todavía no había dicho nada Paz? ¿O el del equipo de fútbol que había llamado? Y ese otro miembro al otro lado de la mesa en la comida del día anterior, ¿no había sido lo bastante lista como para ver la verdad en su disculpa y dar su numnombre? (Mírale, esperando que los demás le ayuden, ¿a quién de la Familia ayudaba él?) ¿Dónde estaba Bob? ¿Qué tipo de consejero era?

No hubo más llamadas, ni en toda la tarde ni durante la noche. La música paró en una ocasión para dar un boletín sobre una astronave.

El lunes por la mañana, tras el desayuno, bajó al medicentro. El escáner dijo no, pero Chip dijo al enfermero que deseaba ver a su consejero; el enfermero telecompeó, y entonces los escáners dijeron sí, sí, sí todo el camino hasta las oficinas de los consejeros, que estaban medio vacías. Sólo eran las 7.50.

Entró en el vacío cubículo de Bob y se sentó para esperarles, con las manos sobre las rodillas. Revisó mentalmente el orden en que le diría las cosas: primero su relajamiento intencional, luego hablaría del grupo, de lo que le habían dicho y hecho y la forma en que podían ser localizados a través de la palidez de Copo de Nieve, y finalmente acerca de la enfermiza e irracional sensación de culpabilidad que había ocultado durante todos aquellos años desde que había ayudado a Karl. Uno, dos, tres. Obtendría un tratamiento extra para suplementar lo que no había recibido el viernes, y abandonaría el medicentro con la mente sana y el cuerpo sano, un miembro saludable y contento.

«Tu cuerpo es tuyo, no de Uni.»

Enfermizo, pre-U. Uni era la voluntad y la sabiduría de toda la Familia. Uni lo había hecho a él; le había proporcionado comida, ropa, alojamiento, educación. Incluso había dado el permiso necesario para su concepción. Sí, Uni lo había hecho, y a partir de ahora él...

Bob entró, haciendo oscilar su telecomp en la mano, y se detuvo en seco al verle.

—Li —dijo—. Hola. ¿Ocurre algo?

Chip alzó la vista hacia Bob. Se había equivocado de nombre. Él era Chip, no Li. Bajó los ojos a su pulsera: «Li RM35M4419». Había esperado leer Chip. ¿Cuándo había tenido una pulsera donde se leyera Chip? En un sueño, un sueño extrañamente feliz, con una muchacha haciéndole señas...

—¿Li? —dijo Bob; depositó su telecomp en el suelo.

Uni le había hecho Li. Por Wei. Pero él era Chip, la astilla del viejo leño. ¿Quién era realmente? ¿Li? ¿Chip? ¿Li?

—¿Qué te ocurre, hermano? —preguntó Bob; se inclinó hacia él, apoyó una mano en su hombro.

—Quería verle —dijo.

—¿Por qué?

No supo qué decir.

—Usted me dijo que no debía llegar tarde —murmuró al fin. Miró ansiosamente a Bob—. ¿He llegado a la hora?

—¿A la hora? —Bob retrocedió un paso y le miró con los ojos entrecerrados—. Hermano, llegas un día temprano. Tu día es el martes, no el lunes.

Chip se puso de pie.

—Lo siento —dijo—. Será mejor que vuelva al Centro... —Se dirigió hacia la puerta.

Bob sujetó su brazo.

—Espera —dijo; dio inadvertidamente un golpe al telecomp, que se volcó con un ruido sordo.

—Estoy bien —dijo Chip—. Simplemente me confundí. Volveré mañana. —Se soltó de la mano de Bob y salió del cubículo.

—Li —llamó Bob a sus espaldas.

Siguió andando.

Aquella noche miró atentamente la televisión —un antiguo yacimiento histórico encontrado en Arg, una conexión con Venus, las noticias, un programa de baile,
La sabiduría viva de Wei
—, y luego fue a su habitación. Pulsó el botón de la luz, pero estaba recubierto por algo y no funcionó. La puerta se cerró secamente, fue cerrada por alguien que estaba cerca de él, respirando en la oscuridad.

—¿Quién es? —preguntó.

—Rey y Lila —dijo Rey.

—¿Qué ocurrió esta mañana? —preguntó Lila, en alguna parte junto a su escritorio—. ¿Por qué acudiste a tu consejero?

—Para decírselo todo.

—Pero no lo hiciste.

—Hubiera debido —murmuró—. Salid de aquí, por favor.

—¿Lo ves? —dijo Rey.

—Tenemos que intentarlo —siseó Lila.

—Por favor, marchaos —gimió Chip—. No quiero verme envuelto de nuevo con vosotros, con ninguno de vosotros. Ya no sé lo que es correcto y lo que no. Ni siquiera sé quién soy.

—Tienes unas diez horas para descubrirlo —dijo Rey—. Mañana por la mañana tu consejero vendrá para llevarte al Medicentro Principal. Vas a ser examinado allí. Se supone que esto no debía ocurrir hasta dentro de unas tres semanas, después de que el tratamiento hubiera sido muy reducido. Eso hubiera sido el segundo paso. Pero va a ocurrir mañana, y probablemente será el paso menos uno.

—Pero no tiene por qué serlo —dijo Lila—. Todavía puede ser el segundo paso si haces lo que te digamos.

—No quiero oírlo —dijo Chip—. Marchaos, por favor.

No dijeron nada. Oyó a Rey hacer un movimiento.

—¿Es que no lo comprendes? —dijo Lila—. Si haces lo que te diremos, tus tratamientos se verán tan reducidos como los nuestros. Si no lo haces, los volverán a poner al nivel que estaban antes. De hecho, probablemente los aumentarán aún más, ¿no es así, Rey?

—Sí.

—Para «protegerte» —dijo Lila—. Para que nunca vuelvas a intentar salir de abajo. ¿No lo entiendes, Chip? —Su voz se hizo más próxima—. Es la única posibilidad que vas a tener nunca. Serás una máquina durante el resto de tu vida.

—No, no una máquina, un miembro —dijo Chip—. Un miembro saludable haciendo lo que le corresponde; ayudando a la Familia, no engañándola.

—Estás malgastando tu aliento, Lila —dijo Rey—. Si fuera unos días más tarde tal vez consiguieras algo, pero es demasiado pronto.

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