Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—¿Qué ocurre? —preguntó Lobot, estirando el cuello.
Lando, que no había soltado a Lobot, arrastró al ciborg hasta el centro del pasadizo en el mismo instante en que el halo de energía aparecía en el horizonte de su visión y venía velozmente hacia ellos. La descarga rodeó a los dos hombres durante un fugaz instante mientras seguía su vertiginoso curso, pero aun así su paso hizo que Lando sintiera cómo se le erizaba el vello de la nuca.
—¿Ha dado toda la vuelta a la nave?
—Sí.
—No parece haber perdido ni la más mínima parte de su potencia inicial —dijo Lobot, visiblemente asombrado.
—No —dijo Lando—. Eso es lo que estaba intentando decirte. Tenías razón, Lobot. Estos pasadizos son una especie de conductos... Son acumuladores de superconducción. Incluso es posible que formen una especie de generador de cascada basado en el principio de los tubos de gas.
—Para las armas —murmuró Lobot, hablando muy despacio—. Tienen que ser para las armas.
—Ese panel es el lastre central, la fuente de la primera chispa. Cetrespeó creó una trayectoria de arco mientras el panel estaba acumulando energía para efectuar el disparo inicial que provocaría la ignición..., probablemente de manera prematura. Quizá haya hecho que el sistema emita un informe de fallo del disparador, y puede que eso nos dé un poco de tiempo mientras vuelve a inicializarse.
—Las armas son inútiles en el hiperespacio. Eso explica por qué hemos podido ir de un lado a otro sin encontrar obstáculos.
—También responde a tu pregunta sobre el panel —dijo Lando—. Te estabas preguntando por qué había aparecido en ese preciso instante, ¿no? Oh, sí, el Vagabundo es un chico muy listo... Lo último que hago antes de entrar en una habitación donde quizá no sea bienvenido es comprobar mi arma.
—Ha llevado a cabo una comprobación de la integridad del sistema. Debe de estar preparándose para...
—Espera un momento —dijo Lando—. Escucha.
La nave estaba volviendo a hacer oír su ronca voz, y todo parecía gruñir y gemir a su alrededor.
Lando soltó a Lobot, se impulsó hacia la plataforma del equipo y soltó la lapa sensora de sus sujeciones. La lapa estaba protegida por una gruesa envoltura de hilo de seda, con una hebra terminada en un aro sobresaliendo de él.
—No podemos perder ni un solo instante —dijo Lando—. ¡Erredós! ¡Consulta tu mapa! ¿Cuál es el camino más corto para llegar al casco exterior?
Erredós replicó con un graznido electrónico.
—Indícame la dirección, Erredós... ¡No puedo entenderte!
—No te está respondiendo —dijo Lobot—. Me está preguntando por qué todavía no he vuelto con las herramientas. —El ciborg cerró los ojos, y las lucecitas de su barra conectora parpadearon a toda velocidad—. Por ahí —dijo después—. Dieciocho metros. Pero no sé qué puede haber entre este sitio y el casco.
—Ya te lo contaré cuando vuelva —replicó Lando.
Empuñó su desintegrador, abrió un agujero en la dirección que le había señalado Lobot y desapareció por él.
Con sus toberas impulsoras manteniendo sus pies, que estaban lo más separados posible, apoyados en el mamparo exterior del Vagabundo, Lando metió el cañón del desintegrador industrial por entre sus piernas y apretó el actuador. Un círculo perfecto de casco se desvaneció en una vaharada de humo grisáceo, que fue absorbido instantáneamente a través de la abertura.
La lapa había estado flotando en el aire, unida a la muñeca izquierda de Lando por el cable. Un instante después la lapa dio un potente tirón al extremo de un cable repentinamente tenso, y se bamboleó violentamente de un lado a otro mientras el aire del compartimiento pasaba a toda velocidad junto a ella. Lando guardó el desintegrador en uno de los bolsillos especiales del traje y permitió que el cable fuera deslizándose por entre sus dedos enguantados hasta que la lapa hubo entrado en la abertura. Sólo el cable unido a la muñeca de Lando impidió que se escapara al espacio para perderse en él.
Después se limitó a esperar, y fue viendo cómo la brecha del casco se iba cerrando poco a poco. Cuando la abertura se hubo encogido lo suficiente para evitar que la lapa volviera a ser atraída hacia el interior, Lando tiró del cable y la dejó pegada al casco. Luego estiró el brazo, presionó los interruptores gemelos que activaban los sensores de la lapa y conectó su sistema de adherencia. Después volvió a soltar un poco de cable y esperó hasta que el agujero hubo quedado reducido a las dimensiones de una mirilla, y tiró de la lapa.
Hubo un chasquido claramente audible cuando las espinas de anclaje dispuestas en forma de cruz se extendieron y dejaron la lapa firmemente unida al casco. Para estar todavía más seguro de que no se soltaría, Lando anudó el cable alrededor del cierre de seguridad que había estado tapando los interruptores de la lapa y lo dejó lo más pegado posible a la superficie interior. Lando esperaba que el arnés y aquel freno improvisado bastarían para mantenerla en su sitio, incluso en el caso de que la nave consiguiera desprender las espinas recubiertas de pequeños dientes de sierra de su casco.
Después de haber terminado el trabajo que lo había llevado hasta allí, Lando se dio la vuelta para examinar por primera vez los compartimentos que había atravesado a toda velocidad en su ruta hacia el casco exterior.
A diferencia de lo que ocurría en los acumuladores, donde toda la superficie del pasadizo desprendía una pálida claridad amarillenta, la única luz existente en el compartimiento exterior procedía de las «orejas-lámpara» gemelas que flanqueaban el casco de Lando. Cuando deslizó sus haces luminosos a través del oscuro volumen de espacio que se extendía a su alrededor, un gran vacío engulló la luz delante, detrás y a lo largo de la circunferencia de la nave. Era como si Lando estuviese perdido en el rincón más tenebroso y solitario del espacio.
La luz no encontró nada en lo que reflejarse para poder revelarle una parte de la sustancia de la nave hasta que Lando alzó la mirada, apartando los ojos del casco exterior sobre el que estaba flotando y volviendo la cabeza hacia la dirección por la que había venido. Y lo que la luz reveló allí hizo que Lando se estremeciera con un escalofrío helado que ningún calor podría expulsar de su cuerpo.
Pues las lámparas le estaban mostrando que el muro interior se hallaba cubierto de rostros alienígenas: Lando se encontró contemplando un mosaico, una galería de retratos, un mural, un friso conmemorativo que se extendía hasta allí donde podía llegar la luz, y muy probablemente bastante más allá. Había millares de rostros distintos, o millares de variaciones del mismo rostro, y cada uno le contemplaba desde el interior de su propia celdilla hexagonal. No se parecían a ninguno de los rostros que Lando había visto hasta entonces y, a pesar de ello, Lando pudo sentir con una penetrante agudeza la inteligencia oculta en aquellos ojos grandes y redondos que parecían estar buscando su mirada.
Más que por cualquier otro don, Lando había logrado sobrevivir y prosperar leyendo en los rostros de los desconocidos y llegando a conocerlos mejor de lo que ellos mismos se conocían. Cuando contempló los rostros minuciosamente esculpidos y llenos de profundas arrugas de los qellas, Lando vio en ellos tanto la fuerza como la rendición, una tranquila sabiduría y una curiosidad frustrada y, por encima de todo, un terrible conocimiento de la fugacidad y fragilidad de la vida. Tanto los seres que posaron para aquellos retratos como los artesanos que los crearon habían sabido, mientras permanecían inmóviles o trabajaban para darles forma, que aquellas imágenes tal vez serían lo único que sobreviviría de ellos, y no habían tratado de ocultar nada.
Había un orificio circular en el mural allí donde Lando se había abierto paso a través de él con la hoja de energía de su desintegrador industrial.
El muro de sustentación se había curado a sí mismo, pero los retratos que lo recubrían no lo habían hecho: cuatro de ellos habían sufrido daños en mayor o menor grado, y uno había desaparecido para siempre. Lando se impulsó hacia el mural y abrió un segundo agujero en el mismo sitio, intentando hacer caso omiso de las insistentes punzadas de culpabilidad que se agitaban en su interior mientras empuñaba el desintegrador industrial.
—Lo siento —les dijo a los rostros supervivientes mientras los iba dejando atrás—. Pero ésta es vuestra tumba..., vuestro monumento conmemorativo. Estoy intentando impedir que se convierta en mi tumba. Si la vida significaba tanto para vosotros... Bueno, prefiero pensar que si estuvierais aquí, ahora me estaríais deseando buena suerte.
Lando encontró a los demás donde los había dejado, todavía atendiendo a Cetrespeó. El androide dorado fue el único que mostró una reacción claramente perceptible a su presencia, volviendo la cabeza hacia Lando y saludándole animadamente.
—¡Amo Lando! —exclamó Cetrespeó con un hilo de voz enronquecida. Un ojo luminoso parpadeó—. ¿Qué está haciendo en Yavin Cuatro? ¿Por qué lleva ese traje? Oiga, ¿sabe que parece un androide?
—Echa un vistazo a tu alrededor, Cetrespeó —dijo Lando—. ¿Reconoces este sitio?
La cabeza del androide dorado giró lentamente sobre su cuello.
—Oh. Oh, sí, comprendo. El Vagabundo de los qellas. Parece que he sufrido alguna clase de accidente, ¿no? —Cetrespeó se volvió y usó su brazo intacto para golpear la cúpula de Erredós—. Y todo por tu culpa, maldito saboteador inútil. Tendrías que estar dentro de un triturador de basura, junto con todos los...
—No —le interrumpió secamente Lando—. Yo tuve la culpa. Fui yo quien dio las órdenes, y fui yo quien cometió el error. Lo siento, Cetrespeó. Te prometo que te dejaremos como nuevo en cuanto volvamos a casa.
—Soy yo quien debería pedirle disculpas, amo Laricatissian —dijo Cetrespeó—. Estoy seguro de que mi viscosidad fue el cadáver aproximado de mi infortunio.
—No intentes hablar, Cetrespeó —dijo Lando—. Limítate a seguir con tus rutinas de diagnóstico, ¿de acuerdo? Tu sensor interno trazará un mapa de las regiones dañadas y reasignará esas funciones a otras zonas.
—Pared de hadas, monstruo lambda.
La cabeza del androide giró lenta y temblorosamente sobre su cuello hasta volver a la posición neutral.
Lobot meneó la cabeza.
—Lando, la carga de prueba, si es que se trataba de eso... Bueno, ya ha dado cuatro vueltas más al trazado. Pude ver cómo se debilitaba cuando pasó por encima del agujero que abriste, pero aparte de eso, no pareció perder ni un solo voltio de potencia. Si el panel no la hubiera reabsorbido durante su último circuito, supongo que todavía seguiría circulando por el pasadizo.
Lando recibió su informe con un asentimiento de cabeza.
—Estos pasadizos forman una botella de energía casi perfecta —dijo—. Esto responde a muchas de las preguntas sobre la potencia de su armamento que nos hemos estado haciendo. Cuando el sistema hace circular una carga de capacitancia por estos conductos, las cosas deben de ponerse realmente emocionantes.
—Creo que todos estamos de acuerdo en que ya hemos tenido emociones más que suficientes por ahora.
—Tienes razón... Hemos de salir de aquí. Pero antes hay una cosa que debemos hacer —dijo Lando—. Erredós, he podido adherir la lapa al casco exterior de la nave. Necesito que captes su señal y que permitas que Lobot tenga acceso a ella.
El pequeño androide hizo girar su cúpula hasta que la parte posterior quedó dirigida hacia Lando, y permaneció en silencio.
—Tenemos que averiguar dónde estamos. Erredós —insistió Lando—. Es la segunda fase de nuestro plan, ¿recuerdas? No sé durante cuánto tiempo podemos esperar recibir datos de los sensores de esa lapa, y no tenemos ni idea de cuánto tiempo vamos a permanecer en el espacio real.
El androide siguió guardando silencio.
—¿Lobot?
Lobot carraspeó antes de hablar.
—Eh... Erredós acaba de hacer un comentario bastante grosero sobre tus dotes de liderazgo. Después me dijo que te dijera que se ha declarado en huelga.
—Erredós, eres el único de nosotros que puede captar los datos emitidos por esa lapa —dijo Lando, intentando hablar en un tono lo más firme y tranquilo posible mientras hacía grandes esfuerzos para controlarse—. Si no disponemos de esos datos, no podremos planear una huida. Si no escapamos pronto, a nosotros se nos acabará el aire y a ti se te acabará la energía. No sé qué quieres demostrar con esto, pero sea lo que sea... Bueno, ¿crees que es algo tan importante como para justificar el que los cuatro perezcamos?
Erredós emitió un corto pitido.
—Recibiendo datos —dijo Lobot—. Erredós me ha dicho que te diga que lo hace por Cetrespeó, no por ti.
—Por mí como si lo hace por el Príncipe de la Sangre Real de Thassalia, ¿entendido? Me conformo con que lo haga —replicó Lando—. ¿Cuánto tardaremos en poder disponer de una orientación de navegación?
—Erredós está calculando la triangulación en estos momentos —dijo Lobot—. La base de datos espectrales sólo incluye una de las estrellas de la zona, Lando. Erredós está buscando otras estrellas que puedan servir como referencia.
—¿Qué? ¿Dónde demonios estamos?
—Un momento —dijo Lobot—. Coordenadas cero-nueve-uno, cero-seis-seis, cero-cinco-dos. Incertidumbre debida a un error de medición, dos por ciento.
—¿Tres ceros? Oh, no. No puede ser. Eso nos colocaría en el Sector Uno.
—Correcto —dijo Lobot—. Estamos dentro del Núcleo, y nos encontramos a ciento seis años luz de la frontera de la Nueva República. El sistema habitado más próximo es Prakith.
—Prakith —repitió Lando—. Foga Brill.
—Me temo que no te he entendido.
—Según nuestros últimos informes, Prakith estaba controlado por un señor de la guerra imperial llamado Foga Brill.
—Ah. Comprendo. Prakith se encuentra a ocho años luz de distancia de aquí.
—¿Hay alguna otra nave ahí fuera? Alguna boya de seguridad, sonda, navío robotizado... Lo que sea.
—Ninguna que los sensores de nuestra lapa puedan detectar. Sin embargo, el casco del Vagabundo les oculta una parte sustancial del cielo.
—Bueno, está claro que no es el barrio más adecuado para empezar a lanzar mensajes de socorro —murmuró Lando, que se había puesto muy serio—. De acuerdo, aprovechemos que todo sigue estando bastante tranquilo y salgamos de aquí. Iremos al sitio del que acabo de venir. No sé exactamente en qué situación nos colocará eso, pero la primera vez no ocurrió nada malo.