Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (7 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Con el miedo y la desesperación ardiendo ya en sus ojos mientras permanecían inmóviles en el hangar del equipo, los dos levantaron la vista hacia el risco que se alzaba detrás de ellos, el risco que habían sobrevolado hacía tan sólo unos minutos, aquel risco que había parecido una enorme masa de algodón bañada por la luz del sol. Toda la parte central del risco había quedado repentinamente oculta detrás de un muro de hielo y nieve que avanzaba a gran velocidad, alargándose y trepando hacia el cielo a medida que se aproximaba.

No había ninguna posibilidad de buscar refugio en ese cielo. La avalancha cayó sobre ellos antes de que tuvieran tiempo de recordar la palabra.

Arrastró el vehículo de exploración por delante de ella con tanta facilidad como si fuera un juguete, llenando todos sus huecos con sus dedos de nieve y envolviéndolo en la furiosa turbulencia del remolino helado.

La loca embestida del torrente se fue frenando poco a poco y cuando por fin se detuvo después de haber avanzado hasta más allá del centro del valle, había dos cadáveres más enterrados en el hielo aguardando la llegada del
Abismos de Penga
.

—Lo primero que necesitamos es alguna manera de volver a encontrar este sitio, y este pasadizo parece notablemente desprovisto de peculiaridades que puedan servir para orientarnos —dijo Lando, volviendo a usar el desintegrador industrial para cortar un pequeño triángulo de una esquina de la plataforma del equipo—. ¿Dónde estaba nuestra entrada? ¿Aquí?

—Más abajo —dijo Lobot—. Ahí.

—Me alegra que estés tan seguro de ello —dijo Lando—. He dado tantas vueltas que he acabado totalmente desorientado. —Hizo un pequeño corte en el mamparo e introdujo un lado del triángulo en él, y después lo mantuvo allí hasta que el mamparo volvió a cerrarse a su alrededor. Después colocó la palma de la mano sobre el mamparo e intentó arrancar el trocito de metal de la pared—. Bueno, eso debería bastar para que no nos perdamos.

Lobot fue hacia él con un trozo de cable en la mano.

—Quizá necesitemos más de un cartel indicador antes de que esto haya terminado —dijo, metiendo el cable por uno de los orificios en forma de diamante y anudando los dos extremos—. Este nudo será nuestro primer punto de orientación. En el siguiente haremos dos nudos.

—De acuerdo —dijo Lando, dando la espalda a la pared—. Hay una cosa que se me pasó por alto cuando hicimos el inventario. He quemado aproximadamente el sesenta por ciento de mi propelente intentando llegar hasta aquí.

—A mí me queda un noventa y uno por ciento —dijo Lobot—. Por desgracia, no hay forma alguna de que podamos compartir mis reservas.

—Quizá acabes teniendo que llevarme a hombros, y eso sería una forma de compartirlas —replicó Lando—. ¿Qué tal andáis de masa de impulsión, Cetrespeó?

Erredós emitió un burbujeo electrónico, y Cetrespeó se encargó de traducirlo.

—Erredós dice que todavía dispone de unas reservas de propelente bastante considerables, pero le gustaría ser informado en el caso de que alguno de nosotros localice una conexión energética.

—Con un poquito de suerte, estará justo al lado de una válvula de oxígeno —dijo Lando en un tono bastante sarcástico—. Muy bien... Tenemos un serio problema de supervivencia. El Vagabundo ha dado dos saltos hiperespaciales, y debemos suponer que ese segundo salto le ha permitido quitarse de encima cualquier clase de persecución que haya podido organizar Pakkpekatt. Eso quiere decir que nuestra primera prioridad es localizar e incapacitar el sistema de hiperimpulsión, y detener esta nave.

—Pero amo Lando... Si averiamos los hiperimpulsores, entonces nos encontraremos flotando a la deriva en el vacío —protestó Cetrespeó.

—No sabemos cuánto tiempo pasa el Vagabundo en el hiperespacio. Pueden ser semanas, meses o años. La galaxia tiene ciento veinte mil años luz de diámetro. Estar flotando a la deriva en el vacío me parece una situación preferible a la actual.

—Amo Lando, ¿no sería más prudente que encontráramos a los dueños de esta nave y les pidiéramos que nos llevaran de vuelta a Coruscant?

—Cetrespeó, creo que ahora esta nave ha pasado a ser de nuestra propiedad —dijo Lando—. Si queremos sobrevivir, debemos actuar como si nos perteneciera. —Lando fue indicando sus prioridades con los dedos—. En primer lugar, tenemos que encontrar alguna forma de detenerla. En segundo lugar, debemos averiguar en qué situación nos deja eso. En tercer lugar, debemos averiguar quién es nuestro amigo más próximo. En cuarto lugar, debemos dar con alguna manera de enviarles una señal. Si conseguimos hacer todo eso antes de que Lobot y yo nos quedemos sin aire y de que vosotros dos os quedéis sin energía, entonces podremos empezar a preguntarnos quién construyó el Vagabundo y por qué.

—Tal vez tengamos que enfrentarnos a esas preguntas para poder alcanzar nuestros objetivos —dijo Lobot.

—Tal vez —admitió Lando—. Pero ciertas experiencias anteriores me han enseñado que no necesitas saber gran cosa sobre la maquinaria de precisión para poder destruirla. —Alzó la mano y señaló con un dedo, primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha—, ¿Dónde crees que estarán los hiperimpulsores? ¿A popa o a proa?

—La colocación más eficiente siempre es la más cercana al centro de la masa —dijo Lobot—. Hacia adelante.

Lando asintió.

—Pues vayamos hacia allí.

El coronel Pakkpekatt esperaba impacientemente junto al centro de comunicaciones mientras el crucero
Glorioso
salía del hiperespacio. La armada perseguidora se había desplegado a lo largo de cuarenta años luz, y el
Glorioso
era la segunda cuenta del collar que había formado.

—Vaya pasándomelos tan deprisa como lleguen —le dijo al técnico sentado delante de los controles.

—Sí, señor. Estoy viendo seis despachos... Tenemos una directiva de acción de emergencia emitida por el Departamento de la Flota y dirigida al capitán Garch; una carta azul de la INR, enviada al capitán Hammax; un despacho con el sello de «Urgente» procedente del Instituto Obroano; y tres informes procedentes del
Rayo
, el
Pran
y el
Nagwa
.

—Las tres naves que están detrás de nosotros —dijo Pakkpekatt—. Muy bien. Remita los despachos a mi consola.

Pakkpekatt atravesó el puente con largas y ágiles zancadas, se instaló en su sillón especial y conectó la pantalla de alta seguridad. Ni su rostro ni su comportamiento traicionaron ninguna emoción mientras iba leyendo un despacho detrás de otro. Cuando hubo terminado, hizo girar el monitor sobre su eje con una suave presión de las yemas de sus dedos y dejó escapar un largo siseo.

—Mayor Legorburu.

Ixidro Legorburu, el oficial de inteligencia m'haleliano que desempeñaba las funciones de ayudante táctico de Pakkpekatt, fue rápidamente a su consola en respuesta a la llamada.

—Coronel...

—Acabamos de recibir una alerta de nivel uno que afecta a toda la Flota —dijo Pakkpekatt, desplazando el monitor hacia arriba para que el mayor pudiera leer la directiva de acción de emergencia—. Mi solicitud de naves adicionales para la búsqueda ha sido denegada. He recibido órdenes de relevar de sus deberes actuales al
Merodeador
, el
Pran
y el
Nagwa
para que puedan volver a incorporarse a sus mandos respectivos lo más deprisa posible.

—Eso supone perder casi la mitad de los efectivos con que contábamos, señor —dijo Legorburu, meneando la cabeza—. ¿Qué esperan que hagamos?

—Fracasar, aparentemente —dijo Pakkpekatt en un tono tan seco como cortante—. También se me ha informado de que el
Glorioso
puede ser apartado de la misión en cualquier momento. Debemos permanecer en situación de alerta de una hora, lo cual significa no dar saltos superiores a medio año luz.

—Por lo menos eso nos permite seguir adelante con nuestra búsqueda —dijo Legorburu—. Pero deberíamos hacer avanzar al
Kettemoor
para que llenara el hueco que se abrirá en nuestra formación cuando el
Merodeador
se vaya. De todas maneras, a estas alturas ya deberían haber terminado los trabajos de recuperación.

—El
Kettemoor
ya ha saltado hacia Nichen con los muertos y heridos del
Kauri
a bordo —dijo Pakkpekatt—. No volverá a reunirse con el resto de nuestra flota hasta dentro de un día como mínimo..., eso suponiendo que le permitan volver.

Legorburu no había apartado los ojos de la pantalla.

—No lo entiendo, coronel. ¿A qué viene ese cambio de prioridades tan repentino? ¿Qué está ocurriendo en Coruscant? Si no pueden prescindir de una cañonera construida hace treinta años y de un par de navíos interdictores, debe de ser algo realmente serio.

—Esa información no me ha sido facilitada —dijo Pakkpekatt, y sus labios se curvaron en un sombrío gruñido de amenaza hortek.

—Quizá pueda hacer algunas averiguaciones en los canales extraoficiales —dijo Legorburu—. ¿Quiere que lo intente?

Pakkpekatt asintió.

—Hágalo, por favor —dijo—. Me gustaría tener una idea más clara de a quién debo enfrentarme para mantener viva esta misión.

3

La procesión que avanzaba por el pasadizo del Vagabundo de Telkjon iba encabezada por Lando Calrissian, que empuñaba su desintegrador de combate.

Siguiéndole muy de cerca iba Erredós, remolcando protectoramente la plataforma del equipo. Lobot ocupaba el último lugar, con Cetrespeó cabalgando sobre la espalda de su traje de contacto como un niño encaramado a la espalda de su padre.

—Sí, me temo que he metido la pata —dijo Lando—. Tendría que haber pensado en coger un cinturón impulsor para Cetrespeó, quizá incluso un arnés impulsor completo con mochila de energía... Y también tendría que haber cogido repuestos consumibles para los sistemas de los trajes de contacto.

—Los tenemos a bordo del
Dama Afortunada
... Bueno, quiero decir que los teníamos —dijo Lobot—. No había espacio suficiente para todo en un solo trineo.

—Cambiaría casi todo lo que hay encima de esa plataforma por un par de mochilas alimentadoras —dijo Lando—. Nunca pensé que pasaríamos tanto tiempo en gravedad cero como parece que vamos a pasar.

«Puede que toda la eternidad», añadió sombríamente para sus adentros.

—Los diseñadores del Vagabundo tomaron algunas decisiones realmente muy interesantes —dijo Lobot—. Los qellas parecen haber hecho todo lo posible para dificultar al máximo nuestros movimientos dentro de su nave. No hay gravedad artificial, y no hay rotación. Los mamparos no son magnéticos y carecen de agarraderos, franjas de fricción o cables de desplazamiento.

—¿Qué hay de tan interesante en todo eso?

—Los qellas vivían en un planeta, ¿no? —replicó Lobot, sorprendido por la pregunta de Lando—. ¿Cómo esperaban moverse por el interior de la nave?

Lando soltó un gruñido.

—Puede que los qellas sean orugas gigantes del diámetro de este túnel.

—Quizá —dijo Lobot—. Pero incluso las orugas gigantes probablemente se sienten mucho más cómodas estando dentro de un campo gravitatorio. No puedo evitar pensar que en algún lugar de esta nave tiene que haber un interruptor que nos lo pondría todo mucho más fácil.

El pasadizo parecía no tener fin. Se iba curvando por delante de Lando como un horizonte que se alejara continuamente, burlándose de él con una promesa que nunca llegaba a materializarse.

—¿Cuánto rato llevamos aquí?

—Los registros de acontecimientos de Erredós indican que entramos en el Vagabundo hace tres horas y ocho minutos —respondió Lobot—. Hace cuarenta y siete minutos que abandonamos nuestro punto de entrada.

—Pues parece que haya pasado mucho más tiempo —dijo Lando—. ¿Soy el único que se ha dado cuenta de que aquí ocurre algo raro? A estas alturas ya deberíamos habernos quedado sin nave que recorrer, ¿verdad?

—Resulta obvio que no ha sido así.

—En esta nave nada es obvio —dijo Lando—. Estamos avanzando a razón de un metro por segundo, aunque habría que descontar un par de paradas. Cuarenta y cinco minutos son dos mil setecientos segundos, y esta nave sólo tiene quinientos metros de longitud. Ahora ya deberíamos estar avanzando por el espacio y encontrarnos a un kilómetro por delante de la proa.

—Los conductos que vimos en la superficie del Vagabundo se curvan formando pautas muy complejas —dijo Lobot—. Si estamos dentro de uno de esos conductos, como creo, eso podría explicar el que tengamos que recorrer tanta distancia.

—No, no puede explicarlo, porque seguimos yendo hacia adelante. Es lo que estamos haciendo, ¿no? Si este pasaje se hubiera curvado hacia atrás, nos habríamos dado cuenta.

—¿Tú crees? —preguntó Lobot—. Sin ninguna referencia y dada la ausencia de señales que nos permitan orientarnos, me resulta difícil estar seguro de ello.

—Sí, en eso tienes razón. Por mucho que me esfuerce, no consigo hacerme una imagen mental clara de este sitio —se quejó Lando, volviéndose hacia ellos—. Déjame volver a ver tu mapa, Erredós.

El holoproyector de Erredós se encendió con un suave destello luminoso. El mapa superponía los datos obtenidos por los sensores de movimiento inercial de Erredós a los sondeos del Vagabundo llevados a cabo por los técnicos de Pakkpekatt, e iba indicando su camino a través de la nave mediante una línea roja. La línea serpenteaba a lo largo del casco de la nave como una onda sinodal de baja frecuencia, y se prolongaba más allá de ella.

—¿Veis? —preguntó Lando—. Hemos salido de la nave y estamos avanzando por delante de su proa.

—¿Están funcionando normalmente tus giróscopos, Erredós? —preguntó Lobot.

La respuesta afirmativa del androide estaba teñida de indignación.

—Bien, entonces... ¿Cómo explicas estos datos?

Erredós emitió una réplica tan breve como seca.

—¿Me estás diciendo que ahora la nave es más larga que antes? —tradujo Cetrespeó sin tratar de ocultar su incredulidad—. Qué absurdo. Ni siquiera tú puedes ser tan estúpido, Erredós. Resulta obvio que alguno de tus sistemas no está funcionando correctamente.

Lando suspiró y contempló el rostro del pasadizo, ya hacía rato que habían decidido prescindir de las palabras «pared» y «mamparo» por considerarlas inadecuadas.

—Ya hemos visto algunos de los trucos de los que es capaz su tecnología —dijo—. Puede que nada de cuanto tiene que ver con esta nave sea inmutable, ni siquiera sus dimensiones. ¿Quién sabe? Puede que los qellas no estén jugando limpio...

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