Tormenta de Espadas (86 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Tengo doce —mintió Arya en voz alta—. Y si quisiera podría ser caballero. También te podría haber matado, pero Lim me quitó el cuchillo. —Sólo de recordarlo se ponía furiosa otra vez.

—Pues ve con las quejas a Lim, no a mí. Y luego mete el rabo entre las piernas y huye. ¿No sabes qué les hacen los perros a los lobos?

—La próxima vez te mataré. ¡Y también a tu hermano!

—No. —Entrecerró los ojos oscuros—. Eso te aseguro que no. —Se volvió de nuevo hacia Lord Beric—. Oye, ¿por qué no armas caballero a mi caballo? No caga nunca cuando está en un salón y no cocea demasiado, se lo merece. A menos que también pretendas robármelo.

—Más te vale montar en ese caballo y largarte —le advirtió Lim.

—Me iré con mi oro. Vuestro dios me declaró inocente.

—El Señor de la Luz te perdonó la vida —declaró Thoros de Myr—. No dijo que fueras Baelor el Santo.

El sacerdote rojo desenvainó la espada, y Arya vio que Jack y Merrit también tenían las armas en las manos. Lord Beric aún sostenía la hoja con la que había armado caballero a Gendry.

«A lo mejor esta vez lo matan.»

—Sois unos vulgares ladrones. —El Perro volvió a fruncir los labios.

—Tus amigos leones entran en los pueblos, se llevan todos los alimentos y todo el dinero que encuentran, y dicen que eso es «forrajear». —Lim estaba furioso—. Los lobos hacen lo mismo, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros? No te hemos robado, perro. Estábamos «forrajeando».

Sandor Clegane les miró los rostros uno por uno, como si quisiera memorizarlos. Luego, sin añadir palabra, se dio la vuelta y salió de nuevo a la oscuridad y a la lluvia de donde había llegado. Los bandidos aguardaron, titubeantes...

—Más vale que vaya a ver qué les ha hecho a los centinelas. —Harwin se asomó con cautela antes de salir para asegurarse de que el Perro no aguardaba al acecho junto a la puerta.

—Además, ¿cómo se las había apañado ese cabrón de mierda para juntar tanto oro? —preguntó Lim Capa de Limón para aliviar un poco el ambiente.

—Ganó el torneo de la Mano en Desembarco del Rey —dijo Anguy encogiéndose de hombros, luego sonrió—. Yo también gané una fortuna, pero después conocí a Dancy, a Jayde y a Alayaya. Me enseñaron cómo sabe el cisne asado y qué se siente al bañarse en vino del Rejo.

—Así que te measte todo el oro, ¿eh? —rió Harwin.

—Todo no. También compré estas botas y esta daga tan buena.

—Lo que tendrías que haber comprado es una parcela de tierra —dijo Jack-con-Suerte—, y haber hecho una mujer honrada de una de esas chicas que asaban cisnes. Y sembrar una cosecha de nabos y otra de hijos.

—¡El Guerrero me libre! Habría sido un desperdicio convertir mi oro en nabos.

—A mí me encantan los nabos —se ofendió Jack—. Mira, ahora mismo me gustaría tener delante un buen puré de nabos.

Thoros de Myr hizo caso omiso de las chanzas.

—El Perro no ha perdido sólo unas bolsas de monedas —meditó—. También ha perdido a su amo y su perrera. No puede volver con los Lannister, el Joven Lobo no lo aceptaría jamás en sus filas y no creo que su hermano quiera volver a verlo. Me parece que ese oro era todo lo que le quedaba.

—Mierda —dijo Watty el Molinero—. Entonces seguro que vuelve a matarnos cuando estemos dormidos.

—No. —Lord Beric había envainado la espada—. Sandor Clegane nos mataría a todos de buena gana, pero no mientras dormimos. Anguy, mañana por la mañana quiero que vayas en la retaguardia con Dick Lampiño. Si Clegane nos sigue todavía, mata a su caballo.

—Es un caballo estupendo —protestó Anguy.

—Eso —dijo Lim—. A quien tendríamos que matar es al jinete. El caballo nos sería muy útil.

—Opino lo mismo que Lim —dijo Notch—. Deja que le clave unas cuantas flechas al Perro, ya verás cómo cambia de idea.

—Bajo la colina hueca, Clegane se ganó el derecho a vivir —dijo Lord Beric sacudiendo la cabeza—. No se lo voy a arrebatar.

—Mi señor habla con sabiduría —dijo Thoros a los demás—. Un juicio por combate es sagrado, hermanos. Todos me oísteis pedir a R'hllor su intervención, visteis cómo su mano quebró la espada de Lord Beric justo cuando iba a matarlo. Parece que el Señor de la Luz aún tiene planes para el Perro de Joffrey.

Harwin no tardó en volver a la destilería.

—Pies de Flan estaba dormido como un tronco, pero ileso.

—Ya verás cuando lo coja yo —dijo Lim—. Le voy a hacer otro agujero en el culo. Por su culpa nos podrían haber matado a todos.

Aquella noche, nadie durmió bien sabiendo que Sandor Clegane estaba cerca, en la oscuridad, al acecho. Arya se acurrucó cerca del fuego cómoda y abrigada, pero no conseguía conciliar el sueño. Sacó la moneda que le había dado Jaqen H'ghar y la apretó en la mano mientras se arrebujaba bajo la capa. Siempre que la sostenía se sentía más fuerte al recordar que ella había sido el fantasma de Harrenhal, que en aquellos días podía matar con un susurro.

Pero Jaqen se había ido, la había abandonado.

«Pastel Caliente también me abandonó, y ahora Gendry.» Lommy había muerto, Yoren había muerto, Syrio Forel había muerto, hasta su padre había muerto, y Jaqen le había dado una maldita moneda de hierro antes de desaparecer.


Valar morghulis
—susurró en voz baja. Apretó el puño con fuerza, tanto que los bordes duros de la moneda se le clavaron en la palma de la mano—. Ser Gregor, Dunsen, Polliver, Raff el Dulce. El Cosquillas y el Perro. Ser Ilyn, Ser Meryn, el rey Joffrey, la reina Cersei.

Arya trató de imaginarse qué aspecto tendrían muertos, pero le costaba recordar sus rostros. Al Perro sí lo podía visualizar, y a su hermano, la Montaña, y desde luego jamás olvidaría la cara de Joffrey ni la de su madre... pero las de Raff, Dunsen y Polliver empezaban a desvanecerse, incluso la del Cosquillas, que tenía un aspecto tan común.

Al final el sueño se apoderó de ella, pero en mitad de la noche Arya se volvió a despertar con un hormigueo. Del fuego apenas quedaban unas brasas. Mudge estaba de pie junto a la puerta y otro guardia paseaba en el exterior. La lluvia había cesado, a oídos de Arya llegaron los aullidos de los lobos.

«Están muy cerca y son muchos —pensó. Parecía que estuvieran en torno a los establos, que eran docenas, o tal vez cientos—. Ojalá se coman al Perro.» Se acordó de lo que había dicho sobre los lobos y los perros.

Cuando llegó la mañana, el septon Utt seguía balanceándose colgado del árbol, pero los hermanos pardos estaban bajo la lluvia con palas y excavaban tumbas poco profundas para los otros muertos. Lord Beric les agradeció que les hubieran proporcionado techo y comida, y les dio una bolsa de venados de plata para contribuir a la reconstrucción. Harwin, Luke el Lúcido y Watty el Molinero salieron a explorar, pero no encontraron lobos ni perros.

Mientras Arya ajustaba la cincha de la silla de montar, Gendry se le acercó para decirle que lo sentía. Ella puso el pie en el estribo y montó para poder mirarlo desde arriba, en vez de desde abajo.

«Podrías haber hecho espadas para mi hermano en Aguasdulces», pensó. Pero no fue eso lo que dijo.

—Así que quieres ser un idiota caballero bandido y que te ahorquen —le espetó—. ¿Y a mí qué? Yo estaré en Aguasdulces con mi hermano en cuanto paguen el rescate.

Por suerte aquel día no llovió y consiguieron avanzar bastante para variar.

BRAN (3)

La torre se alzaba sobre una isla; su gemela se reflejaba en las tranquilas aguas azules. Cuando soplaba el viento las ondas del agua recorrían la superficie del lago y se perseguían como chiquillos juguetones. A lo largo de la orilla los robles crecían gruesos, muy juntos, con un lecho de bellotas bajo ellos. Más allá estaba la aldea, o más bien lo que quedaba de ella.

Era la primera aldea que veían desde que habían dejado atrás la base de las colinas. Meera se había adelantado para asegurarse de que no acechaba nadie en las ruinas. Se deslizó entre los robles y los manzanos con la red y la lanza en la mano y asustó a tres ciervos de pelaje rojizo, que escaparon a saltos entre la maleza.
Verano
vio el relámpago de movimiento y al instante se abalanzó hacia ellos. Bran observó cómo se lanzaba a la caza el lobo huargo y, por un momento, lo que más deseó en el mundo fue meterse en su piel y correr con él, pero Meera les estaba haciendo señales para que se acercaran. Se apartó de
Verano
de mala gana y ordenó a Hodor que echara a andar hacia la aldea; Jojen los siguió de cerca.

Bran sabía que desde allí hasta el Muro sólo encontrarían pastizales, campos sin cultivar, colinas de pendientes suaves y poca altura, con prados en la parte superior y zonas encharcadas en la inferior. El camino sería mucho más sencillo que el que habían recorrido por las montañas, pero a Meera la intranquilizaba tanto espacio abierto.

—Me siento como desnuda —confesó—. No hay lugar donde esconderse.

—¿A quién pertenecen estas tierras? —preguntó Jojen a Bran.

—A la Guardia de la Noche —le respondió—. Esto es el Agasajo. El Nuevo Agasajo, y al norte está el Agasajo de Brandon. —El maestre Luwin le había enseñado la historia—. Brandon el Constructor entregó a los hermanos negros todas las tierras al sur del Muro hasta una distancia de veinticinco leguas. Para su... para su sustento y subsistencia. —Se sintió orgulloso de acordarse de una frase tan difícil—. Algunos maestres creen que fue otro Brandon, no el Constructor, pero sigue llamándose el Agasajo de Brandon. Miles de años después, la Bondadosa Reina Alysanne visitó el Muro a lomos de su dragón
Ala de Plata
y le pareció que los hombres de la Guardia de la Noche eran tan valientes que hizo que el Viejo Rey duplicara la extensión de sus tierras hasta cincuenta leguas. Así que eso fue el Nuevo Agasajo. —Señaló a su alrededor—. Esto. Todo esto.

A Bran le resultaba evidente que en aquella aldea no vivía nadie desde hacía años. Todas las casas se estaban derrumbando, hasta la posada. Por su aspecto como posada nunca había sido gran cosa, pero en aquellos momentos lo único que quedaba en pie era una chimenea de piedra y dos paredes llenas de grietas que se alzaban entre una docena de manzanos. Uno crecía en el suelo de la sala común, rodeado de una alfombra de hojas marrones húmedas y manzanas podridas. Su olor denso, de un aroma dulzón y empalagoso, resultaba casi insoportable. Meera pinchó unas cuantas manzanas con la fisga en busca de alguna que todavía fuera comestible, pero todas estaban demasiado podridas y agusanadas.

Era un lugar tranquilo, silencioso, pacífico y de una belleza innegable, pero a Bran le pareció que una posada abandonada tenía un aire triste y, por lo visto, Hodor también sentía lo mismo.

—¿Hodor? —dijo con tono confuso—. ¿Hodor? ¿Hodor?

—Esta tierra es buena. —Jojen cogió un puñado y la frotó entre los dedos—. Una aldea, una posada, un torreón resistente junto al lago, todos estos manzanos... pero ¿dónde está la gente, Bran? ¿Por qué abandonarían un sitio así?

—Seguro que tenían miedo de los salvajes —dijo Bran—. Los salvajes vienen por el Muro o por las montañas para saquear, robar y llevarse a las mujeres. Si te cogen te convierten el cráneo en una copa para beber sangre. Eso nos decía la Vieja Tata. La Guardia de la Noche no es tan fuerte como en tiempos de Brandon ni de la reina Alysanne, así que cada vez vienen más. Los lugares más cercanos al Muro sufrían saqueos tan frecuentes que la gente se trasladó más al sur, a las montañas o a las tierras de los Umber, al este del camino real. A los vasallos del Gran Jon también los saqueaban, pero no tanto como a los que vivían antes en el Agasajo.

Jojen Reed giró la cabeza muy despacio, escuchando una música que sólo él oía.

—Tenemos que refugiarnos aquí. Se acerca una tormenta. Muy fuerte.

Bran alzó la vista hacia el cielo. Había sido un día otoñal claro y luminoso, soleado, casi cálido, pero era cierto que se empezaban a acumular nubes oscuras en el cielo del oeste y el viento soplaba cada vez más fuerte.

—La posada no tiene tejado y sólo le quedan dos paredes —señaló—. Deberíamos ir al torreón.

—Hodor —dijo Hodor.

Tal vez estuviera de acuerdo.

—No tenemos bote, Bran. —Meera pinchaba las hojas con la fisga, distraída.

—Hay un camino, un sendero de piedra bajo el agua. Podríamos llegar andando. —Bueno, ellos podrían llegar andando, él tendría que ir cargado a la espalda de Hodor, pero al menos así no se mojaría.

Los Reed se miraron.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jojen—. ¿Habías estado antes aquí, mi príncipe?

—No, me lo contó la Vieja Tata. La parte de arriba del torreón es una corona dorada, ¿veis? —Señaló hacia el otro lado del lago. Entre las almenas se veían restos de pintura color oro descascarillada—. La reina Alysanne durmió allí, de manera que en su honor pintaron las almenas de dorado.

—¿Un camino? —Jojen escudriñó el lago—. ¿Estás seguro?

—Segurísimo —dijo Bran.

Sabiendo dónde buscar, Meera lo encontró enseguida: era un camino de piedras de un metro de ancho que se metía directamente en el lago. Los guió paso a paso, tanteando frente a ella con la fisga. Alcanzaban a ver el punto donde el sendero emergía de nuevo al llegar a la isla y se transformaba en un corto tramo de peldaños que llevaban a la puerta del torreón.

Sendero, peldaños y puerta estaban en línea recta, lo que podía hacer pensar que el camino no tenía curvas, pero no era así. Zigzagueaba bajo el lago y rodeaba un tercio de la isla antes de regresar al que parecía su curso inicial. Los giros eran traicioneros, y la longitud del camino hacía que cualquiera que se acercara a la torre estuviera expuesto a las flechas que le dispararan desde allí durante mucho rato. Las piedras escondidas, además, eran resbaladizas y estaban cubiertas de lodo; Hodor casi perdió pie en dos ocasiones.

—Hodor —gritó alarmado antes de recuperar el equilibrio.

La segunda vez Bran se asustó mucho. Si Hodor se caía al lago mientras lo llevaba a él en la cesta era muy posible que se ahogara, sobre todo si el corpulento mozo de cuadras se ponía nervioso y se olvidaba de dónde estaba Bran, cosa que pasaba de vez en cuando.

«Tendríamos que habernos quedado en la posada, bajo aquel manzano», pensó, pero ya era demasiado tarde.

Por suerte no hubo una tercera vez, y a Hodor el agua no le pasó de la cintura en ningún momento, aunque los Reed estaban empapados casi hasta el cuello. No tardaron mucho más en llegar a la isla y en subir por los peldaños que llevaban al torreón. La puerta seguía siendo recia, aunque los gruesos tablones de roble se habían combado con los años y ya no cerraba bien. Meera la abrió del todo con el gemido de las bisagras de hierro oxidadas. El dintel era muy bajo.

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