—Esto le gustará menos aún.
Anguy sacó una flecha del carcaj, tensó el arco y disparó. El hombre gordo se estremeció cuando la saeta se le clavó entre las papadas, aunque la jaula impidió que cayera. Dos flechas más acabaron con los otros dos norteños. En la plaza del mercado no se oía más sonido que el del agua y el zumbido de las moscas.
«Valar morghulis»
, pensó Arya.
En el lado este de la plaza del mercado se alzaba una modesta posada de paredes encaladas y ventanas rotas. Hacía poco que había ardido la mitad del tejado, pero el agujero ya estaba parcheado. Sobre la puerta pendía un cartelón de madera pintada en forma de melocotón al que le faltaba un buen mordisco. Desmontaron junto al rincón del poyo de los establos, y Barbaverde llamó a gritos a los mozos de cuadra.
Una tabernera regordeta y pelirroja gritó de alegría al verlos y al momento procedió a tomarles el pelo.
—Barbaverde, ¿no? ¿O era Barbagrís? La Madre tenga piedad, ¿cuándo has envejecido tanto? ¿Eres tú, Lim? ¡Y todavía llevas la misma capa harapienta! Oye, ya sé por qué no la lavas nunca. ¡Tienes miedo de que se le quiten los meados y todos veamos que en realidad eres un caballero de la Guardia Real! ¡Tom, Tom Siete, pedazo de canalla! ¿Has venido a ver a tu hijo? Pues llegas tarde, ha salido con ese Cazador de las narices. ¡Y no te atrevas a decirme que no es tu hijo!
—No ha sacado mi voz —protestó Tom sin mucha energía.
—Pero ha sacado tu nariz. Y también otras partes, por lo que dicen las muchachas. —Entonces se fijó en Gendry y le dio un pellizco en la mejilla—. ¡Pero mirad qué fiera! Ya verás cuando Alyce le eche el ojo a esos brazos. Vaya, y encima se sonroja como una doncella. Bueno, chico, Alyce también te arreglará eso, ya lo verás.
Arya nunca había visto a Gendry tan colorado.
—Atanasia, deja en paz al Toro, es un buen chico —dijo Tom de Sietecauces—. Lo único que necesitamos de ti es dormir a salvo una noche en buenas camas.
—No hables por todos, bardo. —Anguy rodeó con el brazo a una fornida criada, tan pecosa como él.
—Camas tenemos —dijo la pelirroja Atanasia—. No han faltado nunca en el Melocotón. Pero antes, todos a la bañera. La última vez que os quedasteis bajo mi techo me dejasteis pulgas de recuerdo. —Clavó el dedo en el pecho de Barbaverde—. Y encima las tuyas eran verdes. ¿Queréis algo de comer?
—Si tenéis provisiones, no diremos que no —concedió Tom.
—Venga, Tom, ¿cuándo fue la última vez que dijiste que no a algo? —La mujer se rió—. Asaré unos trozos de carnero para tus amigos y una rata vieja para ti. Es más de lo que te mereces, pero si me haces un par de gorgoritos tal vez me ablande. Yo es que siempre me apiado de los afligidos. Vamos, vamos. Cass, Lanna, poned agua a calentar. Jyzene, ayúdame a quitarles la ropa, habrá que hervirla.
Cumplió todas sus amenazas una por una. Arya trató de explicarle que ya la habían bañado dos veces en Torreón Bellota, hacía menos de quince días, pero no hubo manera de convencer a la pelirroja. Dos criadas la llevaron casi en volandas al piso de arriba mientras discutían entre ellas sobre si era una niña o un niño. Ganó la llamada Helly, de manera que la otra tuvo que subir el agua caliente y restregar la espalda de Arya con un cepillo de cerdas tan duras que casi la despellejaron. Luego se quedaron con toda la ropa que le había dado Lady Smallwood y la vistieron de lino y encajes, como una de las muñecas de Sansa. Pero al menos, cuando terminaron, pudo bajar a comer.
Una vez sentada en la sala común con su ropa de niña idiota, Arya recordó lo que le había dicho Syrio Forel, el truco de mirar y ver qué había allí. Miró y vio más criadas de las que harían falta en ninguna posada, la mayoría de ellas jóvenes y bonitas. A medida que anochecía iban llegando más y más hombres al Melocotón. No se quedaban mucho tiempo en la sala común, ni siquiera cuando Tom sacó la lira y empezó a cantar «Seis doncellas en un estanque». Los escalones de madera eran viejos y empinados, y crujían cada vez que uno de los hombres se llevaba a una chica al piso superior.
—Seguro que esto es un burdel —susurró a Gendry.
—Y tú qué sabes qué es un burdel.
—Lo sé —se empeñó ella—. Es como una taberna, pero con chicas.
—Entonces, ¿qué haces tú aquí? —El muchacho se estaba poniendo colorado otra vez—. Un burdel no es lugar para una dama de mierda, eso lo sabe cualquiera.
Una de las chicas se sentó junto a ella en el banco.
—¿Quién es una dama? ¿La flaquita? —Miró a Arya y se echó a reír—. Yo también soy hija de un rey.
—Mentira. —Arya sabía que se estaba burlando de ella.
—Bueno, puede que sí y puede que no. —Cuando la chica se encogió de hombros el tirante del vestido se le deslizó por el hombro—. En el Melocotón se cuenta que el rey Robert se folló a mi madre mientras estaba escondido aquí antes de la batalla. Igual que a todas las otras chicas, claro, pero dice Leslyn que mi madre era la que más le gustaba.
Lo cierto era que la muchacha tenía el pelo como el antiguo rey, se dijo Arya. Una cabellera espesa y negra como el carbón.
«Pero eso no quiere decir nada. Mira, Gendry tiene el pelo igual. Hay mucha gente con el pelo negro.»
—Me llamo Campy —dijo la chica a Gendry—. Me llamaron así por la batalla de las Campanas. Seguro que podría hacer sonar tu campana. ¿Quieres que pruebe?
—No —le replicó en voz demasiado alta.
—Seguro que sí. —Le acarició un brazo con la mano—. Los amigos de Thoros y del señor del relámpago no tienen que pagar nada.
—¡He dicho que no! —Gendry se levantó sin miramientos, se alejó de la mesa y salió a la noche.
—¿No le gustan las mujeres? —le preguntó Campy a Arya.
—Lo que pasa es que es idiota —contestó Arya, encogiéndose de hombros—. Le gusta pulir yelmos y golpear espadas con el martillo.
—Ah.
Campy volvió a colocarse el tirante en el hombro y se fue a hablar con Jack-con-Suerte. Poco después estaba sentada en su regazo, se reía y bebía vino de su copa. Barbaverde tenía a dos chicas, una en cada rodilla. Anguy había desaparecido con su moza de cara pecosa, y a Lim tampoco se lo veía por ninguna parte. Tom Sietecuerdas estaba sentado junto al fuego y cantaba «Las doncellas que florecen en primavera». Arya lo escuchó mientras bebía sorbos de la copa de vino aguado que la mujer pelirroja le había permitido tomar. Al otro lado de la plaza, los cadáveres se pudrían en las jaulas para cuervos; en cambio, en el Melocotón todo el mundo parecía alegre. Pero a ella le parecía que algunos, sin saber por qué, se reían con demasiado entusiasmo.
Tal vez habría sido un buen momento para escabullirse y robar un caballo, pero Arya sabía que no le serviría de nada. Sólo podría llegar a las puertas de la ciudad.
«Ese capitán no me dejaría pasar y, aunque me dejara, Harwin iría a por mí, o si no ese tal Cazador con sus perros.» Habría dado cualquier cosa por un mapa, sólo para ver si Sept de Piedra estaba muy lejos de Aguasdulces.
Antes de terminarse la copa Arya ya era todo bostezos. Gendry aún no había regresado. Tom Sietecuerdas cantaba «Dos corazones que laten como uno» y besaba a una chica diferente al final de cada verso. En un rincón, junto a la ventana, Lim y Harwin charlaban en voz baja sentados con la pelirroja Atanasia.
—Por la noche en la celda de Jaime —oyó que decía la mujer—. Ella y la otra, la moza que mató a Renly. Los tres juntitos, y por la mañana Lady Catelyn lo liberó por amor. —Dejó escapar una carcajada gutural.
«No es cierto —pensó Arya—. Eso mi madre no lo haría jamás.» La invadieron sentimientos de tristeza, de ira y de soledad, todos a la vez.
Un viejo se sentó junto a ella.
—Mira, mira, pero qué melocotón tan bonito. —Tenía un aliento casi tan hediondo como el olor de los cadáveres de las jaulas, y sus ojillos porcinos la recorrían de arriba abajo—. ¿Cómo se llama mi dulce melocotoncito?
Durante un instante se olvidó de quién debía ser en aquel momento. No era un melocotón, pero tampoco podía ser Arya Stark, y menos allí, con un borracho maloliente al que no conocía.
—Soy...
—Es mi hermana. —Gendry puso una manaza en el hombro del viejo y se lo apretó—. Dejadla en paz.
El viejo se dio media vuelta con ganas de pelea, pero al ver la estatura de Gendry se lo pensó mejor.
—¿Vuestra hermana? ¿Es vuestra hermana? ¿Qué clase de hermano sois? A una hermana mía no la traería al Melocotón ni muerto. —Se levantó del banco y se alejó refunfuñante en busca de una nueva amiga.
—¿Por qué le has dicho eso? —Arya se levantó de un salto—. Tú no eres mi hermano.
—No —le replicó con rabia—. Soy demasiado plebeyo para estar emparentado con mi señora.
—Yo no he dicho eso. —Lo airado de la respuesta había dejado paralizada a Arya.
—Sí que lo has dicho. —Se sentó en el banco y acunó una copa de vino entre las manos—. Vete. Quiero beber tranquilo. Luego igual me voy a buscar a la chica del pelo negro para tocarle la campana.
—Pero...
—He dicho que te vayas. ¡Mi señora!
Arya se dio media vuelta y le volvió la espalda.
«Es un idiota bastardo testarudo, eso, un idiota.» Que tocara tantas campanas como le diera la gana, a ella qué.
La habitación donde iban a dormir estaba en el piso superior, bajo el alero del tejado. Seguro que en el Melocotón no andaban escasos de camas, pero para gente como ellos sólo tenían una libre. Por suerte era una cama enorme. Llenaba la habitación casi por completo, y el mohoso colchón relleno de paja bastaría para que durmieran todos. Y por el momento lo tenía todo para ella. Su verdadera ropa estaba colgada de un clavo de la pared, entre las cosas de Gendry y las de Lim. Arya se quitó el lino y los encajes, se puso la túnica, se subió a la cama y se arrebujó bajo las mantas.
—La reina Cersei —susurró a la almohada—. El rey Joffrey, Ser Ilyn, Ser Meryn. Dunsen, Raff y Polliver. El Cosquillas, el Perro y Ser Gregor la Montaña. —A veces le gustaba alterar el orden de los nombres. Así recordaba mejor quiénes eran y qué habían hecho.
«A lo mejor algunos ya están muertos —pensó—. A lo mejor están en jaulas de hierro y los cuervos se les están comiendo los ojos.»
El sueño le llegó en cuanto cerró los ojos. Aquella noche soñó con lobos, lobos que acechaban en un bosque mojado, el aire estaba impregnado del olor de la lluvia, la putrefacción y la sangre. Pero en el sueño eran olores buenos, y Arya sabía que no tenía nada que temer. Era fuerte, rápida y fiera, y estaba rodeada por su manada, sus hermanos y sus hermanas. Juntos dieron caza a un caballo asustado, le desgarraron la garganta y lo devoraron. Y cuando la luna asomó entre los árboles, echó la cabeza hacia atrás y aulló.
Pero cuando llegó el día, lo que la despertó fueron los ladridos de los perros.
Arya se incorporó con un bostezo. A su izquierda, Gendry se agitaba y Lim Capa de Limón lanzaba sonoros ronquidos a su derecha, pero los gruñidos del exterior casi ahogaban aquel ruido.
«Ahí debe de haber medio centenar de perros.» Salió de las mantas y saltó sobre Lim, Tom y Jack-con-Suerte para acercarse a la ventana. Abrió los postigos y, al momento, entraron el viento, la humedad y el frío. Era un día nublado y gris. Abajo, en la plaza, los perros ladraban y corrían en círculos entre gruñidos y aullidos. Era toda una manada, había grandes mastines negros y perros lobo flacos, ovejeros con pelaje blanco y negro y otros cuyas razas Arya no conocía, como unos animales pintos desgreñados con largos colmillos amarillentos. Entre la posada y la fuente había una docena de jinetes a caballo que observaban mientras los ciudadanos abrían la jaula del hombre gordo y le tiraban del brazo hasta que el cadáver hinchado se desparramaba por el suelo. Al instante, los perros saltaron sobre él y le arrancaron la carne de los huesos a mordiscos.
Arya oyó la carcajada de uno de los jinetes.
—Aquí tienes tu nuevo castillo, Lannister de mierda —dijo—. Demasiado cómodo para la gentuza como tú, pero ahí te meteremos, no tengas miedo.
Junto a él había un prisionero sentado, con una expresión lúgubre en el rostro y las muñecas atadas con cuerda de cáñamo. Algunos ciudadanos le tiraban estiércol, pero ni siquiera parpadeaba.
—¡Te pudrirás en las jaulas! —le gritaba el que lo había capturado—. ¡Los cuervos te sacarán los ojos mientras nos gastamos el oro Lannister que llevabas! Y cuando los cuervos terminen, le mandaremos lo que quede de ti a tu maldito hermano. Aunque dudo mucho que te reconozca.
El jaleo había despertado a la mitad del Melocotón. Gendry se situó ante la ventana junto a Arya, y Tom se puso detrás de ellos desnudo como el día de su nombre.
—¿A qué viene tanto grito? —se quejó Lim desde la cama—. Joder, ¿es que no se puede dormir?
—¿Dónde está Barbaverde? —le preguntó Tom.
—En la cama con Atanasia —replicó Lim—. ¿Por qué?
—Más vale que vayas a buscarlo. Y tráete también a Arquero. Ha vuelto el Cazador Loco y ha traído a otro hombre para las jaulas.
—Un Lannister —dijo Arya—. Les he oído decir que es un Lannister.
—¿Han cogido al Matarreyes? —quiso saber Gendry.
Abajo, en la plaza, una pedrada acertó al prisionero en la mejilla y lo obligó a girar la cabeza.
«No es el Matarreyes», pensó Arya al ver el rostro. Sonrió. Por fin los dioses habían escuchado sus plegarias.
Cuando los salvajes sacaron sus caballos de la cueva por las riendas,
Fantasma
ya había desaparecido.
«¿Entendió lo del Castillo Negro?» Jon respiró hondo el vivificante aire de la mañana y se permitió albergar esperanzas. Hacia el este el cielo estaba rosado a la altura del horizonte y color gris claro más arriba. La Espada del Amanecer aún se veía en el sur; la brillante estrella blanca de la empuñadura todavía resplandecía como un diamante en la madrugada, pero los negros y grises del bosque nocturno se estaban convirtiendo una vez más en verdes, dorados, rojos y bermellones. Y por encima de los pinos soldado, los robles y los fresnos se alzaba el Muro con el hielo claro y centelleante bajo la capa de polvo y tierra que horadaba su superficie.
El Magnar envió a una docena de jinetes hacia el oeste y a otros tantos hacia el este para que subieran a las colinas más altas que encontraran y montaran guardia por si aparecían exploradores en el bosque o patrulleros sobre el muro. Los thenitas llevaban cuernos de guerra con abrazaderas de bronce para dar la alarma si divisaban a algún miembro de la Guardia. Los otros salvajes se situaron detrás de Jarl; Ygritte y Jon se pusieron con los demás. Iba a ser el momento de gloria del joven explorador.